Harry Potter. La colección completa (288 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Entonces me han visto, y como saben que te conozco, me han bombardeado a preguntas —le contó con los ojos relucientes—. Y me parece que te creen, Harry, de verdad, ¡creo que por fin los has convencido!

Entre tanto, la profesora Umbridge recorría el colegio parando a los estudiantes al azar, y les exigía que se vaciaran los bolsillos y le enseñaran los libros; Harry sabía que lo que buscaba era ejemplares de
El Quisquilloso,
pero los alumnos le llevaban ventaja: habían embrujado las páginas de la entrevista de Harry para que parecieran fragmentos de libros de texto por si las leía alguien que no fuera ellos, o las habían borrado mediante magia, y esperaban el momento adecuado para leerlas. Al poco tiempo daba la impresión de que todo el alumnado había leído la entrevista.

Los profesores tenían prohibido mencionar la entrevista según el Decreto de Enseñanza n.° 26, por supuesto, pero aun así encontraron formas de expresar lo que opinaban de ella. La profesora Sprout concedió veinte puntos a Gryffindor cuando Harry le acercó una regadera; el profesor Flitwick le puso una caja de ratones de azúcar chillones en las manos al finalizar la clase de Encantamientos, y luego dijo: «¡Chissst!» y se alejó a toda prisa; y la profesora Trelawney lloró como una histérica durante la clase de Adivinación y anunció a la desconcertada clase, y a la profesora Umbridge, que la contemplaba con gesto de desaprobación, que no era cierto que Harry moriría prematuramente, sino que llegaría a ser muy viejo, se convertiría en ministro de Magia y tendría doce hijos.

Sin embargo, lo que hizo más feliz a Harry fue que al día siguiente Cho lo alcanzara por un pasillo cuando él se dirigía a la clase de Transformaciones, y antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando, Cho le cogiera de la mano y le susurrara al oído: «Lo siento muchísimo. Esa entrevista es un verdadero acto de valentía. Me ha hecho llorar.»

Harry lamentó que Cho hubiera llorado por culpa de aquel tema, pero se alegraba mucho de que volvieran a ser amigos, y se puso aún más contento cuando Cho le dio un fugaz beso en la mejilla y se alejó corriendo. Y lo más increíble fue que, en cuanto Harry llegó al aula de Transformaciones, ocurrió algo francamente asombroso: Seamus se separó de la fila para hablar con él.

—Sólo quería decirte que te creo —masculló mirando la rodilla izquierda de Harry con los ojos entrecerrados—. Y que he enviado un ejemplar de esa revista a mi madre.

Y si algo hacía falta para redondear la felicidad de Harry, fue la reacción de Malfoy, Crabbe y Goyle. Los vio con las cabezas juntas a última hora de la tarde en la biblioteca; estaban con un chico enclenque que, según le dijo Hermione al oído, se llamaba Theodore Nott. Giraron la cabeza para mirar a Harry mientras él buscaba por las estanterías un libro sobre desaparición parcial que necesitaba: Goyle hizo crujir los nudillos, como si lo amenazara, y Malfoy le susurró algo sin duda malicioso a Crabbe. Harry sabía perfectamente por qué se comportaban así: él había identificado a sus respectivos padres como
mortífagos
.

—¡Y lo mejor de todo es que no pueden contradecirte porque no deben admitir que han leído el artículo! —dijo en voz baja Hermione, con regocijo, cuando abandonaban la biblioteca.

Por si fuera poco, a la hora de cenar, Luna le informó de que ningún otro número de
El Quisquilloso
se había agotado tan deprisa.

—¡Mi padre está haciendo una reimpresión! —le explicó a Harry con los ojos fuera de las órbitas—. ¡No puede creerlo; dice que a la gente le interesa más esta historia que la de los
snorkacks
de cuernos arrugados!

