Authors: Josep Montalat
—Vale. Empezamos bien —dijo ella, poniendo cara de sorprendida—. ¿Y en qué trabajabas, si se puede saber?
Cobre le contó que había dejado el trabajo del restaurante por problemas que tuvo con David, debido a un dinero que había cogido, y que en aquella época había conocido a Johan y que a través de él había empezado a vender cocaína.
Mamen se quedó de piedra pómez y no quería seguir con el asunto de la goma de borrar. Se levantó con intención de irse, pero Cobre pudo detenerla en la puerta. Después de un largo tira y afloja, logró convencerla de que decirlo todo era precisamente decirlo todo, sin esconder ya nada de nada. Así pues, se sentaron de nuevo y prosiguieron.
—¡Así que Johan vendía cocaína! —dijo Mamen—. ¿Y tú también eres un camello?
—Bueno... Ahora, desde el mes pasado, sí que trabajo en una inmobiliaria.
—Menos mal. Más vale tarde que nunca, supongo. ¿Y la venta de cocaína?
—Lo he dejado. La cocaína que se obtiene ahora cada día es peor. Le ponen de todo. Creo que hacen más daño los productos que le añaden para aumentar la cantidad que la cocaína misma. No quiero vender más, podría matar a alguien con la droga que corre por ahí, y eso me hundiría para siempre —dijo, pensando en la muerte de Sindy.
—¿Lo de la cocaína ya está, pues? ¿No hay más ilegalidades para que acabes en chirona, supongo?
—Bueno... quizás sería bueno que supieras lo que sucedió realmente en la casa de Johan el día en que murió.
Mamen, asustada, se quedó mirándolo.
—No, no me lo digas —dijo, poniéndose la mano en la boca—. ¿Lo mataste tú?
—¡No, jondia! —dijo Cobre, sorprendido—. Cuando llegamos con Gaspar ya estaba muerto, pero Sindy me pidió que me llevase la cocaína de la casa.
—¿Os la llevasteis?
—Sí.
—¿Gaspar también vende coca?
—No. Gaspar no. Él me dijo que no lo hiciera. Fui yo solo. Con lo que saqué de la venta me compré el Golf.
—O sea, que he subido en un coche producto del narcotráfico. Cobre, me estoy quedando patitiesa. ¿Hay algo más que contar así de fuerte que no sepa, ya que estamos? —preguntó viéndose en medio de esta espiral explicativa.
Él pensó un momento.
—Bueno. Que no tengo la carrera de Empresariales terminada.
—¡Jopé! —soltó—. Al menos la empezaste, por lo que dices.
—Sí. Me faltan dos asignaturas de tercero y otras dos de segundo.
—Bueno, algo es algo. ¿Qué más? Ya estoy preparada para todo.
—Ya está todo —dijo él, aliviado por terminar—. No tengo más que decir que no sepas sobre mi vida personal.
—Lo demás es verdad. Te llamas Cobre, tienes 28 años, eres de Hospitalet...
—Sí, no hay nada más que decir que no te haya dicho sobre mí que pudiera dolerte si te enterases por otro.
—Bueno, no es poco. Me dices otra cosa y ya me dejas frita —manifestó ella, moviendo su cabeza.
—Bueno, sólo falta decirte las chicas con las que he estado.
—¿Antes o después que yo? —preguntó, mirándolo fijamente a los ojos.
—Digamos que entre medio, estando contigo, cuando ya éramos novios, que supongo que es de lo que no te gustaría enterarte por otra gente.
—Desde luego —respondió sin dudarlo—. Pero ya te advierto que aunque ahora me lo cuentes, todo el daño ya me lo has hecho y no te aseguro que vuelva contigo.
—Ya lo sé, pero por lo menos habré hecho lo que debía.
—Suéltalo ya, que tomo aire. ¿Cuántas chicas hubo?
Cobre pensó un rato.
—Caray, sí que hay... —dijo Mamen, viéndolo pensar.
—Espera —pidió él.
—Sí, sí. Espero. No sea que te descuentes.
