Justine

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Authors: Marqués de Sade

 

Nada lo prueba, pero expertos en
Sade
como
Maurice Heine
en 1930 y
Jean-Jacques Pauvert
en 1986 aseguran que es verosímil, aunque no seguro, que terminara de escribir el primer borrador de
Justine o Los infortunios de la virtud
hacia fines de 1788. Entre ésta versión y la que se imprimió en 1791 (esto sí, en cambio, se sabe con seguridad gracias a una carta del propio
Sade
a su mujer) hay diferencias notables, entre otras la de la extensión. Es probable que
Sade
perdiera de vista los manuscritos que fueron encontrados en su celda después del 4 de julio de 1789, cuando fue liberado de la Bastilla al triunfar la Revolución. Esto induce a pensar que él había entregado ya clandestinamente a su mujer el manuscrito de
Justine
durante una de sus visitas, como todos los demás manuscritos escritos en prisión, que, gracias a este sistema, han llegado hasta nosotros. Ahora bien, en mayo de 1790,
Madame de Sade
decide separarse legalmente de su marido reteniendo todos sus papeles. Tan sólo a finales de ese año llegan a un acuerdo de divorcio mediante el cual se presume que
Sade
recupera, entre otras cosas, sus manuscritos. De modo que es lícito deducir que
Sade
habrá redactado la versión definitiva de 1794, o bien entre enero y junio de 1789, o bien entre la primavera de 1790 y la de 1791.

Dejemos al propio
Divino Marqués
comentarle sus libros a su mujer
Constance
: «[El objetivo de esta novela es el de] presentar por todas partes al Vicio triunfante y a la Virtud como víctima de sus sacrificios, a una desgraciada vagando de desventura en desventura cual juguete en manos de la maldad, entregada a todos los desenfrenos, al albur de los gustos más bárbaros y más monstruosos, aturdida por los sofismas más atrevidos y más perversos, presa de las seducciones más hábiles, de las sumisiones más irresistibles; (...) atreverse en resumen a las descripciones más osadas, a las situaciones más extraordinarias, a los pensamientos más espantosos, (...) con el único fin de obtener de todo ello una de las más sublimes lecciones de moral que el hombre haya recibido jamás: era, habrá de convertir, alcanzar el objetivo por un camino jamás hollado por él».

Y, por curiosidad, cedamos también la palabra a un
crítico anónimo de 1792
: «(...) Aunque la imaginación que ha producido una obra tan monstruosa es la de un desequilibrado, hay que reconocer sin embargo que también es, en su género, rica y brillante. (...) Jóvenes, vosotros cuya delicadeza no ha sido todavía mancillada por el libertinaje, huid de este libro peligroso para el corazón y para los sentidos. Ustedes, hombres maduros, a quienes la experiencia y la serenidad ante todas las pasiones ha situado por encima de todo peligro, léanlo para que vean hasta dónde puede llegar el delirio de la imaginación humana». De no ser porque, poco después, aconsejaba tirar el libro a las llamas, este crítico no andaba desacertado...

Marqués de Sade

Justine

o los infortunios de la virtud

ePUB v1.0

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12.12.11

Título original:
Justine, ou Les malheurs de la vertu

Autor:
Donatien Alphonse François, Marqués de Sade

3ª edción: mayo 2004

Tusquets Editores, S.A., 1994

Traducción: Joaquín Jordá, 1994

Diseño de cubierta: BM

Ilustración de la cubierta: detalle de uno de los cien dibujos realizados por

Loïc Dubigeon para
Cent dessins pour ilustrer Histoire d’O
, publicado por

Le Club du Livre Secret
en Éditions Borderie, 1981, Paris.

