Read Gengis Kan, el soberano del cielo Online

Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (47 page)

Un guardia empujó a Chirkoadai hacia adelante.

—Una flecha me hirió —dijo Temujin—, y otra mató a mi caballo. Me dicen que ambas salieron de tu arco.

—Lo admití ante tus hombres mientras cabalgábamos hacia aquí. —Los ojos de Chirkoadai se entrecerraron cuando el Kan sonrió—. Lo admito. Esas flechas eran mías.

Khadagan se inclinó hacia Temujin.

—Conozco a este hombre. La primera vez que te vi… él era el niño que trató de impedir que los demás te atormentaran.

—En efecto —dijo Temujin, haciendo una mueca—. Pero ahora estuvo a punto de matarme.

—Un hombre debe defenderse y defender a su pueblo —dijo el Taychiut—. Puedes matarme, pero en ese caso sólo tendrás un poco de tierra manchada de sangre. Si me dejas vivir, puedo conducir ejércitos para ti. Bien, ¿qué dices?

—Qué insolencia —masculló Jelme.

—Eres honesto —dijo Temujin—. Otro hubiera tratado de ocultar lo hecho, pero tú lo admites. No castigaré a un hombre por ser honesto, de modo que acepto tu juramento—. El guardia que estaba junto a Chirkoadai cortó sus ligaduras—. Creo que, además, mereces un nuevo nombre. De ahora en adelante serás Jebe, la Flecha, ya que tu arma encontró su blanco.

El Taychiut se frotó las muñecas.

—Y yo prometo dirigir mis flechas contra tus enemigos, no contra ti.

El Kan hizo un gesto a Jelme.

—Devuélvele las armas a estos hombres, y protege a esta dama y a su familia. —Se puso de pie—. Debo ocuparme de nuestros prisioneros. Sus esposas e hijos volverán con ellos. —Miró a Khadagan—. Te prometí que sería clemente, pero los jefes y sus hijos tendrán que morir. Puedo salvar la vida de los otros, que estaban obligados a seguirlos por juramento.

—Comprendo —dijo ella.

Sería el fin de los Taychiut como clan: sus seguidores pasarían a formar parte del pueblo de Temujin.

Un hombre se acercó con un caballo; Temujin montó y se alejó, con sus guerreros rodeándolo como un escudo.

70.

—El "ordu" del Kan —anunció el jinete más próximo a Khadagan al tiempo que señalaba el campamento y la gran tienda que se erguía al norte del círculo de Temujin.

En el camino, habían pasado junto a grandes rebaños. Unas pocas victorias más y la riqueza de Temujin rivalizaría con la de sus aliados Kereit.

Habían levantado para ella un gran "yurt", con otros tres más pequeños para las criadas que cocinarían, coserían y guardarían los rebaños que Temujin le había otorgado. Khadagan había esperado que sus esposas la visitaran, pero en cambio Bortai, su esposa principal, le había enviado un mensaje con una criada. La Khatun le daba la bienvenida, lamentaba todos sus sufrimientos y no la importunaría con una visita hasta que su pena no se hubiera atenuado.

Seis días después de la llegada de la mujer, el Kan regresó a su campamento e invitó a sus generales a un banquete. Khadagan fue convocada a la gran tienda con las tres esposas de Temujin, y se sentó entre ellas.

Los hombres hablaban de los que se habían rendido para unirse a Temujin. Entre ellos estaban un Bagarin y sus dos hijos, vasallos de Targhutai que habían capturado al jefe Taychiut. Temujin permaneció en silencio mientras su general Borchu contaba la historia. Los tres Bagarin, mientras estaban en camino para entregarse al Kan, habían reconsiderado su acción, habían liberado a Targhutai y luego se lo habían confesado a Temujin.

—¿Y cómo murieron? —preguntó la esposa llamada Doghon.

Borchu Noyan soltó una carcajada.

