—¡Buenos días, señoras!
El operador me ha mirado y luego ha apartado la vista. Ya había cinco o seis chicas merodeando por allí, leyendo revistas baratas, mirando la televisión o escuchando música por los auriculares. La Trenza ha fingido ignorarme por completo.
—Toma —le he dicho al operador mientras le daba el paquete de cigarrillos Castor Mild. Lo había pagado de mi propio bolsillo, pero no me quedaba otro remedio si lo que quería era sobornarlo para que me diera trabajo antes que a las demás.
—¿Esto es para mí?
No me ha quedado claro si el operador estaba sorprendido o molesto.
—Sí, espero tener un poco de trabajo hoy.
«Eso debería bastar», me he dicho. Luego me he dirigido a la mesa con confianza y he dejado mi bolsa de comida. He sorbido el caldo de
oden
y he mordisqueado las bolas de arroz. Cuando el teléfono finalmente ha sonado, todas lo han mirado a la expectativa. «Envíame a mí», le he suplicado con los ojos al operador. Sin embargo, él ha señalado a la Trenza.
—Kana-chan, preguntan por ti.
—De acuerdo.
La Trenza se ha apartado de mala gana de la televisión. Yo ya había devorado mi cena y me sentía insatisfecha. ¿Por qué no habían despedido a la Trenza? Tan pronto como ella se ha ido, el operador me ha pedido que me aproximara. No había habido ninguna llamada, así que no sabía muy bien qué quería. Al acercarme, he sonreído con simpatía.
—¿Sí?
—Yuri-san, eh…
Parecía que se avecinaba un sermón, así que me he armado de paciencia.
—Yuri-san, preferiríamos que no volvieras a nuestra agencia. La falsa llamada de antes…, has sido tú, ¿verdad? Eso no ha estado bien ¿sabes? Kana-chan es nuestra mejor chica.
Me estaba despidiendo. No me lo podía creer. Me he quedado allí con la boca abierta. Las otras chicas han permanecido sentadas fingiendo no saber qué ocurría, pero seguro que lo habían oído.
—Entonces, devuélveme los cigarrillos —le he dicho al operador.
He bajado aprisa por Dogenzaka pensando en un nuevo plan. Tenía que encontrar unos grandes almacenes, meterme en el servicio y retocarme el maquillaje. Estaba dispuesta a entrometerme en el negocio de la Bruja Marlboro. No tengo problemas en permanecer de pie durante horas y quería tener mi propia clientela. Y, dado que me habían despedido de la agencia de contactos, parecía el momento idóneo para empezar. Además, se me antojaba la mejor opción para dejar atrás la amargura que había arrastrado durante todo el día.
Entonces he divisado el edificio 109, imponente como un faro de la moda en el ángulo de una intersección con forma de Y: Dogenzaka a un lado y los grandes almacenes de Tokyu al otro. Una muchedumbre se apresuraba a ambos lados del edificio. Me he abierto paso a empujones entre los hombres jóvenes que miraban de reojo a las chicas absortas en sus compras. Al final, he llegado al servicio del sótano, que estaba atestado de mujeres jóvenes, pero he conseguido apostarme delante de uno de los espejos y he empezado a cubrirme la cara con maquillaje. Me he aplicado sombra de ojos azul y un rojo incluso más vivo que el que uso habitualmente en los labios. El plato fuerte, por descontado, era la peluca negra que guardaba en el bolso. He completado la transformación. Yuri-san estaba frente al espejo, la prostituta por excelencia, preparada para salir a la noche. Mientras observaba cómo había cambiado, he sentido mi corazón palpitando con confianza. No necesito esa agencia apestosa. Yo llevaré mi propio negocio.
