Heliconia - Primavera (23 page)

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Authors: Bryan W. Addis

—No lo puedo creer —dijo Nahkri.

—Tampoco yo —dijo Klils—. Y no lo creo. —Rió hasta que su hermano le dio una palmada en la espalda.

Miraban a una persona alta y anciana que corría alocadamente por la costa del Voral. Las torres vecinas la ocultaron, y luego reapareció, moviendo los flacos brazos y piernas. Se detuvo un momento, recogió un puñado de barro y se cubrió la cara y la cabeza con él, y siguió trotando y tambaleándose.

—Ha perdido el juicio —dijo Nahkri, alisándose con satisfacción las patillas.

—Peor que eso, si me lo preguntas. Está loca, loca de remate.

Detrás de la figura que corría había otra más serena: un muchacho próximo a la edad adulta. Laintal Ay seguía a su abuela para que no le ocurriera nada malo. Ella corría adelante, gritando. Él la seguía, silencioso, preocupado, atento.

Nahkri y Klils movieron un rato las cabezas y luego las juntaron.

—No comprendo por qué Loil Bry se conduce así —dijo Klils—. ¿Recuerdas lo que decía nuestro padre?

—No.

—Decía que Loil Bry sólo pretendía amar a tío Yuli. Pero que no lo amaba en realidad.

—Ah, recuerdo. Entonces, ¿por qué sigue simulando ahora que él ha muerto? No le encuentro sentido.

—Ha de tener algún plan. Con todo lo que sabe… Es una treta.

Nahkri se acercó a la puerta trampa. Las mujeres trabajaban abajo. La cerró de un puntapié y se volvió hacia el hermano menor.

—Lo que haga Loil Bry no tiene importancia. Nadie comprende a las mujeres. Lo que importa es que tío Yuli ha muerto y que ahora tú y yo vamos a gobernar Embruddock.

Klils parecía asustado.

—¿Y Loilanun? ¿Y Laintal Ay?

—Todavía es un chico.

—Por poco tiempo. En dos cuartos más tendrá siete años y será un cazador.

—Durante bastante tiempo. Es nuestra oportunidad. Somos fuertes… Al menos, yo lo soy. La gente nos aceptará. No querrán que un muchacho los gobierne, y desdeñan en secreto al abuelo, que se pasó la vida con esa loca. Tenernos que pensar algo para decírselo a todos, algo que prometer. Los tiempos están cambiando.

—Di eso, Nahkri. Que los tiempos están cambiando.

—Necesitamos el apoyo de los maestros de las corporaciones. Iré ya mismo a hablar con ellos. Es mejor que no vengas… Me consta que para el consejo sólo eres un tonto y un enredador. Y luego hablaremos con algunos de los cazadores principales, como Aoz Roon y otros, y todo saldrá bien.

—Pero, ¿y Laintal Ay?

Nahkri dio un golpecito a su hermano.

—No lo repitas más. Si crea problemas, nos lo quitaremos de encima.

Nahkri convocó una reunión esa tarde, a la hora en que el primer centinela abandonaba el cielo y Freyr avanzaba hacia un ocaso monocromático. La partida de caza y la mayoría de los tramperos ya habían regresado. Ordenó que se cerraran las puertas.

Cuando la gente se reunió en la plaza, Nahkri apareció en la base de la gran torre. Se había puesto sobre las pieles de ciervo un estammel, una gruesa prenda de lana amarilla y roja, sin mangas, para tener aire más digno. Era de estatura mediana y gruesas piernas, rostro chato, orejas grandes. En un gesto característico, echaba hacia adelante la mandíbula inferior, lo que le daba un aspecto grave y amenazador.

Habló seriamente a la muchedumbre; recordó las grandes cualidades del antiguo triunvirato, de Wall Ein, de su padre Dresyl y de su tío Yuli. Ellos combinaban el valor y la sabiduría. Ahora la tribu estaba unida, y la sabiduría y el valor eran cualidades comunes. El seguiría la tradición, pero poniendo nuevo énfasis en la nueva época. Él y su hermano gobernarían, con el consejo, y escucharían siempre lo que cualquier hombre dijese.

