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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

Grotesco (63 page)

Al final me reconoció a pesar del disfraz; parecía hablarme con condescendencia. Incapaz de controlar mi ira, le propiné un empujón y mi mano se hundió de inmediato en su carne blanda.

—¡Exacto! Soy Kazue. Te ha llevado un buen rato. Éste es mi sitio, ¿sabes? No puedes buscar clientes aquí.

—¿Tu sitio?

Valiente estúpida. Todavía no había deducido qué hacía yo allí. No me podía creer que de verdad existiera alguien tan obtuso. ¿Era tan difícil entender que yo fuera prostituta?

—Soy puta.

—¿Tú? ¿Por qué?

—Bueno, ¿y tú?

Mi respuesta la sorprendió tanto que casi se tambaleó. Se lo pregunté de nuevo:

—Dime, ¿por qué?

Era una pregunta con trampa. Desde el primer ciclo de secundaria, Yuriko se había abierto camino en la vida jugando con los hombres. Una fulana como ella habría sido incapaz de sobrevivir sin hombres. Yo, en cambio, era un chica inteligente que no habría tenido ningún problema en vivir alejada del género masculino. Aun así, allí estábamos las dos, trabajando como prostitutas frente a la estatua de Jizo. Dos corrientes fluyendo en la misma dirección. Pensé que era cosa del destino, y eso me hizo sentir bien.

—¿Crees que podrías dejarme usar este lugar las noches en las que no trabajes? —me pidió Yuriko.

Estaba claro que yo no podía estar allí los trescientos sesenta y cinco días del año. No importaba lo delicada que se volviera mi situación en la empresa, no iba a dejarla por nada: necesitaba el sueldo para mantener a mi madre. Además, era preferible cederle el puesto a Yuriko antes de que una desconocida me lo robara cuando yo no estuviera. Y, luego, siempre habría la cuestión de los
yakuzas
. Temía que siguieran acosándome para que les pagara por la protección. Mientras miraba el físico corpulento de Yuriko, empecé a urdir un plan.

—¿Quieres que te deje usar mi sitio?

—¿Te importa?

—No, pero con una condición. —La cogí del brazo—. No me importa que uses mi sitio cuando no estoy aquí, pero tienes que vestirte igual que yo, ¿de acuerdo?

Las noches que no pudiera ir, Yuriko haría la calle por mí, como si fuera yo. Pensé que había sido una idea brillante.

6

3 de diciembre

Shibuya: Extranjeros (?) 10.000 ¥

E
l día después de encontrarme con Yuriko hemos tenido un tiempo primaveral y suave. Es difícil encontrar clientes mientras luchas contra los vientos helados de diciembre; la temperatura glacial congela las emociones románticas. Es mucho más fácil cuando hace calor y el cliente está de buen humor, así que, al ver que hacía buen tiempo, he pensado que ésta sería una buena noche. Uno de los aspectos interesantes de trabajar en la calle es ver cómo el tiempo y el humor afectan al negocio. Cada día es diferente. Cuando trabajaba para la agencia de contactos nunca tuve la posibilidad de darme cuenta de eso.

Me he dirigido hacia la estatua de Jizo de buen humor, tarareando una canción. Al llegar he esperado a Yuriko. No estaba del todo segura de que apareciera. ¿Qué demonios pensaba esa chica? No podía imaginármelo. Cuando estaba en el primer ciclo de secundaria destacaba sobre todos los demás. Era tan hermosa que resultaba muy difícil acercarse a ella. Además, como siempre tenía la mirada perdida, fija en el vacío, parecía aún más inaccesible. Yo estaba demasiado intimidada para hablar con ella; no porque pensara que no estaba a su altura, sino porque me parecía una persona muy enigmática.

