Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Subí a duras penas por el sendero de grava del Jardín de la Paz Perpetua empujando la silla de ruedas de la tía Mercy. Thelma iba detrás de con tía Prue colgada de un brazo y tía Grace el otro. Lucille seguía pisando cuidadosamente las piedras y manteniendo las distancias. El bolso de piel auténtica de tía Mercy colgaba de los mangos de la silla, y me golpeaba en la tripa a cada paso. Sudaba sólo de pensar que la silla podía quedarse atrancada en la espesa hierba. Existían muchas posibilidades de que Link y yo acabáramos llevándola a pulso como un par de bomberos.
Llegamos al cementerio a tiempo de ver a Emily pavoneándose con un flamante vestido blanco sin mangas ni espalda. Todas las chicas lucían un vestido nuevo el Día de Difuntos. No estaban permitidas chanclas ni tops, sólo ropa de los domingos. Era como una reunión familiar pero diez veces más numerosa. Porque casi todos los habitantes del pueblo eran parientes, vecinos o vecinos de los vecinos.
Colgada del brazo de Emory, Emily no dejaba de proferir sus típicas risitas.
—¿Has traído cerveza? —preguntó.
—He traído algo mejor —respondió Emory abriendo la chaqueta para enseñar una petaca plateada.
Eden, Charlotte y Savannah recibían en audiencia cerca de la sepultura de la familia Snow, que se encontraba en una ubicación privilegiada: el centro de unas hileras de lápidas. La tumba estaba adornada con vistosas flores de plástico y querubines. Junto a la otra lápida, la más alta, pastaba un cervatillo de plástico. Decorar tumbas era otro más de lo varios concursos de Gatlin, una forma de demostrar que tu familia, difuntos incluidos, y sobre todo tú eran mejores que el vecino y que la familia del vecino —y que los difuntos de la familia del vecino—. La gente tiraba la casa por la ventana: coronas de plástico envueltas en enredaderas de nailon, brillantes conejos y ardillas, hasta fuentes para pájaros cuya agua el sol calentaba tanto que quemaba los dedos a quien se le ocurriera tocarla. No había límite. Cuanto más chabacano, mejor.
Mi madre escogía sus preferidos y se reía. «A pesar de todo, son reflejos de una vida, obras de arte como las que pintaron los maestros holandeses y flamencos, sólo que de plástico. El sentimiento es el mismo». A mi madre le daban risa las peores tradiciones de Gatlin, pero respetaba las mejores. Tal vez ese fuera el motivo de que, pese a todo, consiguiera sobrevivir en esta comunidad.
Apreciaba sobre todo las cruces que encendían por la noche. Algunos días de verano subíamos los dos al cementerio a la hora del crepúsculo para contemplar cómo se iban iluminando igual que si fueran estrellas. Una vez le pregunte por qué le gustaban tanto. «Es historia, Ethan. La historia familiar, las personas que cada familia amaba, las que murieron. Esas cruces, esas flores y esos animales de plástico tan tontos están ahí para recordarnos a los ausentes. Y es bonito verlo, y es también nuestra obligación». Nunca hablábamos con mi padre de aquellas noches en el cementerio. Era una de las cosas que hacíamos solos.
Pasé junto a la mayoría de mis compañeros del Jackson High y pisé uno o dos conejos de plástico antes de llegar a la sepultura de la familia Wate, que estaba en el extremo más alejado del cementerio. Ese era otro de los detalles del Día de Difuntos. En realidad, nadie dedicaba mucho tiempo a la memoria de sus allegados. Transcurrida una hora, todas las personas mayores de veintiún años terminaban de chismorrear de los muertos y se ponían a chismorrear de los vivos y los menores de treinta empezaban a emborracharse detrás de los mausoleos. Ese día, todos menos yo, que estaría demasiado ocupado recordando.
—Eh, tío. —Link llegó corriendo a nuestro lado y saludó a Las Hermanas con una sonrisa—. Buenas tardes, señoras.
