Havana Room (31 page)

Read Havana Room Online

Authors: Colin Harrison

Tags: #Intriga

—¿Qué hay de Elvis? —se alzó una voz—. Tengo entendido que…

—Sí, es cierto. En los años setenta Elvis alquiló esta sala después de actuar en el Madison Square Garden, que queda a sólo unas manzanas. Podría seguir, caballeros, pero creo que ya se han hecho una idea. Nos sentimos orgullosos de la historia del Havana Room, sobre todo de la atracción que ha ejercido sobre hombres importantes y prósperos como ustedes.

La atractiva vendedora de cigarrillos negra, si ésa era su función, había empezado a enseñar su bandeja a los hombres del otro extremo de la habitación.

—Bien —prosiguió Allison con las manos juntas, un modelo de elegancia—, sabemos que nuestros clientes llevan una vida ocupada y ajetreada, de modo que lo que ofrecemos aquí es, lisa y llanamente, un respiro, caballeros. Dentro de unos momentos cerraremos la puerta y permanecerán encerrados durante no más de sesenta minutos. Muy cómodamente, debo añadir. Tenemos un bar a su disposición. Por último, fíjense en que todos nuestros puros son, por supuesto, cubanos y son obsequio de la casa. Tenemos todas las mejores marcas: Cohiba, Montecristo, Excalibur. El camarero que les atenderá es un gran entendido, por si necesitan consejo a la hora de escoger. Y, sí, aquí no sólo está permitido fumar, sino que se les anima e invita a hacerlo, a pesar de las leyes antitabaco draconianas que han entrado en vigor por toda la ciudad y que hemos logrado eludir por medio de semántica metafísica. Esperamos que disfruten de su breve estancia en el Havana Room.

Sentía cómo Allison nos conducía a todos los presentes a lo largo de una lógica lenta, atrayéndonos hacia un marco de referencia alterado, cambiando tal vez las reglas de percepción. No me importó que no me mirara porque me daba cuenta de que yo observaba maravillado.

—Les rogamos que no hablen del Havana Room fuera de aquí porque la entrada es estrictamente por invitación, a criterio de la dirección. Eso es para asegurar una clientela de élite y un alto nivel de servicio. Antes de abrir las puertas, Shantelle, nuestra diosa de los puros —Allison lanzó una rápida mirada a Shantelle, que sonrió con aire misterioso—, pasará por segunda vez con una gran gama de artículos. Me temo que ella no forma parte de ellos. Si les interesa comprar alguno, se les sumará a la cuenta pero no aparecerá detallado ni descrito de ningún modo. Que disfruten de esta velada con nosotros. Gracias.

Y con esas palabras los hombres inclinaron la cabeza para entablar una breve conversación entre sí. Ha entró en la habitación, se colocó detrás de la barra y empujó por debajo del puente de ésta un gran acuario de cristal con ruedas. Si siempre lo había visto con ropa de trabajo, esa noche iba vestido con un uniforme blanco y almidonado, y llevaba una pequeña maleta de acero inoxidable. Varios hombres lo observaron con curiosidad. Entretanto Shantelle había dejado su maleta y había amontonado un juego de platos de porcelana encima de la barra, detrás de Ha.

