Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—No te atreverás.
—Ya lo he hecho.
Finalmente sucedió. Lo único que quedaba entre nosotros era el inimaginable poder que nunca había empleado contra mí. Sus ojos desprendieron destellos de oro. No había en ellos ni un mínimo matiz verdoso. Comprendí que hablaba en serio.
—Júrame que no vendrás —dijo, separándose de mí y apartando la mirada. No quería que viera sus ojos. Y yo no soportaba verlos.
—Te lo juro.
No dijo nada más. Asintió y se limpió las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Me marché bajo una lluvia de escayola.
Me paseé por los salones de Ravenwood por última vez. Cada sala que cruzaba era más oscura. Lena se iba, Macon ya se había ido. Todo el mundo se marchaba, el lugar se quedaba como muerto. Pasé la mano por la reluciente barandilla de caoba. Quería recordar el olor del barniz, la suave sensación de la madera, el levísimo aroma a los cigarros de importación de Macon, a jazmín confederado, a sanguinas y a libro viejo.
Me detuve ante el dormitorio de Macon. La puerta estaba pintada de negro mate y podía haber sido la puerta de cualquier otra estancia de la casa, pero era la del cuarto de Macon. Boo dormía a sus pies esperando a un amo que no volvería. Ya no parecía un lobo, sino un perro cualquiera. Sin Macon, estaba tan perdido como Lena. Me miró y movió la cabeza con gesto cansino.
Cogí el picaporte y empujé la puerta. La habitación de Macon estaba exactamente como yo la recordaba. Nadie se había atrevido a tapar ningún mueble. La cama con dosel del centro brillaba como si Casa o Cocina, los criados invisibles de Ravenwood, la hubiera lacado un millar de veces. Los postigos típicos de las plantaciones —aunque éstos estaban pintados de negro— mantenían la estancia totalmente a oscuras para no distinguir el día de la noche. Unos enormes candelabros sostenían velas negras y del techo colgaba una enorme lámpara de hierro también negra en la que reconocí las filigranas de los Caster. Al principio no me di cuenta, pero al cabo de unos instantes me acordé.
Ridley y John las llevaban en la piel y también las había visto en el Exilio. El emblema de los Casters Oscuros, el tatuaje que todos compartían. Todas eran distintas, pero inconfundiblemente parecidas. En lugar de tatuadas parecían marcadas a fuego. Me estremecí.
Cogí un pequeño objeto de la parte de arriba del vestidor. Era una fotografía en la que Macon aparecía junto a una mujer, pero la imagen estaba muy oscura y sólo se distinguía el perfil de una silueta. Parecía una sombra. Me pregunté si sería Jane.
¿Cuántos secretos se habría llevado Macon a la tumba? Volví a colocar la foto en su sitio, pero había tan poca luz que calculé mal y se cayó. Me agaché a recogerla y advertí que una de las esquinas de la alfombra estaba doblada. La alfombra, además, era exactamente igual a la del estudio de Macon en los Túneles.
La levanté. Debajo había una trampilla lo suficientemente grande para que cupiera una persona. Otra puerta a los Túneles. Tenía una anilla. Tiré y se abrió. Daba al estudio de Macon, pero no tenía escaleras y había demasiada altura para saltar. Me podía romper la cabeza contra el suelo de piedra.
Recordé la puerta secreta de la Lunae Libri. Tenía que intentarlo, no había otra forma de averiguarlo. Me agarré a la cama y tanteé con el pie con mucho cuidado. Estuve a punto de caerme, pero entonces encontré algo sólido. Un escalón. Aunque no podía verla, tocaba la vieja escalera de madera con el pie. Segundos después me encontraba en el suelo de piedra del estudio de Macon.
No se pasaba todo el día durmiendo. Bajaba a los Túneles probablemente con Marian. Pensé en los dos revisando viejas leyendas Casters, discutiendo sobre la arquitectura de paisajes anteriores a la guerra mientras bebían té. Es probable que Macon hubiera pasado más tiempo con Marian que con nadie, exceptuando a Lena.
Me pregunté si no sería Marian la mujer de la foto y Jane su verdadero nombre. Nunca se me había ocurrido, pero explicaría muchas cosas. Por qué incontables paquetes de papel de estraza de la biblioteca se apilaban ordenadamente en el estudio de Macon, por qué una catedrática de la Universidad de Duke había acabado en una biblioteca de un pueblo apartado como Gatlin aunque fuera Guardiana, por qué Marian y Macon eran inseparables y pasaban tanto tiempo juntos.
Tal vez porque se amaban.
Miré a mí alrededor y vi la caja de madera que guardaba las reflexiones y los secretos de Macon. Estaba en el estando donde Marian la había dejado.
Cerré los ojos y la toqué…
Ver a Jane por última vez era lo que Macon más o menos quería. Hacía semanas que no se citaban, aunque muchas noches la había seguido hasta su casa desde la biblioteca, observándola desde lejos, deseando tocarla
.