—¿Qué tal estás Wesley? Creciendo como un cardo, ¿verdad? —Tía Prue estaba enfadada y sudorosa.
—Sí, señora.
Detrás de Link estaba Rosalie Watkins que saludó a tía Prue.
—Ethan, ¿por qué no te vas con Wesley? Acabo de ver a Rosalie y tengo que preguntarle que harina usa para el pastel de colibrí. —Tía Prue hundió el bastón en la hierba y Thelma empujó la silla de ruedas de tía Mercy.
—¿Se las apañarán bien solas?
—Por supuesto que nos apañamos bien solas —me respondió tía Prue con enfado—. Llevamos haciéndolo desde antes que tú vinieras al mundo.
—Desde antes que tu padre viniera al mundo —corrigió tía Grace.
—Ah, casi se me olvida —dijo Tía Prue rebuscando en su bolso—. Encontré esa condenada etiqueta de la gata —anunció mirando a Lucille con desaprobación—. Aunque de bien poco sirvió. A algunas les importan tres pepinos los años de lealtad y los innumerables paseos por la cuerda de tender. No valen para ganarse ni una pizca de gratitud, al menos de la gratitud de algunas.
La gata se alejó sin molestarse en mirar atrás.
Cogí la chapa de identificación de Lucille y la metí en el bolsillo.
—Le falta la anilla.
—Mejor llévala en la cartera por si te paran y te preguntan si está vacunada contra la rabia. Es muy aficionada a morder. Thelma nos va a buscar otra.
—Gracias.
Las Hermanas se cogieron del brazo y echaron a andar en dirección de sus amigas. Sus pantagruélicos sombreros tropezaban a cada paso. Hasta las Hermanas tenían amigas. Que vida tan asquerosa la mía.
—Shawn y Earl han traído cerveza y Bourbon. Han quedado con todos detrás de la cripta de los Honeycutt. —Bueno al menos tenía a Link.
Ambos sabíamos que yo no me emborracharía en ninguna parte. Al cabo de unos minutos estaría ante la tumba de mi madre recordando cómo se reía cada vez que le hablaba del señor Lee y de su tergiversada versión de la historia —de la histeria, como ella la llamaba— de los Estados Unidos. Recordaría también el momento en que la vi bailar con mi padre, descalzos los dos, una canción de James Taylor. Y cómo tenía siempre la palabra justa en el momento en que las cosas iban mal — como cuando mi ex-novia prefería una especie de mutante sobrenatural en vez de a mí—.
—¿Estás bien? —me preguntó Link poniéndome la mano en el hombro.
—Sí, estoy bien. Vamos a dar un paseo. —Visitaría la tumba de mi madre, por supuesto, pero todavía no. Aún no estaba preparado.
L, ¿Dónde est…?
Me sorprendí a mí mismo y traté de pensar en otra cosa. No sé por qué seguía buscándola, al menos con el pensamiento. Era el hábito, supongo. Pero en vez de la voz de Lena, oí la de Savannah. Estaba delante de mí. Se había puesto demasiado maquillaje, pero estaba guapa. Tenía el pelo reluciente y las pestañas exageradamente pintadas y llevaba un vestido de tirantes con unos nudos con el único propósito de que a los chicos les entraran ganas de desatarlos. Los chicos que no supieran lo bruja que era o no les importara lo más mínimo, quiero decir.
—Siento mucho lo de tu madre, Ethan —me dijo, aclarándose la garganta. Debía de haberse acercado por encargo de su madre, porque, en tanto que pilar de la comunidad, la señora Snow siempre estaba al tanto de esos detalles. Aquella noche, y aunque no había transcurrido un año de la muerte de mi madre, me encontraría más de un guiso a la puerta de casa, como el día después del entierro —en Gatlin el tiempo pasaba despacio, igual que los años de un perro, pero al revés—, y como el día del entierro, Amma los dejaría en la puerta para las comadrejas, que al parecer nunca se cansaban de la cazuela de cerdo con manzana.