Sólo hablaba si alguien le preguntaba, de lo contrario, no abría la boca. Ella era así. No me atraía lo más mínimo, y odiaba su mirada de autocomplacencia seria. Pero la popular Yuriko se había convertido en un adefesio al hacerse mayor. El destino la perseguía y la consumía. Con el tiempo se igualaban las reglas del juego. Al hacerme mayor, yo había ganado en autoestima y superioridad y, comparada con la pobre y solitaria Yuriko, yo tenía un empleo magnífico en una empresa importante. Supongo que el hecho de que hubiera sido educada en una familia decente tenía algo que ver. Mientras estaba allí pensando eso, me han entrado ganas de reír. ¡Una familia decente! Menuda farsa. Todo eso se había venido abajo.

—Santo Jizo, ahora soy una persona completamente diferente, y soy muy feliz.

Con una enorme sonrisa en la cara mientras miraba la estatua de Jizo, mi corazón casi explotaba de alegría. He rebuscado en el bolsillo una moneda de diez yenes, la he dejado frente a la estatua y he rezado con las manos juntas:

—Santo Jizo, por favor, haz que vengan cuatro clientes esta noche. Ésa es la meta que me he propuesto. Por favor, haz lo que esté en tu mano para ayudarme.

Antes de que pudiera acabar mi plegaria, dos estudiantes han empezado a caminar en mi dirección desde la estación de Shinsen, hablando entre sí en voz baja. Me he vuelto nuevamente hacia Jizo:

—Oye, eso ha sido rápido. Un millón de gracias. Los estudiantes me han visto de pie en la oscuridad y me han observado como si hubieran visto a un fantasma. Yo he llamado su atención.

—Eh, chicos, ¿no queréis divertiros un poco? —Han parecido animarse y se han dado algunos golpes con el codo—. Venga, será divertido. Pasemos un buen rato.

Eran jóvenes… Me han mirado con asco y han dado media vuelta. Al parecer, no sólo me desprecian los compañeros de trabajo. Entonces he recordado cómo todo el mundo que conozco evita mi mirada. Incluso mi madre y mi hermana, todo cuanto tienen que hacer es mirarme y empiezan a poner mala cara. Da la impresión de que cualquiera que me mira no puede hacer otra cosa más que apartar la vista.

¿Estoy empezando a rebasar los límites? Ignoro cuál es la impresión que causo en los demás. He echado a andar detrás de los chicos.

—Divirtámonos, venga. Os lo haré a los dos. Podemos ir a un hotel; os lo dejo por quince mil yenes, ¿qué me decís?

Ambos se han quedado mudos y casi han echado a correr cuando me han visto detrás de ellos. Parecían conejos asustados en busca de una madriguera. Luego, alguien ha dicho:

—¿Os apetece probar conmigo? Primero uno y después el otro.

No podía creerlo. Una mujer vestida igual que yo intentaba cerrarles el paso con los brazos en cruz. Ellos, muy sorprendidos, se han detenido en seco.

—Os haré un precio mejor: cinco mil cada uno.

La peluca negra le llegaba hasta la cintura. Vestía una gabardina Burberry como la mía, zapatos de tacón negros y un bolso marrón. Los ojos los llevaba pintados con sombra azul, los labios de un rojo vivo. Era Yuriko. Los chicos, presas del pánico, la han esquivado y han echado a correr. Ella los ha observado huir, luego ha dado media vuelta y ha dicho, encogiéndose de hombros:

—Se han marchado.

—Pues claro, los has asustado.

Yo estaba enfadada, pero a Yuriko no parecía importarle.

—No importa. La noche es joven. ¿Qué opinas, Kazue? ¿Me parezco a ti?

Yuriko se ha abierto la gabardina y he podido ver que llevaba un vestido barato de color azul. Se parecía al que yo llevaba. Me he fijado en la gruesa capa de maquillaje de su rostro: parecía un payaso. Era espantoso. ¿Así era yo? Me he puesto furiosa.

—¿A ti te parece que yo voy así?

—Pues sí. Creo que podría ser tu doble, Kazue.

—Pues no importa lo guapa que tú fueras antes, porque ahora eres una horrible bola de sebo.

Yuriko se ha reído burlonamente y me ha observado con desprecio, de la misma forma que lo hacen los extranjeros.

—Puedes reírte cuanto quieras, pero tú no eres mucho mejor —ha dicho.

—¿Qué quieres decir con eso? —he preguntado yo—. ¿No parezco una ejecutiva?

