Indomable Angelica (78 page)

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Authors: Anne Golon,Serge Golon

Tags: #Histórico

«¡La vida es idiota!», se decía Angélica. Y lloraba quedamente, con los ojos cegados por el brillo de las breves olas al pie de la ciudadela. ¡Oh, Mediterráneo! ¡Nostramare! ¡Nuestra madre! Nuestra madre. Cuna azul, amplio seno amargo de la humanidad, que surcaban todas las razas, que mecía todos los sueños. ¡Mediterráneo, caldera de bruja, removiendo todas las pasiones…!

Angélica se había embarcado sobre sus olas engañosas y había dejado allí los jirones de su ensueño y de su esperanza en espejismos de azul y de oro…

Parecía como si no hubiera emprendido aquel viaje más que para borrar la imagen demasiado tenaz de su marido y, habiendo partido para hacerla revivir, descubrir hoy que hasta su recuerdo se había disipado al fin en ella. ¡En aquellas orillas que habían visto derrumbarse tantos imperios, todo volvía a convertirse en polvo…!

Cansada, pensaba que había sacrificado ya bastantes cosas a una meta imposible, a una quimera cruel. Como el pequeño Cantor, la primera víctima, gritando: «¡Padre mío! ¡Padre mío!» antes de desaparecer bajo las olas, ella había gritado: «¡Amor mío!», pero no tuvo respuesta alguna. Los fantasmas, las utopías, se dispersaban en el pausado movimiento de las velas sobre el horizonte, en el olor a café negro y el nombre de las ciudades apasionadas o misteriosas: Candía-la-Corsario, Mequinez, donde los esclavos expiran en los jardines del Paraíso, Argel-la-Blanca.

En aquel momento, lloraba menos su fracaso y decepción, que los recuerdos imperecederos de rostros que llevaban por nombre Osmán Ferradji, el Gran Eunuco, Colin Paturel el crucificado y hasta aquel extraño Muley Ismael que colocaba la oración entre las voluptuosidades.

Y aun aquel personaje delgado y sombrío, Mefistófeles de los mares, el Rescator, de quien había dicho el Mago: «¿Por qué has huido de él? ¡Las estrellas cuentan tu historia y la de él, la más extraordinaria historia del mundo!» En la lejanía, la voz demente de Escrainville aullaba: «Para ti mostrará ella su rostro de amante, maldito brujo del Mediterráneo…»

Pero ni aquello era cierto. Una vez más, el viento engañoso había embrollado todos los destinos, y su rostro de amante lo había ofrendado únicamente a un pobre marinero que se lo llevaba para siempre como un tesoro robado durante la más increíble de las aventuras.

Todo estaba embrollado, todo se encontraba de nuevo comprometido. Sin embargo, Angélica empezaba a percibir una verdad en aquel caos. La mujer que ella había contemplado en la charca, la que se había lavado en el manantial del oasis y erguido al claro de luna su cuerpo rejuvenecido, no tenía ya nada en común con la que hacía menos de un año se enfrentaba con Madame de Montespan bajo los artesonados de Versalles.

La de entonces era una mujer contaminada de corrupción, ávida, baqueteada, oliéndose las intrigas, a gusto en las aguas turbias. Su espíritu se había oscurecido a fuerza de alternar con tantos personjes repulsivos.

A la sola evocación de aquel recuerdo sentía náuseas, ganas de vomitar. ¡Jamás —se dijo—, jamás podría volver a estar entre ellos! Se había lavado y purificado respirando el aire aromado por los cedros. El sol del desierto había quemado las hierbas venenosas. Ahora ella los vería tales como eran; no podría ya soportar el enfrentarse con la estupidez vanidosa sobre el rostro de un Breteuil y hacer un esfuerzo para responder a ella con cortesía. Ciertamente iría a buscar a Florimond y a Charles-Henri, y después se marcharía. ¡Sí, se marcharía…! ¿Adonde?

Señor ¿no se podría crear un mundo en esta tierra en que un Breteuil no tuviera derecho a despreciar a un Colin Paturel, donde un Colin Paturel no tuviese que sentirse humillado por su amor inaccesible a una gran dama de la Corte…? Un mundo nuevo en el que los que poseyesen la bondad, la valentía, la inteligencia, estuvieran en lo alto, en el que se quedasen abajo los que careciesen de aquellas cualidades. ¿No habría una tierra virgen para acoger a los hombres de buena voluntad? ¿Dónde, Señor…? ¿En qué tierra…?