—¡Caballeros! —exclamó Allison—. Parece que estamos preparados. —Esperó a que se hiciera silencio y a acaparar la atención de todos los hombres—. Todos ustedes son cultos y viajados, y muchos deben de conocer el pez fugu japonés, una exquisitez de Tokio que corre el rumor de que se sirve en un par de locales aquí en Nueva York. El pez fugu, para los que no lo saben, es famoso por el peligro que entraña comerlo si no lo prepara un chef expresamente instruido para hacerlo. La instrucción dura diez años, debo añadir. —Sonrió con picardía—. La siguiente parte es algo complicada. A ver si me explico. El pez fugu es de la familia de los tetraondontidae, clase osteichtyhes, orden tetradontiformes. También se conoce como pez globo, sapo de mar y pez hinchado. Se suele comer crudo, y cuando se prepara como es debido en Japón, el que lo prueba experimenta un adormecimiento hormigueante en los labios y un interesante aturdimiento. Si se prepara mal y se come en grandes cantidades, puede matar. —Asintió con vehemencia—. Sí, y bastante deprisa, según la cantidad de veneno que se haya ingerido. Cada año mueren en Japón entre cincuenta y sesenta personas de intoxicación por fugu. Entre las partes más venenosas están el hígado, la piel, los músculos y los ovarios. Estas secciones del pez son ricas en tetrodotoxina, el principal veneno, que es unas mil veces más letal que el cianuro. La tetrodotoxina es inmune al calor, de modo que el hecho de que esté cocinado no lo hace menos peligroso. La dosis letal para un adulto cabría en la cabeza de un alfiler, tal vez un par de miligramos.

—¿Cómo actúa? —se alzó una voz en la sala.

—No soy médico —dijo Allison— pero, según tengo entendido, el veneno bloquea los canales de sodio del tejido nervioso. Eso significa que los nervios no son capaces de transmitir órdenes y hacer que se contraigan los músculos. Se produce una parálisis que aumenta por minutos. Pero el envenenamiento por dosis mayores conlleva un paro respiratorio, una disfunción cardíaca, un fallo en el sistema nervioso central o algo parecido.

—¿Tiene a mano el antídoto?

—No.

—¿Por qué no?

—Porque no existe. —Allison esperó a que la sala asimilara ese dato, hizo un gesto de asentimiento a Ha y continuó—; ¿Por dónde iba? Ah, sí, las muertes. De hecho, en las últimas décadas se han registrado cientos de muertes, la gran mayoría en Japón. El atractivo del pescado radica precisamente en que puede ser lo último que comas en tu vida. —Sonrió con osadía—. El pez fugu ha estado prohibido en general a lo largo de la historia, y ha estado específicamente prohibido en ciertas poblaciones en determinados períodos. Hasta la fecha sigue siendo la única exquisitez que no puede servirse, por ley, ni al emperador japonés ni a su familia.

—No le veo el atractivo —murmuró alguien.

—Pues yo sí —llegó otra voz.

—Dicen que tiene un sabor que esclaviza —respondió Allison—. Pero más allá del sabor, en los seres humanos parece haber un deseo de probar lo prohibido. —Observó a los hombres que tenía ante sí, como para ver si ellos también experimentaban tal impulso—. Si bien comprendemos que ciertas personas disfruten del pez fugu japonés, nos parece un entretenimiento un tanto insulso, no particularmente sugerente ni interesante. El hecho de que no haya arraigado aquí en Nueva York tal vez refleja la escasez del pescado y de chefs que saben prepararlo, o bien el hecho de que los neoyorquinos están acostumbrados a ciertos peligros, los peligros corrientes, si lo prefieren, y no les atrae la idea de pagar cuatrocientos dólares por ingerir un trozo de pescado que sólo puede causarles un ligero adormecimiento en la boca.

Hizo una pausa, y en ese intervalo los hombres parecieron evaluar en privado cuáles podían ser los peligros corrientes de la vida en la ciudad, y si ellos se habían acostumbrado, de hecho, a ellos. Ninguno contradijo las palabras de Allison, sino al contrario, parecieron reconocer unánimemente que tenía razón, y, más aún, que la carga de los peligros corrientes era en sí misma agotadora y era preciso desviarla.

