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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

La Corporación (30 page)

—De acuerdo, no…

Eve se inclina hacia delante y le coge la mano. Jones termina la frase con un sonido parecido a un
uck.

—Jones —dice Eve. Bajo la luz de la lámpara sus ojos parecen enormes, oscuros e impenetrables—. Me di cuenta de que eres muy listo desde el principio. La forma en que descubriste lo de Alpha, tan rápido… me impresionó de verdad. Luego salimos a dar una vuelta en coche y pensé que eras un idiota. Tenías que serlo, porque siempre que alguien te habla de ética es para disimular. Le preocupa lo que piensen los demás, se pregunta si es legal o no, o simplemente tienen demasiado miedo para tomar una decisión. Pero tu caso es distinto. Y finalmente he averiguado por qué. Eres un hombre bueno —Jones nota que se le arquean las cejas—. Probablemente ni siquiera sepas que eso es raro. Pero lo es. Al menos para mí. Todos los hombres que conozco son o bien inteligentes y egoístas, o bien generosos y estúpidos. Y a mí no me gusta ese tipo de gente. Las personas como Blake o Klausman me inspiran respeto, pero no me gustan. Pero tú… tú eres diferente. Tal vez suene estúpido, pero te juro que no sabía que pudieran existir personas como tú. No creía que fuera posible —para alarma de Jones, los ojos de Eve empiezan a brillar—. Me haces sentir que me falta algo —añade sacando un pañuelo de la caja y limpiándose la nariz—. Con eso no quiero decir que desee ser exactamente como tú. Eso sería imposible. Pero tampoco quiero que tú termines siendo como ellos. Tú eres admirable, Jones. Lo siento en mi interior. Eres bueno y creo que los dos podemos aprender mucho uno del otro, que nos necesitamos. Creo que… —se detiene—: lo sé. Sé que te necesito. Te necesito de verdad.

—Oh vaya —dice Jones. En su cabeza suenan todo tipo de alarmas. Le sudan las manos. El pecho le oprime. Varias ideas violentamente opuestas entre sí acerca de lo que debe hacer a continuación chocan en su cabeza.

—Si te ríes, te mato —dice Eve.

—No me estoy riendo.

—Nunca había hecho esto.

—¿El qué?

—Quiero decir que nunca había dicho cosas así.

—¡Vaya! —responde Jones, aliviado.

—No digo que sea virgen.

—De acuerdo. Perdona.

—Perdí la virginidad a los trece, pero no fue exactamente voluntario, y no hubo nadie más hasta los veinte, así que puede decirse que empecé bastante tarde.

Eve sonríe al ver la expresión de Jones.

—Me encanta la cara que pones cuando algo te indigna.

—¡Vaya! —es lo único que se le ocurre responder a Jones.

—Bésame, por favor.

Jones la besa.

Eve tiene los labios secos y agrietados, pero aun así, cuando los toca, algo brillante y ardiente se enciende detrás de los ojos de Jones. Quizá sean sus reglas básicas. Jones ha imaginado ese momento muchas veces, algunas veces lúdicamente, otras no tanto, pero en ninguno de esos escenarios imaginados Eve estaba enferma. Por tanto, este debería ser uno de esos momentos en los que la fantasía se derrumba al contacto con realidad. Pero no es así. Al besarla siente que es lo mejor que ha hecho jamás.

Eve le mete las manos por dentro de la camisa y trata de abrírsela de un tirón, pero es nueva y los botones no ceden. Los labios de ella están pegados a los suyos; ambos se ríen. Eve no se quita la bata, pero al final Jones comprende que debería hacerlo, lo cual le parece al principio un desafío pero que termina siendo un asombroso viaje de exploración. La besa desde el ombligo hasta los hombros, y cuando llega finalmente ella le toma la cabeza con las manos y dice:

—Te quiero.

—Yo a ti también —dice Jones.

Y lo terrible es que es cierto.

Jones casi consigue llegar hasta la cama, pero choca con la cadera contra el espejo de pie. Uno de los extremos de la parte giratoria choca contra la pared, mientras que el otro lo hace con su espinilla.

—¡Uff!

—¿Jo-o-o-nes?

—Lo siento.

—¿Qué haces?

—He ido al cuarto de baño —responde metiéndose debajo de las mantas.

—Ah. Mmm —responde ella pasándole el brazo por encima del pecho. Acurruca la cabeza en su hombro—. Pensé que… tratabas de escaparte.

—No.

—Mmm. —Un ronroneo de felicidad. Eve le aprieta el bíceps con los dedos y luego afloja.

Para Jones, que lleva un año solo, todo esto es hermoso. En este momento no existe Zephyr, ni el proyecto Alpha, ni la falta de piedad tan propia del mundo empresarial ni tampoco la maximización de la productividad. Nada de eso. Sólo él y Eve. No hay un ápice de crueldad en el rostro de ella. Ni una traza de egoísmo en su pelo. El mundo es perfecto.

