Read Heliconia - Primavera Online
Authors: Bryan W. Addis
Y anhelaba estar en ese mar, navegando junto con ella, dondequiera que fuera.
—Basta ya de tu tontería femenina —exclamó Klils, poniéndose de pie—. Ella lo hechizó, mi padre lo decía. Mi padre nos habló también de las cosas buenas que tío Yuli hizo al principio, antes que ella lo volviera estúpido. —Y continuó el relato.
Pequeño Yuli llegó a conocer cada pulgada de Oldorando mientras se recuperaba. Vio cómo estaba trazada la ciudad con la gran torre en un extremo de la calle principal y el viejo templo en el otro. En el medio, la casa de las mujeres, los hogares de los cazadores a un lado, las torres de los miembros de las corporaciones al otro. Las ruinas más lejos. Vio que todas nuestras torres tienen un sistema de calefacción, con acequias de piedra que llevan hasta ellas el agua caliente de las termas. Hoy no podríamos construir nada tan maravilloso. Ni la mitad.
Cuando vio cómo era, supo también cómo tenía que ser. Con ayuda de mi padre, Yuli planeó la fortificaciones apropiadas para que no hubiera nuevos ataques, de los phagors en particular.
Ya sabéis cómo todo el mundo se dedicó a construir un terraplén, con un zanjón en el exterior y una fuerte empalizada encima. Costó bastantes llagas en las manos, pero fue una buena idea. Se construyeron cuatro puestos de guardia en las cuatro esquinas, tal como están todavía. Esa fue la obra de Yuli y de mi padre. Y a los guardias se les dieron cuernos para dar la alarma si había un ataque, los mismos cuernos que se usan hoy.
Y así como buenos puestos de guardia, hubo buenas cacerías. Antes de la unión de las tribus, la gente casi estaba muerta de hambre. Una vez fortificada la ciudad, Dresyl, mi padre, hizo que los cazadores criaran un buen perro de caza. Los demás perros eran alejados. Los perros de caza podían correr más que nosotros. Eso no fue un gran éxito, pero podríamos intentarlo otra vez.
¿Qué más? Las corporaciones crecieron. La de fabricantes de colores alistó algunos niños recién llegados. Se hicieron nuevas tazas y platos para todos con una veta especial de arcilla. Se forjaron más espadas. Todos trabajaban para el bien común. Nadie pasaba hambre. Mi padre trabajó hasta casi morirse de agotamiento. Tendríais que recordar a Dresyl, hato de borrachos, y no a su hermano. Era bastante mejor que él. Lo era, lo era.
El pobre Klils se echó a llorar. También otros empezaron a llorar, a reír, o a pelear. Aoz Roon, que se tambaleaba levemente por e! rathel que había bebido, reunió a Laintal Ay y a Oyre y los envió a la seguridad de la cama. Miró las caras pasivas de los niños algo borrosas, tratando de pensar. De algún modo, mientras se contaba la leyenda del pasado que era como un sueño, el futuro del gobierno de Oldorando había sido decidido.
El día siguiente al entierro de Pequeño Yuli y a las celebraciones de la ocasión, todos tuvieron que volver a trabajar como de costumbre. Por el momento, olvidaron pasadas glorias y disgustos; aunque no Laintal Ay y Loilanun, a quienes Loil Bry recordaba continuamente el pasado. Cuando no lloraba, se complacía en evocar los felices días juveniles.
En la habitación colgaban aún tapices antiguos, como entonces. Aún gorgoteaban en el suelo los conductos de agua caliente y la ventana de porcelana seguía brillando. Había aún polvos, ungüentos, perfumes. Pero no estaba Yuli, y Loil Bry había entrado en la ancianidad. Las polillas estropeaban los tapices. El nieto crecía.
Pero antes de la época de Laintal Ay, cuando el amor florecía entre los abuelos, ocurrió un incidente de aspecto trivial cuyas repercusiones habrían de marcar desastrosamente a Laintal Ay y a la misma Embruddock; murió un phagor.
