Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (92 page)

Capítulo CC: De los gastos quel marqués don Hernando Cortés hizo en las armadas que envió a descubrir y cómo en todo lo demás no tuvo ventura

E ha menester volver mucho atrás de mi relación para que bien se entienda lo que agora dijere. En el tiempo que gobernaba la Nueva España Marcos de Aguilar, por virtud del poder que ara ello le dejó el licenciado Luis Ponce de León al tiempo que fallesció, según ya lo he declarado muchas veces, antes que Cortés fuese a Castilla envió el mismo marqués del Valle cuatro navíos que había labrado en una provincia que se dice Zacatula, bien bastecidos de bastimento y artillería, con buenos marineros y con docientos y cincuenta soldados, y mucho rescate de cosas de mercaderías y tarrabusterías de Castilla, y todo lo que era menester de vituallas, y pan biscocho para más de un año. Y envió en ellos por capitán general a un hidalgo que se decía Alvarado de Sayavedra Serón, y su viaje y derrota para las islas de los Malucos y Especería, o la China, y esto fue por mandado de Su Majestad, que se lo hobo escrito a Cortés, desde la ciudad de Granada, en veinte y dos de junio de mill e quinientos y veinte y seis años. Y porque Cortés me mostró la mesma carta a mí e a otros conquistadores que le estábamos teniendo compañía, lo digo y declaro aquí. Y aun le mandó Su Majestad a Cortés que a los capitanes que enviase que fuesen a buscar una armada, que había salido de Castilla para la China, e iba en ella por capitán un don fray García de Loayza, comendador de San Juan de Rodas. Y en esta sazón que se apercibía para el viaje el Sayavedra, aportó a la costa de Teguantepeque un pataje que era de los que habían salido de Castilla con la armada del mismo comendador que dicho tengo, y venia en el mismo patache por capitán un Ortuño de Lango, natural de Portugalete, del cual capitán e pilotos que en el pataje venían se informó Alvaro de Sayavedra y Serón de todo lo que quiso sabor, y aun llevó en su compañía a un piloto y a dos marineros, y se lo pagó muy bien por que volviesen otra vez con él, y tomó plática de todo el viaje que habían traído y de las derrotas que habían de llevar. Y después de haber dado las instruciones y avisos que los capitanes y pilotos que van a descubrir suelen dar en sus armadas, y de haber oído misa e encomendarse a Dios, se hicieron a la vela en el puerto de Ziguatanejo, ques en la provincia de Colimar o Zacatula, que no lo sé bien, y fue en el mes de diciembre, en el año de mill e quinientos y veinte y siete o veinte y ocho
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. Y quiso Nuestro Señor Jesucristo encaminalles que fueron a los Malucos e a otras islas, y los trabajos y dolencias que pasaron, y aun muchos que se murieron en aquel viaje, yo no lo sé; mas yo vi dende a tres años en Méjico a un marinero de los que hablan ido con el Sayavedra, y contaba cosas de aquellas islas y ciudades donde fueron que yo mestaba admirado. Y éstas son las islas que agora van desde Méjico con armada a descubrir y tratar; y aun oí decir que los portugueses questaban por capitanes en ellas que prendieron al Sayavedra, o a gente suya, y que los llevaron a Castilla, o que tuvo dello noticia su Majestad. Y como ha tantos años que pasó e yo no me hallé en ello más de, como dicho tengo, haber visto la carta que Su Majestad escribió a Cortés en esto, no diré más. Quiero decir agora cómo en el mes de mayo de mill e quinientos e treinta e dos años, desque Cortés vino de Castilla envió desde el puerto de Acapulco otra armada con dos navíos, bien bastecidos con todo género de bastimentos, e marineros los que eran menester, y artillería y rescate, y con ochenta soldados escopeteros y ballesteros, y envió por capitán general a un Diego Hurtado de Mendoza, y estos dos navíos envió a descubrir por la costa del Sur, a buscar islas y tierras nuevas, y la causa dello es porque, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, así lo tenía capitulado con los del Real Consejo de Indias cuando Su Majestad se fue a Flandes. Y volviendo a decir del viaje de los dos navíos, fue que yendo el capitán Hurtado, por sin ir a buscar islas, ni se meter