Read La conspiración del Vaticano Online
Authors: Kai Meyer
Dorian, por el contrario, parecía un hombre derrotado, perdido y agotado. La luz amarilla e insana no hacía sino reforzar esa impresión.
—Santino está muerto —dijo Coralina—. Ha perdido la vida hoy por la mañana.
Dorian suspiró y enterró la cara entre las manos. Cuando volvió a alzar la vista, la hizo vagar de uno a otro como una llamarada nerviosa.
—Fue un idiota al huir de aquí. Habría estado seguro.
—Abrió la puerta —soltó Júpiter.
Dorian asintió.
—Él, con los demás. Cuando me enteré ya era demasiado tarde. Desde hace siglos somos los custodios de la puerta, y esos insensatos rompieron todas las reglas y leyes y violaron el mayor secreto de nuestra Orden.
—¿Sabe lo que hay al otro lado?
El abad arqueó una ceja.
—¿Lo sabe usted?
Coralina miró rápidamente a Júpiter y después dijo con tono diplomático:
—El secreto de su Orden ha dejado de serlo, pero probablemente eso ya lo sabe, o de lo contrario no hablaría de ello con nosotros.
—Esperaba desde hace días que alguien como ustedes se presentara aquí, desde que Santino se marchó y se llevó las cintas de vídeo.
—¿Ha visto las grabaciones? —preguntó Júpiter.
—No —respondió el abad, negando con la cabeza—. Yo soy solo el guardián de la puerta. No quiero saber lo que hay al otro lado. Créame si le digo que siento absoluto pavor por la verdad.
—Pero tiene sus sospechas, ¿verdad?
—¡Sospechas! —gritó Dorian, despectivo, abriendo los brazos de par en par—. Las sospechas no son nada, no tienen valor. Puedo tener sospechas sobre la existencia de Dios, pero nunca las formularía en voz alta. Hay preguntas que no deben hacerse, porque no existe ninguna respuesta definitiva y concluyente. Hay preguntas sin valor, pensamientos que no sirven para nada. Tiempo malgastado.
Coralina frunció el ceño.
—¿Lo dice en serio?
—Eso es lo que me han enseñado. Los capuchinos no somos eruditos o investigadores. Somos sanadores. Ayudamos a otras personas, y si cuidar de la puerta supone una ayuda, entonces se incluye entre nuestras obligaciones —hizo una breve pausa antes de continuar—. Pero no espero que ustedes lo entiendan.
—Si, como usted dice, es un acto de bien, entonces se presupone que lo que existe tras la puerta es algo nefasto —dijo Júpiter.
Dorian le estudió con atención.
—Han venido porque quieren abrir la puerta, ¿verdad?
—Tenemos una llave, exactamente igual que usted.
—Se equivocan. Yo no tengo ninguna llave, nunca la he tenido. Cuando Remeo volvió de... allí abajo y Santino vio lo que le habían hecho, cogió la llave y la arrojó por la puerta hacia las profundidades. Pero Santino me contó después cómo había conseguido él mismo una copia, y mencionó a Cristoforo y a Piranesi, por lo que yo sabía que no habría logrado nada tirando la suya. Yo estaba seguro de que habría otras, más tarde o más temprano.
—Entonces, si tanto miedo le tiene a la llave, ¿por qué no se ha limitado a echarnos?
Dorian suspiró profundamente.
—¿Qué sentido habría tenido hacer eso? Habrían vuelto en otro momento, si no ustedes, otros.
—¿Por qué el Vaticano no sabe que hay una puerta aquí, en el monasterio?
—La puerta es competencia de nuestra Orden, no del Vaticano —respondió el abad con sorprendente aridez—. La fe católica se sustenta en las tradiciones. Las unas son tan importantes como las otras. La custodia de la puerta es una tradición nuestra, una tradición de este monasterio, y se encuentra entre las funciones de los capuchinos.
Júpiter miró por la ventana y vio que una bandada de gorriones se había posado sobre las ramas del árbol muerto. Cuando Dorian siguió la dirección de su mirada, los pájaros alzaron el vuelo al mismo tiempo, presas de una oleada de pánico conjunta.
—¿Nos permitirá abrir la puerta? —preguntó Júpiter.
—¿Por qué quieren hacer eso?
—Hemos sufrido mucho —respondió Coralina—, y todavía no sabemos la razón real tras todo ello. Han muerto personas, no solo Santino. Cristoforo también cayó y alguien que... que nos era muy cercano —se armó de valor antes de continuar—. Ya es hora de descubrir algo más sobre el origen de nuestros problemas.
—¿Vendrán más? —preguntó Dorian.
—De momento somos los únicos que poseemos una llave —Júpiter cayó en la cuenta por primera vez de algo tan cercano, tan evidente, que se asombró de no haberlo pensado antes—. ¿Cómo es posible que una llave tan sencilla pueda controlar una puerta como esa? ¿No se podría abrir con una ganzúa? ¿O ya se ha intentado forzarla?
