Guerra y paz (125 page)

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Authors: Lev Tolstói

Tags: #Clásico, Histórico, Relato

Todavía se podría discutir la dependencia de causas generales y espontáneas de cualquier otra actividad social del hombre, pero no de la bélica, porque la actividad bélica es el aspecto humano más opuesto al aspecto moral. Estamos acostumbrados a hablar de la guerra como si se tratara de una noble actividad. Los zares visten uniforme militar. Se tacha a los militares de benefactores del género humano, de genios y se les glorifica muchísimo más que a Sócrates y a Newton. El sueño de los muchachos es la guerra, el mayor honor bélico. ¿Y qué es necesario para comandar adecuadamente una guerra? Para ser un genio es necesario:

  1. Víveres: saqueo organizado.
  2. Disciplina: despotismo bárbaro, la mayor constricción de la libertad.
  3. Habilidad para conseguir información: espionaje, mentira, traición.
  4. Habilidad para aplicar las astucias bélicas y la mentira.
  5. ¿Qué es la propia guerra? Asesinato.
  6. ¿A qué se dedican los militares? A holgar.
  7. Sus costumbres: borracheras y libertinaje.

¿Hay algún vicio, algún mal aspecto de la naturaleza humana que no entre en las condiciones de la vida militar? ¿Por qué se valora tanto el grado militar? Porque es el poder supremo y alrededor del poder siempre hay aduladores.

Esa es la razón por la que la actividad bélica es la que más sujeta está a las leyes inevitables y del hormiguero que guían al género humano y que tanto más priva de cualquier voluntad propia y de cualquier noción de finalidad cuantas más personas estén vinculadas con el desarrollo general del asunto. Tanto más rápido gira la rueda a cada empujón cuantos más radios hay dentro de ella. Hoy en día los que movían las ruedas en 1812 ya hace tiempo que dejaron sus puestos, las ruedas fueron destrozadas y los resultados están ante nosotros y por lo tanto para nosotros está claro que ni un solo hombre por muy alto que estuviera (ni Napoleón, ni Alejandro) tenía ni la más mínima idea acerca de lo que iba a ocurrir y que pasó exactamente lo que tenía que pasar. Napoleón aguardaba la guerra desde Wilno, Alejandro no podía admitir la rendición no ya de Moscú, sino del propio Smolensk. Ahora vemos claro cuáles fueron las causas del éxito del año 1812. Yo pienso que nadie discutirá que el éxito dependió de que se atrajera a Napoleón hacia las profundidades de Rusia, de la quema de las ciudades y la exaltación del odio hacia el enemigo. Y no solo nadie vio esos medios (no me refiero a las diversas alusiones de la carta de Alejandro a Bernardot y a las diversas alusiones de los contemporáneos, que realmente recogen inconscientemente esas suposiciones de todo lo que se había hablado y pensado y se olvidan de que estas suposiciones son una por cada cien mil de las otras suposiciones contradictorias. Ellos no hablan de la evidencia contraria, sino solamente de las suposiciones confirmadas por lo sucedido. Es un truco que justifica las premoniciones y las predicciones).