Recordó a todos que las incursiones de los phagors eran una amenaza continua, y que los mercaderes de sal del Quzint habían hablado de guerras religiosas en Pannoval. Se necesitaba un mayor esfuerzo. Todo el mundo tenía que trabajar más. Las mujeres tenían que trabajar

más.

Una voz de mujer interrumpió: —¡Baja de esa plataforma y trabaja un poco tú también!

Nahkri se sintió perdido. Miró boquiabierto a la muchedumbre, incapaz de dar una respuesta.

Loilanun hablaba desde la muchedumbre. Laintal Ay estaba junto a ella, mirando el suelo, temblando de miedo y furia.

—No tienes derecho a estar ahí, y el ebrio de tu hermano tampoco —dijo Loilanun—. Soy descendiente de Yuli. Soy su hija. Aquí está mi hijo, Laintal Ay, a quien todos conocéis, que será un hombre dentro de dos cuartos. Tengo tanto conocimiento y sabiduría como un hombre; aprendí de mis padres. Mantened el triunvirato, como vuestro padre, Dresyl, a quien todos respetaban,

deseaba que hicierais. Exijo gobernar con vosotros. Las mujeres han de tener voz. Amo a vuestra familia. Hablad por mí, todos, haced que se reconozcan mis derechos. Y cuando Laintal Ay llegue a la edad adecuada, gobernará en mi lugar. Yo lo prepararé como es debido.

Sintiendo que le ardían las mejillas, Laintal Ay miró sin alzar el rostro. Oyre lo observaba con simpatía y le hizo una señal.

Varias mujeres y unos pocos hombres empezaron a dar gritos, pero Nahkri ya se había recuperado. Gritó más fuerte.

—Nadie será gobernado por una mujer si puedo evitarlo. ¿Quién ha oído hablar de semejante cosa? Loilanun, tienes la cabeza tan floja como tu madre, si dices eso. Todos sabemos que has sido desgraciada por la muerte de tu hombre, y todos lo lamentamos; pero lo que has dicho es un disparate.

La gente se volvió y miró la cara desgastada y arrebatada de Loilanun. Ella también los miró, sin parpadear y dijo: —Los tiempos están cambiando, Nahkri. Tan necesario es el cerebro como los músculos. Y con toda honestidad, muchos de nosotros no confiamos en ti ni en el necio de tu hermano.

Se oyeron unos murmullos en favor de Loilanun, pero un cazador, Faralin Ferd, dijo rudamente: —Sólo es una mujer. A mí no me gobernará. Preferiría soportar a esos dos bribones.

Hubo muchas risas sinceras, y Nahkri triunfó mientras la multitud aplaudía. Loilanun se abrió paso y se fue a llorar en alguna parte. Laintal Ay la siguió de mala gana. La compadecía y la admiraba; y también pensaba que era absurdo que una mujer gobernara Oldorando. Nadie había oído nunca una cosa así, como había dicho Nahkri.

Se detuvo un momento al borde de la muchedumbre, y una mujer llamada Shay Tal se le acercó y le agarró la manga. Era una joven amiga de la madre, de rostro hermoso y mirada penetrante, como de halcón. Él la conocía como una mujer simpática y rara que ocasionalmente visitaba a la abuela y le traía pan.—Iré contigo a consolar a tu madre, si no te molesta — le dijo Shay Tal—. Te ha avergonzado, lo sé; pero cuando la gente habla sinceramente, muchas veces nos confunde. Admiro a tu madre, como admiré siempre a tus abuelos.

—Sí, es valiente. Pero la gente se ha reído.

Shay Tal lo miró inquisitivamente.

—La gente se ha reído, sí. Sin embargo, muchos de los que reían la admiran también. Están asustados. La mayor parte de la gente está siempre asustada. Recuérdalo. Tenemos que ayudarlos a que cambien.

Laintal Ay, bruscamente exaltado, sonrió al severo rostro de Shay Tal, y se alejó con ella.