—¿Morir? Temujin los recompensó por ello. Ellos dijeron que no podían entregar a un hombre al que le habían jurado fidelidad, y el Kan los alabó por haber hecho lo correcto… y hasta nombró a uno de los jóvenes comandante de cien hombres. —Volvió a reír—. Nos dijeron que habían tenido que poner a Targhutai en un carro… el viejo bastardo es demasiado gordo para montar a caballo. No durará mucho solo.

El Kan sonreía, obviamente complacido con el destino de su antiguo enemigo. Targhutai viviría un tiempo sabiendo que lo había perdido todo; la victoria de Temujin era para él suficiente venganza.

Temujin no acudió a la tienda de Khadagan hasta que no hubo pasado una noche con cada una de sus esposas.

—Hoy he sido piadoso —le dijo mientras comían—. El desdichado esposo de mi hermana finalmente mostró la cara. Ahora dice que sólo quería frenarme, no matarme, y que está dispuesto a someterse a mí.

—¿Y tú lo perdonaste?

—En parte por mi hermana, que rogó por él. Además, puedo utilizar a Chohos-chagan y a sus hombres.

Cuando Temujin hubo despedido a las criadas, Khadagan le sirvió más "kumiss" y luego se retiró a la parte trasera del "yurt", agradeciendo las sombras. Él estuvo junto a ella antes de que la mujer pudiera ocultarse debajo de las mantas. Temujin le quitó la camisa, y ella subió a la cama, esperando que él no estuviera muy decepcionado: Toghan siempre le había dicho que su cuerpo seguía siendo el de una muchacha. Se le cerró la garganta al recordar a su esposo muerto.

Las manos fuertes de Temujin fueron amables, aunque había algo cruel en su manera de acariciarla y de obligarla a compartir su placer. La ataría a él, la obligaría a olvidar y a amarlo. Ella se estremeció debajo del hombre mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.

Bortai Khatun convocó a Khadagan a su tienda dos días más tarde. Durante la noche había caído cellisca; la gente se afanaba entre los "yurts", acomodando baúles en los carros. Al día siguiente trasladarían el campamento hasta los campos de pastoreo invernales.

Khadagan pasó ante los guardias y subió los peldaños de madera de la gran tienda, preguntándose por qué la Khatun querría verla. Suponía que para confirmar su lugar, para dejar en claro que, como primera esposa de Temujin, esperaba ser obedecida.

Bortai Khatun y sus criadas se encontraban en el lado este de la tienda, guardando ropa y vajilla en los baúles. Antes de que Khadagan pudiera pronunciar un saludo, Bortai corrió hacia ella y le tomó las manos.

—Te doy la bienvenida, Khadagan Ujin. Lamento distraerte de tu trabajo, pero si no hablamos hoy no tendremos ya otra oportunidad con todo lo que hay que hacer.

Khadagan bajó la cabeza, y luego buscó algo en el interior de su abrigo.

—Por favor, acepta este humilde presente —dijo, entregando a Bortai un gran pañuelo azul.

—Es hermoso, y te doy las gracias —dijo. Luego la condujo hacia el fogón y le ofreció un cojín para que tomase asiento; una criada les trajo copas de "kumiss". Bortai le pidió que se retirara con un gesto. Luego se sentó, y dijo—: Deseaba mucho hablar con la mujer cuya familia arriesgó la vida para salvar a Temujin. Sin ti, jamás me habría casado

Khadagan no pudo por menos que sonreír ante esa declaración; la otra mujer todavía tenía la piel tersa de una muchacha.

—Khatun, veo perfectamente cómo eres ahora. Si de muchacha eras la mitad de bella, tu padre podría haber formado un ejército con tus pretendientes.

Bortai se sonrojó.

—Cuando nos casamos —dijo—, Temujin me contó todo sobre la muchacha y la familia que habían sido amables con él. Me sentí agradecida de que hubiera venido a buscarme a mí, en vez de buscarla a ella. —Los grandes ojos pardos de Bortai cobraron una expresión afectuosa—. Siempre te honrará por lo que hiciste, y también yo. Mi esposo tiene muchos camaradas leales, pero sólo unos pocos lo conocieron de niño y se preocuparon por él cuando no tenía nada. Tú eres una de esas personas.

