Heliconia - Primavera (24 page)

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Authors: Bryan W. Addis

Loil Bry no era la misma después de la muerte de su hombre. Antes había permanecido siempre en su habitación perfumada; ahora, vieja y vulnerable, prefería vagar por la verde espesura que brotaba en torno de Oldorando, hablando o cantando a solas. Muchos temían por ella; pero nadie se atrevía a acercársele, excepto Laintal Ay y Shay Tal.

Un día fue atacada por un oso al que las avalanchas habían obligado a bajar de la montaña. Mientras se arrastraba, herida, unos perros salvajes se le echaron encima y la mataron y devoraron a medias. Las mujeres encontraron los restos mutilados del cuerpo, y los llevaron llorando al poblado.

La extravagante Loil Bry fue enterrada del modo tradicional. Muchas mujeres la lloraron; habían respetado el alejamiento de esa mujer, nacida en el tiempo de las nieves, que había conseguido vivir entre ellas y sin embargo totalmente apartada. Había en ese alejamiento una especie de inspiración: era como si ellas, incapaces de sostener por sí mismas esa inspiración, la hubieran vivido por intermedio de Loil Bry.

Todo el mundo reconocía los conocimientos de Loil Bry. Nahkri y Klils acudieron a homenajear a la anciana tía, aunque no se molestaron en ordenar al padre Bondorlonganon que supervisara el entierro. Permanecieron en el borde de la multitud doliente, susurrando. Shay Tal y Laintal Ay fueron a consolar a Loilanun, que no habló ni lloró mientras bajaban a su madre al suelo mojado.

Más tarde, mientras se alejaban, Shay Tal oyó que Klils decía: —Después de todo, hermano, era sólo una mujer más…

Shay Tal enrojeció, trastabilló, y hubiera caído si Laintal Ay no la hubiese tomado por la cintura. Se marchó directamente a la habitación ventilada donde vivía con su madre, y allí se quedó con la frente apoyada en la pared.

Tenía buena figura, pero no lo que se llamaba una figura maternal. Como méritos externos lucía un abundante pelo negro, rasgos delicados y un aire orgulloso. Ese porte atraía a algunos hombres, pero repelía a muchos otros. Shay Tal había rechazado las insinuaciones del vivaz Eline Tal. Eso había ocurrido suficiente tiempo atrás como para que ella advirtiera la carencia de otros posibles festejantes, con excepción de Aoz Roon. Pero tampoco él se doblegaría.

Y mientras estaba en su habitación, apoyada contra la pared húmeda donde crecían las flores esqueléticas de los líquenes grises, decidió que la independencia de Loil Bry sería su ejemplo. No sería sólo una mujer más, dijeran lo que dijeran de ella sobre su tumba.

Todas las mañanas, al alba, las mujeres se reunían en la llamada casa de las mujeres. Era una especie de fábrica. Con la primera luz, figuras embozadas en pieles y algún abrigo adicional emergían de las ruinosas torres y se deslizaban hacía el lugar de trabajo.

La niebla saturaba ese momento, cortada en bloques translúcidos por las torres, atravesada por aves blancas. Las piedras estaban húmedas, y bajo los pies rezumaba el fango. La casa de las mujeres se alzaba en un extremo de la calle principal, cerca de la gran torre. Detrás de ella, a cierta distancia, corría el Voral junto al desgastado muelle de piedra. Cuando las mujeres iban a trabajar, los gansos, las aves de corral de Embruddock, se precipitaban gritando a recibir el alimento que traían las mujeres. Dentro de la casa, una vez que se cerraba la pesada y crujiente puerta, se cumplían las eternas tareas de las mujeres: moler el grano para obtener harina, cocer, asar, coser ropas y botas, y curtir pieles. El curtido era particularmente difícil y lo supervisaba un hombre, Datnil Skar, maestro de la corporación de curtidores. El proceso requería sal, y tradicionalmente los curtidores se ocupaban de todo lo que concernía a la sal. Y también era preciso cubrir las pieles con excremento de ganso, tarea que se consideraba denigrante para los hombres. Los chismes alegraban el trabajo, mientras las madres y las hijas discutían los defectos de los hombres y los vecinos.

