La Corporación (21 page)

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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

—Esperarte —responde Jones, lo cual es sorprendentemente directo, pero se siente envalentonado por la forma de sonreír de Eve—. Pensé que a lo mejor te apetecía tomar algo.

—Me parece una idea excelente.

—Bien —responde Jones, sonriendo como un bobo y sin poder evitarlo—. Vamos entonces.

—Dame un minuto para que me arregle. Vuelvo en un segundo.

Eve se dirige a los aseos.

Jones se mete las manos en los bolsillos y se apoya sobre la punta de los pies. «¡Adelante, Jones!», piensa.

—Buenas noches —dice Freddy, dándole un susto.

—Hasta luego. Nos vemos la próxima semana.

Jones observa a Freddy salir por las puertas automáticas. Antes de perderlo de vista, Freddy mira el mostrador vacío de la recepción. Jones, con un destello de lucidez, ve que se avecina una escena terrible cuando Freddy descubra que hay algo entre Eve y él. Sólo de pensarlo, un escalofrío le recorre la espalda.

—¡Lista! —exclama Eve, cogiéndole del brazo y poniéndole una hermosa y feliz sonrisa—. Vamos. Conozco un sitio.

Eve lo lleva en coche hasta un edificio bajo y ambiguo situado al lado de la bahía, un lugar que Jones ha visto miles de veces al pasar y que jamás le llamó la atención. Resulta ser un bar tan estilista que incluso ha prescindido de algo tan obvio como tratar de parecer un bar. A las seis de la tarde del viernes está bañado por el color naranja del atardecer y lleno de más pares de zapatos caros de los que Jones ha visto nunca en un solo lugar. Eve se abre camino entre la multitud con un cóctel en la mano, sonriendo y saludando a la gente. La sigue hasta una terraza tan atestada de gente que resulta difícil establecer la diferencia entre una conversación y un baile lento.

—Sex on the beach
—dice Eve.

—¿Disculpa?

Eve levanta su cóctel, se pone las gafas de sol y le sonríe.

—¡Vaya! —exclama Jones, que bebe whisky escocés y conserva la esperanza de que Eve continúe bebiendo «sexo en la playa» o cualquier otro brebaje alcohólico, en realidad, hasta que él logre reunir el valor necesario para hablarle de lo que le dijo la otra noche en la cama.

—A Klausman le encanta lo que estás haciendo sobre los fumadores —dice Eve—. Hemos estado hablando de ello hoy y le has impresionado. Y también a

, lo cual es lo más importante a largo plazo. ¿Tú qué crees? ¿Seré una buena Consejera Delegada algún día? —pregunta sonriendo.

—Tendrías el problema de explicarle a seiscientos empleados cómo has pasado de ser recepcionista a Consejera Delegada.

—Bueno, no creo que haya seiscientos empleados por mucho tiempo.

—Ya. Mira, la verdad es que aún no termino de comprenderlo. ¿Por qué se va a consolidar Zephyr?

Eve se encoge de hombros.

—Las empresas se reorganizan. Es parte del ciclo empresarial: crecimiento y luego contracción. Nos interesa encontrar mejores formas de hacerlo. Queremos que Zephyr se consolide al menos una vez al año.

—¿Y luego crecerá?

—Mmm. No gran cosa. Zephyr se ha ido reduciendo desde que trabajo en ella. La tendencia del más con menos. Ya sabes.

—¿Cuántas personas van a perder el empleo?

—Eso depende de Dirección General. Alpha no se encarga de la microgestión. Nosotros nos limitamos a tirar de un cable aquí y allí y ver qué sucede. Klausman envió un mensaje de voz diciendo que teníamos que consolidarnos y ahora lo que hacemos es observar la reacción de la empresa.

Jones mira al agua.

—O sea que un número indeterminado de personas se van a quedar sin trabajo sólo para que nosotros observemos lo que sucede.

Eve levanta la cabeza.

—¿Noto un cierto tono en tu voz?

—Sólo es una pregunta.

—¡Oh Jones, cada vez que pienso que tal vez las cosas podrían irte bien aquí, te desmoronas pensando en lo horrible que es despedir a alguien! —unas cuantas cabezas se han girado hacia ellos, pero Eve las ignora—. Creía que ya lo habías superado.

—¿Lo has superado tú?

—¿Yo? Por supuesto que sí. ¿A qué te refieres?

—¿Recuerdas algo de la otra noche?

Eve se queda perpleja.

—¿Qué pasa? ¿Qué hice?

—No pareces muy satisfecha con lo que haces —responde, aunque en el último momento se abstiene de comentarle que también le dijo que lo amaba.

Eve se ríe.

—Obviamente, estaba bebida.

—También estabas siendo sincera.

—Bobadas, Jones, bobadas. Probablemente sólo quería acostarme contigo.

—¿Por qué no admites que te sientes sola?

Los dos se quedan callados durante medio segundo, pero luego Eve suelta una carcajada de incredulidad.

—Oh vamos Jones, no me digas que hablas en serio.