Cobre contaba con los dedos de una de sus manos, luego pasó a los dedos de la otra.
—¿Más de cinco? —dijo ella, viéndolo.
Cobre seguía pensando y contando. Levantó de nuevo el dedo de la primera mano.
—¿Más de diez? —preguntó, sorprendida.
—Contando que empezamos a salir formalmente después del viaje que hicimos con Gaspar y David a Canarias son... digamos, completos... completos, once.
—¿Once? Caray, y eso que se suponía que salías conmigo; pero por lo que veo salías más «sinmigo».
Cobre puso cara de circunstancias.
—Once, vale, muy bien —dijo entonces Mamen, aceptando la noticia—. ¿Y esto de completos, qué significa? ¿Que te fuiste a la cama con ellas?
—Sí, digámoslo así.
—¿Y las no completo?
—Una.
—Buen promedio. Fallaste poco —ironizó sobre su capacidad «omnisexual» de oscilar y no dejar resquicio—. Eso considerando que empezamos a salir después de tu viaje a Canarias, con lo cual he de presuponer que en ese viaje o antes de este viaje ya hubo alguna otra ¿no?
—He contado desde que a la vuelta fuimos a cenar y te regalé el anillo y la pulsera que tanto te gustó, y te pedí que fuéramos novios.
—Ya... —dijo simplemente Mamen—. ¿Y puedo saber quiénes fueron las «completo»? ¿Las conozco?
—Algunas sí, otras no.
—¿Cuántas son las que conozco?
—Tres.
—Tres. Caray. Esto se pone interesante —dijo, inclinando su cabeza—. Empecemos por éstas, pues. ¿Belén no será alguna de ellas? Siempre resulta que la mejor amiga es la última en enterarse.
—No. Belén no es ninguna de ellas.
—Bueno, menos mal —dijo, aliviada.
—Una ya la conoces. La chica que me pegó en el Chic en el primer Fin de Año que pasamos juntos.
—Sí, ésta, por lo que veo, ha sido la única declarada. Supongo que no tuviste más remedio, fue tan evidente... ¿Y las otras?
—Sindy fue otra.
—Claro, Sindy. ¿Y cuándo fue eso? Si se puede saber…
—Fue aquella misma noche de Fin de Año, cuando aquella chica me pegó y tú te fuiste cabreada.
—Caray. No perdiste el tiempo. Acabar con dos y liarte con una tercera. ¿Duró mucho el rollete?
—Fue sólo aquella noche. Bueno. Hubo una segunda vez. Después de la muerte de Johan.
—Para celebrarlo, supongo —ironizó.
—No seas cínica. Fue a los veinte días y pico de su muerte.
—¡Ah, claro! ¿Ya no estaba de luto? —ironizó—. Por lo que calculo, ¿debió de ser en septiembre, pues, cuando yo regresé de Irlanda?
—Sí, fue en septiembre del año pasado. Fue aquí en la casa de Gunter, vino a pedirme perdón porque pensaba que yo había querido engañarla.
—¿Engañado con otra? —preguntó Mamen, sorprendida.
—No. Pensó que la había engañado con la cocaína. La cocaína que me llevé en el asesinato de Johan, que en realidad no era cocaína.
—¡Ah! ¿No era cocaína? Y entonces, ¿qué era? Dijiste hace un rato que te llevaste la cocaína que había en su casa y que con ella compraste el coche.
—Bueno, parecía cocaína pero no lo era. La verdadera cocaína seguía escondida en la casa de Johan. La encontró y vino a pedirme perdón por haber desconfiado de mí.
—Y de penitencia le pediste un polvo.
—Mamen, no seas sarcástica —le dijo Cobre, medio sonriendo—. Ya me cuesta contarlo, para que encima lo pongas más difícil. Fue ella quien quiso hacerlo. Se me tiró prácticamente encima.
—¿Te violó? Claro...
—Venía desnuda. Bueno, con un albornoz que se quitó enseguida. Y bueno, lo hicimos.
—Ya decía yo que no estaba de luto. Ni vestida siquiera.