mucho en la mar, ni hacer cosa que de contar sea, se apartaron de su compañía, amotinados, más de la mitad de los soldados que llevaba de un navío, y dicen que ellos mismos, por concierto que entre el capitán y los amotinados se hizo, fue dalles el navío en que iban para se volver a la Nueva España; mas nunca tal es de creer que el capitán les diera licencia, sino que ellos se la tomaron. Y ya que daban vuelta, les hizo el tiempo contrario y les echó en tierra, y fueron a tomar aguas, y con mucho trabajo vinieron a Jalisco y dieron nuevas dello en Jalisco, y desde allí voló la nueva a Méjico, de lo cual le pesó mucho a Cortés. Y el Diego Hurtado corrió siempre la costa, y nunca se oyó decir más dél, ni del navío, ni jamás paresció. Quiero dejar de decir desta armada, pues se perdió, y diré cómo Cortés despachó otros dos navíos questaban ya hechos en el puerto de Teguantepeque, los cuales abasteció muy cumplidamente, ansí de pan como de carne y todo lo necesario que en aquel tiempo se podía haber, y con mucha artillería y buenos marineros y setenta soldados y cierto rescate, y por capitán general dellos a un hidalgo que se decía Diego Becerra de Mendoza, de los Becerras de Badajoz o Mérida; y fue en el otro navío por capitán un Hernando de Grijalva, y este Grijalva iba debajo de la mano del Becerra; y fue por piloto mayor un vizcaíno que se decía Ortuño Jiménez, gran cosmógrafo. Y Cortés mandó al Becerra que fuese por la mar en busca del Diego Hurtado y, si no lo hallase, se metiese todo lo que pudiese en mar alta, y buscasen islas y tierras nuevas, porque había rama de ricas islas y perlas. Y el piloto Ortuño Jiménez, cuando estaba platicando con otros pilotos en las cosas de la mar, antes que partiese para aquella jornada, decía y prometía de les llevar a tierras bien afortunadas, de riquezas, que ansí las llamaban, y decía tantas cosas cómo serían todos ricos, que algunas personas lo creían. Y después que salieron del puerto de Teguantepeque, a la primera noche se levantó un viento contrario que apartó los dos navíos el uno del otro, que nunca más se vieron, y bien se pudieron tornar a juntar, porque luego hizo buen tiempo, salvo quel Hernando de Grijalva, por no ir debajo de la mano del Becerra, se hizo luego a la mar y se apartó con su navío, porquel Becerra era muy soberbio y mal acondicionado, y en tal paró, según adelante diré; y también se apartó el Hernando de Grijalva porque quiso ganar honra por sí mismo, si descubría alguna buena isla; y metióse dentro en la mar más de docientas leguas, y descubrió una isla que le puso por nombre Sant Tomé, y estaba despoblada. Dejemos al Grijalva y a su derrota, y volveré a decir lo que le acaesció al Diego Becerra con el piloto Ortuño Jiménez. Es que riñieron en el viaje, y como el Becerra iba malquisto con todos los más soldados que iban en la nao, concertóse el Ortuño con otros vizcaínos marineros y con los soldados con quien había tenido palabras el Becerra de dar en él una noche y matarle, y ansí lo hicieron: questando durmiendo lo despacharon al Becerra y a otros soldados, y si no fuera por dos frailes franciscos que iban en aquella armada, que se metieron en despartillos, más males hobiera. Y el piloto Jiménez con sus compañeros se alzaron con el navío y, por ruego de los frailes, los fueron a echar en tierra de Jalisco, ansí a los religiosos como a otros heridos; y el Ortuño Jiménez dio vela y fue a una isla que la puso por nombre Santa Cruz, donde dijeron que había perlas, y estaba poblada de indios como salvajes. Y como saltó en tierra y los naturales de aquella bahía o isla estaban de guerra, los mataron, que no quedaron, salvo los marineros que quedaban en el navío. Y desque vieron que todos eran muertos, se volvieron al puerto de Jalisco con el navío, y dieron nuevas de lo acaescido, y certificaron que la tierra era buena y bien poblada, y rica de perlas
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; y luego fue esta nueva a Méjico. Y como Cortés lo supo, hobo gran pesar de lo acaescido
