La Corporación (32 page)

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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

P4: ¿Confías en qué Dirección General mejorará las condiciones como consecuencia de esta encuesta?

Todos guardan silencio. La respuesta obviamente es «no», ya que sólo un idiota o un interino creerían lo contrario. Ese es el motivo por el cual la empresa jamás debería hacer esa pregunta. Sin embargo, la finalidad de una encuesta de satisfacción del empleado, al igual que la de un buzón de sugerencias, es dar la impresión de que la empresa se interesa por los empleados sin tener que preocuparse realmente por ellos. Por tanto, esa pregunta sólo puede significar dos cosas: o bien Dirección General empieza a tener sentimientos, o la encuesta no procede de Dirección General.

P5: Si crees que mereces unas mejores condiciones laborables, pero no crees que Dirección General vaya a implementarlas, ¿estarías de acuerdo en que la única forma de lograr un medio laboral satisfactorio sería sustituir Dirección General por un nuevo liderazgo y así acabar con el actual régimen de incompetencia, ambición y corrupción?

¡Ding! Ese es el sonido de la revolución en la segunda planta, las puertas del ascensor se abren y Jones, Freddy y Holly salen de él. Los APs levantan la mirada lentamente.

¡La segunda planta! ¡Vaya sitio! Oficinas y oficinas por todas partes, sin ningún panel divisorio a la vista. La luz del sol que entra por las cristaleras ilumina toda la planta. ¡Y la moqueta! Es tan gruesa y espesa que casi te puedes hundir en ella; ni siquiera hay senderos marcados camino del aseo o de la máquina de café. ¿Qué es eso? ¿Una cascada? No, tan sólo un refrigerador de agua. Pero una cascada no quedaría mal en un lugar de Jauja como éste. Es justo como esperaban: un paraíso de lujo donde los ricos y poderosos se relajan y comen uvas de la manos de los APs —bueno, no uvas, pero sí cafés—, mientras los demás empleados trabajan en condiciones esclavizantes. Han oído hablar de esa tierra prometida en los informes anuales de Zephyr, en el trasfondo de las fotos de sonrientes ejecutivos, pero la realidad es aún más mortificante. ¿Dónde están los recortes de gastos? ¿Quién se aprieta el cinturón aquí?

—Disculpe —dice una asistente que Freddy reconoce porque es la chica que desapareció de Cursos de Formación hace casi un año y que él pensó que había sido despedida—. ¿Me puede decir cómo han subido hasta aquí?

La respuesta es
Jones tiene un pase especial de seguridad
, pero no se lo piensa decir a la asistente. Ni siquiera se lo va a decir a Freddy y a Holly; ellos piensan que ha conseguido que uno de los informáticos de la red le pirateara el sistema.

—Hemos venido a ver a Dirección General. Al completo, por favor.

Los asistentes intercambian miradas.

—Tienen que pedir una cita. Y aun así no deben subir a esta planta. Hay salas de reuniones en la planta…

—Dígales que salgan —dice Jones—. Ahora mismo.

Los asistentes se miran entre sí de nuevo. Al parecer han desarrollado alguna especie de lengua telepática, ya que terminan por tomar una decisión conjunta.

—Iré en busca del señor Smithson. Mientras tanto, si quieren tomar asiento…

—No —responde Holly.

Stanley Smithson, el vicepresidente de Servicios de Personal, está sentado en una silla de piel en el puente de mando de su oficina, situada en la segunda planta, cuando suena el teléfono. «Vanessa P», reza la pantalla. Vanesa es la asistente de Stanley, y hace menos de una hora le dejó claro de una forma que le pareció clara y directa que no quería ser molestado. Stanley resopla entre dientes en señal de fastidio, pues no le pide grandes cosas a Vanessa. Sólo tiene que traerle un café de vez en cuando. También debe mecanografiar las cintas del dictáfono donde graba sus ideas, algunas perspectivas y reflexiones para los memorándum (ella es también la encargada de elaborar el texto final, pues ella es la que tiene una licenciatura en Lengua). Y lo más importante de todo, debe asegurarse de que lo dejan en paz cuando está reflexionando. No es pedir gran cosa, ¿verdad que no? ¿Es realmente demasiado pedir para el vicepresidente de una gran empresa de cierta envergadura? Parece que sí, pues ahí la tiene al teléfono.

Smithson deja a un lado el folleto de puntos de avión para viajeros frecuentes. Es esencial que los ejecutivos conserven la frescura y, por eso, cada vez que siente la presión del mundo empresarial, le pide a Vanessa que no le pase las llamadas, saca el folleto e imagina a todos los lugares a los que podría volar sin tener que abonar nada. Es sumamente relajante. A veces Stanley tiene la desagradable impresión de que se está engañando a sí mismo en lo que respecta a su carrera, que ha ascendido gracias sobre todo, el servilismo y a la buena suerte, y que perfectamente podría ser Jim, de Seguridad (perdón, Recursos Humanos y Protección de Activos), quien estuviera aquí arriba decidiendo si debe formar un equipo operativo para mejorar el flujo de trabajo, mientras Stanley deambula por el aparcamiento para asegurarse de que nadie se lleve una impresora láser. El folleto, sin embargo, calma sus dudas y aumenta su confianza en sí mismo. Stanley debe ser un hombre muy perspicaz y talentoso, ya que puede volar gratuitamente a Berlín mientras que Jim (según parece) no se puede permitir ni comprarse un coche de este siglo.