Yuriko me ha mirado distraídamente y ha resoplado.

—No, no lo pareces. Ni una ejecutiva ni una mujer joven. De hecho, ni siquiera pareces una mujer de mediana edad. Tienes el aspecto de un monstruo. Un m-o-n-s-t-r-u-o.

He mirado a Yuriko, mi doble. Ambas éramos monstruos.

—Pues si yo soy un monstruo, tú también.

—Sí, supongo que sí. Ver a un par de putas con el mismo aspecto debe de ser espantoso. Pero, en fin, ya sabes que en este mundo hay hombres a los que les gustan los monstruos. Es raro cuando lo piensas. Por otro lado, supongo que se puede decir que son los hombres los que nos convierten en monstruos. Kazue, ¿te molesta que trabaje aquí? Si va a suponer un problema, me voy frente a la estación de Shinsen.

—De ninguna manera —he respondido con determinación—. La estación de Shinsen está incluida en mi zona. La heredé de la Bruja Marlboro y, si no haces lo que yo te diga, no la compartiré contigo.

—¿La Bruja Marlboro? —ha preguntado mirando la estatua de Jizo, sin un verdadero interés en la respuesta.

—Era la vieja que solía trabajar aquí. Murió justo después de retirarse.

Yuriko ha sonreído. De la comisura de los labios le colgaba un cigarrillo.

—Vaya mierda de lugar. Supongo que moriré asesinada a manos de algún cliente, y tú probablemente también. Eso es lo que ocurre cuando estás en la calle. Cuando aparezca un hombre al que le gusten los monstruos, ése será que el acabe con nosotras: contigo y conmigo.

—¿Por qué diablos piensas eso? ¡Has de tener una actitud más positiva!

—No creo que tenga una actitud negativa —ha dicho Yuriko negando con la cabeza—. Después de prostituirme durante veinte años, he llegado a conocer a los hombres. O tal vez debería decir que he llegado a conocernos a nosotras. En el fondo, un hombre odia a una mujer que vende su cuerpo, y cualquier mujer que venda su cuerpo odia a los hombres que están dispuestos a pagar por él. Si juntas a dos personas que albergan todo ese odio, sin duda una acabará con la otra en algún momento. Yo me limito a esperar ese día. Cuando llegue, no pienso luchar. Sencillamente, dejaré que me maten.

Me he preguntado si Yoshizaki y Arai me odiaban. ¿Y el sádico de Eguchi? No podía comprender el punto de vista de Yuriko. ¿Había visto el futuro? ¿Había echado un vistazo al infierno que le esperaba? Para mí iba a ser diferente, ¿no? A menudo disfrutaba vendiendo mi cuerpo, aunque es verdad que había veces en las que no era más que un plan miserable para ganar dinero.

Las luces de neón en los hoteles del amor se encendían y se apagaban. En ese momento, el perfil de Yuriko ha flotado en la oscuridad como una especie de rostro celestial y me he acordado de nuevo de la belleza etérea que poseía en el instituto. Era como si hubiera viajado en el tiempo.

—Yuriko, ¿de verdad odias a los hombres? Siempre pensé que te gustaban tanto que nunca tenías suficiente.

Yuriko me ha mirado y, cuando he visto su cara de frente, me ha vuelto a parecer la regordeta mujer de mediana edad que es ahora.

—Odio a los hombres pero me encanta el sexo. Para ti es al revés, ¿verdad, Kazue?

No lo sabía. ¿Me encantan los hombres y odio el sexo? ¿Hago la calle sólo para estar cerca de ellos? Era una manera equivocada de encararlo. La pregunta de Yuriko me había sorprendido.

—Si tú y yo fuéramos una sola persona, entonces sería perfecto. Podríamos vivir una vida suprema. Pero, por otra parte, si lo que uno quiere es tener una vida perfecta, lo mejor es no nacer mujer. —Yuriko ha tirado la colilla al suelo con desprecio—. En fin, ¿cuándo me dejarás trabajar en tu puesto, Kazue?