Aquella noche Harry recibió tratamiento de héroe en la sala común de Gryffindor. Fred y George, con gran osadía, le habían hecho un encantamiento de ampliación a la portada de
El Quisquilloso
y la habían colgado en la pared, de modo que la gigantesca cabeza de Harry presidía la reunión desde lo alto, y decía de vez en cuando cosas como:
«LOS DEL MINISTERIO SON UNOS IMBÉCILES»
o
«CHÚPATE ÉSA, UMBRIDGE»
con voz atronadora. Hermione no lo encontró muy divertido; dijo que le impedía concentrarse, y acabó acostándose temprano de lo fastidiada que estaba. Harry tuvo que reconocer, pasadas un par de horas, que el póster ya no resultaba tan gracioso, sobre todo cuando empezaron a agotarse los efectos del hechizo parlante y sólo gritaba palabras inconexas, como
«CHÚPATE»
y
«UMBRIDGE»
, a intervalos cada vez más frecuentes y con una voz cada vez más alta. De hecho, aquellos gritos comenzaron a producirle dolor de cabeza, y la cicatriz volvía a molestarle mucho. Al final, pese a las exclamaciones de desilusión de los estudiantes que estaban sentados a su alrededor y que le pedían que reviviera su entrevista por enésima vez, Harry anunció que él también necesitaba acostarse pronto.

Cuando llegó al dormitorio lo encontró vacío. Apoyó un momento la frente en el frío cristal de la ventana que había junto a su cama, y eso le alivió un tanto el dolor. A continuación, se desvistió y se metió en la cama con la esperanza de que se le pasara. También estaba un poco mareado. Se tumbó sobre un costado, cerró los ojos y se quedó dormido casi al instante…

Estaba de pie en una habitación oscura con cortinas, iluminada con unas pocas velas, y agarraba con ambas manos el respaldo de una silla que tenía delante. Eran unas manos blancas de largos dedos, como si no hubieran visto la luz del sol durante años, y parecían enormes y pálidas arañas contra el oscuro terciopelo de la silla. Frente a ésta, bajo la luz que proyectaban las velas, estaba arrodillado un hombre que llevaba una túnica negra.

—Al parecer me han aconsejado mal —decía Harry con una voz fría y aguda, cargada de ira.

—Os ruego que me perdonéis, amo —respondía con voz ronca el hombre que estaba arrodillado en el suelo. La luz de las velas se reflejaba en su nuca. Estaba temblando. —No te culpo a ti, Rookwood —afirmaba Harry, que seguía hablando con aquella voz fría y cruel.

Soltaba la silla, pasaba junto a ella y se acercaba al hombre que estaba encogido de miedo en el suelo, hasta situarse enfrente de él en la oscuridad, y miraba hacia abajo desde una altura mucho mayor de la habitual.

—¿Estás seguro de lo que dices, Rookwood? —preguntaba Harry.

—Sí, mi señor, sí… Yo trabajé en el Departamento después…, después de todo…

—Avery me dijo que Bode podría sacarla de allí.

—Bode jamás habría podido cogerla, amo… Bode debía de saber que no podía… Sin duda fue por eso por lo que se defendió tanto contra la maldición
Imperius
que le echó Malfoy…

—Levántate, Rookwood —susurraba Harry.

El hombre arrodillado casi se caía con las prisas por obedecer. Tenía la cara picada de viruela y la luz de las velas daba relieve a las cicatrices. Al ponerse en pie permanecía un poco encorvado, como si se hubiera quedado a media reverencia, y lanzaba miradas aterradas a Harry.

—Has hecho bien contándome eso —decía Harry—. Muy bien… Por lo visto, he malgastado meses urdiendo planes inútiles… Pero no importa, volveremos a empezar. Cuentas con la gratitud de lord Voldemort, Rookwood.

—Sí, mi señor —contestaba éste con voz ahogada y ronca, cargada de alivio.

—Voy a necesitar tu ayuda. Voy a necesitar toda la información que puedas conseguir.

