Por el contrario, un ejecutivo que dimite antes de que la empresa se hunda —algo que Jones ya ve que andan pensando algunos de Dirección General— se encuentra en una situación muy distinta, ya que recibe su despido, convierte en dinero sus acciones y su currículo permanece intacto porque ha demostrado claramente que no está de acuerdo con la gestión de la empresa; una decisión que se ve reivindicada por el subsecuente colapso de la empresa. Esa persona tiene futuro. Esa persona es un genio empresarial.
Stanley Smithson se levanta.
—De acuerdo. Por mucho que lo lamente, dimitiré, pero me gustaría decir…
—¡Yo también dimito!
—¡Y yo!
Los empleados lanzan vítores. Jones mira a Blake, pero esperar que dimita quizá sea pedir demasiado. Blake permanece en pie, con los brazos cruzados y sacudiendo la cabeza. Cuando los ejecutivos se abren paso entre la multitud para dirigirse a sus respectivas oficinas y recoger sus pertenencias y destruir documentos incriminatorios, Holly rodea con los brazos a Freddy y le besa, haciendo caso omiso de la política de Conducta del Empleado y contra el Acoso Sexual. La noticia llega hasta los que están fuera de la sala, hasta los asistentes, que se levantan de sus asientos, incrédulos. Cogen el teléfono y hacen correr la noticia por todo el edificio. Los empleados que hacen cola en la puerta de los ascensores para subir a la segunda planta se enteran de lo sucedido y apenas pueden creerlo: Dirección General ha sido despedida.
Fuera del edificio, unos cuantos fumadores observan cómo las luces de media docena de plantas se encienden y se apagan en señal de alegría. Más arriba ven a muchas figuras diminutas apretujadas contra las cristaleras de la sala de juntas de la segunda planta, pero tienen que dejar de mirar porque el sol se está poniendo y les da en la cara. Por la forma en que los rayos color naranja se reflejan contra los cristales, casi parece que un grupo de paracaidistas de oro descendiera lentamente hacia el suelo.
La fiesta se va animando hasta que Freddy descubre que la sala de juntas dispone de un aparato de música estéreo y un mueble bar con champán del caro; después de eso, es la anarquía. En la segunda planta se celebra un baile. En el vestíbulo, los empleados se congregan para comentar excitadamente los acontecimientos del día; no hay nada de especial en eso, excepto que por primera vez en muchos años empleados de diferentes departamentos han hablado entre si sin cita previa y sin haber reservado previamente una sala de reuniones. En la planta decimosegunda, uno de los comerciales coge un memorándum sobre recortes de presupuesto, hace una pelota con él y empieza a propinarle patadas, iniciando un espontáneo partido de fútbol que llega a ocupar tres plantas y en el que se reciben puntos por marcar en ciertas mesas clave.
Nadie sabe qué sucederá después. La mayoría ni siquiera piensa en ello, pues hoy no es un día para hacer planes estratégicos, sino para celebrar. Pero algunos empiezan a preocuparse. Regresan a sus cubículos y se sientan inquietos. Notan cómo el miedo les recorre el cuerpo. Para ellos eso no es una fiesta, sino la ruptura del orden natural de las cosas. Tal vez Dirección General sea incompetente y corrupta; sin duda está llena de capullos; pero son
sus
capullos incompetentes y corruptos. Los de Dirección General eran como sus padres, y aunque fueran unos padres indiferentes y descuidados con tendencia a dejar a sus hijos encerrados en el coche mientras ellos se iban a jugar un partido de golf, su ausencia les hace sentirse huérfanos. De mala gana seleccionan algunos papeles de su bandeja de entrada, revisan su lista de tareas y buscan inútilmente algo que les devuelva a la normalidad.
En la planta once, Servicios de Personal, la pelota de papel rebota en la ventana de la oficina de Roger. Roger se asoma entre las celosías verticales y luego las cierra de nuevo rápidamente. Al igual que todos los directores de la Corporación Zephyr, prefiere permanecer escondido. Cuando se rebelaron en Francia, les cortaron la cabeza a todos los duques, ¿no es cierto? Decapitaron a todos los parientes de la realeza.
En estos momentos hay un vacío de poder en la Corporación Zephyr, uno lo bastante grande como para producir un hormigueo en las glándulas salivales de Roger. Nota cómo la empresa trata de absorber a directores como él para que lo llenen. Pero es demasiado arriesgado. Los trabajadores son volubles, las pasiones están exaltadas. Lamenta haber introducido esa política de licitación. Lamenta las luces parpadeantes. Está convencido de que si abandona el santuario de su oficina, los empleados le colgaran de esa sirena con su propia corbata.
