La Corporación (29 page)

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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

—¿Dígame?

—Soy yo.

—¡Ah! Jo… un segundo…
¡atchis!
Oh, Dios. Perdona. Me alegro de oír tu voz.

—La tuya no suena muy bien que digamos.

—Aún no. Mucha… mucosidad.

—¿Quieres que me pase a verte?

Se queda esperando, sin creer que haya podido decir tal cosa.

—¿Cómo dices? —pregunta Eve. Se oye arrugarse un papel—. Dios santo. Era el último kleenex que me quedaba.

—Pasaré a verte —dice Jones—. Y te llevaré kleenex.

—Oh… Jones. Es muy amable de tu parte, pero… la verdad es que tengo un aspecto deplorable.

—No pasa nada.

—Tengo los ojos hinchados, la piel grasienta y la nariz como un tomate de tanto sonármela.

—Bueno, por eso precisamente necesitas los pañuelos.

Hay una pausa.

—¿De verdad vas a venir?

—Sí, claro.

—¿Aunque tenga el aspecto de una moribunda?

—Claro.

Eve comienza a reírse, pero termina tosiendo.

—Jones, eres un encanto.

—Venga, dime tu dirección.

—Bueno, pero espero que sepas en lo que te estás metiendo.

Jones no se sorprende demasiado cuando descubre que la casa de Eve está en un edificio moderno con vistas a la bahía, ni tampoco cuando observa que está en la planta más alta y que dispone de ascensor propio. Presiona el botón del interfono mientras una suave brisa agita su camisa, y aprovecha la oportunidad para pensar en lo que está haciendo.

Lo importante es dejar sentadas unas cuantas reglas básicas. Sí, está visitando a Eve. Y sí, se siente atraído por ella. No hay ningún problema con eso, siempre y cuando sepa manejar la situación. No habrá flirteos, ni toqueteos de ninguna clase. No hablará de incidentes pasados, sobre todo si son de naturaleza romántica.

Mantendrá la conversación dentro de una línea útil; es decir, tratará de hablar del proyecto Alpha para ver si logra encontrar una forma de acabar con él.

—¿Dígame? —se oye por el interfono.

—Soy yo.

La puerta hace
clac
. Jones la empuja y se dirige al ascensor, donde presiona el botón indicado con una A, que supone querrá decir ático. La puerta se abre mostrando un estrecho pasillo de unos dos metros con una sola puerta. Cuando se acerca, ésta se abre automáticamente con otro
clac
. Gira el picaporte de la puerta y entra en el apartamento de Eve.

Jones espera encontrar una habitación espaciosa con un mobiliario ultramoderno y bien conjuntado, y en parte tiene razón. El apartamento es enorme y el sol lo ilumina de arriba abajo. Sin embargo, está prácticamente vacío, pues el único mobiliario del que dispone es una sencilla mesa en medio de la habitación enmoquetada y unas cuantas sillas de madera. Hay una televisión enorme, pero está en el suelo. Y delante de ella tampoco hay ningún sofá, sino una alfombra de aspecto mullido.

Jones mira a su alrededor y luego se dirige hasta una escalera de caracol, pasando al lado de un enorme cuadro del
skyline
de Seattle que, si Jones no se equivoca, incluye hasta el edificio donde se encuentra. El reflejo de algo colorido llama su atención, se da la vuelta y ve un ropero repleto de trajes y zapatos.

El ropero tiene más o menos el tamaño de la habitación de Jones. A cada lado se ven percheros atestados de pantalones, faldas, vestidos y chaquetas. Muchos aún conservan la etiqueta colgando, normalmente ropa de
sport
de Balenciaga, Chloë, Prada y Rodríguez, marcas que no significan nada para Jones, salvo que debe ser ropa muy cara. En el extremo del ropero hay una sólida muralla hecha de cajas y, cuando se acerca, Jones ve que hay una fotografía hecha con una Polaroid de cada par de zapatos que contiene. Se queda boquiabierto. Eve tiene tanta ropa que podría estar vistiéndose dos años sin repetir modelito.

—¿Jones?

Sale del ropero y se dirige al dormitorio. Eve está recostada en una cama tamaño gigante, con el rostro empañado, los ojos llorosos y envuelta en un delgado camisón. Las cortinas están corridas y las lámparas encendidas; como esta habitación sí está amueblada, las lámparas reposan sobre mesitas de noche. En el extremo de la habitación hay un espejo de cuerpo entero, al lado de una de las dos enormes cómodas que ocupan gran parte de la pared. Hay más armarios. En una esquina, tirados por el suelo, hay una montaña de pañuelos de papel arrugados, lo que indica que Eve se ha levantado hace poco para agruparlos y dejarlos en ese rincón.

—Lo siento —dice con la voz gangosa—. ¿Es muy horrible?

—En mi trabajo estoy acostumbrado a ver cosas peores —responde Jones, tendiéndole los pañuelos, ocho paquetes en total, pues Eve fue muy clara en lo referente a la marca y resulta que sólo se venden en paquetes pequeños, pero muy bonitos. Jones se siente un tanto aliviado al ver que Eve se encuentra verdaderamente enferma, porque así le será más fácil cumplir con las reglas básicas, aunque también un tanto decepcionado, por la misma razón.