El capítulo doce de
El sistema de gestión omega
(Reuniones: Las buenas, las malas y las innecesarias) dedica varias páginas a las ventajas de las reuniones matinales.
¡Cuánto más temprano, mejor!
, reza el resumen ejecutivo, ya que por la mañana es cuando la gente está mentalmente más alerta. Es la mejor hora para plantear problemas que se consideran insolubles. Usted se sorprenderá, dice el libro, al descubrir con qué frecuencia las reuniones matinales encuentran soluciones a los asuntos más espinosos. Jones fue escéptico cuando leyó ese párrafo por primera vez, pero ahora se da cuenta de que el libro estaba en lo cierto. Son las cinco y media de la mañana y se le acaba de ocurrir la manera de acabar con Alpha.

Capítulo 5

4o Trimestre/3er Mes:

DICIEMBRE

Penny se deja caer en la silla de la cafetería y lo mira. —¿Qué haces? —pregunta—. Nada de particular —responde Jones—. Estás sonriendo. —¿Quién? ¿Yo?— ¿Has acabado con Alpha?

—No. Bueno, se me ocurrió una idea, pero aún no he hecho nada.

—Lo que quiere decir que elegiste la
otra
opción.

—¿Qué otra opción? —dice Jones, pero ahora incluso él puede notar su sonrisa.

—Patético —dice Penny—. Estoy muy decepcionada contigo, Stephen.

—Bueno. La verdad es que no me preocupa —responde Jones riendo.

A las diez de la mañana del martes, un extraño olor inunda Servicios de Personal. Un olor dulzón, tierno y cálido. La gente se levanta de su asiento y mira por encima de los paneles divisorios. Cruzando la puerta, se acerca… ¡un carrito! Todos se frotan los ojos para verlo mejor: viene cargado de donuts.

Los empleados salen de sus cubículos. Por un momento parece que se va a producir una confrontación entre ellos. Sin embargo, Roger está presente y acompañado de su asistente y dos empleadosde Servicio de Personal —los recientes ganadores— apostados a los lados del carrito en actitud firme.

—¡Esperen en su sitio! —dice el asistente—. No se acerquen a los donuts. Nosotros los repartiremos.

Los empleados regresan a su sitio. Les suena el estómago y todos siguen atentamente el chirrido de las ruedas del carrito.

Freddy, Jones, Holly y Elizabeth están sentados en su receptáculo sin cruzar palabra. Saben lo que viene a continuación. Escuchan el ruido creciente de gente masticando hasta que el carrito llega a la entrada de su cubículo y se cuela dentro. Roger tiene un donut en la mano y los labios manchados de azúcar. El asistente y los dos empleados están terminando los suyos. En el carrito sólo quedan tres donuts.

—¡Último cubículo! —dice Roger—. Vamos Freddy, Jones, coged uno.

Los dos alargan la mano y cautelosamente cogen un donut. Ninguno de los dos se atreve a darle un mordisco.

—Holly.

—Gracias, pero no me apetece.

—Por supuesto que sí. Coge uno.

—No tengo apetito. Además, no hay bastantes para todos.

—Coge el donut.

Holly lo coge de mala gana, lo pone en su regazo y agacha la cabeza de manera que el pelo le cae sobre la cara como una cortina rubia.

—¿Sabes una cosa, Holly? —dice Roger—. Tienes razón. Falta uno.

Elizabeth se encoge de hombros.

—No pasa nada —dice.

—Juraría que había calculado el número exacto de donuts. Estoy seguro de que había uno para cada empleado.

Elizabeth se levanta bruscamente. El abrigo fino y gris que jamás se quita estos días le cae hasta el suelo. Luego mira al techo y empieza a respirar profundamente.

—Imagino que alguien ha debido coger dos —dice Roger sacudiendo la cabeza como si se sintiera avergonzado—. ¿Quién habrá sido? ¿Qué clase de persona le robaría el donut a su compañero? —termina diciendo mientras mira a su asistente.

—No tengo ni idea, Roger.

—¿Y tú, Jones? ¿Freddy? ¿Holly? ¿Sabéis algo? No, ¿verdad que no? ¿Y tú, Elizabeth?

La cabeza de Elizabeth parece descolgarse. Está roja de rabia.

—Yo cogí tu donut. ¿Es eso lo que quieres oír? Sí, fui yo. ¿Qué pasa? Tenía hambre, así que me lo comí. ¡Eres tan mezquino! ¡Tan mezquino!

Roger cruza los brazos.

—¿Entonces fuiste tú quién me cogió el donut?

—¡Sí!

—¿Te das cuenta de que a Wendell lo
despidieron
por eso del donut?

Elizabeth se tapa la cara con las manos.

—¡Dios santo!

—Por un lado, te agradezco que por fin hayas confesado, pero tienes que comprender la gravedad de la situación. No es por el donut, es por el trabajo en equipo, por el respeto a tus compañeros. ¿Qué se puede pensar de una persona que te roba los donuts?

—No puedo resistirme a tí, Roger —dice Elizabeth.

—Es muy triste que… —Roger se detiene—. ¿Cómo dices?

—Pienso en ti a todas horas. No quiero, pero no puedo evitarlo y me estoy volviendo loca. Yo… —se calla por unos segundos y luego añade—; te deseo.

