Hacia rutas salvajes (30 page)

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Authors: Jon Krakauer

Tags: #Relato

Después de que la crecida del Teklanika frustrase su intento de abandonar el monte, McCandless regresó al autobús. Llegó allí el 8 de julio. Es imposible saber qué debió de pensar en aquel momento, ya que en el diario no proporciona ninguna información al respecto. Es posible que el hecho de que su vía de salida estuviera cortada no le inquietase en exceso. Es más, en aquel momento no tenía demasiadas razones para preocuparse; era pleno verano y el bosque estaba pletórico de vida, de modo que podía abastecerse de comida con regularidad. Quizás imaginase que si aguardaba hasta agosto el nivel de las aguas del Teklanika descendería y podría cruzar el río.

Una vez instalado de nuevo en el corroído cascarón del autobús, volvió a dedicarse a la caza y la recolección. Leyó
La muerte de Iván Ilich
, de Tolstoi, y
El hombre terminal
, de Michael Crichton. Anotó en el diario que había estado lloviendo durante más de una semana. La caza era abundante; durante las últimas tres semanas de julio, su dieta incluyó 35 ardillas, cuatro perdices, cinco arrendajos y pájaros carpinteros, y dos ranas, así como patatas y ruibarbos silvestres, bayas de diversas especies y un gran número de setas. Sin embargo, pese a esta aparente munificencia de la naturaleza, la carne con que se alimentaba era muy pobre en grasa y consumía menos calorías de las que quemaba. Tras subsistir durante tres meses con una dieta muy descompensada, había acumulado un déficit calórico considerable, hasta el punto de encontrarse en el límite mismo de la desnutrición. Y fue entonces, a finales de julio, cuando cometió el error fatal que lo llevaría a la muerte. Había terminado de leer
Doctor Zivago
, una novela que lo incitó a garabatear emocionadas notas en los márgenes y subrayar algunos pasajes:

Lara anduvo a lo largo del terraplén por un sendero trazado por los caminantes y los vagabundos, y luego cruzó los campos por una senda que conducía hacia el bosque. Allí se detuvo y, con los ojos entornados, aspiró el aire impregnado de confusos aromas. Para ella, era un aire mejor que sus padres, y más tierno que el hombre amado y más sutil que cualquier libro. Por un instante el sentido de la existencia se le reveló como algo totalmente nuevo. «Estoy aquí —pensó— para tratar de comprender la terrible belleza del mundo y conocer el nombre de las cosas, y si mis fuerzas no bastan, para engendrar hijos que lo hagan por mí.»

«NATURALEZA/PUREZA», escribió con gruesos trazos en el margen superior de la página.

¡Cuánto deseo a veces escapar del aburrimiento sin sentido de la elocuencia humana, de todas esas frases sublimes, y refugiarme en la naturaleza, en su sonoridad en apariencia tan inarticulada, o en el mutismo de un trabajo largo y agotador, del sueño profundo, de la música auténtica o de una comprensión humana que no necesite palabras, sino sólo emoción!

McCandless rodeó con un círculo la frase «refugiarme en la naturaleza», la marcó con un asterisco y la puso entre paréntesis.

Al lado de otro pasaje («Y así resultó que sólo una vida similar a la vida de aquellos que nos rodean, fusionándose con ella en armonía, es una vida genuina, y que una felicidad no compartida no es felicidad […]. Y eso era lo más irritante de todo.»), anotó: «LA FELICIDAD SÓLO ES REAL CUANDO ES COMPARTIDA.»

Es tentador considerar que esta última anotación constituye la prueba de que su largo período de aislamiento había cambiado de algún modo su forma de ver las cosas. Podría interpretarse en el sentido de que quizás estaba dispuesto a despojarse de la armadura que había construido alrededor de su corazón, de que pretendía abandonar su vida de vagabundo solitario, no rehuir más la intimidad y convertirse en un miembro de la comunidad humana en cuanto regresara a la civilización. Sin embargo, nunca llegaremos a saberlo, porque
Doctor Zivago
fue el último libro que pudo leer.

El 30 de julio, dos días después de finalizar la lectura de la novela, aparece en el diario una entrada alarmante:

«EXTREMA DEBILIDAD. ME FALTA COMIDA. SEMILLAS. TENGO MUCHAS DIFICULTADES PARA PERMANECER DE PIE. ME MUERO DE HAMBRE. GRAN PELIGRO.» Antes de esta anotación no hay nada en las sucesivas entradas que sugiera que la situación de Chris McCandless fuese alarmante. Tenía un aspecto demacrado a causa de la pobreza de su dieta y estaba hambriento, pero su salud no parecía muy quebrantada. Luego, después del 30 de julio, su estado físico sufrió un empeoramiento tan agudo como repentino. El 19 de agosto ya había muerto.