Deja que el teléfono suene varias veces —para sí Vanessa pilla la idea—, pero luego presiona el botón del altavoz:

—¿Sí?

—Siento molestarle, pero hay algunas personas que desean verle.

—No me has dicho que tuviera una cita.

—No, porque no la tenía. Sin embargo, creo que debería venir.

Stanley frunce el ceño. Eso es muy irregular. Suspira, lo suficientemente alto como para que se escuche a través del altavoz.

—De acuerdo. Ya voy.

Stanley aparece con una leve sonrisa en la boca, pero desaparece de inmediato cuando ve a Jones, Freddy y Holly, que, obviamente, no son ejecutivos, ni inversores importantes, ni nadie que merezca su atención. Recorre con la mirada sus tarjetas de identificación. Stanley no lleva ninguna; de hecho, lo considera degradante.

—¿Qué desean?

—Hablamos en nombre de los empleados de la Corporación Zephyr. Tenemos una serie de exigencias —dice el joven.

Stanley sonríe, pero al ver que ninguno de los tipos que tiene delante le acompaña en la sonrisa, cambia de expresión y replica:

—Estarán de broma, ¿verdad?

—No, no hablamos en broma. Queremos ver a la Dirección General al completo.

—Eso no puede ser. ¿Cómo han logrado subir hasta aquí?

El otro tipo, el más bajito, continúa:

—Creemos que las condiciones laborables de la empresa deben mejorar y queremos hablar con Dirección General acerca de eso.

—Bueno, la empresa
ya dispone
de un buzón de sugerencias.

Stanley no tiene ni idea de quiénes pueden ser esas personas, pero nadie con zapatos tan viejos le va a decir a Stanley Smithson lo que debe hacer. Para darle órdenes a él hay que llevar zapatos más caros que ésos.

—No comprendo qué es lo que pretenden presentándose de este modo aquí…

—Veo que no me escucha. Esto no son recomendaciones.

—Bueno, basta. Salgan los tres de aquí, de inmediato —responde Stanley arremetiendo contra ellos y pretendiendo empujar a los tres hasta meterlos en el ascensor. Sin embargo, se ha olvidado de que la gente le obedece porque se les paga por ello, no porque él sea precisamente una persona rebosante de carisma y virilidad. Ninguno de los tres se mueve y cuando Stanley se da cuenta de que no van a retroceder, se detiene en seco. Nota cómo se sonroja.

—Voy a llamar a Recursos Humanos y Protección de Activos. Pero espero que se den cuenta de que la culpa será completamente suya.

Se dirige a la mesa más cercana de uno de los asistentes y coge el auricular del teléfono. Le tiembla la mano. La última vez que se vio en una confrontación tan física tendría diecisiete años. Luego oye un clic en su oído. Se gira y ve que la joven le ha seguido hasta la mesa y tira del cordón del teléfono hasta que lo desconecta.

—Aquí nadie va a llamar a Recursos Humanos —dice.

Stanley la mira, incrédulo.

Daniel Klausman deambula por el departamento de Finanzas vaciando las papeleras y escuchando una interesante discusión política entre tres contables cuando el bolsillo le empieza a temblar. Es el teléfono móvil y lo tiene en modo de vibración porque ver a un ordenanza con teléfono móvil podría alarmar al resto de los empleados de Zephyr, hacerles pensar en sus carreras y en la proporción entre trabajo realizado y compensación obtenida. Esa es una idea que Klausman ha intentado impartir a los demás agentes de Alpha, la mayoría de las veces con éxito. La excepción es Eve Jantiss, que aparca su deportivo azul enfrente del edificio. El argumento de Eve es que Blake conduce un deportivo, luego por qué no puede hacerlo ella; el hecho de que Blake sea de Dirección General y ella una simple recepcionista no termina de convencerla. Klausman siente un verdadero respeto y admiración por Eve, aunque sabe que le mueve algo parecido a la pura codicia. Desde hace un tiempo, Klausman tiene la sensación de que un día Eve lo matará, al menos en sentido político, y escalará por encima de su cadáver.