Loilanun trabajaba ahora allí con las demás mujeres. Había adelgazado mucho y tenía en la cara un color amarillento. El odio contra Nahkri y Klils le devoraba a tal punto las entrañas que apenas hablaba, incluso con Laintal Ay, quien ahora decidía libremente sobre su propio camino. Loilanum sólo era amiga de Shay Tal. Shay Tal tenía un poco de hada, y un modo de pensar muy ajeno a la torpe sumisión que caracterizaba a las mujeres de Embruddock.

Una fría madrugada, Shay Tal acababa de dejar la cama cuando oyó golpes abajo, en la puerta. La niebla había penetrado en la torre, ocupando la habitación donde dormía con la madre. Estaba poniéndose las botas en esa perlada penumbra cuando llamaron otra vez. Loilanun abrió la puerta, entró en el establo y subió hasta la habitación de Shay Tal. Los cerdos de la familia gruñeron en la oscuridad mientras Loilanun subía a tientas los crujientes escalones, Shay Tal la recibió cuando entró en la habitación, y le tomó la mano helada. Hizo un gesto de silencio, indicando el ángulo más oscuro, donde dormía la madre. El padre había salido con los otros cazadores. En el confinamiento de esa habitación que olía a estiércol no se veía otra cosa que contornos grises, pero Shay Tal advirtió algo extraño en Loilanun y en su figura encorvada. La visita intempestiva anunciaba dificultades.

—¿Estás enferma, Loilanun?

—Fatigada, sólo fatigada. Shay Tal: esta noche he hablado con el corusco de mi madre.

—¡Has hablado con Loil Bry! De modo que ya está allí… ¿Qué te ha dicho?

—Están todos allí, ahora mismo, miles de ellos, debajo de nuestros pies, esperándonos… Me asusta pensar en ellos. —Loilanun se estremeció. Shay Tal rodeó con el brazo a la mujer mayor y la llevó hasta la cama, donde ambas se sentaron juntas. Afuera chillaban los gansos. Las dos mujeres se miraron, buscando consuelo.

—No es la primera vez que estoy en pauk desde que murió —dijo Loilanun—. No pude encontrarla antes: sólo había un vacío donde tenía que estar. Yo sólo podía arañar el vacío… El fessupo de mi abuela gemía pidiendo atención. Es todo tan triste allí…

—¿Dónde está Laintal Ay?

—Oh, ha salido a cazar —dijo, y volvió en seguida a su tema—. Hay tantos, a la deriva, y no parece que se hablen. ¿Por qué se odiarán los muertos, Shay Tal? Nosotras no nos odiamos, ¿verdad?

—Estás muy alterada. Ven, vamos a trabajar y a comer algo.

En la filtrada luz gris, Loilanun se parecía a su madre.

—Quizá no tengan nada que decirse —prosiguió Loilanun—. Pero están tan ansiosos de hablar con los vivos… Así estaba mi pobre madre.

Se echó a llorar. Shay Tal la abrazó, mirando atrás para ver si su madre despertaba.

—Tenemos que salir, Loilanun. Llegaremos tarde.

—Mi madre estaba tan cambiada… Era tan diferente, pobre sombra. Toda aquella dignidad de antes ha desaparecido. Ha comenzado a… encorvarse. Oh, Shay Tal, me da miedo pensar cómo será vivir allí para siempre…

Pronunció la última frase en voz alta. La madre de Shay Tal se volvió y gruñó. Los cerdos, abajo, gruñeron. Sopló el Silbador de Horas. Era tiempo de ir a trabajar. Tomadas del brazo, bajaron las escaleras. Shay Tal llamó suavemente a los cerdos por su nombre, para tranquilizarlos. El aire estaba helado cuando empujaron la puerta y la cerraron, sintiendo que la escarcha de los paneles se quebraba bajo los dedos. A través del lodo y los grises de la mañana otras figuras se encaminaban hacia la casa de las mujeres; las mantas que sostenían sobre los hombros les ocultaban los brazos.

