Harry Potter. La colección completa (333 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¡Ah, vale!

—Esto, en general, resulta bastante sencillo —prosiguió Dumbledore—. Añades una considerable cantidad de oro a la cuenta que tienes en Gringotts y heredas todos los bienes de Sirius. La parte ligeramente problemática del legado…

—¿Ha muerto su padrino? —preguntó tío Vernon desde el sofá. Dumbledore y Harry se volvieron hacia él. La copa de hidromiel golpeaba con insistencia un lado de la cabeza de Vernon, que intentaba apartarla—. ¿Ha muerto? ¿Su padrino?

—Sí —confirmó Dumbledore, pero no le preguntó a Harry por qué no se lo había contado a los Dursley—. El problema —continuó, mirando de nuevo al muchacho como si no se hubiera producido ninguna interrupción— es que Sirius también te ha dejado el número 12 de Grimmauld Place.

—¿Que ha heredado una casa? —se extrañó tío Vernon con avaricia, entrecerrando sus pequeños ojos; pero nadie le contestó.

—Pueden seguir usándola como cuartel general —dijo Harry—. No me importa. Que se la queden; en realidad no la quiero.

Prefería no volver a poner los pies allí. Se imaginaba que el espíritu de Sirius habitaría eternamente la casa y que rondaría por sus oscuras y mohosas habitaciones, solo y atrapado para siempre en el sitio del que tanto había deseado salir en vida.

—Eres muy generoso —repuso Dumbledore—. Sin embargo, hemos desalojado temporalmente el edificio.

—¿Por qué?

—Verás —respondió sin hacer caso de las quejas de tío Vernon, a quien la perseverante copa seguía aporreando la cabeza—, la tradición de la familia Black establece que la casa se transmita por línea directa al siguiente varón apellidado Black. Sirius era el último; su hermano menor, Regulus, falleció antes que él, y ninguno de los dos tuvo hijos. Aunque el testamento deja muy claro que tu padrino quería que te quedaras con la casa, cabe la posibilidad de que haya en ella algún hechizo o sortilegio para asegurar que sólo pueda poseerla un sangre limpia.

Harry evocó fugazmente una vivida imagen del alborotador retrato de la madre de Sirius, colgado en el recibidor de Grimmauld Place.

—No me extrañaría —coincidió.

—A mí tampoco —asintió Dumbledore—. Y si existe ese sortilegio, lo más probable es que la vivienda pase al pariente vivo de Sirius de más edad, que es su prima Bellatrix Lestrange.

Harry se puso en pie de un brinco, haciendo caer al suelo el telescopio y las zapatillas que descansaban sobre su regazo. ¿Que la asesina de Sirius, Bellatrix Lestrange, heredaría su casa?

—¡No! —gritó.

—Bueno, es evidente que nosotros también preferiríamos que no la tuviera —explicó Dumbledore con calma—. La situación plantea un sinfín de complicaciones. No sabemos, por ejemplo, si los sortilegios que le hemos hecho a la casa para que no se descubra su ubicación seguirán funcionando ahora que Sirius ya no es el propietario. Bellatrix podría presentarse en la vivienda en cualquier momento. Como es lógico, hemos decidido abandonar el edificio hasta que se aclaren todas las cuestiones.

—Pero ¿cómo van a averiguar si se me permite ser el nuevo propietario?

—Por fortuna, existe una sencilla manera de comprobarlo.

Dejó su copa vacía en una mesita que había junto a la butaca, pero, antes de que pudiera hacer nada más, tío Vernon exclamó:

—¿Quiere hacer el favor de quitarnos de encima estas malditas copas?

Harry vio a los tres Dursley protegiéndose la cabeza con los brazos mientras las copas les propinaban fuertes golpes en el cráneo y salpicaban su contenido por todas partes.

—¡Ay, lo siento mucho! —se disculpó Dumbledore, y volvió a levantar su varita. Las tres copas se desvanecieron—. Pero habría sido de mejor educación bebérselo.