Tenía la misma sensación de triunfo que había sentido al principio, cuando Yoshizaki había reafirmado mi valor. Ahora estaba preparada para conocer mi propia valía y fijar mi propio precio. Había llegado la hora de hacerme cargo de mí misma, nada de empresa, nada de agencia, nada de operador. Iba a valerme por mí misma, y lo primero que iba a hacer era apostarme en la estatua de Jizo, donde iba a ser capaz de ser yo, de ser libre. Me he preguntado por qué antes sentía pena por la Bruja Marlboro. A esa mujer hay que respetarla; después de todo es una mujer entre las mujeres.
Me he dirigido de vuelta a Dogenzaka, sintiendo mi largo cabello balancearse de un lado a otro a cada paso que daba. He pasado por delante de los hoteles del amor en dirección a la estatua de Jizo, benevolente bodhisattva que prometía paliar el sufrimiento y acortar las condenas de aquellos que estaban en el infierno. Bajo la luz pálida que se cernía sobre las calles oscuras, he podido ver a la Bruja Marlboro esperando a algún cliente delante de la estatua. Estaba fumando un cigarrillo. La estatua de Jizo tiene una expresión amable, benigna y dulce, y se erige en una parcela triangular de tierra frente a un viejo restaurante. La zona delante de la estatua brilla a causa del agua que se ha vertido por las peticiones que la gente le hace a la estatua. Allí era donde iba a estar yo.
—¿Cómo te va? —le he dicho a la Bruja.
Ella me ha mirado con desconfianza, con un cigarrillo colgando de la comisura de sus labios. Pero, en contraste con su comportamiento, ha hablado con una educación forzada. Ya no tenía aquella actitud insultante con la que una vez me había ahuyentado.
—¿Qué quieres? No lo hago con mujeres.
—¿Cómo va el negocio?
La Bruja Marlboro se ha dado la vuelta para mirar la estatua de Jizo, como si fueran cómplices, como si tuviera que consultar con ella antes de responder.
—¿El negocio, dices? Igual que siempre.
Al volverse para mirar atrás, la piel de su cuello se ha arrugado como un crespón. Aunque estaba muy oscuro, podían distinguirse las arrugas. Llevaba una peluca de color castaño, tenía un cuerpo bajo, achaparrado y tan decrépito que daba pena. No había duda de que yo la superaba por juventud y por mi complexión delgada, así que me he ruborizado al notar un sentimiento de superioridad. La Bruja Marlboro me ha devuelto la mirada y me ha repasado de arriba abajo.
—He pensado en probarlo yo también.
—¡Buf! —ha resoplado, y se ha echado a reír. Luego se ha vuelto nuevamente hacia la estatua de Jizo y ha dicho—: Sólo Jizo sabe si vas a triunfar o a fracasar.
Había decidido establecerme allí de inmediato, así que debía decirle que desde esta noche yo estaría en ese lugar, por lo que ya podía ir buscándose otro.
—Me gustaría que me dejaras este sitio a partir de ahora.
La vieja, enfadada, ha arrojado el cigarrillo al suelo. Al hablar, apenas podía controlar la ira.
—¿Qué? ¿Acaso crees que te voy a ceder mi puesto?
—En algún momento, a todo el mundo le toca que lo sustituyan, así es la vida. Además, ya no tienes mucho trabajo, ¿no? —he dicho encogiéndome de hombros—. Te ha llegado la hora de retirarte, ¿no crees?
—Ah, ya veo, y tú has venido aquí para comunicármelo, ¿verdad? Que sepas que todavía tengo un montón de clientes que esperan encontrarme justo aquí.
La Bruja Marlboro se estaba tirando un farol. El sujetador negro no era lo único que su chaqueta transparentaba: también podía ver la piel arrugada de su pecho. Era evidente que aquella mujer debía de tener casi setenta años.
—Pues yo no veo muchos clientes merodeando por aquí —he dicho mientras le señalaba la calle vacía. Ya eran casi las ocho y no había nadie alrededor.