Así que no solamente nadie veía eso entonces sino que, bien al contrario, todas las fuerzas estaban concentradas en impedirlo, es decir, en impedir la entrada del enemigo en el interior de Rusia y la exaltación del sentimiento nacional. Y las fuerzas dirigidas en su contra, sin darse ellas mismas cuenta, actuaban en su provecho. Napoleón entró en Rusia con un ejército de 500.000 soldados. Todos le temen por su capacidad de pelear en las batallas decisivas. Nosotros partimos en pequeños pedacitos nuestro débil ejército y mantenemos los planes de Pful. Nuestro ejército está dividido. Nos afanamos por reunirlo y para su reunión es necesario retirarse. E involuntariamente, describiendo un ángulo agudo con los dos ejércitos, conducimos a Napoleón a Smolensk. Tenemos la intención de plantar batalla frente a Smolensk y nosotros mismos nos vemos rodeados y tenemos que incendiar Smolensk. Incendiamos Smolensk pero no de tal modo que pusiéramos al ejército en peligro ni de modo que no engañáramos a los habitantes que perecieron entre los muros de Smolensk y la quemaron. Todo esto se hace contra las indicaciones superiores, todo esto deriva de complicados juegos, intrigas, fines, planes, deseos, que se contradecían los unos a los otros y que no preveían lo que debía suceder y lo que era la única salvación. Pful abandona, maldiciendo, diciendo que toda la historia se va al demonio y que no puede comprender el absurdo de dividir el ejército de acuerdo con su plan y después abandonar ese plan. El emperador abandona el ejército a causa de la carta de Shishkov, Arakchéev y Balashov en la que le instan a marcharse a la capital bajo la muy adecuada excusa de la imperativa necesidad de su presencia allí para infundir ánimo al pueblo. Y en esto reside la esencia del asunto. Los generales están desesperados porque el ejército está fraccionado y porque no hay un solo poder, dado que Bagratión es el que ostenta el más alto rango, pero es Barclay el ministro de la Guerra, pero de esta confusión y desmembramiento resulta una indecisión y una omisión de la batalla que no podría haberse mantenido de encontrarse todo el ejército reunido. La elección del nada nacionalista e insignificante Barclay como comandante en jefe parece un error y una desgracia pero eso fue lo que salvó el ejército y elevó los ánimos...

Todo parece evidente para nosotros, los descendientes, pero estaba oculto como la piedra de moler para el caballo que hace que esta muela. Y para que se hiciera realidad este fin predestinado se utilizan maquinistas invisibles que se sirven de todo: vicios y virtudes, pasión y debilidad, fuerza e indecisión. Todas las acciones en realidad llevan a la humanidad hacia un fin común.

Después de la partida del emperador la situación de los mandos del ejército se embrolló aún más aunque pareciera imposible. Cuando él se encontraba allí todos sentían cuál era el centro del poder, aunque fuera indefinido y confuso, pero entonces ni siquiera eso existía. Barclay podía (e incluso esto era discutible) dar órdenes en nombre del emperador, pero Bagratión actuaba independientemente, era superior en graduación y podía no hacerle caso, exactamente igual había que solicitar a Chíchagov y Tormásov. También estaba allí todo el enjambre de personas superfluas y por lo tanto dañinas, generales ayudantes de campo del emperador, todos opinando y aumentado la confusión. Pful y Armfeld se marcharon, pero Bennigsen, el general superior y el tsesarévich estaban en el ejército. El tsesarévich había vuelto a Smolensk desde Moscú y había expresado su odio hacia Barclay y ahora cuando ya no se podía hablar de paz no había persona en el mundo a la que él no contradijera y a Barclay en particular lo contradecía en todo. Barclay abogaba por la precaución, el tsesarévich hacía insinuaciones sobre traición y exigía plantar batalla general. Liubomirski, Branitski, Vlodski y otros, avivan de tal modo esos rumores que Barclay se ve en la necesidad de encargarles que lleven unos papeles al emperador en San Petersburgo y prepara unos papeles aún más necesarios para que los lleven Bennigsen y el Gran Príncipe. Incluso cada uno de aquellos que no contradecían directamente al comandante en jefe tenía su propio plan y su proyecto y hacían todo lo posible para que los planes de su adversario no se cumplieran. Uno recomendaba plantar batalla, otro hacía que iba a realizar un reconocimiento y en lugar de eso se iba a visitar a un comandante de cuerpo cercano a ese lugar y al volver decía que había visitado el sitio y que no valía, cuando a sus adversarios les parecía completamente factible. Los chistes, las burlas, las discusiones se cruzaban, como un tiroteo. Bagratión tardó mucho tiempo en unirse al resto de las tropas a pesar de que este era el objetivo principal de todos lo mandos. A él le parecía que con esta marcha ponía en peligro su ejército y que lo más cómodo para él era retirarse a la izquierda y hacia el sur e inquietando al enemigo por el flanco y la retaguardia, reclutar más tropas en Ucrania. Él pensaba así, pero en esencia solamente estaba buscando excusas para no someterse a las órdenes del alemán Barclay al que odiaba y a quien superaba en grado.