Cuando se recobró de la herida, Pequeño Yuli tomó por mujer a Loil Bry. Hubo una ceremonia para señalar el gran cambio que había acaecido en Embruddock, porque con esa unión se unieron simbólicamente las dos tribus. Quedó convenido que el viejo señor Wall Ein, Yuli y Dresyl gobernarían Oldorando como un triunvirato. Y el acuerdo funcionó bien, porque todo el mundo tenía que trabajar duramente para sobrevivir. Dresyl trabajaba sin cesar. Tomó como mujer a una muchacha delgada cuyo padre era forjador de espadas; tenía aire perezoso y voz cantarina. Se llamaba Dly Hoin Den. Los narradores nunca decían que Dresyl se decepcionó de ella; ni que al principio ella lo había atraído en parte como representante bonita, aunque anónima, de la nueva tribu a la que él deseaba pertenecer. Porque para Dresyl, al contrario de Yuli, el sentido de equipo era la clave de la supervivencia. Lo que hacía no era nunca para sí mismo; ni, en cierto sentido, Dly Hoin.
Ella le dio dos varones: Nahkri y, un año más tarde, Klils. Aunque podía dedicarles poco tiempo, Dresyl quería a sus hijos y derramó sobre ellos el amor sentimental que él había perdido junto con sus padres, Iyfilka y Sar Gotth. Contó a sus hijos y amigos muchas leyendas acerca del tatarabuelo Yuli, el sacerdote de Pannoval que había derrotado a dioses cuyos nombres ahora nadie recordaba. Dly Hoin les enseñó los rudimentos de la escritura, pero nada más. Bajo la dirección del padre, los muchachos se convirtieron en buenos cazadores. La casa estaba siempre llena de ruidos y alarmas. Por fortuna, el cariñoso padre nunca advirtió la veta histriónica que había en ambos, y en particular en Nahkri.
Como para desvirtuar las predicciones de que los dos primos hermanos tendrían igual destino, Pequeño Yuli se encerró en sí mismo como Dresyl se encerró en la comunidad.
Bajo la influencia de Loil Bry, Yuli se ablandó y cada día cazaba menos. Sentía la hostilidad de la comunidad hacia Loil Bry por sus ideas exóticas, y dejó de salir. Se sentaba en la gran torre, y dejaba que en el exterior soplaran los vientos huracanados. Su mujer, y el anciano padre de ella, le enseñaron muchas cosas misteriosas sobre el mundo del pasado y el mundo inferior.
Y así fue como Pequeño Yuli se echó a ese mar de conversación en que Loil Bry podía desplegar libremente un velamen negro y perdió de vista la tierra. Hablando del mundo inferior, Loil Bry dijo a Pequeño Yuli mientras lo miraba con sus ojos lustrosos un día del segundo cuarto del año: —Querido mío, puedes comunicarte en tu mente con la memoria de tus padres. Los ves a veces como si aún anduvieran sobre la tierra. Tu imaginación tiene el poder de evocar la olvidada luz solar que los alumbraba. Pero aquí en nuestra comarca hay un método para hablar directamente con quienes se han ido. Aún viven, mientras se hunden en el mundo inferior hacia la roca original, y podemos llegar hasta ellos, así como los peces se zambullen para alimentarse en el lecho del río.
Él murmuró: —Querría hablar con mi padre, Orfik, ahora que mi edad me permite el buen sentido. Querría hablarle de ti.
—Además, valoramos a nuestros maravillosos padres, y a sus padres, que tenían la fuerza de gigantes. Mira las torres de piedra donde vivimos. No podemos construirlas; pero nuestros padres podían. Mira cómo el agua hirviente de los manantiales ha sido atrapada para calentar nuestras torres. No conocemos ese arte; pero nuestros padres lo conocían. Se han alejado de nuestros ojos, pero aún existen como coruscos y fessupos.