Mientras se movían entre las formas anónimas, Loilanun dijo a su compañera: —El corusco de Loil Bry me habló del largo amor que la unió a mi padre. Dijo muchas cosas acerca de los hombres y las mujeres que no pude comprender. Y dijo cosas crueles acerca de mi hombre.

—¿Nunca has hablado con él?

Loilanun eludió la respuesta.

—Mi madre apenas me dejaba hablar. ¿Por qué los muertos son tan sentimentales? ¿No es terrible? Ella me odia. Lo ha perdido todo, excepto la emoción. Es como una enfermedad. Dijo que un hombre y una mujer juntos son una sola persona. No comprendo. Le dije que no comprendía. Tuve que pedirle que se callara.

—¿Pediste al corusco de tu madre que se callara?

—No te asombre tanto. Y mi hombre solía pegarme. Yo le tenía miedo…

Jadeaba y perdía la voz. Ambas entraron agradecidas en el calor de la casa. El pozo de la curtiduría humeaba. En unos nichos ardían unas gruesas velas de grasa de ganso, con un sonido restallante, como si alguien estuviese depilando un cuero. Había allí unas veinte mujeres que bostezaban y se rascaban.

Shay Tal y Loilanun comieron trozos de pan, y bebieron rathel antes de acercarse a uno de los morteros. La mujer mayor, cuyo rostro se veía mejor ahora, tenía muy mal aspecto: grandes ojeras azules y el pelo enmarañado.

—¿El corusco te dijo algo útil? ¿Algo que pueda ayudar? ¿Habló de Laintal Ay?

—Me dijo que tenemos que acumular conocimientos. Que tenemos que respetar el conocimiento. Se burló de mí. —Con la boca llena de pan, agregó:—Dijo que el conocimiento era más importante que la comida. Que era, en verdad, comida. Probablemente estaba confusa… Poco acostumbrada a estar allí. Es difícil comprender lo que dicen…

Cuando apareció el supervisor, se volvieron a trabajar con el grano.

Shay Tal miró de lado a su amiga: la luz cenicienta de la ventana del este le llenaba los huecos del rostro.

—El conocimiento no puede ser comida. Por más que supiéramos, tendríamos que moler el grano.

—Cuando mi madre vivía, me mostró el dibujo de una máquina que funcionaba con el viento. Molía el grano sin que las mujeres movieran un dedo, me dijo. El viento hacía el trabajo de las mujeres.

—A los hombres no les gustaría —le dijo Shay Tal, riendo.

A pesar de que Shay Tal era una mujer prudente, la resolución que había tomado se hizo más firme: llegó a ser la mujer que más desafiaba lo que otras aceptaban sin reflexión.

Se ocupaba de cocer el pan. Se amasaba la harina con grasa y sal, y luego se cocía al vapor sobre conductos de agua caliente en rápido movimiento. Cuando los panecillos dorados estaban listos, se dejaban enfriar y una muchacha delgada llamada Vry los repartía entre todos los pobladores de Oldorando. Shay Tal era la encargada de este proceso; sus panes tenían fama de saber mejor que los de ninguna otra cocinera.

Pero Shay Tal veía muchas perspectivas misteriosas más allá de los panecillos. La rutina no la atraía y se hizo cada vez más reservada. Cuando Loilanun cayó víctima de una enfermedad consuntiva, Shay Tal la llevó a su casa, junto con Laintal Ay, a pesar de las protestas del padre, y cuidó pacientemente a la mujer mayor. Hablaban durante horas. A veces, Laintal Ay escuchaba; pero muchas otras veces se aburría y salía.

Shay Tal empezó a comunicar sus ideas a las demás mujeres; hablaba en particular con Vry, más maleable por su juventud. Decía que así como el hombre prefiere la verdad a la mentira, así la luz es más necesaria que la oscuridad. Las mujeres escuchaban, y murmuraban incómodas.