Se hizo un silencio.
—Falta una de las que conozco —le dijo, mirándole— ¿Quién es, si se puede saber?
—La conoces sólo de vista. Se llama Jennifer. Una chica rubia que trabajaba en el Chic, en la barra del Club.
—¿Una que vestía siempre minifalda? ¿Con unos melones casi talla cien? —precisó con las manos abiertas sobre sus pechos.
—Sí, ésa.
—¡Caramba, Cobre, qué poco gusto tienes! Pero si era superhortera. Vestía como una cualquiera. Pero claro, a ti la ropa te daba igual y se la sacarías enseguida, supongo.
Cobre se rio.
—Sí, encima ríe —se quejó ella—. Y el rollo con esa, digamos,
gogó
, Jennifer, la rubia de bote, la pechugona, ¿cuándo fue? ¿Duró mucho?
—Fue en enero. El tiempo en que lo habíamos dejado. Después de lo de Sindy. Sólo fue una noche.
—No perdías el tiempo, por lo que veo. ¿Y las otras, las que no conozco?
—Las diré por orden.
—¿Por orden de importancia?
—No. Por orden cronológico. La primera fue una chica extranjera, alemana, en el barco de Gunter. En verano, después de dejar el restaurante. Fue un solo día.
—Ya —dijo Mamen—. ¿Y la segunda que no conozco?
—La segunda también era alemana, fue en el barco de Gunter. Bueno, en realidad, lo hicimos cuando regresamos a la casa. También sólo una vez. La tercera también fue aquí, otra alemana después del barco de Gunter. Con ésta lo hice otra vez al día siguiente, en el barco.
—Caray con el barco de Gunter. Tú ya me decías que salíais a pescar casi todos los días y por lo que veo, picaban.
—Ja, ja, ja —rio sin poder evitarlo.
—Sí, muy gracioso —le recriminó la risa—. Y claro, todas eran alemanas y debían de gustarles los frankfurts.
—No seas así. No me resulta fácil contarlo.
—Con tantas, yo también me descontaría.
—Venga, Mamen, para ya.
—Y claro, cuando ibais con el barco de pesca, Petra, la mujer de Gunter, no sabía nada del cebo que poníais en la caña.
—No lo se, llevan una relación bastante especial.
—Bueno, continúa. ¿La siguiente de la lista?
—La siguiente ya fue el año pasado, pasadas las fiestas de los carnavales de Rosas, en marzo...
—Caray, tuviste un largo periodo de fidelidad —dijo Mamen. Luego recordando aquellas fechas preguntó—: ¿Seguro que no te dejas alguna en medio de esas fiestas?
Cobre pensó durante unos instantes.
—No, fue esta que te digo de marzo, después de los carnavales, en que tú no viniste de Barcelona todo aquel mes. Fue un polvo en el coche, una noche que había bebido bastante, con una chica que iba por el 600’s de Santa Margarita.
—Sigue, sigue, pues —dijo Mamen, dudando de que realmente lo estuviera contando todo.
—Luego fue en Holanda. Con una prostituta del barrio de las luces rojas de Amsterdam. Era una japonesa que encontré bonita.
—¡Ah, claro! ¡Holanda! El viaje a Holanda. Cuando trajiste tantos quesos, que abrías siempre de aquella forma tan rara. Pues mejor que hubieras metido tu pito ahí.
—Ja, ja, ja —se rio Cobre, pensando en los agujeros de los quesos, en los que había puesto la cocaína.
—Sí, tú ve riendo —le recriminó—. ¿Y en Holanda Tito también metió el churro? —preguntó ella, haciéndolo reír de nuevo, mientras se lo quedaba mirando molesta—. Sí, ríete, me hace una gracia...
—Es que no paras de meterle salsa —le respondió Cobre, poniéndose ahora serio—. Sí, él también lo hizo —dijo—. Pero no le digas nada a Belén. Tito me mataría si se entera de que te lo he dicho. Él lo hizo con una negrita.