—Enséñame esas cosas, Loil Bry.
—Porque eres mi amante, y porque mi pulso se acelera cuando miro tu carne, te enseñaré a hablar directamente con tu padre, y por su intermedio, con todos los hombres de tu tribu que hayan existido.
— ¿Podría hablar incluso con mi bisabuelo, Yuli de Pannoval?
—En nuestros hijos las dos tribus se fundirán, mi amor, como ocurre con los hijos de Dresyl. Aprenderás con Yuli, para que su sabiduría se combine con la nuestra. Eres un gran hombre, mi amor, y no un mero miembro de una tribu, como los pobres necios que hay afuera; serás aún más grande si hablas directamente con el primer Yuli.
Aunque Loil Bry se preocupaba mucho por Pequeño Yuli porque necesitaba alguien con quien construir un gran amor, pensaba que lo dominaría todavía más si le enseñaba las artes esotéricas. Con la protección de Pequeño Yuli ella podría conservar una suntuosa ociosidad, como había hecho antes de la invasión.
Aunque Pequeño Yuli amaba a esa mujer inteligente y perezosa, advertía que ella podía atarlo con sus ardides, y resolvió aprender cuanto pudiera sin dejarse engañar. Algo, en el temperamento de ambos, o en la situación, hizo que de todos modos se engañara.
Loil Bry, con la ayuda de una anciana sabia y un anciano sabio, enseñó a Yuli la disciplina de la comunicación con los padres. Yuli abandonó enteramente la caza para entregarse a la contemplación; Baruin y los demás le daban de comer. Empezó a practicar el pauk. En ese estado de trance, esperaba encontrarse con el corusco de su padre, Orfik, y a través de él comunicarse con los fessupos, los coruscos ancestrales que se hundían a través del mundo inferior hacia la roca original, en la que el mundo había comenzado.
En esa época, Yuli apenas salía. Esa conducta tan poco viril era un misterio en Oldorando.
Años atrás, Loil Bry había vagabundeado mucho por las tierras que rodeaban Embruddock, como haría más tarde su nieto Laintal Ay. Quiso que Yuli viera por sí mismo cómo las piedras que demarcaban las octavas de tierra estaban esparcidas a lo largo de todo el territorio.
Para esto llamó a un hombre ceniciento, con aire de halcón, llamado Asurr Tal Den. Era el abuelo de Shay Tal, que desempeñaría ulteriormente un papel muy importante. Loil Bry ordenó a Asurr Tal que llevara a Yuli hacia el noreste de Oldorando. Había estado una vez allí, mirando el día que se convertía en media luz y la media luz que se convertía en breve noche, sintiendo en el cuerpo el latido del mundo.
De modo que Asurr Tal salió a pie con Yuli en la estación benigna. Era a principios del invierno, cuando Batalix se elevaba al sur del este, y brillaba solitario menos de una hora —el intervalo disminuía de día en día— antes de la salida del segundo centinela. Soplaba el viento, pero el cielo brillaba limpio como el bronce. Aunque Asurr Tal estaba desgastado y encorvado, se fatigaba menos que Yuli, poco acostumbrado a caminar. Hizo que Yuli ignorara los lobos distantes y que estudiara todo lo que veía en términos esotéricos. Asurr Tal le mostró unos postes de piedra, como los que había cerca del lago Dorzin. Los postes se elevaban de una rueda con un círculo en el centro y dos líneas que conectaban el círculo interior con el exterior. Asurr Tal explicó el significado de los postes con una voz cantarina.
Dijo que en ese símbolo la energía irradiaba desde el centro hacia la circunferencia, así como irradiaba de los antepasados hacia los descendientes, o de los fessupos, a través de los coruscos, a los seres vivos. Esos pilares demarcaban las octavas de tierra. Cada hombre o mujer nacía en una octava. La energía de las octavas de tierra variaba con las estaciones y determinaba que nacieran niños o niñas. Las octavas de tierra se extendían por todas partes, hasta los mares lejanos. La gente vivía con felicidad si se conformaba a las correspondientes octavas de tierra.