Finalmente en Smolensk se reunieron los ejércitos. Bagratión se acercó en coche a la casa que ocupaba Barclay. Este (por este acto fue alabado por sus escasos adeptos) se puso la banda, salió al encuentro de Bagratión y le dio el parte. Bagratión expresó su satisfacción y se puso a las órdenes de Barclay, pero al ponerse a sus órdenes estaba aún menos de acuerdo con ellas. Él mismo se lo transmitió al emperador. Parecía que los dos comandantes en jefe se iban a entender cuando se encontraran, pero el enjambre de los Branitski, Witzengerod y otros como ellos envenenaron aún más sus relaciones, con lo que hubo aún una menor unidad. Una vez reunidos los ejércitos deseaban atacar, y resultó necesario plantar una inesperada batalla en Smolensk para salvar sus comunicaciones.

El supremo maquinista mientras tanto le obligaba a retrasarse en esa rueda para que el ejército se reuniera en Smolensk y para que Smolensk fuera incendiado y destruido. Eso era necesario para elevar el sentimiento nacional.

Desde el 1 de agosto buscábamos plantar batalla enfrente y a la derecha de Smolensk, las tropas fueron hacia allá por dos veces y las dos veces retrocedieron, pero durante el tiempo que duró esa indecisión y las discusiones, los franceses —cosa que no sabíamos— querían rebasarnos por el flanco derecho y habiendo tomado Smolensk cortarnos el camino hacia Moscú. De forma totalmente inesperada el 3 de agosto la división Nevérovski tropezó y fue atacada por toda la vanguardia de Murat, tuvo que replegarse, batalló durante todo el día y al retirarse condujo a los franceses hacia la misma Smolensk. Un día antes de que eso pasara era impensable no solo que los franceses pudieran tomar Smolensk sino que les hubiéramos dejado acercarse a él. Se envió para quemar Smolensk al cuerpo Raevski. Durante todo el 4 de agosto se plantó batalla, pero los franceses no dispararon sobre la ciudad. El quinto cuerpo de Dójturov y Evgueni Viurtembergski fue enviado para reemplazar a Raevski, y el 5 de agosto Napoleón dijo: —Tomaremos este villorrio o todo el ejército perecerá —y comenzaron las descargas de ciento cincuenta cañones sobre el ejército y la ciudad y dio comienzo el ataque de los franceses. Pero ni el villorrio fue tomado ni todo el ejército pereció. Al día siguiente Barclay ordenó la retirada a Dójturov y fue precisamente entonces cuando Bennigsen y el Gran Príncipe intentaron hacer comprender a Barclay que las tropas estaban insatisfechas y que era necesario luchar, y en ese momento fue cuando en el cuartel general de Barclay se encontraron finalmente esos importantísimos documentos que el comandante en jefe no podía confiar a otro para que los llevara a San Petersburgo sino al mismísimo hermano del emperador.

II

E
L
anciano príncipe se iba debilitando día a día tras la partida de su hijo, como advirtió su hija, pero a los ojos indiferentes del servicio y de los conocidos parecía aún más firme y energético que antes. Comenzó a cambiar todas sus costumbres.