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, y como era hombre de corazón, que no reposaba con tales sucesos, acordó de no enviar más capitanes, sino ir él en persona. Y en aquel tiempo tenía ya sacados de astillero tres navíos de buen porte en el puerto de Teguantepeque, y como le dieron las nuevas que había perlas a donde mataron al Ortuño Jiménez, y porque siempre tuvo en pensamiento de descubrir por la mar del Sur grandes poblazones, tuvo voluntad de ir a poblar, porque ansí lo tenía capitulado con la serenísima emperatriz doña Isabel, de gloriosa memoria, como ya dicho tengo, y los del Real Consejo de Indias, cuando Su Majestad pasó a Flandes. Y como en la Nueva España se supo quel marqués iba en persona, creyeron que era a cosa cierta y rica, y vinieron a servir tantos soldados, ansí de a caballo y otros arcabuceros y ballesteros, y entrellos treinta y cuatro casados, que se le juntaron por todos sobre trecientas y veinte personas, con las mujeres casadas. Y después de bien abastecidos los tres navíos de mucho biscocho, y carne, y aceite, y aun vino y vinagre, y otras cosas pertenecientes para bastimentos, llevó mucho rescate, y tres herreros con sus fraguas, y dos carpinteros de ribera con sus herramientas, y otras muchas cosas que aquí no relato por no me detener, y con buenos y expertos pilotos y marineros, mandó que los que se quisiesen ir a embarcar al puerto de Teguantepeque, donde estaban los tres navíos, que se fuesen, y esto por no llevar tanto embarazo por tierra, y él se fue desde Méjico con el capitán Andrés de Tapia y otros capitanes y soldados, y llevó clérigos y religiosos que le decían misa, y llevó médicos y cirujanos, y botica. Y llegados al puerto donde se habían de hacer a la vela, ya estaban allí los tres navíos, que vinieron de Teguantepeque. Y desque todos los soldados se vieron juntos con sus caballeros y a pique, Cortés se embarcó con los que le paresció que podían ir de la primera barcada hasta la isla o bahía que nombraron Santa Cruz, a donde decían que había las perlas. Y como Cortés llegó con buen viaje a la isla, y fue en el mes de mayo de mill y quinientos y treinta y seis o treinta y siete años, y luego despachó los navíos para que volviesen por los demás soldados y mujeres casadas, y caballos, que quedaban aguardando con el capitán Andrés de Tapia, y luego se embarcaron y, alzadas velas, yendo por su derrota, dioles un temporal que les echó cabe un gran río que le pusieron nombre San Pedro y San Pablo. Y, asegurado el tiempo, volvieron a seguir su viaje; y dioles otra tormenta que les despartió a todos tres navíos: y el uno dellos fue al Puerto de Santa Cruz, adonde Cortés estaba, y el otro fue a encallar y dar al través en tierra de Jalisco, y los soldados que en él iban, que estaban muy descontentos del viaje y de muchos trabajos, se volvieron a la Nueva España, y otros se quedaron en Jalisco; y el otro navío aportó a una bahía que llamaban el Guayabal, y pusiéronle este nombre porque había allí mucha fruta que llaman guayabas. Y como habían dado al través, tardaban tanto y no acudían adonde Cortés estaba, y les aguardaban por horas, porque se les habían acabado los bastimentos, y en el navío que dio al través en tierra de Jalisco iba la carne y biscocho y todo el más bastimento, a esta causa estaban muy congojados, ansí Cortés como todos los soldados, porque no tenían qué comer, y en aquella tierra no cogen los naturales della maíz, y son gente salvaje y sin pulicía, y lo que comen son frutas de las que hay entrellos, y pesquerías y mariscos. Y de los soldados questaban con Cortés, de hambre y de dolencias se murieron veinte y tres, y los muchos más estaban dolientes y maldecían a Cortés y a su isla y bahía y descubrimiento. Y desque aquello vio, acordó de ir en persona con el navío que allí aportó, y con cincuenta soldados, y dos herreros, y carpinteros, y tres calafates, en busca de los otros dos navíos porque, por los tiempos y vientos que habían corrido, entendió que habían dado al través. E yendo en busca dellos, halló al uno encallado, como dicho tengo, en la costa de Jalisco, y sin soldados ningunos, y el otro estaba cerca de unos arrecifes. Y con grande trabajo y con tornallos a aderezar y calafatear, volvió a la isla de Santa Cruz con sus tres navíos y bastimento, y comieron tanta carne los soldados que la aguardaban, que, como estaban debilitados de no comer cosa de substancia de muchos días atrás, les dio cámaras y tanta dolencia que se murieron la mitad de los que quedaban. Y por no ver Cortés delante de sus ojos tantos males, fue a descubrir otras tierras, y entonces toparon con la California, ques una bahía. Y como Cortés estaba tan trabajado, deseábase volver a la Nueva España, sino que de empacho, porque no dijesen dél que había gastado gran cantidad de pesos de oro y no habían topado tierras de provecho ni tenía ventura en cosa que pusiese la mano, y que eran maldiciones de los soldados