Volvió a la casa, meditando. Hablaría aquella noche al señor de Breteuil. El Rey había enviado un barco a buscarla. En un movimiento de pánico y para escapar de una situación sin salida, había recurrido a él. Y él no la había desatendido. Pero Angélica no quería ver cerrarse sobre ella las tenazas de una antigua trampa. ¿Tenía un compromiso con el Rey? Decidió que nada había sido formulado a aquel respecto. Poco más o menos, las piezas del ajedrez podían seguir colocadas de la misma manera que el año anterior.

Sin esperar más, aquella misma noche, advirtió al diplomático francés que ella no pensaba retenerle más tiempo en Ceuta. Por su parte, ella prolongaría su estancia allí, ya que su salud era todavía delicada; pero el señor de Breteuil podía regresar a Francia y comunicar al Rey el buen éxito de su misión. Aunque no hubieran tenido que hacerse los gastos previstos puesto que ella había podido escapar por sí sola de Muley Ismael, no dejaba de estar muy reconocida a Su Majestad por su increíble bondad para con ella.

El diplomático sonrió levemente y la miró con maligna satisfacción. No le había tenido nunca estima. Recordaba que con ocasión de la embajada de Bachtiari Bey, ella había triunfado en donde él y sus colegas fracasaron; y el Rey no se privó en aquella ocasión de tacharles de torpes.

Dijo que Madame de Plessis-Belliére se equivocaba. ¿Creía acaso que Su Majestad no había sentido profundo rencor hacia ella…? Era raro el ejemplo de una desobediencia tan patente y no entraba en los hábitos del Rey tomar a la ligera una manera de obrar tan próxima a la rebeldía. Madame de Plessis-Belliére por su influencia, sus numerosas relaciones, su puesto de primer plano en la Corte era una personalidad demasiado importante para que sus actos no implicasen desastrosas reflexiones. La gente habíase reído bajo capa de la «jugarreta» hecha al Rey; y los libelistas de París se hartaron de poner en coplas la misteriosa evasión de la bella amazona. Eran tantas contrariedades que el Rey no estaba dispuesto a perdonar fácilmente…

Si su increíble generosidad le había ciertamente impulsado a acudir en auxilio de la que se había colocado en tan triste situación no era propio de su dignidad de soberano el pasar la esponja fácilmente. Y la prudencia le aconsejaba desconfiar de una persona que reproducía ¡ay! la escandalosa conducta de los sediciosos de otro tiempo…

Angélica, irritada, cortó en seco la reprimenda:

—Pues bien, razón de más para no abusar de la generosidad de Su Majestad. Regresad a Francia, señor. Yo volveré por mis propios medios.

—No penséis en ello.

—¿Y por qué?


Porque tengo orden de deteneros, señora
, en nombre del Rey.

Notas

[1]
Como sabe ya el lector, Felipe, hermano de Luis XIV, primero duque de Anjou y luego duque de Orleáns, era denominado Monsieur solamente

[2]
Esquife.

[3]
Véase tomo II: “Angélica en el camino de Versalles”

[4]
Sustancia metálica que sólo ha sufrido la primera fundición, antes de ser depurada. (N. del T.)

[5]
Posada en donde se reúnen las caravanas.

[6]
«sí, muy bien» (en turco)

[7]
«baño» (en ruso)

[8]
Polvo finísimo para ennegrecer las pestañas

[9]
«¿quién da más?»

[10]
«¡Alá es grande!».

[11]
«¡Perros, rendios!»

[12]
Moneda de oro.

[13]
escribano

[14]
«su cargo»

[15]
Viene la palabra bagne (presidio) de bagno en italiano o baño en español

[16]
Diez libras francesas de aquella época o tres piastras turcas.

[17]
Embarcación de pesca de un solo palo, utilizada en las costas de Italia y de España. (N. del T.)

[18]
Salé era el puerto principal de los corsarios marroquíes.

[19]
Agadir, la antigua Santa Cruz portuguesa.

[20]
Del griego. Así se denominaba a los sacerdotes ortodoxos.

[21]
«¡Atención! ¡De prisa!»

[22]
En español, en el original.

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