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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

Grotesco (66 page)

Dragón me ha agarrado de los hombros con torpeza y ha soltado un gruñido agudo. Luego se ha corrido. Sin pensar realmente en nada, he levantado la vista al techo, en el que había manchas marrones aquí y allá. Acababa de acostarme con Zhang en la azotea, justo encima de donde estábamos. Recordaba haber tirado el condón y haber visto cómo el semen se desparramaba por el suelo. Quizá éste se hubiera filtrado hacia abajo y era la causa de las humedades del techo.

De vez en cuando me sorprendía la poca cantidad de semen que eyaculaba un cliente después de tanto jadeo y gemido. ¿Por esa miseria pagaban a una prostituta como yo? Mi yo nocturno siempre supera a mi yo diurno. Si no fuera por mi yo nocturno, ¿qué sería de los fluidos corporales de mis clientes? Esta noche, por primera vez, he experimentado la alegría de no haber nacido hombre. ¿Por qué? Porque los deseos de los hombres son triviales, y porque yo me he convertido en la entidad que reconoce esos deseos.

He sentido que podía comprender la extraña calma de Yuriko. Desde que era niña, había usado el sexo para tener el mundo a sus pies. Había visto todo tipo de deseos masculinos, se había construido un mundo entero lejos de los hombres, aunque sólo hubiese sido durante un breve período. Eso me ha irritado. Yuriko no había tenido que estudiar, ni siquiera había tenido que trabajar. Podía tener el mundo a sus pies sólo por una razón: porque era capaz de hacer eyacular a los hombres. Ahora yo me disponía a hacer lo mismo. Por un segundo, me ha asaltado una sensación de dominio.

He oído que hablaban en chino y he abierto los ojos. Zhang y Chen-yi estaban sentados en el suelo junto a nosotros, mirándonos. Chen-yi, que no parecía tener más de veinticinco años, se estaba ruborizando y se apretaba las manos entre las piernas. «¿Lo has sentido? —quería preguntarle—. ¿Te ha gustado?» Lo he mirado desde donde estaba, allí tumbada, en el suelo, pero Chen-yi ha apartado los ojos como si estuviera enfadado y ha vuelto la cabeza.

—Chen-yi es el siguiente —ha dicho Zhang, dándole un golpe con el codo.

Chen-yi parecía no querer hacerlo delante de los otros dos, y ha mirado a su amigo de mal humor. Pero a Zhang le daba igual: por dos mil yenes había hecho que tanto yo como Dragón y Chen-yi acatáramos su voluntad. Yo aún no me había reconciliado con él, así que tenía que conquistarlo. He levantado los brazos y me he agarrado a sus piernas.

—Sé tú el siguiente.

Pero él se ha limitado a apartarme y a empujar a Chen-yi sobre mí.

—Vamos, daos prisa.

Chen-yi ha empezado a quitarse el chándal de mala gana. Cuando Dragón ha visto su pene erecto, ha comentado algo. He sacado un condón del bolso y se lo he dado. No parecía estar acostumbrado a ponérselos y se lo veía incómodo, pero al final lo ha conseguido. Luego se ha quitado las gafas y las ha dejado a su lado sobre el tatami. Menudo paleto. Dragón ha cogido las gafas y se las ha puesto como un idiota. Sin embargo, ya no se mostraba condescendiente ni rencoroso, sino relajado y amable. Yo esperaba dar la misma impresión.

Chen-yi me ha abrazado y luego ha comenzado a darme besos babosos por toda la cara, lo que me ha sorprendido. Zhang había hecho exactamente lo mismo. He abierto los ojos y he visto que Zhang me estaba mirando. Los clientes nunca me besan, sólo folian, incluso clientes habituales como Yoshizaki o Arai. Ninguno de ellos me besa y tampoco quieren hacerlo. Zhang me ha animado con la mirada y he recordado el orgasmo que había tenido con él en la azotea, el primero de toda mi vida. Si pudiera tener más, sería la dueña de mi propio mundo, así que he abrazado a Chen-yi y he comenzado a devolverle los besos, retorciéndome con él como si nuestros cuerpos fueran uno solo. Mientras tanto, sentía la mano caliente de Zhang frotándome la pierna izquierda, y la de Dragón haciendo lo mismo con la derecha. Me estaban tocando tres hombres, acariciándome y excitándome. No se podía pedir más. ¡Era una reina! Dios era bueno. En ese momento, Chen-yi y yo nos hemos corrido a la vez. El segundo orgasmo de mi vida.