Dio la impresión de que tío Vernon reprimía un montón de furibundas réplicas, pero se limitó a encogerse entre los cojines con tía Petunia y Dudley, sin apartar sus ojillos porcinos de la varita de Dumbledore.

—Verás —prosiguió Dumbledore, mirando de nuevo a Harry y como si Vernon no hubiera intervenido en la conversación—, si resulta que has heredado la casa, también habrás heredado…

Agitó la varita por quinta vez. Se oyó un fuerte «¡crac!» y apareció un elfo doméstico con una narizota similar a un hocico, enormes orejas de murciélago y unos grandes ojos inyectados en sangre; en cuclillas encima de la alfombra de pelo largo de los Dursley, iba ataviado con mugrientos harapos. Tía Petunia soltó un espeluznante chillido; en su casa jamás había entrado una criatura tan asquerosa como ésa. Dudley, que estaba descalzo, levantó sus grandes y rosados pies del suelo y los mantuvo en alto, como si creyera que aquella criatura podría trepar por los pantalones de su pijama. Tío Vernon bramó:

—¿Qué demonios es eso?

—…a Kreacher —terminó Dumbledore.

—¡Kreacher no quiere, Kreacher no quiere, Kreacher no quiere! —protestó el elfo doméstico con voz ronca y casi tan atronadora como la de Vernon, al mismo tiempo que daba fuertes pisotones con sus largos y deformes pies y se tiraba de las orejas—. Kreacher es de la señorita Bellatrix, sí señor, Kreacher es de los Black, Kreacher quiere a su nueva ama, Kreacher no se irá con el mocoso Potter, Kreacher no quiere, no quiere, no quiere.

—Como ves, Harry —continuó Dumbledore, elevando la voz para superponerse a los gritos del elfo—, Kreacher muestra cierta reticencia a que seas su amo.

—No me importa —repitió Harry mirando con desprecio al elfo doméstico, que no paraba de retorcerse y dar pisotones—. No lo quiero.

—No quiere, no quiere, no quiere…

—¿Prefieres que pase a ser propiedad de Bellatrix Lestrange? ¿Tienes en cuenta que ha estado un año entero en el cuartel general de la Orden del Fénix?

—No quiere, no quiere, no quiere…

Harry miró a Dumbledore. Sabía que no debían permitir que Kreacher se fuera a vivir con Bellatrix Lestrange, pero le repugnaba la idea de ser su propietario, de ser el responsable de la criatura que había traicionado a Sirius.

—Dale una orden —propuso Dumbledore—. Si te pertenece, tendrá que obedecerte. Si no, habrá que pensar en otra manera de mantenerlo alejado de su legítima propietaria.

—¡No quiere, no quiere, no quiere,
NO QUIERE
!

Kreacher gritaba a pleno pulmón y a Harry sólo se le ocurrió decir:

—¡Cállate, Kreacher!

Por un momento pareció que éste iba a asfixiarse. Se agarró el cuello mientras seguía moviendo la boca con furia; los ojos se le salían de las órbitas. Después de tragar varias veces saliva con grandes aspavientos, se tiró boca abajo sobre la alfombra (tía Petunia soltó un gemido) y se puso a golpear el suelo con pies y manos, entregándose a una violenta pero silenciosa pataleta.

—Bueno, eso simplifica las cosas —observó Dumbledore con buen humor—. Por lo visto, Sirius sabía lo que hacía. Eres el legítimo heredero del número 12 de Grimmauld Place y de Kreacher.

—¿Tengo que… quedarme con él? —preguntó Harry, horrorizado, mientras el elfo doméstico se retorcía a sus pies.

—Si no quieres, no —contestó el mago—. Y si me permites una sugerencia, podrías enviarlo a trabajar en las cocinas de Hogwarts. De ese modo, los otros elfos domésticos lo vigilarían.