Klausman se dirige a un baño, dejando atrás el panal de cubículos de Finanzas y su emergente dinámica política. Además de estar fuera del alcance de los curiosos, el baño tiene la ventaja de ser uno de los pocos sitios que no está supervisado electrónicamente. No siempre ha sido así, pero Klausman vivió una situación engorrosa una vez que hizo algunos comentarios poco elogiosos de un agente de Alpha mientras esta persona se encontraba en la sala de control. Por otro lado, no paraban de pescar a empleados teniendo sexo en los lavabos, y aunque todos disfrutaran sacando esas cintas en la fiesta de Navidad de Alpha, a Klausman le preocupaba que si llegaba el terrible día en que se descubriera el secreto de Zephyr, eso lo dejaría en muy mal lugar. Una cosa era simular una empresa completa con el fin de estudiar en secreto a sus empleados —si eso llegase a ser del conocimiento público, Klausman aún podría llevar la cabeza bien alta en cualquier club de la nación— y otra muy distinta crear una colección de cintas pornográficas grabadas con cámara secreta. Eso le podía dar una falsa imagen.

Klausman cierra la puerta del baño y pesca el teléfono en los bolsillos del mono.

—¿Sí, dígame?

—Señor Klausman —dice Mona, aunque su voz suena realmente extraña—, quisiera preguntarle si se le ha asignado algún tipo de proyecto a Jones con Dirección General.

—Por supuesto que no. Esa área pertenece a Blake.

—Entonces creo que debería venir a la planta trece. Inmediatamente.

—¿Qué sucede?

—Um… No lo sé —responde.

Stanley Smithson se da a la retirada, pero sólo para buscar refuerzos. Cuando regresa, lo hace con Phoenix. Freddy y Holly abren mucho los ojos al reconocerle. Para la mayoría de los empleados de Zephyr, Dirección General no es más que un montón de caras desconocidas, pero todo el mundo conoce a Phoenix. Es un hombre con el cuello grueso, la cara roja, camisa azul y el pelo gris. Normalmente lleva las mangas remangadas hasta los bíceps, los cuales, aunque ya no son el portento que era en la época en que trabajaba en el almacén, aún continúan impresionando comparados con los atrofiados músculos de los demás ejecutivos.

Hay un principio empresarial muy conocido que dice que todo el mundo asciende hasta su nivel de incompetencia, ya que los buenos empleados ascienden hasta que llegan a una función que no realizan tan bien y ahí se quedan. Phoenix es una excepción, pues siempre ha sido un incompetente en todos los trabajos que ha desempeñado y sigue ascendiendo. Cuando su trabajo consistía en llevar paquetes de un departamento a otro, los paquetes se pasaban horas en recepción esperando a que pasara a recogerlos, tras unas cuantas llamadas de insistencia. Luego, por razones desconocidas, desaparecían durante un día o dos antes de llegar a su destino, que estaba apenas unas cuantas plantas más allá. Los empleados también terminaron por darse cuenta de que no podían cruzarse con Phoenix en el pasillo sin verse apresados en una conversación. No había forma de escapar. Si te gustaban los deportes, entonces te tenía treinta minutos hablando del sueldo que cobraban los deportistas, y si no te gustaban, entonces intentaba inculcarte el gusto por ellos. Si eras lo suficientemente estúpido para manifestar una opinión diferente a la suya, su tono de voz se elevaba y fruncía sus espesas cejas. Si aún persistías en llevarle la contraria, comenzaba a golpearte con el dedo. La gente había empezado a simular problemas de oído, o esperaba a que otro pobre diablo cayera en sus manos antes de pasar a su lado a toda prisa y conteniendo la respiración.

Luego, un día, el almacén fue externalizado, lo cual fue un alivio para todos, ya que podían ir de una planta a otra sin tener que escuchar un sermón sobre las decadentes facultades de los jugadores de élite. Sin embargo, para horror y sorpresa de todo el mundo, Phoenix sobrevivió y fue transferido a Control de Inventario. Dos años después, ante la creciente velocidad de rotación de los empleados, el departamento fue integrado en Logística. Despidieron a doce empleados, pero no a Phoenix. Una década e innumerables desastres después, se le asignó la dirección de un grupo de trabajo, Sigma Seis, de importancia crucial durante seis meses, y que luego se estrelló y nadie volvió a mencionar. Todos los miembros del grupo de trabajo fueron despedidos o desterrados a lugares recónditos de la empresa, salvo Phoenix, que con el paso de los años había acumulado tanta antigüedad que resultaba demasiado caro despedirlo. Recursos Humanos le obligó a regresar al Departamento de Logística, a pesar de las muchas objeciones que puso el departamento, hasta que el vicepresidente se sintió tan frustrado que presentó un ultimátum «o él o yo». Dicha decisión no fue nada acertada, ya que un cambio de equilibrios de poder dentro de Dirección General lo había dejado en mala posición respecto a un nuevo grupo poderoso, que aprovechó la oportunidad para sustituirlo por alguien más afín. De esa manera, Phoenix se convirtió en el nuevo vicepresidente de Logística. Los empleados de Zephyr tienen claro que es inmortal.

Freddy y Jones intercambian miradas nerviosas al ver acercarse a Phoenix. Holly se fija en el bulto que hacen sus músculos allí donde los brazos se esconden debajo de la manga.

—¿Qué es lo que pretenden? —ruge, mientras se acerca a ellos como un oso enfadado—. Esto es Dirección General y no la puñetera cafetería. Salgan de aquí inmediatamente.

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