—No, nunca —replicó Dorian—, pero si la tradición oral es sincera, la cerradura no es una cerradura cualquiera, y la llave que la acompaña, no es una llave cualquiera.
—¿Magia?
—Puede llamarlo así, si quiere. Personalmente lo consideraría como un toque milagroso.
Júpiter vio cómo la mano de Coralina se deslizaba por las irregularidades del bolsillo de su pantalón. Siguió con suavidad la forma de la llave con las puntas de los dedos, buscando quizá algo extraordinario que diera la razón a las palabras del abad.
«Un toque milagroso».
—Ustedes tienen la llave —dijo Dorian— y eso, probablemente, les dé derecho a atravesar la entrada. No les detendré, pero tampoco les acompañaré ni enviaré a uno de mis hermanos con ustedes.
Júpiter se percató de que Coralina asentía.
—No será necesario —dijo él.
—¿Cuántos monjes han bajado ya? —preguntó la joven al abad.
—Remeo es el único que regresó, pero con él bajaron el hermano Lorin y el hermano Pascale. Santino se quedó en la puerta, vigilando. Esperó muchas horas hasta que Remeo volvió. Era de noche, no había nadie en la cripta. Cuando los otros hermanos abrieron la entrada por la mañana, encontraron a Santino con Remeo, ya muerto, en los brazos. Estaba en estado de
shock
y no pronunció una sola palabra hasta varias horas después. Había pasado ya casi un día entero cuando me lo contó todo.
—¿Y entonces huyó?
Dorian asintió.
—Por la noche, irrumpió en mi oficina, cogió las cintas y un poco de dinero y desapareció. Durante un tiempo pensé en llamar a la policía, pero entonces habríamos corrido el riesgo de que la existencia de la entrada se hiciera pública. No tuve más elección que la de dejar marchar a Santino, aunque conservaba la esperanza de que sería capaz de arreglárselas solo.
—Cuando le conocí, aseguraba que le estaban siguiendo —comentó Júpiter.
Dorian apretó los puños, desconcertado.
—No éramos nosotros.
—Mencionó un toro —añadió Coralina.
El abad palideció.
—El toro... —se levantó, caminó hacia la ventana y anudó las manos detrás de la espalda—. ¿De verdad dijo que le seguía un toro?
—Esas fueron sus palabras —Júpiter omitió el hecho de que él mismo había oído los bramidos y trotes—. ¿Sabe a qué se refería?
—En la Puerta de Piedra hay un toro grabado —explicó Dorian—. Estilizado, pero un toro, sin duda —agitó la cabeza y continuó—. El pobre Santino debió de haber perdido la razón.
—¿Puede contarnos algo más sobre el osario? —quiso saber Coralina—. ¿Cómo se realizó?
Dorian se alejó de la ventana y se paró ante ellos.
—¿Me enseñarían primero la llave?
Coralina miró a Júpiter, que asintió. Ella metió la mano en el bolsillo y sacó la llave.
Teniendo en cuenta su importancia, tenía un aspecto sencillo y anodino. El abad alargó el brazo y palpó su marcado paletón, sin que Coralina la soltara.
Finalmente, asintió.
—Está bien, puede volver a guardarla —se dio la vuelta y comenzó a pasearse por la habitación—. Voy a responder a su pregunta, al menos en lo que me sea posible. En el año 1631, la Orden dejó su antigua abadía de Santa Bonaventura y fundó aquí un nuevo monasterio. Los monjes trajeron consigo los restos de sus muertos. Sin embargo, no sería hasta siglos después, a mediados del XVIII, cuando comenzaron las obras del osario.
—Da la impresión —constató Coralina— de que este tema no le agrada particularmente.
—Existen demasiados misterios en torno al origen de la cripta, hay demasiadas cosas que permanecen en las tinieblas —Dorian tomó aliento y continuó—. Carecemos de registros escritos. El conjunto no data de hace más de doscientos años, y sin embargo no hay ningún documento, nada, que nos dé información al respecto. Piensen un poco en ello: ¡un ridículo siglo y medio! ¡En comparación con toda la historia de la Iglesia, eso no es nada! Sin embargo, los inicios del catolicismo están detalladamente documentados, así como la construcción de los principales monasterios, iglesias y catedrales, edificios erigidos mucho tiempo atrás. Pero de la cripta y de su constructor no existe ninguna evidencia escrita. Todo lo que sabemos es lo que podemos ver por nosotros mismos: cinco habitaciones llenas de huesos.
—¿Se sabe, entonces, quién construyó la cripta?
—Hay rumores, pero ninguna certeza. En más de una ocasión se han hecho intentos de derribarla y darles a nuestros hermanos muertos un entierro cristiano. Créanme si les digo que yo sería el primero en dar el consentimiento para ello, pero hoy en día es aún más difícil que antaño cerrar el osario. Es una de nuestras escasas fuentes de ingresos, y para una Orden como la nuestra, que carece de posesiones..., dependemos de este tipo de capital. La cripta es, a la vez, nuestra bendición y nuestra maldición.
—¿Por qué maldición?