Pero no quería hacerlo cuando quedaba tan poco tiempo para la Transformación. Y, sin embargo, ella estaba al í aunque hubiera insistido en que no quería verla
.
—
Jane, tienes que marcharte. Aquí no estás a salvo
.
Jane cruzó la habitación despacio
.
—
¿No comprendes que no me puedo marchar?
—
Lo comprendo —respondió él y la abrazó y besó por última vez. Sacó algo de una cajita que guardaba en el armario. Era una esfera perfecta y completamente lisa. La puso en la mano de Jane y cerró sus dedos sobre ella
.
—
Después de la Transformación no podré protegerte —dijo con voz grave—, al menos no de lo que se supone la mayor amenaza para tu vida. De mí. —Se miró las manos, sopesando el objeto que tan cuidadosamente había ocultado—. Si ocurre algo y te ves en peligro, usa esto
.
Jane abrió la mano. La esfera era negra y opalescente como una perla. Al mirarla empezó a brillar y a cambiar de color. Jane notó que vibraba
.
—
¿Qué es?
Macon retrocedió, como si, ahora que había cobrado vida, no quisiera tocar la esfera
.
—
Es un Arco de Luz
.
—
¿Para qué sirve?
—
Si llega un momento en que me convierta en un peligro para ti, estarás indefensa. No podrás hacerme daño ni matarme. Sólo otro Íncubo podría
.
La mirada de Jane se ensombreció. Habló con un hilo de voz
.
—
Yo nunca te haría daño
.
Macon le acarició la cara con suavidad
.
—
Lo sé, pero aunque quisieras, sería imposible. Un mortal no puede matar a un Íncubo. Por eso necesitas el Arco de Luz. Es lo único que puede contener a los de mi especie. La única forma de detenerme si
…
—
¿Contener? ¿Qué quieres decir?
Macon volvió la cabeza
.
—
Es como una celda, Jane. La única en la que se nos puede encerrar
.
Jane se fijó en la esfera negra que brillaba en la palma de su mano. Ahora que sabía lo que era, le pareció que horadaba su mano y su corazón. La colocó en la mesa de Macon. El objeto rodó hasta el otro lado y dejó de brillar
.
—
¿Crees que te voy a enjaular en esa cosa como si fueras un animal?
—
Seré peor que un animal
.
Jane derramó unas lágrimas que le corrieron por la cara hasta llegar a su boca. Cogió a Macon por el brazo para obligarlo a que la mirase
.
—
¿Cuánto tiempo estarías ahí encerrado?
—
Probablemente para siempre
.
Jane negó con la cabeza
.
—
No lo haré. Nunca te condenaría a algo así
.
Aunque sabía que era imposible, Jane tuvo la impresión de que los ojos de Macon se llenaban de lágrimas. Macon no tenía lágrimas que derramar, pero ella habría jurado que las vio brillar en sus ojos
.
—
Si te ocurriera algo, si te hiciera daño, me estarías condenando a un destino, a una eternidad, mucho peor de la que podría encontrar aquí —dijo Macon cogiendo el Arco de Luz—. Tienes que prometerme que si llega el momento de usarlo, lo harás
.
Jane se esforzó por contener las lágrimas sin lograrlo
.
—
No sé si… —dijo con voz temblorosa
.
Macon apoyó su frente en la de Jane
.
—
Prométemelo, Janie. Si me quieres, tienes que prometérmelo
.
Jane apoyó la cabeza en el frío hombro de Macon, respiró profundamente y dijo
:
—
Te lo prometo
.
Macon levantó la cabeza, miró a un lado y dijo
:
—
Una promesa es una promesa, Ethan
.
Cuando me desperté estaba tumbado en una cama. Entraba mucha luz por una ventana, así que no podía encontrarme en el estudio de Macon. Miré al techo, pero tampoco vi ninguna lámpara, de modo que tampoco estaba en su dormitorio de Ravenwood.
Aturdido y confuso, me incorporé. Estaba en mi propia cama, en mi habitación. La ventana estaba abierta y la luz de la mañana me daba en los ojos. ¿Cómo era posible que me hubiera desmayado en el estudio de Macon y despertado en mi cama horas después? ¿Qué había pasado en aquel intervalo con el tiempo y el espacio y todas las leyes físicas? ¿Qué Caster o Íncubo era suficientemente poderoso para hacer algo así?
Las visiones nunca me habían afectado. Tanto Abraham como Macon me habían visto. ¿Cómo podía ser? ¿Qué intentaba decirme Macon? ¿Por qué quería que tuviera precisamente esas visiones? No comprendía nada excepto una cosa. O las visiones estaban cambiando o, como Lena se había propuesto, era yo quien había cambiado.
M
E MANTUVE ALEADO DE RAVENWOOD, como prometí. No sabía dónde estaba Lena ni adónde había ido. Me pregunté si John y Ridley se habrían marchado con ella.
Lo único que sabía es que Lena había esperado toda su vida para hacerse cargo de su destino, para encontrar la forma de Cristalizar como ella deseaba a pesar de la maldición, y yo no podía interponerme en su camino. Además, como se había encargado de señalarme, tampoco me lo habría permitido.