Sólo quienes eran enterrados en la octava de tierra correcta, podían, como coruscos, comunicarse con los descendientes vivos. Y estos descendientes tenían que encontrarse también en la octava adecuada cuando emprendieran el viaje al mundo inferior.
Extendiendo la mano como un cuchillo, Asurr Tal cortó las sierras y los valles circundantes.
—Si recuerdas esta sencilla norma, la comunicación con los padres es posible. Las palabras se hacen más débiles como un eco a través de los valles, de una generación desvanecida a la siguiente, y así por todo el reino de los muertos, que superan en número a los vivos como los piojos a los hombres.
Mientras Yuli contemplaba la árida ladera, sintió de pronto un profundo rechazo por esas enseñanzas. Hasta poco antes se había interesado solamente por los vivos, y siempre se había sentido libre.
—Hablar con los muertos —dijo con intensidad—. Los vivos no deberían tener contacto con los muertos. Nuestro lugar está aquí, sobre la tierra.
El anciano dejó escapar una risita, y tiró de la manga de piel de Yuli familiarmente, señalando hacia abajo.
—Puedes creerlo así, puedes creerlo así. Pero aunque sea lamentable, la norma de la existencia es que nuestro lugar se encuentra a la vez aquí y abajo, en el polvo. Tenemos que aprender a usar a los coruscos como a los animales, para nuestro beneficio.
—Los muertos deberían conservarse en su lugar.
—Oh, está bien… pero en cuanto a eso, un día tú mismo estarás muerto. Además, la señora Loil Bry desea que aprendas estas cosas, ¿no es verdad?
Yuli tuvo el deseo de gritar: «Odio a los muertos, y nada quiero de ellos». Pero calló, mordiendo las palabras. Y así perdió.
Aunque aprendió a cumplir los rituales de la comunicación con los ancestros, Pequeño Yuli nunca logró hablar con su padre, y mucho menos con el primer Yuli. Los muertos no respondieron. Loil Bry lo explicaba diciendo que sus padres habían sido enterrados en la octava de tierra incorrecta. Nadie comprendía por completo los misterios del mundo inferior. Yuli, intentando comprender, cayó cada vez más en poder de Loil Bry.
Durante todo este tiempo, Dresyl trabajaba para la comunidad, de acuerdo con el viejo señor. Nunca dejó de querer a Yuli, e hizo incluso que sus dos hijos estudiaran en parte los conocimientos que enseñaba la extraña tía. Pero no permitió que la enseñanza se alargara, para evitar que fueran embrujados.
Dos años después del nacimiento de Nahkri, Loil Bry dio a Pequeño Yuli una hija. La llamaron Loilanun. Loilanun nació en la torre, junto a la ventana de porcelana, con ayuda de la partera.
Y con la ayuda de Yuli, Loil Bry dio a su hija un regalo especial. Le regalaron, y por medio de ella a todo Oldorando, un calendario.
A causa de la distorsión de los siglos, Embruddock tenía más de un calendario. De los tres que había, el más conocido era el llamado señorial. El calendario señorial simplemente contaba los años a partir del acceso al poder del último señor. Los otros dos eran anticuados, y uno de ellos se consideraba siniestro, por lo que había sido abandonado, aunque nunca había muerto del todo: era el calendario de dos filos. El denniss se ocupaba de grandes números, pero nadie lo comprendía bien desde que expulsaran a los sacerdotes.
Según estos viejos calendarios, el nacimiento de Loilanun caía, respectivamente, en los años 21, 343 y 423. Con el nuevo, se declaró que ese año era el tercero después de la Unión. Desde ese momento en adelante, las fechas se referirían al tiempo transcurrido desde la unión de Oldorando y Embruddock.