Holly se tapa la mano con la boca. Freddy se queda con la boca abierta. Jones abre tanto los ojos que parece que son lo único que tiene en la cara.

—Por lo que veo —dice Roger con un gruñido—, te estás riendo de mí.

—Estoy loca… por
ti
—dice Elizabeth susurrando.

Roger aprieta tanto los labios que se hacen invisibles y tensa los músculos de la mandíbula. Jones, Holly y Freddy retiran hacia atrás las sillas simultáneamente para apartarse de la línea de fuego. Roger, tras unos segundos, se da la vuelta y sale. Sus tres lacayos se quedan solos con el carrito y luego le siguen. El equipo de Ventas de Formación escucha en silencio el ruidito que hace el carrito al alejarse.

Freddy dice:

—¡Dios santo!

Holly añade:

—Elizabeth, te has pasado.

El rostro de Elizabeth está blanco.

—Necesito sentarme.

Holly se levanta para ayudarla y Elizabeth le agarra de la mano hasta que logra apoyarse en el reposabrazos de la silla. Mira uno por uno a los sorprendidos agentes comerciales.

—Estaba de broma.

—Por
supuesto
—responde Holly—. Precisamente por eso ha sido tan
gracioso.

—Así es —dice comenzando a temblar.— Así es.

Roger da un portazo tan fuerte al entrar en su oficina que la pared de cristal tiembla y las celosías se zarandean. Se dirige a su escritorio y coge el auricular del teléfono. Marca los tres primeros dígitos de Recursos Humanos, pero luego duda. Si hace la llamada, Elizabeth será despedida en cuestión de diez minutos. Pero ahí terminará la cosa: Elizabeth estará fuera del alcance de su poder, mientras que su humillación pervivirá en la memoria de la empresa. Sería el chistoso final de su carrera.

Con un gruñido ahogado vuelve a colocar el auricular en su sitio. Luego se sienta en su silla de piel y apoya la cabeza en las manos.

Hay un sobre grande, de los que se utilizan para los envíos internos, sobre su escritorio, delante de él. Alguien debe de haberlo traído mientras estaba fuera. Uno de los extremos está extrañamente abultado. Roger se endereza en la silla, abre el sobre y vacía el contenido encima de la mesa. Sale una taza de plástico sellada con una tapadera amarilla. La coge y observa que está vacía, pero tiene una pegatina delante que dice «nombre» y «número de identificación», con dos espacios en blanco para ponerlos.

Roger mira el sobre y ve que hay un memorándum pegado en el interior. Viene de parte de Recursos Humanos y Protección de Activos y va dirigido a todos los jefes de departamento. Por razones de productividad, dice, y en interés de la empresa, la Corporación Zephyr ha decidido establecer un test de drogas regular. Todas las semanas se elegirá a un empleado al azar y se le someterá a una prueba de orina. Los empleados que no pasen la prueba, o se nieguen a someterse a ella, serán despedidos en virtud de la cláusula 38.2 del contrato estándar, una cláusula que Roger recuerda haber cuestionado cuando empezó a trabajar en Zephyr. Si no recuerda mal, Recursos Humanos le dijo que no se preocupara al respecto porque era una cláusula estándar en el sector y porque en realidad la empresa no sometía a sus empleados a test de drogas.

El memorándum incluía la lista de empleados elegidos al azar para la primera ronda, pero aconsejaba a los directores que la mantuvieran relativamente en secreto. No había necesidad de causar alarma, dice el memorándum. Los empleados no deberían tener la impresión de que se trata de un asunto personal.

Roger posee un conocimiento enciclopédico de los empleados de Zephyr y se da cuenta de que los seleccionados son todas mujeres de entre veinte y treinta años, y que la elegida en su departamento es, precisamente, Elizabeth.

El otro día Eve y Jones estaban en el aparcamiento de la empresa. Ella jugueteaba con su corbata y se reía con sus chistes sobre el gusto tan extraño que tenía Tom Mandrake para las corbatas. En ese momento pasó por delante de ellos el Porsche de Blake. Las ventanas eran demasiado oscuras para que Jones pudiera saber si los había visto, pero desde entonces Blake se ha mostrado más antipático aún que de costumbre. Jones ha tratado de ser más discreto, pero ya son las once en punto y Holly y Freddy se han marchado del departamento. Jones tiene dificultades para quitarse a Eve de la cabeza.

—¡A la mierda! —se dice. Piensa ir a hacerle una visita.

Jones se levanta de la silla y se dirige al ascensor. Sabe dónde está porque ayer por la tarde Recursos Humanos anunció que bastaba una sola persona para atender el mostrador de recepción, de modo que no había necesidad de proporcionar ayuda a Eve mientras Gretel Monadnock estuviera de baja por estrés. La noticia dio pie a muchas risas entre todos los presentes cuando se anunció en la reunión matinal de Alpha, salvo para Eve, claro (y, por razones diplomáticas, tampoco para Jones), tanto que Blake terminó por hacer una porra apostando que no duraría ni una semana.

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