—Pero ahora tiene otros que lo aman.

—Sin embargo, pienso que lo amas más sinceramente que los otros.

—Sí. —Khadagan cerró los ojos durante un momento; no había esperado que tuviera que hablar de eso—. A pesar de todo lo ocurrido, todavía puedo amarlo.

Bortai le rozó la manga.

—Sé lo que has perdido. El hecho de que puedas perdonar a mi esposo demuestra que posees un gran espíritu.

—Me halagas, Honorable Señora —dijo Khadagan—. Temujin hizo lo que pudo por mí, y habría sido una necia si hubiese rechazado sus regalos. El esposo que perdí era un buen hombre, y fui feliz siendo su esposa, pero Temujin ganó mi corazón hace mucho tiempo. Tal vez por eso me resultó fácil perdonarlo.

—Nuestro esposo necesita tu devoción —dijo Bortai—. También yo la necesito. Sus otras esposas… —Exhaló un suspiro—. Doghon anhela tenerlo para sí, y soborna a los chamanes para que por medio de hechizos le permitan engendrar un hijo; perdió a su primera hija y sólo tiene otra. Jeren le teme, y comprendo el motivo, aunque desearía no comprenderlo. —La Khatun hizo una pausa—. A menudo he deseado que Temujin encontrara una esposa que pudiera también ser mi amiga sincera. La excelente madre de Temujin y las esposas de sus hermanos no suelen estar en el campamento con frecuencia, y las mujeres de sus generales me consideran alguien a quien deben halagar. Tengo criadas en quienes puedo confiar, pero todo lo que me dicen está regido por la cautela.

—Ya veo —dijo Khadagan—. Buscas a una amiga que no viva pensando en lo que pueda obtenerse a cambio y que no tenga necesidad de temerte ni de estar celosa de ti.

Bortai entrecerró los ojos.

—Sí.

—Y crees que yo puedo ser esa amiga. No tengo nada que ganar, ya que Temujin me ha dado más de lo que podía haber esperado, y nunca volveré a tener lo que he perdido. No te temo, Khatun, porque cualquier sufrimiento que puedas infligirme no será mayor que el dolor que ya he soportado. El Kan siempre te honrará como esposa principal, pero aunque no fuera así, no tienes por qué preocuparte de que alguien tan fea como yo llegue a convertirse en tu rival. No puedo darle hijos, de modo que no intentaré conseguir nada para ellos… la semilla de mi difunto esposo no ha brotado en mí desde hace años. Eso antes no me importaba, porque podía disfrutar más de él sin temer al dolor del parto, pero eso era cuando los hijos que tuve aún vivían.

Bortai dejó su copa.

—Hablas con gran libertad, Khadagan.

—También eso se requiere de una amiga.

—Es cierto —murmuró Bortai—. Con frecuencia debo decirle a Temujin lo que otros temen decirle, pero no hay nadie que me diga si estoy equivocada. En tu caso, siempre sabré que, digas lo que digas, sólo estás pensando en los intereses de nuestro esposo. Ya veo quién eres, Ujin. Tu tienda estará siempre en mi "ordu", para que pueda pedir tu consejo.

—No soy tan desinteresada —respondió Khadagan—. Sé en qué podría transformarse mi vida con el Kan. Lamentó mis sufrimientos y tenía conmigo una vieja deuda, pero ya la ha pagado, y las cosas pasan. Con el tiempo, podría convertirme en una olvidada esposa inferior, pero podré permanecer cerca de él a través de ti, y agradecer cualquier sobra que me des de tu plato. Creo que tú también lo sabes, Khatun. —Permaneció en silencio un momento—. Por supuesto, os serviré a los dos. Es todo cuanto puedo hacer ahora.

71.

Yisugen despertó y encontró a su hermana sentada en la cama. Las negras trenzas de Yisui estaban enmarañadas, y su rostro sonrojado por la felicidad.

Yisugen fue a sentarse junto a ella.

—Hay que volver a trenzarlo —le dijo mientras peinaba el largo cabello de Yisui con los dedos; las criadas habían salido a preparar el banquete.