—Por supuesto, mi señor, por supuesto… Haría cualquier cosa…

—Muy bien, ya puedes irte. Envíame a Avery. —Rookwood salía caminando hacia atrás, haciendo reverencias, y desaparecía por una puerta.

Harry, a solas en la habitación en penumbra, se volvía hacia la pared, donde había colgado un viejo espejo rajado y con manchas. Harry iba hacia él. Su reflejo se hacía más grande y más nítido en la oscuridad… Veía una cara más blanca que una calavera, unos ojos rojos con unas pupilas que parecían rendijas…


¡NOOOOOO!

—¿Qué pasa? —preguntó una voz.

Harry agitó los brazos, desesperado, se enredó en los cortinajes y cayó de la cama. Durante unos segundos no supo dónde se hallaba; estaba convencido de que volvería a ver de inmediato la cara blanca que parecía una calavera, pero entonces, muy cerca de él, la voz de Ron dijo:

—¿Quieres dejar de comportarte como un loco para que pueda sacarte de aquí?

Ron arrancó las cortinas y Harry, tumbado boca arriba y sintiendo un intenso dolor en la cicatriz, vio a su amigo bajo la luz de la luna. Ron debía de estar a punto de acostarse porque tenía un brazo fuera de la túnica.

—¿Han vuelto a atacar a alguien? —preguntó Ron al mismo tiempo que ayudaba a Harry a levantarse—. ¿A mi padre? ¿Ha sido esa serpiente otra vez?

—No, todos están bien —contestó Harry de forma entrecortada y con la frente ardiendo—. Bueno, Avery no… Él está metido en un lío… Le dio una información equivocada… Voldemort está muy enfadado…

Harry soltó un gemido y se desplomó temblando en la cama mientras se frotaba la cicatriz.

—Pero ahora Rookwood va a ayudarlo… Vuelve a estar sobre la pista correcta…

—Pero ¿de qué estás hablando? —dijo Ron, muy asustado—. ¿Insinúas… que has visto a Quien-tú-sabes?

—Yo era Quien-tú-sabes —lo corrigió Harry, y extendió las manos en la oscuridad y se las acercó a la cara para comprobar que ya no eran de un blanco mortal y que no tenían aquellos largos dedos—. Estaba con Rookwood, es uno de los
mortífagos
que se fugaron de Azkaban, ¿te acuerdas? Rookwood acaba de decirle que Bode no habría podido hacerlo.

—¿Que no habría podido hacer qué?

—Sacar algo… Dijo que Bode debía de saber que no habría podido hacerlo… Bode estaba bajo la maldición
Imperius
… Creo que dijo que se la había echado Malfoy.

—¿Embrujaron a Bode para sacar algo de algún sitio? Pero… Harry, tiene que ser…

—El arma —confirmó él terminando la frase de Ron—. Ya lo sé.

Entonces se abrió la puerta del dormitorio y entraron Dean y Seamus. Harry subió las piernas a la cama. No quería que se notara que había pasado algo raro, puesto que hacía muy poco que Seamus pensaba que Harry no estaba chiflado.

—¿Qué has dicho? —murmuró Ron acercando la cabeza a la de Harry y fingiendo que se servía un poco de agua de la jarra que había en su mesilla de noche—. ¿Que eras Quien-tú-sabes?

—Sí —afirmó Harry en voz baja. Ron bebió un gran sorbo de agua que no necesitaba y Harry vio que se le derramaba por la barbilla y por el pecho.

—Harry —dijo mientras Dean y Seamus iban de aquí para allá haciendo ruido, quitándose las túnicas y hablando entre ellos—, tienes que contárselo…

—No tengo que contárselo a nadie —le contradijo su amigo de manera cortante—. No habría visto nada de todo eso si supiera hacer Oclumancia. Se supone que he aprendido a no tener esas visiones. Eso es precisamente lo que quieren.