Pero aquello era lo más simpático que me había dicho Savannah desde septiembre. Aunque me daba igual lo que pensara de mí, aquel día me gustó porque, aunque no fuera más que por un instante, dejé de sentirme como una mierda.
—Gracias.
Savannah me dedicó su sonrisa fingida, y se marchó dando tumbos porque sus zapatos de tacón se hundían en la hierba. Link se aflojó la corbata, que estaba arrugada y era demasiado corta. La reconocí. Se la había puesto en la ceremonia de graduación de sexto. Debajo de la camisa llevaba una camisa que decía ESTOY CON ESTÚPIDO y tenía unas flechas que apuntaban en todas las direcciones. Resumía a la perfección mi estado de ánimo: rodeado, acosado y estúpido.
Y la gente siguió disparando. Tal vez se sintieran culpables porque mi padre estaba loco, y mi madre muerta, pero lo más probable es que temieran a Amma. De todos modos, debían de tomarme por el sucesor de Loretta West, tres veces viuda, cuyo último marido falleció cuando un cocodrilo le arrancó de cuajo un trozo de estómago. En efecto, yo era el primer candidato a suceder a Loretta en el título de persona más patética en el Día de Difuntos. Si hubieran dado premios, a mí me habría tocado la banda azul. Lo comprendí al ver que todos hacían una inclinación de cabeza al cruzarse conmigo.
Qué pena Ethan Wate se ha quedado sin su mamá
.
Así me miraba la señora Lincoln en aquel momento, con un
pobre y descarriado huerfanito
escrito en la cara. Al verla, Link se escabulló.
—Ethan, quería decirte que
todas
echamos mucho de menos a tu madre. —No supe a quien se refería: a sus amigas de las Hijas de la Revolución, que no soportaban a mi madre, o a las componentes de la tertulia de Snip’n’Curl, que siempre comentaban que mi madre leía demasiados libros y que de eso no puede salir nunca nada bueno. Se limpió una lágrima inexistente y continuó—: era una buena mujer. ¿Sabes? Recuerdo cuanto le gustaba la jardinería. Siempre estaba cuidando de sus rosas. Que corazón tan tierno tenía la pobre.
—Sí, señora.
Lo más parecido que mi madre había estado de practicar la jardinería fue cuando rocío de cayena unos tomates para evitar que mi padre matara al conejo que se los comía. De las rosas se ocupaba Amma. Todo el mundo lo sabía. Que ganas me dieron que la señora Lincoln hiciera aquel comentario delante de Amma.
—Me gusta pensar que está justo ahí arriba con los ángeles, cuidando el precioso y antiguo Jardín del Edén. Podando y limpiando el árbol de la sabiduría con los querubines y las…
¿Arpías?
—Estoy buscando a mi padre, señora. —Tenía que librarme de la madre de Link antes de que la partiera un rayo… o un rayo me partiera a mí por desearlo.
—¡Dile a tu padre —prosiguió cuando yo me alejaba—, que les voy a llevar uno de mis famosos guisos de cerdo con manzana!
Eso decidía el concurso: ya no habría ninguna duda de que me darían la banda azul del primer premio. No había conseguido librarme a tiempo, pero en el Día de Difuntos no tenía escapatoria. En cuanto dejabas atrás a un pariente o a un vecino raro, en la siguiente esquina aparecía otro. Pero Link lo tenía aun peor: los más raros de todos eran sus padres. Y también lo aguardaban al doblar la esquina.
—Earl era el mejor de todos —decía su padre, rodeando a Tom Watkins por los hombros—. Tenía el mejor uniforme, y las mejores formaciones de batalla… —Se interrumpió, ahogando un sollozo de borracho—. Y fabricaba la mejor munición.