Zhang me ha puesto la mano en la cabeza, ha acercado los labios a mi oído y, con la voz ronca de excitación, ha susurrado:

—¿Te ha gustado?

Yo me he incorporado y he recuperado la peluca, que había ido a parar al otro lado de la habitación. Chen-yi me ha mirado tímidamente y luego se ha apresurado a vestirse. Dragón estaba sentado, mirándome, mientras fumaba un cigarrillo. Me he colocado de nuevo la peluca, la he fijado con un alfiler y he empezado a vestirme.

—¿Puedo usar el baño?

Zhang ha señalado unas puertas barnizadas en el recibidor. Al ponerme en pie, he sentido un mareo. Supongo que es normal. Quiero decir que ésa era la primera vez que lo había hecho con tres hombres seguidos. Tantas novedades en un mismo día me habían dejado hecha polvo y, tambaleándome, me he metido en el baño. Estaba asqueroso. Había un charco de orín en el suelo. ¿Por qué los hombres tienen que ser tan cerdos? He sentido arcadas. El lavabo, la basura de la escalera, la mugre del tatami, todo estaba igual de sucio. Supongo que por eso me ha invadido una sensación de miseria insoportable. Reprimiendo las lágrimas, me he apresurado a lavarme.

—¿Quieres hacerlo conmigo otra vez? —me ha preguntado Zhang cuando he salido del baño.

—No —he respondido negando con la cabeza—. El baño está tan asqueroso que creo que voy a vomitar.

—Pues bienvenida al mundo real.

¿Acaso el mundo real era un lugar como ése? Entonces, ¿qué eran los orgasmos que había tenido? ¿Y la sensación transitoria de control que había experimentado? Había vuelto a sentir lo mismo de antes, pero ¿por qué? «Bienvenida al mundo real.» Ésa era precisamente la razón por la que quería vivir para siempre, soñando que controlaba el mundo a mi alrededor.

—Me voy.

Les he dado la espalda y, mientras me ponía los zapatos de tacón, he echado un vistazo por encima del hombro. Ninguno de los tres me ha mirado cuando he salido del apartamento.

Eran las once y media cuando he llegado a la estatua de Jizo. Yuriko debía de estar al caer. He mirado el reloj y he escudriñado la calle buscándola, pero no la he visto. Cansada, enfadada y aterida, me he dirigido hacia la estación, y entonces he oído que Yuriko me llamaba:

—Kazue, ¿qué tal la noche?

Estaba bajando por la cuesta lentamente, vestida igual que yo: pelo negro azabache largo, polvo de maquillaje blanco en la cara, sombra de ojos azul y pintalabios rojo vivo. Me he sentido como si contemplara mi propio fantasma, y un escalofrío me ha recorrido la columna vertebral. Era una puta de la más baja estofa. Una mujer que sólo existía para beneficiarse de unas míseras gotas de esperma. Un monstruo. No he respondido a su pregunta.

—Y tú, ¿qué tal?

Yuriko ha levantado un dedo.

—Uno, un hombre de sesenta y ocho años que ha visto una porno en el cine de Bunkamura y se le ha puesto dura, por eso ha pensado en pagar a una puta; la primera en los últimos diez años, según me ha dicho. Es gracioso, ¿no te parece?

—¿Cuánto le has sacado?

Yuriko ha levantado cuatro dedos esta vez. ¿Cuarenta mil yenes? He sentido una punzada de envidia.

—¡Qué suerte!