Un hombre joven con ropa blanca de cocina ha salido del restaurante de sushi de enfrente. Nos ha mirado asqueado y luego ha parecido que iba a decir algo pero, cuando la Bruja Marlboro lo ha saludado, él simplemente ha hecho una mueca y ha fruncido los labios. A continuación, ha sacado una manguera de la tienda y ha empezado a regar las plantas y a limpiar el pavimento.
—Tú, no sabes una mierda. Ya verás como los clientes no tardan en venir.
He sacado el carbón de Castro Milds y se lo he ofrecido.
—Mira, te doy estos cigarrillos si me dejas el puesto a mí.
La Bruja Marlboro ha levantado los ojos, cuyas pestañas estaban cargadas de rímel, y ha observado el tabaco.
—No me jodas, niñata, no puedes comprarme con un miserable cartón de tabaco. Aquí tengo una posición, ¿entiendes?, un cuerpo por el que los hombres pagan para ver. Tengo algo que tú no tienes. ¿Quieres verlo? De hecho, no me importa si quieres o no, te lo voy a mostrar de todos modos.
La Bruja Marlboro se ha bajado entonces la cremallera de la chaqueta dejando al descubierto el sujetador negro y su carne fétida. Luego me ha agarrado por la muñeca y me ha obligado a cogerle un pecho. Yo me he resistido, pero la Bruja Marlboro era mucho más fuerte de lo que esperaba. En cualquier caso, demasiado fuerte para mí.
—¡Para!
—No, no voy a parar. Te he dicho que te lo voy a mostrar y eso es lo que voy a hacer. Venga, tócame.
La vieja ha apretado mi mano contra el costado derecho de su sostén. La he mirado horrorizada. En vez de un pecho caído, lo que tenía era una bola de tela a modo de relleno. Luego me ha llevado la mano a la parte izquierda del pecho y allí he encontrado la blandura que esperaba encontrar, una carne cálida y mórbida que al apretarla parecía desparramarse por todas partes.
—¿Lo entiendes ahora? Me falta el pecho derecho; lo perdí hace diez años a causa de un cáncer. Y desde entonces estoy aquí. Al principio me sentía nerviosa, avergonzada, pensaba que ya no era una mujer. Pero he encontrado bastantes clientes a los que les gusto precisamente porque me falta un pecho. ¿Qué te parece? ¿Lo ves raro? ¿Lo entiendes? No, no creo que lo entiendas, ¿cómo podrías entenderlo? Pero así funciona este negocio y, por eso, no voy a cederte este lugar. Aquí es donde vienen los hombres que quieren a una mujer con un solo pecho. ¡Y vaya si vienen! De todas formas, tú estás muy flaca. Puede que seas más joven que yo, pero eres demasiado joven como mujer, y demasiado joven aún para estar bajo la estatua de Jizo. Además, todavía tienes de todo. Si crees que puedes superarme en algo, me gustaría que me mostraras algo que no tengas.
La Bruja Marlboro ha hablado como si hubiera ganado esa batalla. He sacado mi tarjeta de empresa.
—Pues échale un vistazo a esto.
—¿Qué es?
—Es mi tarjeta de empresa.
—No puedo leer sin gafas. —Aun así, ha cogido la tarjeta y ha entornado los ojos—. ¿Qué dice?
—Dice: «Kazue Sato, subdirectora del Departamento de Investigación, Arquitectura e Ingeniería G.» Ésa soy yo.
—Bueno, no está mal, ¿no? Es una empresa puntera, ¿verdad? Pero si de verdad eres una de las directoras, ¿por qué diablos quieres entrometerte en mi zona? Además, te he pedido que me enseñes algo que no tengas, porque de eso seguro que estás orgullosa, ¿no?
—No estoy orgullosa. Es sólo que no sé qué otra cosa enseñarte.
De verdad no lo sabía. De alguna forma no podía explicar que mis logros académicos, el orgullo que siento ahora, la empresa que debería fundamentar mi identidad tenían algo que ver con el pecho que le faltaba. Pero me parece que de lo que más orgullosos estamos y lo que más nos avergüenza son los lados de una misma moneda, que nos martiriza y nos anima a la vez.