—Te agradezco mucho que hayas venido —dice Eve con una sonrisa inusualmente floja, casi bobalicona.

—¿Has tomado algo?

—Me tomé unas cuantas pastillas contra la gripe cuando supe que ibas a venir.

—¿Cuántas te has tomado?

—Quería reponerme un poco para ti —la sonrisa vuelve a bailar en su cara. Tiene las pupilas dilatadas. Al principio Jones pensó que se debía a la falta de luz. Eve cambia la posición de las almohadas y se entrelaza las manos por encima de la cabeza, adoptando una postura que a Jones le parece un tanto contenciosa—. Ven, siéntate a mi lado.

—No. Estoy bien aquí.

—No puedes quedarte ahí de pie.

—¿Cuánto valen todos esos vestidos?

—No lo sé. Jamás lo he calculado.

—Tiene que ser… —empieza a hacer cálculos mentales, pero luego se da cuenta de que la cifra sería ridículamente alta—. ¿Cómo vas a ponerte todo eso?

—No es sólo cuestión de ponérselos. Es también una cuestión de comprarlos y tenerlos. Venga, siéntate.

Jones permanece de pie.

—No te lo tomes a mal, pero ¿has pensado en ir al psicólogo?

—Ya voy al psicólogo, pero no me deja hablar de las cosas que decimos.

—¿Cómo dices? ¿Qué no te permiten contarme lo que dices?

—Exactamente.

—¿Por qué no?

—No te lo puedo decir.

Jones suspira.

—Dice que tú no lo entenderías.

—Me pregunto por qué hablas de mí con el psicólogo.

—Pues porque eres importante para mí —responde Eve. Se suena la nariz y añade—: Gracias por los pañuelos.

Jones la mira.

—Si no quieres decírmelo, es…

—Dice que eres una figura materna para mí.

Jones se sienta al borde de la cama.

—Imagino lo que andas pensando —dice Eve—. ¿Una figura
materna
? Sin embargo, no tiene nada que ver con el sexo, sino con los roles.

Hace una pausa por si Jones quiere responder algo.

—Mi padre es un perdedor. No se parece en nada a ti. Mi madre fue la persona estricta de la familia.

—¿Tú crees que soy estricto?

—El doctor Franz, mi psiquiatra, dice que tú cumples con el rol de guía moral que he perdido desde que me fui de casa.

—Eso resulta muy inquietante.

—Yo lo considero un cumplido. Dice lo mucho que te admiro.

—Pensé que no te gustaba tu madre.

—Y no me gusta.

—Perdona, pero no lo entiendo.

—Quizá seas tú el que deba visitar al doctor Frankz. Es realmente bueno.

Jones se levanta de nuevo.

—¿Me diste ese teléfono porque estás enferma y querías que viniese tu madre a cuidarte?

Eve se ríe, estornuda y vuelve a reírse.

—Eres muy gracioso. Tengo que comentárselo al doctor Frankz. Ven, anda y siéntate.

Espera hasta que Jones obedece. Luego su boca hace un gesto y dice:

—Bésame.

—¿Cómo dices?

—¿Te preocupa que te pegue un virus? No seas mariquita.

—Yo no soy mariquita, pero no pienso besarte.

—¿Por qué no?

—Porque… no sería buena idea.

—Quiero que sepas que no pienso en ti como una madre.

—Mejor. Pero sigo diciendo que no.

—Eso es porque estoy enferma y fea, ¿verdad que sí? —No es una pregunta. Su cara hace un mohín.

—Eve, eres muy atractiva, incluso con un trozo de pañuelo pegado a la nariz.

Eve se frota la nariz e inspecciona sus dedos.

—Esto es embarazoso.

—No estás nada fea. Lo digo en serio. Confía en mí.

—¿Cómo voy a confiar en ti si te has convertido en el nuevo niño prodigio de Alpha? Justo lo que era
yo
hace unos años. —Eve se lleva una mano al pecho y continúa—: Ese es mi sitio. Me pertenece. Y ahora ni siquiera quieres
besarme
. ¿Cómo voy a saber que no me harás daño?

Jones parpadea.

—No pienso hacerte ningún daño —dice. Cuando esas palabras salen de su boca, las pronuncia con sinceridad. Cómo encajará eso con su propósito de sabotear Alpha es lo que aún no tiene muy claro.

—Demuéstralo.

—No.

Eve estornuda.

—Además —dice Jones tratando de llevar la conversación a aguas más tranquilas—, ya sabes que la enfermedad es una de las mayores causas de pérdida de productividad. Como agente de Alpha deberías saberlo.

Eve se limpia la nariz.

—¿Sabes que sólo los pavos reales machos tienen el plumaje de colores? Se debe a un gen que reduce su sistema inmunológico. Por eso las hembras los encuentran atractivos. No es por los colores, es porque los machos demuestran que pueden combatir todas las infecciones teniendo un sistema inmunológico más débil.