—Oye, ¡que sólo han sido cuatro mil yenes! —ha dicho riendo—. Nunca se lo había hecho tan barato a un cliente, pero como me ha dicho que era todo lo que tenía, finalmente he aceptado. ¿Puedes creerlo? Cuando tenía veinte años sacaba tres millones en una noche, y mírame ahora. ¿Por qué parece que cuanto más vieja eres menos puedes hacer? Los hombres buscan siempre lo mismo. No sé por qué dan tanta importancia a la juventud. Al final, seas joven o vieja, acabas follando igual, ¿no?

—Mientras no seas fea, no sé qué importancia tiene la edad.

—No es a eso a lo que me refiero —ha negado Yuriko con seriedad—. No tiene nada que ver con la belleza. Los hombres sólo buscan mujeres jóvenes.

—Tal vez tengas razón. Oye, siento curiosidad, ¿cómo es que te has vuelto tan fea?

Mi comentario de mal gusto ha hecho que Yuriko se ruborizara.

—Bueno, supongo que es cosa del destino. De todos modos, nunca fui muy consciente de mi propio aspecto. Siempre eran los demás quienes le daban tanta importancia.

Yuriko ha sacado un paquete de cigarrillos de su bolso.

—Y tú, Kazue, ¿qué clientes has tenido hoy?

—Tres extranjeros, unos chinos. Les he cobrado diez mil a cada uno, así que en total he ganado treinta mil.

He mentido descaradamente. Yuriko ha exhalado el humo.

—Ah, qué envidia. Si encuentras a más clientes como ésos, preséntamelos.

—Ni hablar.

—No debería importarte que yo también gane algo de dinero. Si esos hombres han pagado tanto dinero por ti, es que deben de gustarles los monstruos. Tú también eres fea, Kazue. Si te encontraras a un niño en la oscuridad, seguro que se echaba a llorar. Tu futuro no parece muy prometedor. Caerás cada vez más bajo y te verás obligada a dejar tu trabajo en la empresa porque nadie soportará mirarte.

Los ojos de Yuriko brillaban. Puede que yo ya fuera una puta de la más baja estofa, pero he sentido miedo ante la perspectiva de que pudiera empeorar. Según la profecía de Yuriko, llegaría el momento en que un hombre al que le gustasen los monstruos acabaría con mi vida. Tal vez sería Zhang. He recordado la humillación que había sentido cuando me había apartado de mala manera después de hacerlo. Me odiaba. Odiaba el sexo. Pero le gustaban los monstruos.

El viento ha arreciado y me he abrochado la gabardina mientras deseaba poder saber qué albergaba el corazón de Zhang. Puede que hablara con amabilidad, pero su mundo era sórdido y estaba plagado de mentiras. Aun así, me sentía feliz de haber sido admitida en ese mundo sórdido. Me aterrorizaba mucho más la naturaleza impenetrable de Zhang que la de Eguchi.

—Oye, Yuriko, ¿qué piensas de tu hermana mayor? —Ella ha sonreído ligeramente mirando la estatua de Jizo—. Dime.

Le he dado un apretón en el hombro blandengue. Al menos era una cabeza más alta que yo, y se ha vuelto para mirarme. Tenía la mirada perdida, pero sus ojos transmitían una leve desconfianza.

—¿Por qué te interesa mi hermana?

—Zhang, mi cliente, ha estado todo el rato hablando de su hermana pequeña, lo que me ha recordado que tú tenías una hermana mayor. Sólo lo digo por eso. Murió, la hermana de Zhang, quiero decir. Y parecía que el tipo estaba loco por ella.

—Mi hermana tuvo unos celos terribles de mí desde que nací. Casi era como si estuviera enamorada de mí. Yo la anulaba por completo.

Dios santo, Yuriko ya estaba preparando una de sus divagaciones psicológicas. Ese tipo de charlas me confunden, y no estaba de humor para pensar en un plano abstracto. Todo cuanto quería hacer era taparme los oídos y esperar a que se callara. Pero ella ha seguido hablando.