Su padre no estaba en la gran tienda; Yeke Cheren había bebido mucho la noche anterior y Yisugen había visto cómo algunos hombres lo transportaban hasta la tienda de una esposa menor. El campamento había estado celebrando durante tres días el matrimonio de la hija de su jefe, pero Yisugen no podía compartir la alegría. Hoy perdería a su hermana.

Terminó de trenzar el cabello de Yisui, le recogió las dos trenzas detrás de las orejas, asegurándolas con cintas de fieltro, y luego apoyó sus manos en los hombros de la muchacha. En el rostro de su hermana vio sus propios ojos oscuros, sus pómulos altos, su nariz pequeña y sus labios gruesos. Todos decían que parecían mellizas, aunque Yisui era un año mayor. Las dos hermanas nunca se habían separado, ni siquiera por un día. Ahora Yisui se alejaría de su lado.

—No quiero que te vayas —estalló Yisugen.

—Basta, Yisugen —dijo su madre desde la parte trasera de la tienda—. Es mejor que Yisui se case ahora, para que tu padre no esté distraído más tarde, cuando los jefes se reúnan en el "kuriltai" de guerra.

Qué libre de preocupaciones había estado Yisugen un mes atrás, cuando la nieve empezaba a derretirse; ella y Yisui habían salido a caballo con amigos a cazar las aves que regresaban a las orillas del río Khalkha. Habían vuelto para encontrar a Tabudai en la tienda de su padre, como huésped de éste. El joven admitió que había cabalgado hasta el campamento tártaro en busca de una esposa. Yisui y él intercambiaron miradas ardientes; Tabudai la pidió tres días más tarde.

—Si Tabudai tiene tantos rebaños —dijo Yisugen—, seguramente puede mantener a dos esposas. Padre debería haberle dicho que nos tomara a las dos.

—Qué tontería —dijo la madre—. Tienes quince años y pronto vendrá un hombre a cortejarte. Voy a salir; cuando regrese quiero ver una sonrisa en tu rostro.

—Tú podrías haber dicho algo —murmuró Yisugen cuando su madre salió.

Yisui la rodeó con los brazos.

—Lo siento —dijo.

—No lo sientes. Quieres casarte con él.

—Es posible que me haya pedido a mí porque soy mayor que tú. También le pareces bella… me lo dijo. —Yisui le acarició el rostro—. Soy afortunada al tenerlo. Será jefe algún día, y…

—Hay luz en sus ojos y fuego en su rostro. —Yisugen completó la frase que había oído demasiadas veces referida a su hermana—. Lo odio.

—Basta. —Yisui le tomó las manos—. ¿Acaso no nos prometimos que siempre viviríamos en el mismo campamento?

—Lo olvidaste en cuanto viste a Tabudai.

—No lo olvidé —dijo Yisui suavemente—. Quiero asegurarme de que él es feliz a mi lado. Entonces, cuando me dé todo lo que le pida, le diré que te pida a ti, si es posible antes de que pase el verano.

Yisugen se quedó mirando a su hermana, asombrada.

—¿Pero cómo…?

—He estado pensando mucho en ello. Nuestro padre no atacará a los mongoles antes del otoño; hasta que ese momento llegue estará demasiado ocupado planeando la guerra para pensar en prometerte. Para entonces, tal vez pueda convencer a Tabudai de que te pida. El año próximo volveremos a estar juntas

—Un año —dijo Yisugen, preguntándose cómo haría para soportarlo.

—Cuando lo acepté —continuó Yisiu—, también estaba pensando en ti. Quería que las dos tuviéramos un buen esposo. —Soltó una risilla—. Creo que Tabudai puede conformar a dos esposas. Su miembro tiene el tamaño del de un semental.

Other books

Saints and Sinners by Shawna Moore
Spider Dance by Carole Nelson Douglas
Milk by Emily Hammond
A Paris Affair by Adelaide Cole
Eight for Eternity by Mary Reed, Eric Mayer
The Grid by Harry Hunsicker
Angelus by Sabrina Benulis
Best Boy by Eli Gottlieb