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; y a este efeto no se fue. Y en aquel instante, como la marquesa doña Juana de Zúñiga, su mujer, no sabía ningunas nuevas dél más que había dado al través un navío en la costa de Jalisco, estaba muy penosa, creyendo no se hobiese muerto o perdido, y luego envió en su busca dos navíos, de los cuales el uno dellos fue el en que había vuelto a la Nueva España el Grijalva que había ido con el Becerra, y el otro navío era nuevo y le acabaron de labrar en Teguantepeque; los cuales dos navíos cargaron de bastimento lo que en aquella sazón pudieron haber. Y envió por capitán dellos a un Fulano de Ulloa; y escribió muy afectuosamente al marqués, su marido, con palabras y ruegos que luego se volviese a Méjico a su estado e marquesado, y que mirase los hijos e hijas que tenía, y dejase de porfiar más con la Fortuna y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas partes hay de su persona. Y ansimismo le escribió el ilustrísimo virrey don Antonio de Mendoza, muy sabrosa y amorosamente, pidiéndole por merced que se volviese a la Nueva España. Los cuales dos navíos con buen viaje llegaron adonde Cortés estaba; y desque vio las cartas del virrey y los ruegos de su mujer, la marquesa, e hijos, dejó por capitán con la gente que allí tenía al Francisco de Ulloa, y todos los bastimentos que para él traía, y luego se embarcó y vino al puerto de Acapulco, y, tomando tierra, a buenas jornadas vino a Cornavaca, donde estaba la marquesa, con lo cual hobo mucho placer, y todos los vecinos de Méjico y los conquistadores se holgaron de su venida, y aun el virrey y Audiencia Real, porque había fama que se decía en Méjico que se querían alzar todos los caciques de la Nueva España viendo que no estaba en la tierra Cortés, y demás desto, luego se vinieron todos los soldados y capitanes que hablan dejado en aquellas islas, o bahía que llaman la California. Y esto de su venida no sé de qué manera fue, o porque ellos de hecho se vinieron, o el virrey y la Audiencia Real les dio licencia para ello. Y desde a pocos meses, como Cortés estaba algo más reposado, envió otros dos navíos bien bastecidos, ansí de pan y carne como de otros marineros, y sesenta soldados, y buenos pilotos, y fue en ellos por capitán el Francisco de Ulloa otras veces por mí nombrado, y questos navíos que envió fue que la Audiencia Real de Méjico se lo mandaba expresamente que los enviase para cumplir lo que había capitulado con Su Majestad, según dicho tengo en los capítulos pasados que dellos habla. Volvamos a nuestra relación. Y es que salieron del puerto de la Natividad por el mes de junio de mill e quinientos y treinta y tantos años, y esto de los años no me acuerdo, y le mandó Cortés al capitán que corriese la costa adelante y acabasen de bojar la California, y procurasen de buscar al capitán Diego Hurtado, que nunca más paresció. E tardó en el viaje, en ir y venir, siete meses, y sé que no hizo cosa que de contar sea, y se volvió al puerto de Jalisco. Y dende a pocos días, ya quel Ulloa estaba en tierra descansando, un soldado de los que había llevado en su capitanía le aguardó en parte que le dio destocadas, donde le mató. Y en esto que he dicho pararon viajes y descubrimientos quel marqués hizo, y aun le oí decir muchas veces que había gastado en las armadas sobre trecientos mill pesos de oro. Y para que Su Majestad le pagase alguna cosa dello, y sobre el contar de los vasallos, determinó ir a Castilla, e para demandar a Nuño de Guzmán cierta cantidad de pesos oro de los que la Real Audiencia le hobo senteciado

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