—Tienes
cosas
muy bonitas. Eso ya lo veo. Dime, ¿qué más tienes?

El comentario ha sonado más crítico de lo que Jones pretendía, y Eve levanta las cejas.

—O sea que me emborracho, digo unas cuantas chorradas y ahora resulta que puedes ver en mi interior. Pues no, Jones, no. Estás muy equivocado. Tengo una buena vida, un buen trabajo, y si eso implica despedir cien personas todos los lunes, lo haré sin parpadear. Tengo todo lo que deseo. ¿Que no estoy contenta conmigo misma? Por Dios, no sólo contenta, estoy
orgullosa
. —Tú…

—¡Y no hay nada malo en las cosas que tengo!

—Eres más que todo eso, Eve. Sé que te sientes mal por lo que hace Alpha. Al menos algunas veces.

Eve no reacciona de la forma que esperaba Jones —de hecho, no reacciona en absoluto—, de modo que Jones insiste:

—¿Conoces a Freddy? Te lo he presentado esta mañana en el ascensor. Ha sido él quien te ha mandado flores todas las semanas. ¿Lo sabías?

Eve lo mira fijamente.

—¿Eres tonto o qué? Por supuesto que lo sabía. Supervisamos a todos los empleados de la empresa.

Jones nota que se ruboriza.

—Pues bien, él…

—¿Sabes lo que pone en el archivo de Freddy? «No ascenderle en ningún caso.» Por eso lleva siendo auxiliar de ventas desde hace cinco años. Freddy es un proyecto, igual que
todos
los demás. ¿Y quieres saber algo más? Holly, esa chica con la que trabajas, reserva las salas de reuniones para reuniones que no existen. Se limita a ir allí y sentarse sin hacer nada. Algunas veces coge una revista, pero la mayoría de las veces ni eso. Es la persona más solitaria que he conocido. Y la asistente que había en tu departamento, esa mujer gorda… pues bien, llevaba un registro completo de tus movimientos. Estaba tan enamorada de ti que se pasaba el día
suspirando
y
tú sin darte cuenta
. ¿Tengo que solucionar la vida de todas esas personas? No, yo creo que no. Ellos no me preocupan lo más mínimo. Para mí son como ratones en un laberinto.

Jones se va. El gesto no resulta tan impactante como suena, porque el gentío limita mucho sus movimientos. Jones no se siente como el héroe valiente, sino más bien como la heroína llorona. Aún así, baja las escaleras, se dirige hasta la puerta y se mete en un taxi que hay esperando justo en la acera antes de que Eve le de alcance. Cuando está dentro del coche, oye que Eve da golpes en la ventanilla con los nudillos.

—Vamos —le dice Jones al taxista.

Sin embargo, Eve es una mujer guapa enfundada en un vestido ajustado, lo que pesa más al parecer para el taxista que la opinión de Jones. Cuando éste se da cuenta de que el coche no se mueve, baja la ventanilla.

—Pídele a Klausman que te hable de Harvey Millpacker. Juntos comenzaron el proyecto Alpha. Ellos dos y veinte empleados que no sabían nada. Harvey empezó a tener sentimientos de culpabilidad y un día, totalmente descontrolado, empezó a decir que todo era una farsa, un experimento. Klausman no lo vio venir, no tenía modo de detenerle, por lo que el experimento se fue al garete. La empresa quebró y todos se quedaron en la calle. Los empleados se tiraban de los pelos, hubo incluso amenazas de muerte, pero ¿sabes una cosa? Estaban más enfadados con Harvey que con Klausman porque quizá éste les había mentido, pero les había proporcionado un empleo, mientras que Harvey consiguió que se quedasen todos en el paro.

—¿Es eso una moralina? —dice Jones—. Porque viniendo de tí, es difícil creerla.

—El director empresarial era Cliff Raleigh. Cincuenta y ocho años de edad, divorciado, sin familia y sin muchos amigos. Sin embargo, en la oficina era una leyenda. Es una lástima lo difícil que resulta para las personas mayores encontrar un trabajo decente. Es uno de los asuntos que Alpha quiere estudiar. —Eve se encoge de hombros.— Tres meses después de perder el trabajo, Cliff se pegó un tiro.

Jones aprieta los puños. Siempre se ha considerado una persona pacífica, por eso no está preparado para la violencia de su reacción. Desea salir del coche y pegarle con todas sus fuerzas a Eve.

—Deberías pensar —dice Eve—
muy seriamente
si te apetece terminar como Harvey Millpacker.

—Vámonos —le repite Jones al taxista. Cuando ve que éste no se pone en movimiento, levanta el tono de voz y grita— ¡he dicho que nos vamos!

El taxi no se mueve hasta que Eve quita la mano de la puerta y se aparta. Jones no consigue ni siquiera
irse
hasta que ella da su aprobación, y en el fondo supone que así es como debe ser.

En la segunda planta de Zephyr, Dirección General está sentada alrededor de la mesa del consejo. Ha sido un día muy largo para Dirección General. No hay descanso para el ejecutivo. El plan de consolidación no recibe sus toques finales hasta que al otro lado de los amplios ventanales ya ha oscurecido y una tormenta comienza a gestarse.