—Cuando la gente habla del peligroso fugu —continuó Allison—, suele referirse al torafugu que se pesca en invierno en la costa de Corea. Pero lo que mucha gente no sabe es que hay más de trescientas variedades de fugu, junto con el que se sirve en Japón, que es el más común. Tampoco se sabe que esta exquisitez proviene en realidad de China, al igual que muchos de los peces de la familia fugu. De hecho, en Japón sólo se ha comido en los últimos siglos, mientras que en China hace casi tres mil años que se come, y ahora está extinto, tanto vivo como en otras formas. De modo que cuando he dicho que en el Havana Room nos interesa la historia, no me refería sólo al bueno de Franklin Roosevelt y sus quevedos.

Esperó mientras recorría la habitación con la mirada. Varios hombres estaban echados hacia delante, atentos.

—De esas trescientas y pico variedades de fugu hay una muy poco común, el shao-tzou, que viene de la región de Hujan de China. —Allison se colocó junto al acuario que Ha había sacado de detrás de la barra y miró dentro—. En los últimos veinte años se ha creído que este pez era tan poco común, si no se había extinguido del todo, que el espécimen nunca había salido de Hujan. Eso a pesar de que los japoneses estaban dispuestos a pagar el precio que fuera por el preciado pez. —Levantó la vista—. Pero Ha ha descubierto de algún modo una fuente… como él mismo les explicará dentro de un momento. Aun así, el pez es sumamente poco común y excepcionalmente caro. Llega vivo al cocinero, de modo que pueden imaginarse las dificultades que supone traer un pez vivo del lodoso lecho de un río chino hasta este local de Nueva York. Tenemos un pedido regular con nuestro proveedor, pero nunca sabemos cuándo llegará. Por lo general conseguimos uno o dos al mes, a veces ninguno, y cuando lo hacemos organizamos inmediatamente el espectáculo que están a punto de presenciar y en el que puede que algunos hasta participen. —Allison me dedicó una sonrisa, y me pregunté si había sacado sutilmente la mandíbula en un gesto provocativo. Pero parpadeó y continuó con su presentación—: Este mes hemos tenido suerte, creo que éste es el tercero que nos ha llegado. El shao-tzou es un pez que se consigue únicamente en temporada; sólo puede pescarse durante cinco meses al año, cuando se desplaza de las aguas profundas para alimentarse y reproducirse junto a la costa de Hujan. A veces el pez llega muerto o tan dañado que resulta inservible. El precio al por mayor es de casi dos mil dólares la unidad. Sé que es sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta que el número de raciones culinariamente aceptables por pez es de dos, tres o cuatro como mucho. A partir de un tamaño determinado, la carne del shao-tzou se vuelve casi incomestible y las toxinas se concentran demasiado para ser seguro en cualquier dosis. Pero el coste y las dificultades merecen la pena, caballeros. Porque comparar el shao-tzou con el fugu corriente es, bueno, como comparar uno de nuestros bistecs texanos con una hamburguesa de McDonald’s. Sencillamente no hay comparación. Los dos son sumamente peligrosos, pero los efectos son distintos y variados.

Ha empujó una mesa de madera maciza con ruedas. Una servilleta blanca cubría lo que había sobre la mesa. Parecía más erguido y digno que las veces que lo había visto.

Allison recorrió la sala con la mirada.

—¿Alguna pregunta?

—Me gustaría saber qué sientes si te atreves a probarlo —gritó un hombre.

Allison asintió, como si esperara esa pregunta.

—Tiene varios efectos, pero sólo uno que nos interese.

—¿Cuál?

—Euforia paralítica.

—¿Perdón?

Esta vez Allison habló más despacio.

—Euforia paralítica. Durante un breve período, menos de cinco minutos, el comensal se queda casi paralizado, respira y parpadea pero poca cosa más, y sin embargo se siente eufórico. Es precisamente esa incapacidad para moverse lo que intensifica el placer.