La noche que siguió a la partida de su hijo estuvo paseando por su despacho durante mucho rato, después, a las once de la noche, abrió la puerta y comenzó a pasear por la sala. En la sala se sentó al lado de un pequeño armario y abrió la ventana para mirar el jardín, después pidió que le llevaran una vela y ahí se puso a leer y después ordenó a Tijón que le preparara un camastro en esa misma sala. Al día siguiente estuvo durmiendo por la mañana, por la tarde anduvo mucho rato dando órdenes incesantemente y por la noche comenzó de nuevo a pasear por la habitación y de nuevo ordenó que le hicieran la cama no ya en la sala sino en la galería. Así vivía cambiando sin cesar de sitio donde dormir sin evidentemente saber qué hacer ni dónde ni cuándo hacerlo pero constantemente apresurándose y sin alcanzar a pensarlo y hacerlo todo. Durante todo ese tiempo no discutió en absoluto con la princesa María, pero mantenía hacia ella una constante frialdad que la princesa se explicaba solo como costumbre. A él le resultaba difícil pasar del anterior enfado al cariño. Pero la princesa María pensaba que él deseaba hacerlo pero no se atrevía. A finales de julio recibieron una carta sobre la ocupación de Vítebsk y la batalla de Ostrov. Después de leer la carta tomó el té con la princesa María y Bourienne y conversó animadamente sobre la batalla del Danubio. Al final de la conversación él comentó por alguna razón lo rápido que había llegado la carta del príncipe Andréi desde la frontera. La princesa María cogió la carta y leyó: «aldea Grádnik de la provincia de Vítebsk».

—Ahora deben estar en Wilno. Bonaparte irá hacia la izquierda, no hay nada de que preocuparse.

El príncipe se levantó, ordenó a Tijón que extendiera el mapa y comenzó a hacer cálculos sobre los movimientos del enemigo en los alrededores de Wilno, pasando sus ancianas y nudosas manos por el mapa. Hizo llamar al arquitecto. Todo lo que decía estaba muy bien reflexionado, pero todo se refería al pasado. No había entendido ni podía entender que Napoleón ya estaba en Vítebsk.

Ya hacía tiempo que la princesa María había advertido que últimamente el príncipe no entendía lo que le decían, que él tenía sus propios pensamientos y que si preguntaba o se enteraba de algo nuevo lo sometía a su propio entendimiento. La princesa María intentó recordarle Vítebsk, pero él la miró con tanto enfado, desprecio y seguridad en sí mismo que le asaltó la duda de si la equivocada era ella. Mientras estaban ocupados con el mapa llegó Alpátych. El príncipe fue rápidamente al despacho, habiendo marcado con chinchetas algunos sitios en el mapa y se sentó en el buró. A Alpátych, que estaba cercano a partir, había que darle innumerables instrucciones y al príncipe le parecía que nadie podía sustituirle en esa tarea.

—Papel de cartas. Fíjate que sea este del canto dorado; aquí tienes una muestra. Después dile a ese miserable del abogado que me entregue todos los papeles. —«Cuando yo falte ellos lo embrollarán todo —pensaba él—. Lysye Gory será dividida.» Después era necesario comprar crespón negro para un retrato, después había que encargar una cajita de mimbre para guardar el testamento. Alpátych recibía las órdenes, pero se sorprendía porque el príncipe nunca se refería a todo de una manera tan detallada, puntillosa y apresurada. Cuando Alpátych hubo salido, el príncipe guardó su testamento que había sacado para medirlo y poniéndose las gafas se puso a leer. «Ah, sí, todavía hay que redactar un apartado para el caso de que mi nieto no tenga descendencia.» Pero después de cerrar el buró el príncipe se sintió cansado, comenzó a leer lo anterior y a escribirlo de nuevo. El testamento era muy largo y detallado y el príncipe se sentía tranquilizado al ocuparse de ese asunto que sería de aplicación cuando él no estuviera. Entonces le parecía que todo estaría claro y se dedicaba a ese asunto con especial placer. Ya era tarde cuando el príncipe se levantó de la mesa, tenía sueño, pero sabía que no conseguiría dormir y que cuando estuviera tumbado en la cama le asaltarían los más terribles pensamientos. Recordó otro encargo que debía hacerle a Alpátych: comprar un caballo para el santo de Kolia. Llamó a Alpátych y le contó detalladamente qué tipo de caballo tenía que comprar.

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