Se han hecho muchas conjeturas sobre las causas que provocaron su rápido final. Durante los días que siguieron a la identificación del cadáver, Wayne Westerberg recordaba vagamente que, antes de partir hacia Alaska, McCandless había comprado algunos paquetes de simientes, que incluían, quizá, patatas de siembra, al parecer porque tenía la intención de sembrar un huerto en cuanto estableciera su campamento base. Según una de las teorías, McCandless nunca llegó a hacerlo —yo no vi ningún indicio de un huerto en las inmediaciones del autobús— y hacia finales de julio pasaba tanta hambre que se comió las patatas de siembra, con lo cual se intoxicó.

Es verdad que las patatas de siembra producen un agente tóxico una vez que han empezado a germinar. Contienen solanina, una sustancia que también se encuentra en las plantas de la familia de la belladona y que causa vómitos, diarrea, cefaleas y somnolencia al cabo de pocos días de ser consumidas. Si se ingiere durante un largo período de tiempo, la solanina termina por afectar el ritmo cardíaco y la tensión arterial. Sin embargo, esta teoría adolece de un defecto: para que McCandless quedara incapacitado debido a la ingestión de patatas de siembra, habría tenido que comer grandes cantidades —como mínimo, varios kilogramos—, lo que es poco probable si se tiene en cuenta el escaso peso de su mochila cuando Gallien lo recogió en la carretera. En el supuesto de que llevase patatas de siembra, no parece verosímil que se tratara de una cantidad suficiente como para envenenarlo.

No obstante, existe una teoría alternativa más plausible basada en una variedad de tubérculo muy distinta. En las páginas 126 y 127 de la guía de plantas comestibles que McCandless utilizaba, la
Tanaina Plantlore
, se describe un tubérculo con una forma parecida a la zanahoria recolectado por los indios dena’ina y conocido en Alaska como patata silvestre. Su nombre botánico es
Hedysarum alpinum
, y crece en los suelos pedregosos de la región.

Según la
Tanaina Plantlore
, «las patatas silvestres son probablemente el alimento más importante de los dena’ina aparte de los frutos salvajes». «Las consumen de múltiples maneras (crudas, hervidas, guisadas o fritas) y les gustan sobre todo maceradas en aceite o manteca, ingredientes que también utilizan para conservarlas.» El artículo dedicado a la patata silvestre explica que la mejor época del año para extraerla «es la primavera, tan pronto como empieza el deshielo […]; durante el verano, las raíces se endurecen y secan».

Priscilla Russell Kari, la autora de la
Tanaina Plantlore
, me contó que «la primavera era una época muy dura para los dena’ina, sobre todo en el pasado», y agrega: «A menudo, la caza de la que dependían para alimentarse escaseaba o el salmón no llegaba a los ríos a su debido tiempo. De modo que las patatas silvestres se convertían en su principal fuente de alimento hasta que la pesca empezaba a ser más abundante a finales de primavera. La patata silvestre posee un sabor muy dulce. Todavía es un alimento muy apreciado por los dena’ina.»

La planta de la patata silvestre tiene un tallo de unos 60 centímetros de altura y unos pedúnculos de los que salen delicadas flores rosáceas que recuerdan a la flor del guisante. Guiándose por la ilustración de la
Tanaina Plantlore
, el 24 de junio McCandless empezó a extraer y consumir los tubérculos de la planta, al parecer sin que le provocaran ninguna reacción adversa. El 14 de julio empezó a consumir también las semillas de las vainas de la planta, similares a las vainas del guisante, quizá porque los tubérculos ya se habían vuelto demasiado duros. No mucho después, tomó una fotografía en la que se lo ve con una bolsa de plástico Ziploc de cinco litros rebosante de semillas de patata silvestre. Unos días más tarde, el 30 de julio, escribió en su diario: «EXTREMA DEBILIDAD. ME FALTA COMIDA. SEMILLAS.»

Después del artículo dedicado a la
Hedysarum alpinum
, la
Tanaina Plantlore
describe en la página siguiente otra planta del mismo género: el guisante silvestre o
Hedysarum mackenzii
. La planta del guisante silvestre es un poco más pequeña, pero su aspecto es tan semejante al de la patata silvestre que incluso los botánicos tienen a veces dificultades para distinguirlas. Sólo existe un rasgo distintivo que permita reconocerlas con absoluta seguridad: el reverso de las diminutas hojas verdes de la planta de la patata silvestre tiene una llamativa nervadura lateral, que en las hojas de la planta del guisante silvestre es invisible.

La guía no sólo informa de las dificultades para distinguirlas, sino que advierte sobre la necesidad de «extremar las precauciones e identificar ambas plantas con exactitud antes de utilizar la patata silvestre como alimento, ya que se ha informado del posible carácter venenoso del guisante silvestre». Los casos clínicos de individuos intoxicados por comer
Hedysarum mackenzii
son inexistentes en la literatura médica contemporánea, pero los indígenas del norte saben desde hace miles de años que el guisante silvestre es venenoso y actúan con prudencia a fin de no confundirlas.