—Los dos tuvisteis polvos étnicos. La suya supongo que no sería pigmea precisamente.
—No, de ésas no vi ninguna.
—¿La siguiente en la lista?
—Fue en verano, con una holandesa, lo hicimos dos veces, una vez dentro del agua y la otra en el barco de Gunter.
—De nuevo la pesca con el barco y, de paso, a buscar almejas ¿no? —dijo provocando la risa de Cobre—. Sí, vuelve a reírte… —le reprochó más empática que una viga de mármol.
—Es que lo dices de una manera que hace gracia.
—Pues a mí de gracia, no mucha, precisamente. Venga, ¿la siguiente de la lista?
—La siguiente vez fue con una francesa, en el barco de Gunter
—Claro, seguía el verano y Mamen, lejos, en Irlanda. Un plan veraniego perfecto. ¿Y con la francesita cuántas veces?
—Dos veces, las dos en el barco.
—Ya, un barco de pesca de bajura por lo que veo. ¿Y la siguiente?
—También fue con Gunter, en una fiesta que hicimos aquí en la casa. Fue con otra extranjera, era italiana.
—¿Otra extranjera...? Y eso que no hablas ningún idioma. Pero no te hacían falta, por lo que veo. ¿La siguiente?
—Ya no hay ninguna más —anunció aligerado de todo aquel «polvo y paja».
—¿No te olvidas de ninguna perdida por ahí?
—No, creo que no —respondió, pensando unos instantes.
—¿Seguro? —preguntó, dejando a Cobre pensativo.
—No, no hay ninguna más —dijo al poco rato convencido.
—¿Estás seguro? ¿No hubo una en una fiesta? Lo digo por última vez. —amenazó Mamen, pensando en el gorila de la fiesta de disfraces de Alain.
Él siguió cavilando, pero no recordaba ninguna más.
—Bueno, hubo otra que me olvidaba, pero no hice nada con ella —dijo recordando a Anais en la bañera redonda del Hotel Princesa Sofía—. Sólo algún que otro toqueteo.
—¡Ah...! Sólo unos toqueteos... con tus manazas ¿no?
—Sí... no dio tiempo para más.
—¿No la follaste?
—No... era una puta y salió corriendo.
—¿Una puta corriendo? —dijo Mamen, visiblemente disgustada—. Y eso de la puta esa que salió corriendo fue en una fiesta, ¿no?
—Sí, digamos que era una fiesta.
—¿Y a esa «puta» no te la follaste antes de que saliera corriendo de la fiesta?
—No, te lo juro.
—¿O sea que dices que no follaste a ninguna chica en una fiesta...? ¿En casa de unos amigos...? ¿...en alguna habitación?
—No —respondió él, convencido—. Te lo prometo. No hubo ninguna otra.
Se creó un silencio molesto. Mamen lo miraba con cara de enfado. Finalmente, se levantó cabreada.
—Cobre... eres un mentiroso. Eres el más desgraciado mentiroso que hay en toda la capa de la tierra... y un cabrón.
Cobre se quedó mirándola, atónito mientras ella le siguió hablando, ahora en un tono de clara resignación.
—Mira, Mamen, vamos a hacer goma de borrar. Lo decimos todo —dijo Mamen, imitando cantarinamente el tono de voz con el que se había hecho la propuesta—... lo decimos todo, absolutamente todo, sin esconder nada de nada —siguió con el mismo tono de voz cantarín, y cambiándolo completamente dijo—: Eres un falso.
—¿Pero por qué dices esto? Si las he dicho todas.
—¿Cómo quieres que vuelva contigo si sigues siendo un falso, un mentiroso y un hipócrita —le soltó con rabia.
Cobre guardó silencio. En realidad, no sabía qué debía decirle, pues no sabía por qué le estaba recriminando.
—¿No dices nada, pues? —preguntó entonces Mamen, en espera de que él hablase— ¡Vete por ahí! —soltó, dándose por vencida—. Vete a follar con quien quieras y a mí me dejas en paz. ¿Vale? —añadió, mientras cogía su abrigo y su bolso.