—¿Por qué todas las personas que me rodean utilizan analogías con animales?

Eve sonríe.

—Porque esto es un zoológico. Un enorme zoológico empresarial.

—Bueno, pues a mí no me salen plumas de colores del trasero. Y no voy a besarte sencillamente porque tengas una enorme lista de razones prácticas para hacerlo.

—Soy una chica muy práctica —dice Eve asintiendo—. Muy, muy práctica.

—Ya lo he notado.

—Aunque eso no significa que no tenga sentimientos. También tengo una razón no tan práctica.

—¿De verdad?

—Sí. ¿Quieres saberla?

—Pues la verdad, no estoy muy seguro.

—¿Sí o no?

Jones titubea. La respuesta correcta en este caso es sin duda no. Probablemente también debería levantarse y salir del apartamento. Sin embargo, responde: —Sí.

Eve sonríe.

—De acuerdo. Yo… —baja la mirada y ríe—. Me da un poco de vergüenza.

—Olvídalo —dice Jones lamentando su decisión.

Eve pone la mano encima de la suya.

—Quiero ser sincera contigo. Pero… todo esto es nuevo para mí.

Se yergue en la cama y se acomoda las almohadas. Cuando arquea la espalda, los ojos de Jones bajan irremediablemente hacia la zona donde sus pechos se pegan al camisón. Aparta la mirada, pero no antes de darse cuenta de que tiene problemas, problemas muy serios.

—Dime, ¿te has acostado con Blake? —pregunta Jones.

—¿Cómo dices? —responde Eve paralizada.

Por una parte, eso es un éxito terrorífico, pues libera a Jones de buena parte de sus sentimientos más alarmantes y le permite volver a su tarea. Pero no puede creerse que haya utilizado una frase sacada de
Days of our lives
. Jones se da cuenta de que es culpa de la personalidad nociva y venenosa de Blake: al final, termina por rebajarte a su propio nivel.

—¿Crees que me acosté con Blake?

—¿Lo hiciste?

Eve mira estupefacta.

—Ojalá.

—Me voy —dice Jones.

—¡Jones! Me has malinterpretado. Me refiero a hace años. Sentí algo por él, pero no funcionó. Ahora ya no me apetece acostarme con él. No podría. Sería demasiado competitivo. Somos los dos agentes de más alto nivel en Alpha después de Klaussman. No puedes salir con alguien de tu mismo nivel. O bajas o subes.

—A mí me parece que es justo lo contrario.

Eve frunce el ceño.

—No, porque para ascender uno de los dos tiene que pasar por encima del otro. No, no. Es mucho más limpio saber quién es el jefe desde el principio.

Eso tiene algo de sentido. Jones se pregunta si está perdiendo la noción de la realidad. Luego se da cuenta de que está siendo seducido por una mujer tendida en la cama con una infección de garganta y un montón de pañuelos de papel a su lado, de modo que lo más probable es que la respuesta sea sí.

—Hace un tiempo, Zephyr hacía firmar a todos los empleados lo que se llamaba el Contrato de Amor. Éste protegía a la empresa de cualquier problema que pudiera derivarse de que alguien se tirara a su jefe o a su secretaria. O tal vez debería decir los problemas que pudieran derivarse de que se dejaran de tirar a su secretaria. Sin embargo, eso no fue suficiente. Recibimos una queja por acoso sexual de una empleada que no había sido acosada. Decía que estaba siendo discriminada porque sus compañeros, que salían entre ellos, mantenían un trato preferencial entre sí. Probablemente fuese cierto —dice Eve poniendo los ojos en blanco—, pero no es que la empresa le hubiera prohibido a
ella
salir con un compañero de trabajo. Si te soy sincera, creo que su verdadero problema era su enfermedad cutánea. En cualquier caso, ahora en Zephyr nadie puede salir con nadie —Eve se muerde un labio—. Los del proyecto Alpha, por supuesto, no tienen por qué cumplir esa norma.

—Estoy completamente seguro de que es ilegal que una empresa les diga a sus empleados con quién pueden o no tener relaciones.

—Eso es cierto. Pero la política de Zephyr no prohíbe las relaciones, sino el acoso sexual. Acoso se define como un acercamiento no solicitado. Por esa razón, no puedes pedirle a nadie que salga contigo a no ser que él te lo pida primero. Algo que él tampoco puede hacer porque sería considerado acoso. ¿Comprendes? —pregunta sonriendo—. Alpha no fue la que inventó eso. Surgió por si solo en Zephyr. Esa es la magia de Alpha.

Jones no dice nada. Lo que acaba de decirle Eve le sirve de ayuda; le recuerda por qué debe sabotear el proyecto Alpha. También explica por qué muchos empleados van con las uñas mordidas.

—Cambiando de tema —dice Eve—. ¿Qué más te ha dicho Blake?

—Bueno, la verdad es que no te ha puesto por las nubes.

—Puedo imaginarlo. Pero dejémoslo. No me preocupa lo más mínimo lo que piense Blake y no quiero hablar de él, sino de ti.

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