—Sí —dijo Harry con alivio—, sí, eso haré. Hum… Kreacher, quiero que vayas a Hogwarts y trabajes en las cocinas con los otros elfos domésticos.

Kreacher, que se había quedado tumbado de espaldas con los brazos y las piernas en el aire, miró a Harry con profundo odio y, con otro fuerte «¡crac!», desapareció.

—Muy bien —prosiguió Dumbledore—. También hay que resolver el asunto del
hipogrifo
,
Buckbeak
. Hagrid lo ha cuidado desde que murió Sirius, pero ahora es tuyo, así que si prefieres disponer otra cosa…

—No —respondió Harry—, puede quedarse con Hagrid. Creo que
Buckbeak
lo preferirá.

—Hagrid estará encantado —asintió Dumbledore sonriendo—. Se alegró mucho de volver a verlo. Por cierto, decidimos, por la propia seguridad del
hipogrifo
, cambiarle el nombre y de momento llamarlo
Witherwings
, aunque dudo mucho que el ministerio llegue a sospechar jamás que es el mismo
hipogrifo
que una vez condenaron a muerte. Y ahora, Harry, ¿tienes el baúl preparado?

—Hum…

—¿Dudabas que fuera a venir? —inquirió el mago con sagacidad.

—Subo un momento y… vuelvo enseguida —contestó Harry, y se apresuró a recoger el telescopio y las zapatillas.

Tardó poco más de diez minutos en reunir todo lo que necesitaba; por fin, consiguió rescatar su capa invisible de debajo de la cama, enroscar el tapón del tarro de tinta pluricolor y cerrar la tapa del baúl con el caldero dentro. Luego, tirando del baúl con una mano y sujetando con la otra la jaula de
Hedwig
, bajó la escalera.

Se llevó un chasco al ver que Dumbledore no lo esperaba en el recibidor, lo cual significaba que tenía que volver al salón.

Nadie decía nada. El anciano profesor tarareaba con la boca cerrada; al parecer se sentía a gusto y relajado, pero la atmósfera habría podido cortarse con un cuchillo. Harry no se atrevió a mirar a los Dursley cuando anunció:

—Ya estoy listo, profesor.

—Estupendo —repuso éste—. Sólo una cosa más —añadió, y se volvió hacia los Dursley—. Como sin duda sabrán, Harry alcanzará la mayoría de edad dentro de un año…

—¡No! —saltó tía Petunia, que hablaba por primera vez desde la llegada de Dumbledore.

—¿Cómo dice? —preguntó Dumbledore con educación.

—Se equivoca. Harry tiene un mes menos que Dudley y Dudders no cumple los dieciocho hasta dentro de dos años.

—¡Ah! —dijo Dumbledore con tono afable—. Pero en el mundo mágico alcanzamos la mayoría de edad a los diecisiete.

Tío Vernon murmuró: «¡Qué ridiculez!», pero Dumbledore no le hizo caso.

—Bien, como ya saben, el mago llamado lord Voldemort ha regresado a este país. La comunidad mágica se encuentra en una situación de guerra abierta y Harry, a quien Voldemort ya ha intentado matar en diversas ocasiones, corre mayor peligro ahora que el día en que lo dejé frente a la puerta de esta casa, hace quince años, con una carta que explicaba cómo habían muerto sus padres y expresaba mis deseos de que ustedes lo cuidaran como si fuera un hijo propio. —Hizo una pausa, y aunque su voz seguía suave y sosegada y no daba señales de enfado, Harry percibió que el anciano emanaba una especie de frialdad y se fijó en que los Dursley se juntaban un poco más unos a otros—. Pero no han hecho lo que les pedí. Nunca han tratado a Harry como a un hijo. Con ustedes, él no ha conocido otra cosa que el abandono y, muchas veces, la crueldad. Lo mejor que se puede decir es que al menos se ha librado de los atroces perjuicios que le han ocasionado al desafortunado muchacho que está sentado entre ustedes.