—Ven cuando ya me haya ido a casa. El último tren a Fujimigaoka es a las doce y veintiocho; tengo que irme un poco antes para cogerlo. Si quieres venir después de que me haya ido, ningún problema. Puedes quedarte el resto de la noche si lo deseas.

—Eres muy amable, muchas gracias —ha dicho ella con sarcasmo.

Se ha marchado hacia la estación de Shinsen con la gabardina ondeando al viento. Enojada, he alzado los ojos para mirar la estatua de Jizo. He sentido que la presencia de Yuriko me había ensuciado, tanto a mí como el suelo que pisaba.

—Santo Jizo, ¿de verdad soy un monstruo? ¿Cómo es que me he convertido en un monstruo? Por favor, respóndeme.

El Jizo se ha negado a hablar. He levantado los ojos al cielo nocturno. Los anuncios de neón de Dogenzaka teñían el cielo de rosa, se oía soplar el viento y cada minuto que pasaba hacía más frío. Al ver las copas de los árboles zarandeándose, se ha esfumado el buen humor que antes tenía. El aire se había llenado de un frío punzante. «Cuando aparezca un hombre al que le gusten los monstruos, ése será el que acabe con nosotras: contigo y conmigo.» La profecía de Yuriko resonaba una y otra vez en mi cabeza, pero yo no tenía miedo. No temía a los hombres, temía el monstruo en el que me había convertido. Me preguntaba si alguna vez podría volver a mi antiguo yo.

Luego he oído una voz detrás de mí.

—¿Esa estatua es de un dios?

Incómoda porque me habían cogido desprevenida, me he ajustado la peluca y me he dado media vuelta. Un hombre vestido con unos vaqueros y una chaqueta negra de piel estaba allí de pie. No era especialmente alto, pero sí musculoso. Aparentaba unos treinta y cinco años, así que me ha recorrido una oleada de emoción. Últimamente, mis clientes o bien son viejos o bien vagabundos.

—Estabas rezando, ¿no? He dado por supuesto que se trataba de un dios.

Era extranjero. He salido de la oscuridad para examinarlo mejor. Su pelo empezaba a clarear pero aún conservaba el atractivo. Parecía que podía ser un buen cliente.

—Un dios, sí. Es mi dios.

—¿En serio? Pues sin duda tiene una cara bonita. Paso por aquí bastante a menudo y siempre me he preguntado de quién era la estatua.

Hablaba de manera clara y correcta, muy tranquilo, pero me costaba un poco entender lo que decía.

—¿Vives cerca de aquí?

—Sí, en un edificio de apartamentos cerca de la estación de Shinsen.

Podíamos ir a su habitación y ahorrarnos el coste del hotel. He empezado a calcular mentalmente. No parecía darse cuenta de que yo era una prostituta. Con curiosidad, ha seguido preguntándome:

—¿Por qué rezabas?

—Le estaba preguntando si me parecía o no a un monstruo.

—¿Un monstruo? —Mi respuesta le ha sorprendido y ha escrutado mi rostro—. A mí me pareces una mujer hermosa.

—Gracias. En ese caso, ¿quieres pagar por mí?

Perplejo, el hombre ha retrocedido unos pasos.

—No puedo. No tengo mucho dinero.

Ha sacado del bolsillo un billete bien doblado de diez mil yenes. Yo he observado su cara, que parecía sincera, intentando discernir qué clase de hombre era. Según mi experiencia, hay dos clases de clientes. La mayoría son fanfarrones, ocultan sus verdaderos sentimientos y dicen una mentira detrás de otra. Actúan como si tuvieran dinero y fingen querer gastarlo. Pero, de hecho, están a dos velas y has de andar con cuidado para que no se aprovechen de ti. Sin embargo, siguen el juego, son mentirosos y esperan que una finja estar enamorada de ellos. Luego están los sinceros, pero éstos son mucho menos comunes. Desde el principio dicen que no tienen mucho dinero, y negocian el precio con tesón. Por regla general, sólo quieren sexo y no les interesa el amor, la pasión ni nada de eso. A mí no se me dan muy bien los sinceros, la verdad. Soy una prostituta a la antigua usanza.

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