Con el «quieren» se refería a Dumbledore. Se metió de nuevo en la cama y se tumbó sobre un costado, dándole la espalda a Ron; al cabo de un rato, oyó crujir el colchón de su amigo, que también se había acostado. Entonces a Harry empezó a arderle la cicatriz y mordió con fuerza la almohada para no hacer ningún ruido. Sabía que en algún lugar estaban castigando a Avery.

Al día siguiente, Harry y Ron esperaron hasta la hora del recreo para contarle a Hermione lo que había pasado; querían estar completamente seguros de que nadie los oiría. De pie en su rincón de siempre del frío y ventoso patio, Harry le relató su sueño con todos los detalles que pudo recordar. Cuando hubo terminado, su amiga no dijo nada durante unos momentos; se quedó mirando fijamente a Fred y George, que se paseaban sin cabeza por el otro extremo del patio mientras vendían los sombreros mágicos que llevaban escondidos debajo de las capas.

—Así que es por eso por lo que lo mataron —comentó entonces con voz queda, y apartó por fin la vista de los gemelos—. Cuando Bode intentaba robar esa arma, le ocurrió algo raro. Supongo que, para impedir que la toquen, debe de tener hechizos defensivos encima o alrededor de ella. Por eso Bode estaba en San Mungo, porque tenía el cerebro afectado y no podía hablar. Pero ¿os acordáis de lo que nos dijo la sanadora? Aseguró que se estaba recuperando. Y ellos no podían arriesgarse a que se recuperara del todo, ¿no? Quiero decir que la conmoción o lo que fuera que sufrió Bode al tocar esa arma, seguramente provocó que la maldición
Imperius
dejara de ejercer efecto sobre él. En cuanto recobrara la voz, explicaría lo que había estado haciendo, ¿verdad? Se habría sabido que lo habían enviado a robar el arma. A Lucius Malfoy debió de resultarle fácil echarle la maldición porque se pasa la vida en el Ministerio, ¿no es así?

—Hasta estaba por allí el día que se celebró mi vista —comentó Harry—. En el… Un momento —dijo lentamente—. ¡Aquel día estaba en el pasillo del Departamento de Misterios! Tu padre, Ron, comentó que era probable que estuviera intentando colarse allí abajo y averiguar qué había pasado en mi vista, pero ¿y si…?

—¡Sturgis! —exclamó Hermione con un grito ahogado de estupefacción.

—¿Cómo dices? —preguntó Ron sin comprender.

—¡A Sturgis Podmore lo detuvieron por intentar colarse por una puerta! —exclamó Hermione con voz entrecortada—. ¡Lucius Malfoy también debió de echarle una maldición a él! Apuesto algo a que lo hizo el día que tú lo viste allí, Harry. Sturgis llevaba la capa de Moody, ¿verdad? ¿Y si estaba plantado junto a la puerta, manteniéndose invisible, y Malfoy lo oyó moverse, o adivinó que había alguien allí, o sencillamente lanzó la maldición
Imperius
para ver si por casualidad había un vigilante apostado en aquel lugar? Y en cuanto a Sturgis se le presentó una ocasión, probablemente cuando volvió a tocarle montar guardia, intentó entrar en el Departamento para robar el arma para Voldemort… Tranquilo, Ron… Pero lo pillaron y lo enviaron a Azkaban… —Hermione miró fijamente a Harry—. ¿Y ahora Rookwood le ha explicado a Voldemort cómo conseguir el arma?

—No oí toda la conversación, pero eso fue lo que me pareció —confirmó Harry—. Rookwood trabajaba allí… ¿Y si Voldemort envía a Rookwood a robarla?

Hermione asintió con la cabeza, abstraída. De repente dijo:

—Pero no debiste ver nada de todo eso, Harry.

—¿Qué? —dijo él sin comprender.

—Se supone que estás aprendiendo a cerrar tu mente a esas cosas —comentó Hermione con severidad.

—Ya lo sé, pero…

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