La suerte favoreció a Nahkri y a Klils. Esa noche, un furioso viento sopló desde el sur, chillando continuamente entre las torres, casi como el Silbador de Horas. Al día siguiente, los pescadores hablaron de enormes cantidades de peces en el río. Las mujeres fueron a recoger la pesca en cestos. Esta abundancia inesperada fue interpretada como una señal. Salaron gran parte del pescado, pero quedó suficiente para que esa noche celebraran una fiesta en que se bebió vino de cebada y se festejó el acceso al gobierno de Nahkri y Klils.

Pero Klils no tenía buen sentido ni Nahkri sabiduría. Y, lo que era peor, ninguno de los dos se preocupaba mucho por los demás. En la caza no eran mejores que el promedio. Solían disputar entre ambos acerca de lo que había que hacer. Y como tenían, aunque de modo oscuro, conciencia de estos defectos, bebían demasiado y disputaban todavía más.

Sin embargo, la suerte no los abandonaba. La temperatura continuó mejorando; los ciervos eran más abundantes, y no hubo enfermedades. Cesaron las incursiones de los phagors, aunque de vez en cuando los monstruos eran vistos a pocos kilómetros de distancia.

Una fructífera monotonía acompañaba la vida de Oldorando.

El gobierno de los hermanos no agradaba a todo el mundo. No agradaba a algunos cazadores ni a algunas mujeres, ni agradaba a Laintal Ay.

Entre los cazadores había un grupo joven y rudo que se mantenía siempre unido y se resistía a Nahkri, que intentaba deshacerse de ellos. El líder era Aoz Roon Den, ahora en la flor de la madurez: un hombre corpulento, de expresión sincera, capaz de correr con sus piernas más que un cerdo con cuatro. La figura era característica: vestía una piel de oso negro, y era fácil reconocerlo a la distancia.

Había luchado contra ese oso, y lo había matado. Orgulloso de la hazaña, había llevado el animal desde las colinas a la aldea sin ayuda, arrojándolo luego ante sus admirados amigos a la entrada de la torre donde vivían. Después de un festejo con rathel, había llamado al maestro Datnil Skar para desollar el animal.

También había habido algo distinto en el modo en que Aoz Roon había llegado a esa torre. Descendía de un tío de Wall Ein que era Señor de los Brassimipos. Los Brassimipos eran a la vez una región, y un vegetal muy importante para la economía local, puesto que lo comían las cerdas, con cuya leche se elaboraba el rathel. Pero Aoz Roon encontró tiránica la vida en familia, se rebeló muy temprano, y se estableció en una torre alejada, junto con otros despiertos jóvenes de su edad: el alegre Eline Tal, el sensual Faralin Ferd, el firme Tanth Ein. Brindaban por la estupidez de Nahkri y de su hermano. Se decía por lo general de estas reuniones que eran «diferentes». Aoz Roon se distinguía también por otras cosas. Era notorio por su valor en una sociedad donde el valor se consideraba moneda corriente. Durante las danzas tribales, podía dar un salto mortal en el aire sin tocar el suelo. Y creía firmemente en la unidad de la tribu.

La hija natural, Oyre, no impedía que las mujeres también lo admiraran. Aoz Roon había sorprendido la mirada de Shay Tal, la amiga de Loilanun, y respondió cálidamente a la peculiar belleza de la joven; pero no quería entregarse a nadie. Preveía que en algún momento Nahkri y Klils tendrían problemas, y que caerían antes de resolverlos. Como creía saber lo que era conveniente para la tribu, deseaba conquistar el liderazgo, y no podía dejar que ninguna mujer gobernara sobre él.

Para ese fin, Aoz Roon cuidaba de sus buenos amigos, y también prestaba atención a Laintal Ay, a quien invitó a cazar cuando el niño llegó a la edad de la caza.

Durante una cacería de ciervos al sudoeste de Oldorando, él y Laintal Ay quedaron separados de los demás por una zona inundada. Tuvieron que dar un rodeo por terrenos difíciles, donde abundaban los grandes cilindros de los rajabarales. Encontraron una partida de mercaderes que dormían en torno de una hoguera de hierba, aletargados por la bebida. Aoz Roon despachó a dos sin que los demás se despertaran. Luego él y Laintal Ay se alejaron y regresaron gritando a la carrera, enmascarados con calaveras de animales. Los otros ocho mercaderes se rindieron, doblegados por un supersticioso temor. La historia se contó en Oldorando como una gran broma durante muchos años.