Se produjo un silencio en la sala mientras los hombres consideraban las probabilidades de que las afirmaciones de Allison fueran ciertas. Teniendo en cuenta su elegancia e inteligencia, así como la franqueza de su presentación, podían serlo. Pero si tales afirmaciones eran ciertas, ¿qué significaba?, parecían preguntarse los hombres en privado. ¿Cómo podía compararse ese estado alterado con los efectos que recordaban de los distintos narcóticos, anfetaminas, psicofármacos, estimulantes, antidepresivos y alucinógenos que podían o no haber ingerido a lo largo de los años? Allison guardó silencio durante esos largos segundos. Al evaluar lo que, si se consideraba como un todo, era sin duda una amplia experiencia con drogas, resultó que muchas de las experiencias que recordaban los hombres reunidos en la sala podrían haberse calificado de eufóricas, e incluso había unas cuantas en las que se alcanzaba un estado casi de parálisis, pero ninguno recordaba ninguna que hubiera provocado parálisis y euforia a la vez, de modo que a la reflexión individual se sumó una curiosidad colectiva.

—¿Se trata de una euforia sexual? —se alzó una voz.

Siguieron varias carcajadas, la mayoría preocupadas.

—Siempre me hacen esa pregunta —respondió Allison con solemnidad, como un médico respondiendo a un paciente sumamente impaciente—. Mi respuesta es que los distintos comensales describen su experiencia de forma diferente, pero dan a entender un efecto general, un placer universal. —Arqueó las cejas—. Sin embargo, confieso que he leído informes que afirman que los testes del pescado, servidos en sake caliente, son afrodisíacos.

Esa información pareció desconcertar, en el mejor de los casos, porque ninguno sabíamos si era cierto, pocos queríamos que fuera falso y todos nos veíamos obligados ahora a replantearnos la noción de la euforia sexual paralítica, un concepto que parecía tan paradójico como incitante. Sin embargo, Allison no se permitió hacer más conjeturas. Sacudió la cabeza con coquetería y dijo:

—La cultura china afirma algo parecido acerca de los ciervos, los toros, los osos y toda clase de criaturas. Pero no nos interesa hacernos ilusiones. Además, lo que buscamos aquí es arte elevado, caballeros, no sensacionalismo barato.

—Oh, ya es suficiente —llegó una voz.

—Además, ni siquiera sabemos de qué sexo es el animal, suponiendo que no sea una hembra preñada. ¿No es cierto, Ha? ¿Sabrías decirlo con sólo echar un vistazo?

Él sacudió la cabeza.

—Es muy aparatoso comprobarlo.

Se oyeron murmullos. El público se impacientaba.

—Caballeros —dijo Allison alzando la voz—, hay algo más. Por favor, presten atención a lo que voy a decirles.

Los hombres callaron.

—Si tienen buena memoria, recordarán que poco antes he dicho que los efectos del shao-tzou, en comparación con los del fugu común, son distintos y variados. El shao-tzou ofrece tres recetas para obtener placer. La traducción china es Sol, Luna y Estrellas. La habilidad del chef es de crucial importancia aquí, caballeros. El Sol contiene más toxinas de los riñones del pez; la Luna, del hígado, y las Estrellas, del cerebro. ¿Qué significa eso? Con la ración de Sol, el comensal se queda casi paralizado y siente un fuerte calor, oleadas que suben y bajan por su columna vertebral. La ración de Luna dicen que implica una percepción de oscuridad interrumpida por una luminiscencia en movimiento, casi como si se elevara y cayera una luna en la noche. Y la ración de las Estrellas, que siempre se sirve la última, provoca la sensación de que te elevas, das vueltas y caes, una especie de vuelo incontrolado que probablemente refleja alguna clase de alteración en los nervios que van del oído interno al cerebro.

Other books

Cavanaugh's Surrender by Marie Ferrarella
Two Doms for Christmas by Kat Barrett
Power by King, Joy Deja
Cyber Warfare by Bobby Akart
We All Died at Breakaway Station by Richard C. Meredith
Garden of Evil by Edna Buchanan
The Last Season by Eric Blehm
Nell Gwynne's On Land and At Sea by Kage Baker, Kathleen Bartholomew