Para hallar un caso de envenenamiento atribuible al guisante silvestre, tuve que remontarme a los anales decimonónicos de las exploraciones del Ártico. Descubrí lo que buscaba en los diarios de sir John Richardson, un famoso cirujano escocés, naturalista y explorador que había formado parte de las dos primeras expediciones de sir John Franklin y había sobrevivido a ambas. Richardson fue el ejecutor material del supuesto caníbal de la primera expedición. También fue el botánico que efectuó por primera vez una descripción científica de la
Hedysarum mackenzii
y la clasificó. En 1848, mientras estaba al mando de una expedición por el Ártico canadiense en busca del por entonces desaparecido Franklin, tuvo la oportunidad de comparar la
Hedysarum alpinum
y la
Hedysarum mackenzii
. En su diario, señaló que la
Hedysarium alpinum
está dotada de unas raíces tuberculosas flexibles y largas, su sabor es dulce, con un regusto a alcohol. Los nativos las comen en abundancia en primavera, pero se vuelve leñosa y pierde su jugosidad y frescor a medida que la estación avanza. La
Hedysarum mackenzii
tiene una forma decumbente, un color rucio y produce más flores, pero es menos elegante y sus raíces son venenosas. Casi mata a una anciana india de Fort Simpson que la confundió con la anterior. Por fortuna, la planta resultó ser emética. La mujer vomitó todo lo que había ingerido y recuperó la salud, aunque durante algún tiempo su restablecimiento pareció dudoso.

No es difícil imaginar a Chris McCandless cometiendo el mismo error que la mujer india y sufriendo una intoxicación similar. A partir de los indicios de que disponemos, no parece arriesgado afirmar que McCandless, impetuoso e imprudente por naturaleza, tomó el guisante silvestre por la patata silvestre y murió como consecuencia de esta confusión. En el reportaje de la revista
Outside
sostuve que la causa de la muerte del muchacho había sido la ingestión de
Hedysarum mackenzii
. Casi todos los periodistas que escribieron sobre la tragedia de McCandless llegaron a una conclusión parecida.

Sin embargo, a medida que los meses pasaron y pude reflexionar con detenimiento sobre su muerte esta hipótesis empezó a parecerme poco creíble. Durante tres semanas, desde el 24 de junio, McCandless había estado extrayendo docenas de patatas silvestres para comérselas, y en ningún caso confundió la
Hedysarum mackenzii
con la
Hedysarum alpinum
. ¿Por qué el 14 de julio sí lo hizo, justo cuando empezaba a recolectar las semillas en lugar de los tubérculos?

Cada vez estoy más convencido de que McCandless fue muy cuidadoso en lo que a evitar la
Hedysarium mackenzii
se refiere y nunca se alimentó de semillas de guisante silvestre ni de ninguna otra parte de esta planta. Es cierto que se envenenó, pero no fue el guisante silvestre la causa de su muerte. Lo que provocó su fallecimiento fue la propia patata silvestre, la
Hedysarum alpinum
, una planta que la
Tanaina Plantlore
identifica sin ningún género de dudas como comestible.

La guía sólo informa de que las raíces tuberculosas de la patata silvestre son comestibles, pero no incluye comentario alguno sobre las semillas. Para ser justos con McCandless, debe mencionarse que no hay ninguna publicación que califique de tóxicas las semillas de la
Hedysarum alpinum
. Una búsqueda pormenorizada en la literatura médica y botánica pone de manifiesto que no existe ni una sola referencia sobre la toxicidad de la patata silvestre en general.

Sin embargo, la familia de las leguminosas (a la que pertenece el género
hedysarum
) incluye numerosos géneros productores de alcaloides, unas sustancias que producen un potente efecto farmacológico en los seres humanos y los animales (entre los alcaloides más conocidos están la morfina, la cafeína, la nicotina, el curare, la estricnina o la mescalina). Además, en las plantas que producen alcaloides, la toxina se localiza exclusivamente en su interior.

«Lo que ocurre con muchas leguminosas es que a finales del verano la planta concentra los alcaloides en la piel de las semillas para evitar que los animales se las coman —explica el doctor John Bryant, profesor de bioquímica de la Universidad de Alaska—. En función de la época del año, no es extraño que una misma planta tenga unas raíces comestibles y unas semillas venenosas. Si una planta produce alcaloides, lo más probable es que a principios de otoño las toxinas se localicen en las semillas.»

Durante mi estancia en el río Sushana recogí ejemplares de patata silvestre que crecían a pocos metros del autobús y envié muestras de las semillas al doctor Tom Clausen, un colega del profesor Bryant en el departamento de Farmacología de la Universidad de Alaska. Todavía no se han realizado análisis espectrográficos concluyentes, pero las pruebas preliminares que realizaron el doctor Clausen y uno de sus ayudantes, Edward Treadwell, indican que las semillas contienen rastros de un alcaloide. Más aún, es muy probable que este alcaloide sea la swainsonina, sustancia bien conocida por granjeros y veterinarios por ser el agente tóxico del astrágalo.

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