Advertencia del editor

Nuestros antepasados, para atraer el interés de sus lectores, recurrían en su tiempo a magos, a genios malos y otros muchos personajes fabulosos a los que, según se creían autorizados, atribuir todos los vicios que necesitaban para el éxito de sus novelas. Pero ya que, desdichadamente para la humanidad, existe una clase de hombres en la que la peligrosa inclinación al libertinaje determina unas maldades tan horribles como aquellas con que los autores antiguos ennegrecían fabulosamente a sus ogros y sus gigantes, ¿por qué no preferir la naturaleza a la fábula? ¿Y por qué rehusar los más hermosos efectos dramáticos, por el temor de no atreverse a hollar este camino? ¿Temeremos desvelar unos crímenes que parecen hechos para no salir jamás de las tinieblas? ¡Ay!, ¿quién los desconoce en nuestros días? Las sirvientas los cuentan a los niños, las muchachas de vida alegre enardecen con ellos la imaginación de sus clientes, y por una muy culpable imprudencia, los magistrados, alegando un falsísimo amor al orden, osan manchar con ellos los anales de Temis. ¿Qué retendría, pues, al novelista? ¿Todas las especies de vicios imaginables, todos los crímenes posibles no están a su disposición? ¿No tiene derecho a describirlos todos para hacerlos detestables ante los hombres? ¡Ay de aquellos a quienes las escenas de
Justine
podrían corromper! Pero que no se nos acuse de ello; sea cual fuere el camino que nosotros hubiéramos tomado, no serían ellos mejores: hay un tipo de personas para quienes la misma virtud es un veneno.

A mi buena amiga

Sí,
Constance,
a ti dirijo esta obra; a la vez el ejem­plo y el honor de tu sexo, sumando al alma más sensi­ble la mente más justa y la mejor iluminada, sólo a ti corresponde conocer la dulzura de las lágrimas que arranca la Virtud infortunada. Detestando los sofismas del libertinaje y de la irreligión, combatiéndolos ince­santemente con tus actos y tus discursos, no temo en absoluto para ti los que ha necesitado en estas memo­rias el tipo de personajes trazados; el cinismo de algunas plumas (suavizadas sin embargo lo más posible) no te horrorizará más; es el Vicio el que, gimiendo por ser desvelado, se escandaliza así que se le ataca. El pro­ceso de Tartufo fue incoado por unos santurrones; el de
Justine
será obra de los libertinos. Me inspiran escaso temor: mis razones, desveladas por ti, no serán conde­nadas; tu opinión basta para mi gloria, y debo, después de haberte gustado, o gustar a todo el mundo, o con­solarme de todas las censuras.

La intención de esta novela (no tan novela como parece) es nueva sin duda; el ascendiente de la Virtud sobre el Vicio, la recompensa del bien, el castigo del mal, suele ser el desarrollo normal de todas las obras de este tipo; ¿no es algo demasiado manido?

Pero ofrecer por doquier el Vicio triunfante y la Vir­tud víctima de sus sacrificios; mostrar a una desdichada yendo de infortunio en infortunio; juguete de la mal dad; peto de todos los excesos; blanco de los gustos más bárbaros y más monstruosos; aturdida por los so­fismas mas osados, más retorcidos; víctima de las seducciones más arteras, de los sobornos más irresistibles; teniendo únicamente para oponer a tantos reve­ses, a tantos males, para rechazar tanta corrupción, un espíritu sensible, una inteligencia natural y mucho valor; arrostrar en una palabra las pinturas más atrevidas, las situaciones más extraordinarias, las máximas más espan­tosas, las pinceladas más enérgicas, con la única inten­ción de obtener de todo ello una de las más sublimes lecciones de moral que el hombre haya recibido: con­vendremos que era llegar al objetivo por un camino poco transitado hasta ahora.

¿Lo habré conseguido,
Constance?
¿Provocará una lágrima de tus ojos mi triunfo? En una palabra, des­pués de haber leído
Justine,
dirás: «¡Oh, cuán orgullosa de amar la Virtud me siento con estos cuadros del Cri­men! ¡Cuán sublime es en las lágrimas! ¡Cómo la embe­llecen los infortunios!».

¡Oh,
Constance!
Que se te escapen estas palabras, y mis trabajos serán coronados.