Por mi parte, tenía que hacer frente a mi destino inmediato: quedarme todo el día en la cama compadeciéndome de mí mismo. Con algunos cómics, naturalmente. Aunque no de
Aquaman
.
Gatlin, sin embargo, tenía otros planes para mí.
La Feria del Condado era un día de tartas y concursos y, si habías tenido suerte y habías conseguido enrollarte con alguna chica, una noche de diversión. El Día de Difuntos, otra de las grandes tradiciones de Gatlin, era totalmente distinto. Cambiabas las chanclas y pantalones cortos por la ropa de los domingos y te marchabas al cementerio a presentar tus respetos a los muertos de tu familia y de las demás. En Gatlin, además, prescindíamos del hecho de que el Día de Difuntos es una festividad eminentemente católica que se celebra en noviembre. En mi pueblo, teníamos nuestra propia forma de hacer las cosas y esa fiesta se convertía en un día para el recuerdo y la culpa y en una competición generalizada por ver quién amontonaba más ángeles y flores de plástico en las tumbas de sus ancestros.
El Día de Difuntos todo el mundo salía: baptistas, metodistas, evangelistas y pentecostales. Las dos únicas personas del pueblo que no aparecían por el cementerio eran Amma, que pasaba el día en Wader’s Creek, donde estaba la sepultura de su familia, y Macon Ravenwood. Me pregunto si alguna vez pasarían la fiesta juntos en la marisma, con sus Antepasados. Pero lo dudo. No creo que Macon o los Antepasados supieran apreciar el valor estético de las flores de plástico.
Me pregunté también si los Casters tendrían su propia versión del Día de Difuntos, si en aquellos momentos Lena sentiría lo mismo que yo, si sólo tendría ganas de quedarse acurrucada en la cama hasta que pasara aquel maldito día. El año anterior había transcurrido muy poco tiempo desde la muerte de mi madre y no acudí al cementerio. Hasta entonces dedicaba el día a visitar sepulturas de miembros de la familia Wate que no había tenido el placer de conocer.
Ese día, sin embargo, acudiría a la tumba de una persona en la que no había dejado de pensar un sólo día. Mi madre.
Amma estaba en la cocina. Se había puesto su mejor blusa blanca, la del cuello de encaje, y su larga falda azul. Estaba cogiendo uno de esos bolsitos diminutos que llevan las señoras mayores.
—Será mejor que pases por casa de tus tías —dijo, colocándome el nudo de la corbata—. Ya sabes lo nerviosas que se ponen si llegas tarde.
—Claro, Amma —dije yo, y cogí de la encimera las llaves del coche de mi padre, a quien había dejado a las puertas del Jardín de la Paz Perpetua hacía una hora porque quería pasar un rato a solas con mi madre.
—Espera un momento.
Me puse tenso. No quería que Amma me mirase a los ojos. No podía hablar de Lena y no quería que insistiera.
Metió la mano en su bolsito y sacó algo que no pude ver. Abrió mi mano y colocó en la palma una fina cadena de oro con un colgante en forma de pájaro mucho más pequeño que los del entierro de Macon. Pero lo reconocí en seguida.
—Es un gorrión para tu madre —me explicó. Le brillaban los ojos como las carreteras después de llover—. Para los Casters, el gorrión es un símbolo de libertad, para un Sheer son el presagio de un viaje sin novedad. Los gorriones son muy listos: pueden recorrer grandes distancias y siempre encuentran el camino de vuelta.
—No creo que mi madre haga más viajes —dije con un nudo en la garganta.
Amma se secó las lágrimas y cerró el bolso.
—Ya veo que estás muy seguro de todo, ¿verdad, Ethan Wate?
Cuando aparqué en la entrada de grava de la casa de las Hermanas y abrí la puerta, Lucille no saltó fuera y se quedó sentada en el asiento. Sabía dónde estábamos y sabía que estaba exiliada. Le hice algunas caricias y la obligué a salir del coche. Pero se quedó sentada en la acera, con medio cuerpo en el cemento y el otro medio en la hierba.
Sin darme tiempo a tocar el timbre, Thelma abrió la puerta y antes de dedicarme una mirada miró a la gata.
—¿Qué tal,
Lucille
, cómo estamos? —
Lucille
se lamió la pata perezosamente y se olisqueó el rabo. Evidentemente, pasaba olímpicamente de Thelma—. ¿A qué has venido? ¿A decirme que las galletas de Amma son mejores que las mías? —
Lucille
era la única gata que conocía que se alimentaba a base de galletas y carne en salsa en lugar de comida para gatos. Maulló como si respondiera a la pregunta de Thelma—. ¿Qué tal, corazoncito? ¿Por fin te has levantado? —dijo Thelma, esta vez dirigiéndose a mí, y me dio un beso en la frente. Siempre me dejaba una mancha rosa chillón que por mucho que frotara era incapaz de borrar—. ¿Estás bien?