No sólo las mujeres. Vestida con pieles oscuras, Shay Tal tenía una majestad que los hombres percibían, Laintal Ay entre otros. Al orgulloso porte unía la orgullosa conversación. Ambas cosas atraían a Aoz Roon. Escuchaba y discutía. Shay Tal mostraba una vena seductora, que respondía al aire autoritario del cazador. Ella había aprobado que él apoyase a Dathka contra Nahkri; pero no le permitía que se tomara libertades. Su propia libertad dependía de esa negativa.

. Las semanas pasaban, y grandes tormentas rugían sobre las torres de Embruddock. La voz de Loilanun era cada vez más débil, y ella murió una tarde. Durante la enfermedad había transmitido parte del conocimiento de Loil Bry a Shay Tal y a otras mujeres que habían ido a visitarla. Hizo real el pasado para ellas, y todo lo que dijo fue filtrado por la oscura imaginación de Shay Tal.

Mientras decaía, Loilanun ayudó a Shay Tal a fundar lo que ambas llamaban la academia. Una academia de mujeres, donde juntas intentarían ser algo más que criadas. Muchas de esas criadas permanecieron gimiendo junto al lecho de muerte de Loilanun hasta que Shay Tal, en un acceso de impaciencia, las expulsó.

—Podemos observar las estrellas —dijo Vry, elevando su cara de chiquillo—. ¿Has visto que se muevan siguiendo caminos regulares? Me gustaría comprenderlas mejor.

—Todo lo que vale la pena está enterrado en el pasado —dijo Shay Tal, contemplando el rostro de la amiga muerta—. Este lugar estafó a Loilanun y nos estafa a nosotros. Los coruscos nos esperan. ¡Nuestras vidas están tan encerradas! Necesitamos hacer mejores gentes, tanto como mejores panecillos.

Se puso de pie, se acercó a la ventana, y abrió los gastados postigos.

La vivaz inteligencia de Shay Tal comprendió en seguida que la academia despertaría la desconfianza de los hombres de Embruddock, y sobre todo las de Nahkri y Klils. Sólo Laintal Ay, todavía inmaduro, la apoyaría, aunque ella esperaba conquistar a Aoz Roon y a Eline Tal. Comprendió que tendría que luchar contra toda oposición a la academia, y que esa lucha era necesaria para renovar el espíritu del grupo. Desafiaría el letargo general; había llegado el tiempo del progreso.

La inspiración la impulsaba. Mientras enterraban a su pobre amiga, Shay Tal, con la mano apoyada en el hombro de Laintal Ay, descubrió la mirada de Aoz Roon. Empezó a hablar. Las palabras de Shay Tal fluyeron audaces y vigorosas entre los géisers.

—Esta mujer estaba obligada a ser independiente. Lo que sabía era una ayuda para ella. Algunos de nosotros no podemos ser tratados como esclavos. Tenemos una visión de cosas mejores. Oíd lo que diré. Las cosas serán diferentes.

Todo el mundo la miró, con asombro; la novedad del estallido les encantaba.

—Pensáis que vivimos en el centro del universo. Pero yo os digo que vivimos en el centro de una granja. Nuestra posición es tan confusa que no podéis comprender hasta qué punto lo es.

"Esto os digo a todos. En el pasado, en el remoto pasado, ocurrió cierto desastre. Fue tan completo que nadie puede entender ahora en qué consistió ni cómo llegó a producirse. Sólo sabemos que trajo un frío y una oscuridad perdurables.

"Tratáis de vivir lo mejor posible. Está bien, está bien; vivid bien, amaos los unos a los otros, sed amables. Pero no pretendáis que ese desastre nada tiene que ver con vosotros. Puede haber ocurrido hace largo tiempo; pero infecta cada día de nuestras vidas. Nos envejece, nos desgasta, nos devora, arranca de nosotros a nuestros hijos. No sólo nos hace ignorantes, sino también enamorados de nuestra ignorancia. Estamos enfermos de ignorancia.

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