Dorian la miró.
—¿De verdad me lo pregunta? No sabemos nada del significado de esta cripta, ni sobre las circunstancias que llevaron a su construcción.
—¿Supone usted que no se trataba de propósitos cristianos?
—¿Acaso no debemos tener esa posibilidad en cuenta? Por lo que sabemos, nunca se han producido intrigas anticristianas en este monasterio pero, ¿podemos estar completamente seguros de ello, cuando una construcción tan particular como la del osario permanece indocumentada?
—Puede que los documentos se eliminaran posteriormente —sugirió Coralina.
—De hecho —coincidió Dorian—, esa también es una posibilidad.
—¿Qué es lo que dicen los rumores de los que ha hablado? —se interesó Júpiter.
—Unos hablan de un artista que cometió un crimen y buscó refugio en la abadía. Los monjes le ofrecieron cobijo y, durante los años que permaneció aquí, creó como agradecimiento y tributo al Señor los ornamentos óseos de la capilla.
—¿Los monjes pusieron a su disposición los restos de cuatro mil de sus hermanos para llevar a cabo una obra de arte? —preguntó Coralina con escepticismo.
Dorian se encogió de hombros.
—Es una leyenda, como he dicho. Hay otra que habla de un monje que perdió la razón, de nuevo un criminal y un asesino en masa que, durante un tiempo, se atrincheró en el convento y se mofó de los monjes con su obra —negó con la cabeza—. Incluso el Marqués de Sade visitó la cripta en el año 1775, en una época en la que probablemente ni siquiera estaba terminada. Es posible que él fuera el verdadero artífice. En su relato de
Voyage en Italie
aseguró, en cualquier caso, que el responsable fue un monje alemán.
Coralina cayó en la cuenta de un detalle, y de inmediato se volvió hacia Júpiter.
—¿Recuerdas lo que te conté de Piranesi? ¿Que al principio dejó su carrera como grabador para explorar el inframundo romano?
—Se escondió en las catacumbas —recordó Júpiter—, ¿y?
El nerviosismo de Coralina crecía por momentos.
—Desapareció completamente de la vida pública durante meses, quizá incluso un par de años, porque algo allí abajo le fascinaba tanto que desatendió todo lo demás. En aquella época perdió a buena parte de sus clientes habituales, que años después tuvo que recuperar con gran esfuerzo.
Júpiter asintió, desconcertado.
—Sigo sin saber qué es lo que...
—El retorno de Piranesi a la vida pública se produjo en algún momento de mediados del siglo XVIII, probablemente en la década de los cuarenta, entre 1745 y 1749.
El abad la miró con intensidad.
—Aproximadamente en esa época comenzaron las obras de la cripta.
—¿Crees que —preguntó Júpiter, con la vista en Coralina— fue Piranesi quien diseñó el osario?
—Al menos tenía talento para ello. Además, ¡la primera edición de las
Carceri
es de 1749! Para entonces ya debía haber descubierto la entrada, en la época en la que desapareció —la joven hablaba de forma cada vez más brusca—. ¿No lo ves? ¡Todo encaja! Piranesi se trasladó en 1745 y se sumergió en el inframundo... pero no se quedó satisfecho con las catacumbas. Con la ayuda del fragmento, encontró la entrada secundaria a la Casa de Dédalo, ¡aquí, en el monasterio! Descendió y pronto regresó para recrear lo que había visto en la primera versión de las
Carceri
. Tenía miedo, y eso lo sabemos, de algo que presenció o experimentó allí, y por ello no regresó jamás —se dirigió entonces al abad—. ¿Es posible que le acompañara algún monje de este monasterio? ¿Que estuvieran allí abajo con él y que algo les asustara de tal forma que decidieran sellar la puerta?
Antes de que Dorian pudiera contestar, Júpiter intervino.
—¡Eso significaría que aquí pasó lo mismo que en el Vaticano! Allí intentaron bloquear el portal con la construcción de una gigantesca catedral, mientras que aquí...
Coralina completó la idea.
—Aquí solo había un par de monjes que no poseían nada, aparte de los huesos de sus hermanos muertos. Construyeron el osario sobre la puerta como protección contra lo que había detrás... o contra lo que todavía hay.
El abad la miró atónito.
—La cripta es un sello —susurró—. Es una posibilidad. Nigromancia contra la magia de la puerta.
—¿Nigromancia? —preguntó Coralina.
—Magia cristiana —explicó sucintamente Júpiter—. A los magos que, en la Edad Media, trabajaban para la Iglesia, se los denominaba nigromantes.
Coralina respiró hondo.
—Creo que ya es hora de ver la cripta.
—Pero después de todo lo que... —empezó el abad, irritado, pero después se interrumpió para respirar y comenzó de nuevo—. Quiero decir... En estas circunstancias, ¡no puede querer realmente abrir esa puerta!
—Como usted dijo —respondió Coralina—, alguien lo hará de todos modos, más tarde o más temprano.
Júpiter le cogió de la mano y la apretó con fuerza; después, miró a Dorian.