Hay dos perspectivas posibles sobre Dirección General. Una es considerarla un equipo muy bien integrado que trabaja unido por el bien de la empresa. La otra es tomarla por una jauría de egomaníacos hambrientos de poder que de vez en cuando ayudan a Zephyr como efecto secundario de sus campañas individuales para obtener riqueza y estatus. Ya nadie cree en la teoría del equipo estrechamente unido. Es posible que una vez fuera cierta, hace mucho tiempo, pero desde el momento en que dejaron entrar a uno de esos perros sedientos de poder, todo se acabó. Ocurre lo mismo que cuando un zorro se mete en un gallinero; poco tiempo después no hay más que zorros y plumas. Si alguna vez Dirección General estuvo integrada por seres altruistas que anteponían los intereses de los demás a los suyos propios —lo cual es mucho suponer—, hace tiempo que esos individuos fueron hechos pedazos.

Es importante tener esto muy claro, pues es un pre-requisito para encontrarle algún sentido a las decisiones de Dirección General, como por ejemplo en el caso de la consolidación. El objetivo inicial era racionalizar las actividades empresariales de Zephyr, pero de eso hace una semana. Posteriormente la cuestión ha derivado hacia la expansión de imperios. Los distintos bandos de Dirección General se han enfrascado en una guerra despiadada y sangrienta. Departamentos enteros han sido perdidos, reclamados y perdidos de nuevo. Muchas ideas buenas y decentes se malograron en el caos generado. Muchos empleados inocentes y trabajadores han sido víctimas del fuego cruzado, aunque aún no lo sepan. Ha sido una semana de tragedias absurdas y destrucción sin sentido, y ahora hasta Dirección General está un poco harta de ello.

Pero finalmente ha terminado. El plan final, que da satisfacción al menos en algún punto a todos los empleados, siempre y cuando trabajen en Dirección General, supone una espectacular reducción de un 70 por ciento en el número de departamentos de Zephyr. Muchos departamentos desaparecen por completo, aunque la mayoría son agrupados en nuevos departamentos que asumen todas las responsabilidades y algunos de los recursos de los dos departamentos anteriores. O los tres. O, en un caso, los cinco. El plan pasa de mano en mano alrededor de la mesa y a medida que se van estampando todas las firmas de Dirección General comienzan a agitarse nuevas y temibles criaturas cosidas a partir de órganos de distintos departamentos. De un plumazo, Seguridad queda integrado en Recursos Humanos. Amplias secciones flotantes del Departamento Legal son debidamente recolocadas. Por motivos que no tienen nada que ver con la eficiencia operativa y sí con las despiadadas negociaciones entre los ejecutivos, el único empleado que quedaba en el Departamento de Crédito ha sido despedido. Un relámpago ilumina la cristalera de la sala de reuniones justo en el momento en que Dirección General, con gesto cansado, nombra a un jefe de departamento. Y ahí está: un nuevo departamento. Es como si Dirección General acabase de dar a luz en la sala de reuniones. Su cachorro yace encima de la mesa, una cruel abominación de la naturaleza que toma sus primeras bocanadas de aire. Sus ojos amarillos brillan siniestramente. Sus extremidades se retuercen y se agitan sobre la mesa de roble. Echa atrás su cabeza mal ajustada y ruge pletórica de vida, o de algo parecido.

Más abajo, los escasos empleados que siguen en la oficina hacen una pausa en su trabajo y levantan la mirada. El estómago se les revuelve e intercambian miradas de miedo. Nadie lo dice en voz alta, pero todos pueden sentirlo: algo maligno acaba de nacer.

Capítulo 4

4o Trimestre/2° Mes:

NOVIEMBRE

Gretel Monadnock aparca cuidadosamente su Kia de cinco puertas en una plaza situada justo al lado de los ascensores. Apaga el motor, coge la chaqueta y el bolso y cierra la puerta del coche. El sonido recorre toda la extensión del parking subterráneo de la Corporación Zephyr en una dirección y luego de vuelta en la contraria. Normalmente, Gretel tiene que recorrer todo el parking en busca de sitio y, si encuentra uno, se puede dar por contenta. Hoy, sin embargo, apenas hay media docena de coches, por lo que tiene espacio de sobra. Es extraño, pues son las siete y veinticinco de la mañana.

Entra en el ascensor, pulsa el botón del vestíbulo y suena su teléfono móvil. Mete la mano en el bolso y lo saca.

—¿Dígame?

—Hola Gretel. Soy Pat de nuevo. ¿Va todo bien?

—Acabo de llegar en este momento.

—Ah,
fantástico
. Gracias Gretel. ¿Me llamarás si tienes alguna pregunta?

—Por supuesto. Adiós.

Gretel apaga el teléfono. La puerta del ascensor se abre y de repente ve a un joven vestido con el uniforme azul de Seguridad. Está justo delante de ella, bloqueándole el paso. Detrás de él hay dos agentes uniformados más.

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