Los mercaderes comerciaban con armas, pieles, grano y cualquier otra cosa. Venían de Borlien, cuyos habitantes eran cobardes por tradición y habían recorrido desde los mares del sur hasta los Quzints en el norte. Eran, la mayoría, conocidos en Oldorando como estafadores y embaucadores. Aoz Roon y Laintal Ay los llevaron a Oldorando como esclavos y distribuyeron las mercaderías entre la gente. Aoz Roon se reservó como esclavo personal a un joven, apenas mayor que Laintal Ay, llamado Calary.

Este episodio acrecentó el prestigio de Aoz Roon. Pronto estuvo en condiciones de desafiar a Nahkri y a Klils. Pero siguiendo una inclinación natural, en lugar de precipitarse, continuó acompañando a sus amigos.

En las corporaciones había inquietud. Un joven llamado Dathka intentaba abandonar la corporación de los trabajadores del metal, negándose a cumplir el largo término de los aprendices. Fue conducido ante los hermanos, que no consiguieron persuadirlo. Dathka desapareció de todas partes durante dos días. Una mujer informó que estaba atado y tendido en una celda poco utilizada, con el rostro lastimado.

Ante esto, Aoz Roon visitó a Nahkri y le pidió que permitiera a Dathka unirse a los cazadores. —Cazar no es una actividad fácil —dijo—. Todavía abunda la caza, pero con esta extraña temperatura de los últimos años, los territorios de caza han cambiado. Como sabes, se nos exige mucho. Deja entonces que Dathka se una a nosotros, si lo desea. ¿Por qué no? Si no sirve, lo expulsaremos y volveremos a discutirlo. Tiene más o menos la edad de Laintal Ay, y puede trabajar con él.

Había poca luz donde estaba Nahkri, vigilando a los esclavos que ordeñaban las cerdas del rathel. El techo era bajo, y Nahkri estaba algo encorvado. Pareció encorvarse aún más ante el desafío de Aoz Roon.

—Dathka debe obedecer la ley —dijo Nahkri, ofendido también por la innecesaria referencia de Aoz Roon a Laintal Ay.

—Permítele cazar y obedecerá la ley. Se ganará el sustento antes de que se le curen las marcas de tus golpes.

Nahkri escupió.

—No tiene experiencia como cazador. Es un artesano. Hay que conocer el trabajo. —Nahkri temía que se difundiesen los secretos de la corporación; las artesanías de cada corporación eran guardadas celosamente, y reforzaban el poder de los gobernantes.

—Si no quiere trabajar, deja que intente nuestra dura vida y ya veremos —insistió Aoz Roon.

—Es un hombre huraño y silencioso.

—El silencio es una ayuda en las llanuras abiertas.

Finalmente, Nahkri dejó a Dathka en libertad. Dathka empezó a ayudar a Laintal Ay, como había dicho Aoz Roon. Muy pronto fue un buen cazador, y disfrutaba del nuevo trabajo.

A pesar de los largos silencios de Dathka, Laintal Ay lo aceptó corno un hermano. Tenían casi la misma altura, y menos de un año de diferencia de edad. El rostro de Laintal Ay era ancho y alegre; el de Dathka largo, y vuelto siempre hacia el suelo. Se hizo legendaria la eficiencia de esta pareja en la caza.

Como estaban mucho tiempo juntos, las ancianas decían que un día encontrarían el mismo destino, tal como se había dicho de Dresyl y Pequeño Yuli. Y, también como entonces, que tendrían destinos muy diferentes. En los primeros años, daban simplemente la impresión de parecerse; y Dathka llegó a destacarse tanto que el vanidoso Nahkri se enorgulleció de él, lo amparó, y a veces hablaba de su propia clarividencia al sacarlo de la corporación. Dathka guardaba silencio y miraba el suelo cuando pasaba Nahkri, sin olvidar jamás quién lo había golpeado.

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