La Bruja Marlboro ha encendido un cigarrillo. Luego he visto que un hombre con un traje gris, camisa blanca y zapatos negros se acercaba a nosotras. Parecía un trabajador de la periferia. Incluso las cejas le colgaban.
—Hagamos un trato —he dicho—. Quien se lleve a ese hombre se queda en la estatua.
—Perfecto, es uno de mis clientes habituales.
La Bruja Marlboro se ha reído como si ya me hubiese ganado.
—¡Oye! —le ha gritado el hombre.
Nadie pasaba nunca por allí, así que cualquier mujer que estuviera esperando era una presa fácil. Por extraño que resulte, parecía que la Bruja Marlboro tenía una cantidad sorprendente de clientes regulares. Ésa era precisamente la razón por la que yo quería ese lugar.
—Eguchi —ha dicho ella.
—¿Cómo estás esta noche?
El hombre me ha mirado sin sonreír. Decidida a no perder la apuesta, yo me he insinuado a él.
—¿Te apetece pasar un buen rato?
—¿Quién es?
—Una chica nueva. No he tenido el valor de echarla —ha respondido la Bruja Marlboro mientras se colocaba bien la peluca.
—¿Qué me dice, señor Eguchi?
El hombre ha fruncido las cejas caídas y ha considerado la idea. Debía de rondar los sesenta. La Bruja Marlboro, pensando que había ganado la apuesta, se ha reído y ha dicho:
—Es muy insistente.
—Te haré un descuento —he espetado sin pensarlo.
Eguchi ha contestado de inmediato:
—En ese caso, me quedo contigo.
La Bruja Marlboro, enfurruñada, ha cogido su bolso.
—Eres un maldito cabrón, Eguchi. Ella no tiene lo que yo tengo, ya sabes.
—Bueno, no viene mal variar de vez en cuando.
Lo había logrado. Le he dado el cartón de tabaco a la Bruja. Ella lo ha cogido resignada, pero luego ha sonreído. Eso me ha molestado.
—¿Qué te resulta tan divertido?
—Nada. Ya lo verás… —ha susurrado para sí.
«Ya deberías saberlo, vieja puta, es hora de que te retires —me he dicho—. ¡Ja! ¡He ganado!»
—Puedes quedarte hasta que vuelva —le he dicho cortésmente mientras cogía del brazo a Eguchi. Para su edad, su brazo era ancho y musculoso.
—Podemos ir allí, es un lugar barato y está bien —ha dicho Eguchi señalándome el hotel al que había ido con Arai.
Era el más barato de la zona, y parecía que Eguchi conocía bien el camino.
—¿Cuánto tiempo llevas haciendo la calle?
—Hoy es mi primer día. Me he apropiado del puesto de la Bruja Marlboro, así que espero que sigas viniendo.
—Veo que eres rápida. ¿Cómo te llamas?
—Yuri.
Hemos seguido hablando hasta subir al ascensor. Eguchi me miraba con unos ojos llenos de curiosidad. Eguchi, Yoshizaki, Arai…, todos eran iguales. Y ahora eran mis clientes. Me he puesto de muy buen humor al ver que se me daba muy bien ese negocio.
Nos han asignado la misma habitación a la que fui con Arai. Sólo han pasado unos días, pero he abierto el grifo de la bañera como si nunca hubiera estado allí y he sacado una cerveza del mini-bar y dos vasos. Eguchi me ha observado mientras hacía todo eso. No parecía muy contento.
—Deja eso ahora y ayúdame a quitarme la ropa.
—Sí, enseguida.
Al mirarlo, sorprendida, me he dado cuenta de que estaba enfadado; se había puesto rojo. Quizá iba a ser un cliente difícil. ¿Y si era peligroso? He intentado recordar la lista de hombres problemáticos de la agencia.
—¡Date prisa! —me ha gritado.