 

EXPLICACIÓN DE LA ESTAMPA

La Virtud, entre la Lujuria y la Irreligión. A su izquierda está la Lujuria, bajo la figura de un joven cuya pierna rodea una serpiente, símbolo del autor de nuestros males; aparta con una mano el velo del Pudor, que protegía a la Virtud de las miradas de los profanos, y con la otra, así como con su pie derecho, dirige la caída en la que quiere hacerla sucumbir. A la derecha está la Irreligión que retiene con fuerza uno de los brazos de la Virtud, mientras que con mano pérfida saca una serpiente de su seno para envenenarla. El abismo del Crimen se entreabre bajo sus pasos. La Virtud, siempre dueña de su conciencia, alza la mirada al Eterno, y parece decir:

¡Quién sabe, cuando el Cielo nos hiere con sus golpes, si la mayor desgracia no es un bien para nosotros!

Edipo en casa de Admeto

¡Oh amigo mío! La prosperidad del Crimen es como

el rayo, cuyos resplandores engañosos sólo embellecen

un instante la atmósfera para precipitar en los abismos

de la muerte al desdichado que han deslumbrado.

PRIMERA PARTE

La obra maestra de la filosofía sería desarrollar los medios de que se sirve la Providencia para alcanzar los fines que se propone sobre el hombre, y trazar, a partir de ahí, unos planes de conducta que puedan hacer conocer a ese desdichado individuo bípedo el modo en que debe avanzar en la espinosa carrera de la vida a fin de prevenir los caprichos extravagantes de esta fatalidad a la que se dan veinte nombres diferentes, sin haber llegado todavía a conocerla ni a definirla.

Si, llenos de respeto por nuestras convenciones sociales, y sin apartarnos jamás de los diques que nos imponen, ocurre, aun así, que sólo encontramos zarzas cuando los malvados sólo recogen rosas, personas carentes de un fondo de virtudes lo bastante probado como para superar tales observaciones ¿no considerarán entonces que es preferible abandonarse al torrente que resistirlo? ¿No dirán que la virtud, por hermosa que sea, se vuelve sin embargo el peor partido que pueda tomarse, si resulta demasiado débil para luchar contra el vacío, y que, en un siglo totalmente corrompido, lo más seguro es actuar como los demás? Algo más instruidos, si se quiere, y abusando de las luces que han adquirido, ¿no dirán con el ángel Jesrad, de
Zadig,
que no hay mal que por bien no venga, y que pueden, a partir de ahí, entregarse al mal, ya que de hecho sólo es una de las maneras de producir el bien? ¿No añadirán que es indiferente al plan general que tal o cual sea preferentemente bueno o malo; que si el infortunio persigue a la virtud y la prosperidad acompaña al crimen, siendo ambas cosas iguales para los proyectos de la naturaleza, es infinitamente mejor tomar partido entre los malvados, que prosperan, ' que entre los virtuosos, que fracasan? Así pues, es importante prevenir esos peligrosos sofismas de una falsa filosofía; esencial demostrar que los ejemplos de virtud infortunada presentados a un alma corrompida, en la que permanecen sin embargo unos cuantos buenos principios, pueden devolver esta alma al bien con tanta seguridad como si se le hubiera mostrado en el camino de la virtud las palmas más brillantes y las más halagüeñas recompensas. Es cruel, sin duda, tener que describir un montón de infortunios abrumando a la mujer dulce y sensible que mejor respeta la virtud, y por otra parte la afluencia de prosperidades sobre quienes aplastan o mortifican a esa misma mujer. Pero si nace, no obstante, un bien del cuadro de esas fatalidades, ¿sentiremos remordimientos por haberlas ofrecido? ¿Podrá alguien molestarse por haber compuesto unos hechos de los que se derivan para el sensato que lee con provecho la muy útil lección de la sumisión a las órdenes de la Providencia, y la advertencia fatal de que, a menudo, para devolvernos a nuestros deberes, el cielo golpea a nuestro lado al ser que se nos antoja haber cumplido mejor los suyos?

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