Petunia y Vernon giraron la cabeza de forma instintiva, como si esperaran ver a una persona que no fuera Dudley, apretujado entre ellos.

—¿Que nosotros hemos… tratado mal a Dudders? ¿Qué está…? —empezó tío Vernon, furioso; pero Dumbledore levantó un dedo índice pidiendo silencio, un silencio que se hizo de inmediato, como si hubiera hecho enmudecer a Vernon.

—Gracias a la magia que realicé hace quince años, Harry goza de una poderosa protección mientras esta casa sea su hogar. Por muy desdichado que se haya sentido aquí, por mucho que le hayan demostrado que estaba de más, por muy mal que lo hayan tratado, al menos lo han tenido con ustedes, aunque a regañadientes. Esa magia dejará de funcionar tan pronto Harry cumpla diecisiete años; dicho de otro modo, en cuanto se convierta en un adulto. Así pues, sólo les pido esto: que le permitan regresar una vez más a esta casa antes de su decimoséptimo cumpleaños, con lo que seguirá beneficiándose de protección hasta ese momento.

Ninguno de los Dursley abrió la boca. Dudley tenía el entrecejo ligeramente fruncido, como si intentase recordar cuándo habían maltratado a su primo, tío Vernon parecía atragantado con algo, y tía Petunia presentaba un extraño rubor.

—Bueno, Harry… Es hora de marcharnos —anunció Dumbledore, al tiempo que se levantaba y se arreglaba la larga capa negra—. Hasta la próxima —dijo a los Dursley, que pusieron cara de que, por ellos, ese momento podía retrasarse eternamente; y, tras quitarse el sombrero, salió de la habitación con paso majestuoso.

—Adiós —les dijo Harry a los Dursley de pasada, y siguió a Dumbledore, que se detuvo al lado del baúl, sobre el que estaba la jaula de
Hedwig
.

—Ahora no nos interesa cargar con esto —resolvió, y volvió a sacar su varita—. Lo enviaré a La Madriguera. Pero me gustaría que cogieras tu capa invisible, por si acaso.

El muchacho extrajo la capa con cierta dificultad, procurando que Dumbledore no viera el desorden que había dentro. Cuando se la hubo metido en el bolsillo interior de la cazadora, el mago sacudió la varita y el baúl, la jaula y
Hedwig
se esfumaron. Volvió a agitarla y la puerta de la calle se abrió. La noche era fría y neblinosa.

—Y ahora, Harry, adentrémonos en la oscuridad y vayamos en busca de la aventura, esa caprichosa seductora.

4
Horace Slughorn

Pese a que llevaba varios días ansiando que fuera verdad que Dumbledore iría a recogerlo, Harry se sintió muy incómodo en cuanto comenzaron a andar juntos por Privet Drive. Era la primera vez que mantenía una conversación propiamente dicha con el director de su colegio fuera de Hogwarts, pues por lo general los separaba un escritorio. Además, el recuerdo de su último encuentro cara a cara no dejaba de acudirle a la mente, e incrementaba su sensación de bochorno; en aquella ocasión, él había gritado como un loco, y, por si fuera poco, se había empeñado en romper algunas de las posesiones más preciadas de Dumbledore.

Sin embargo, éste parecía completamente relajado.

—Ten la varita preparada, Harry —le advirtió con tranquilidad.

—Creía que tenía prohibido hacer magia fuera del colegio, señor.

—Si te atacan, te autorizo a usar cualquier contraembrujo o contramaldición que se te ocurra. Sin embargo, no creo que esta noche deba preocuparte esa eventualidad.

—¿Por qué no, señor?

—Porque estás conmigo. Con eso bastará, Harry. —Al llegar al final de Privet Drive se detuvo en seco—. Todavía no has aprobado el examen de Aparición, ¿verdad? —preguntó.

—No. Creía que para presentarse a ese examen había que tener diecisiete años.

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