—¿Hermanas? ¡Ja! Nunca nos llevamos bien, y ahora ya es demasiado tarde. Mi hermana y yo éramos dos personas diferentes, pero en realidad éramos una sola. Ella es virgen, es demasiado tímida para acercarse a un hombre; yo soy lo contrario: no puedo vivir sin los hombres. Nací para ser puta. Somos como las dos caras de una misma moneda. Interesante, ¿no te parece?

—La verdad es que no —he espetado—. ¿Por qué en este mundo son sólo las mujeres las que han de sufrir tanto para sobrevivir?

—Muy sencillo: las mujeres no se engañan a sí mismas —ha dicho Yuriko, y luego ha soltado una carcajada.

—Entonces, ¿podríamos vivir si lo hiciéramos?

—Para nosotras ya es demasiado tarde, Kazue.

—Sí, supongo que sí.

Yo camuflaba la realidad de mi trabajo en la empresa con un engaño. A lo lejos he oído el tren de la línea de Inokashira. No iba a tardar mucho en salir el último. Se me ha ocurrido pasar por el colmado, comprarme una cerveza y bebería de camino a casa.

He dejado a Yuriko allí, golpeando el suelo con los pies para calentarse.

—¡Que trabajes bien!

—La muerte nos aguarda —ha respondido ella.

He cogido el último tren. Al llegar a casa, habían echado la cadena de la puerta y no podía entrar. Habían apagado todas las luces y habían cerrado por dentro, con la intención de no dejarme entrar. Me ha molestado tanto que he llamado al timbre una y otra vez. Al fin, alguien ha retirado la cadena. Mi hermana ha aparecido tras la puerta con cara de fastidio.

—No os atreváis a cerrar de nuevo.

Mi hermana ha bajado la vista. Debía de estar durmiendo. Se había puesto un suéter sobre el pijama. Al mirarme, ha parecido como si viera algo en lo más profundo de mí, y eso me ha molestado.

—¿Qué mirada es ésa? ¿Tienes algo que objetar?

No ha respondido, pero ha temblado ligeramente cuando el aire frío —y la depravación que me acompañaba— ha entrado por la puerta. Mientras me quitaba los zapatos, ella ha vuelto a su habitación. Nuestra familia se estaba desmoronando. Me he quedado de pie en el pasillo, petrificada.

7

25 de enero

Shibuya: Borracho, 3.000 ¥

T
ras el encuentro con Zhang tuve una mala racha. Hace dos semanas fui a un hotel con un tipo al que le gustaba la dominación y el sadomasoquismo. Me golpeó tanto la cara que tuve que pedir una semana libre en la empresa. Cuando me curé, siguió mi mala suerte con los clientes. Al sádico lo había encontrado después de cinco días de sequía. Llamé a Yoshizaki varias veces para que nos viéramos, pero me dijo que estaba demasiado ocupado con los exámenes de ingreso. Luego lo probé con Arai pero, al parecer, lo habían trasladado a la sede principal cerca del monte Fuji y no estaba disponible. Así que malgasté muchas noches de pie frente a la estatua de Jizo, esperando a unos clientes que nunca venían. Esa situación desesperada empieza a impacientarme. Durante los meses fríos no hay muchos hombres por la zona, así que he decidido que esta noche me pasearé por las calles bien iluminadas de Dogenzaka.

Mi trabajo nocturno se basa en el dinero en metálico. Lo que gano es totalmente diferente del salario que me ingresan en la cuenta. Me gusta tanto el tacto de los billetes que casi no puedo soportarlo. Cada vez que los introduzco en el cajero, me siento tan triste al verlos desaparecer que a menudo les digo «¡Adiós!». Pero sin clientes, no hay billetes. Y si no puedo ganar dinero, no podré seguir con mi vida en la calle. Es como si me estuvieran rechazando completamente como ser humano. ¿Era a eso a lo que se refería Yuriko al decir «La muerte nos aguarda»? Me daba pavor que llegara ese día.

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