Daba la casualidad de que Big Earl había muerto precisamente fabricando munición y que el señor Lincoln lo había sustituido como jefe de la caballería en la Reconstrucción de la batalla de Honey Hill. Parte de su sentimiento de culpa estaba presente en forma de Whisky.
—Quería traer mi arma y ofrecerle a Earl la salva que merece, pero Maldita Doreen la ha escondido y no sé dónde.
La mujer de Ronnie Weeks era conocida por todos como Maldita Doreen, o MD para abreviar, porque Ronnie no la llamaba de ninguna otra forma. El doliente bebió otro trago de Whisky.
—¡Por Earl!
Los tres amigos se abrazaron y alzaron latas y botellas sobre la tumba de Earl derramando cerveza y whisky Wild Turkey sobre la lapida. Era el tributo de Gatlin a sus caídos.
—Uf, espero no terminar así —dijo Link, huyendo y yo detrás de él. Sus padres nunca dejaban de avergonzarlo—. ¿Por qué no podrán mis padres ser como los tuyos?
—¿Qué quieres, un padre perturbado y una madre muerta? No te ofendas, pero creo que la parte de la perturbación ya la tienes bien cubierta.
—Tu padre ya no está perturbado. O, por lo menos, no más que cualquier persona de por aquí. Darte paseos en pijama cuando tu mujer acaba de morir no lo tiene nadie en cuenta, pero mis padres no tienen excusa, les falta un tornillo.
—Nosotros no terminaremos así. Tú vas a ser un batería famoso, y vas a vivir en Nueva York y yo seré… y yo no sé lo que seré, pero no voy a terminar vestido con un uniforme de confederado y bebiendo Wild Turkey —aseguré intentando parecer convincente, aunque no sabía que era más improbable, que Link se convirtiera en un músico famoso o que yo acabara yéndome de Gatlin algún día.
En la pared de mi habitación todavía colgaba un mapa con la delgada línea verde que unía a todos los lugares sobre los que había leído y a los que me gustaría viajar. Me había pasado la vida pensando en carreteras que llevaran a cualquier parte menos Gatlin. Y entonces conocí a Lena y fue como si el mapa hubiese dejado de existir. Habría sido capaz de vivir toda la vida en el mismo sitio con tal de estar con ella. Qué curioso que el mapa había perdido todo su atractivo en el momento en que más lo necesitaba.
—Será mejor que me acerque a ver a mi madre —dije con el mismo tono que si me dirigieran a la biblioteca a verla en el archivo—. Ya sabes lo que quiero decir.
Choqué los nudillos con Link.
—Luego te busco, voy a dar un paseo.
¿Dar un paseo? Link nunca daba paseos. Lo suyo era emborracharse y ligar con chicas que nunca se enrollaban con él.
—¿Qué pasa? —le pregunté—. No piensas buscar a la siguiente señora Wesley Jefferson Lincoln ¿verdad?
Link pasó la mano por sus rizados y erizados rubios cabellos.
—Ojalá. Sé que soy un idiota pero ahora mismo, sólo puedo pensar en una tía.
En la tía menos indicada. ¿Qué podía decir yo? Sabía muy bien lo que era estar enamorada de una chica que no quería ni verte.
—Lo siento, tío. Supongo que no es fácil olvidar a Ridley.
—No, y haberla visto anoche tampoco ayuda —dijo negando con la cabeza con frustración—. Sé que se supone que es una Caster Oscura y todo eso, pero no puedo evitar la sensación de que no sólo nos enrollamos, de que entre nosotros hubo algo más.
—Sé a qué te refieres.
Éramos un par de patéticos perdedores. Aunque no creía que Ridley fuera capaz de nada auténtico, no quería que Link se sintiera peor. En todo caso, no estaba, como yo, buscando respuestas.
—¿Te acuerdas de todo ese rollo que me contaste de que los Casters y los Mortales no pueden tener relaciones porque el mortal moriría?