A las nueve y media de la noche, Jones está jugando al
strip-poker
en la mesa de la sala de juntas. Ya sólo le quedan los zapatos, los calcetines, los calzoncillos y la corbata. Una joven de Finanzas no le quita el ojo de encima. A Freddy le va aún peor, pues sólo le quedan los calzoncillos. Holly, sentada a su lado, no deja de cogerle de la goma elástica y tirar de ella. Cada vez que la suelta, Freddy lanza un grito, pero Jones tiene la impresión de que no le importa mucho.
Todos se descartan y Jones termina con un trío de reinas.
—Ja, ja —dice Elizabeth desde la cabecera de la mesa—. Yo estoy servida. Ya veréis.
La contable enseña sus dobles parejas con una mirada esperanzada en dirección a Jones, pero Holly enseña sus cartas y los vapulea a todos.
—No te atreverás —le dice Freddy al verla reír maliciosamente.
Jones se sorprende al verla reír. Luego se da cuenta del porqué: en realidad, jamás había visto reír a Holly, tan sólo alguna que otra débil sonrisa. Jamás la había visto realmente feliz.
Freddy levanta las manos en señal de rendición, hace como si pretendiera subirse a la mesa de la sala, pero luego sale corriendo en dirección a la puerta. Se oyen gritos de protesta y abucheos cuando ven pasar sus calzoncillos blancos como una flecha. Todos se levantan de la mesa tirando los naipes. Holly se levanta de su silla en un segundo y salta detrás de él como un leopardo. Jones no cree que Freddy llegue demasiado lejos.
De repente siente deseos de irse a casa. Ha sido un día lleno de sorpresas, pero para Jones aún no ha acabado. Tendrá que enfrentarse a Alpha; tal vez no sea esta noche, pero no puede relajarse hasta que lo haya hecho. Hasta que no rompa sus lazos con Alpha, no formará parte verdaderamente de Zephyr.
Jones tarda media hora en salir del edificio porque cuando la gente lo ve marchar lo detiene para hablar con él. Pero finalmente lo consigue. Jones está en la segunda planta del aparcamiento subterráneo, buscando las llaves del coche, cuando de pronto oye una voz que inmediatamente reconoce como la de Eve. Se detiene y mira alrededor. Alguien responde a Eve y luego se oye una tercera voz. Al parecer las voces proceden de detrás del hueco del ascensor, de modo que Jones se dirige hacia allí con mucha cautela. Rodea una gruesa columna y se detiene porque allí están todos: el Proyecto Alpha al completo.
Nadie habla. Jones titubea, pero luego decide que es momento de quitarse eso de encima de una vez. Da un paso, pero Klausman le responde:
—Ni… te… atrevas.
Lo dice con mucha calma, pero hay rabia en su voz y algo más, algo parecido a la pena. Jones se detiene. Mira el rostro de los presentes y ve una mezcla de rabia, confusión y perplejidad. Mira a Eve y observa que su rostro está ido, como si no le viera.
Jones asiente y se da la vuelta para marcharse. Al principio se siente cobarde, incluso avergonzado, pero luego, a cada paso que da, se siente más animado. Cuando llega a la altura del coche, prácticamente se ha olvidado de Klausman y del proyecto Alpha. Piensa en Freddy corriendo en calzoncillos, perseguido por Holly.
Jones está ya a punto de llegar a casa cuando suena el teléfono móvil. Rebusca en sus bolsillos y mira la pantalla. Echa el coche a un lado de la calzada y aparca delante de un pequeño comercio de ropa.
—¿Dónde estás? —pregunta ella.
—En mi coche.
Al ver que eso no responde a su pregunta, añade:
—Solo.
—Vale. No puedo hablar mucho, sólo quería decirte una cosa: eres
formidable.
Jones reflexiona
: ¿se han cruzado las líneas? —¿Hola?
—Sí, te escucho.
—He estado muy enfadada contigo todo el día, pero cuando vi lo que estabas haciendo…
—Joder
, Jones! Te has cargado a Dirección General. Es increíble.
—No pensé que… te entusiasmara tanto.
—Bueno, has echado a perder el proyecto Alpha. Ahora tardaremos meses en salir de ésta, pero ¿a quién le importa? Te has apoderado de la empresa y les has dado una patada en el culo. Escucha, delante de los de Alpha tengo que mantener las distancias —digamos que estoy consternada por tu comportamiento, que has traicionado nuestra confianza y todo eso rollo—, pero no te puedes imaginar lo muy atraída que me siento por ti en este momento. ¿Me escuchas?
—Sí. Es sólo que me había quedado con la boca abierta.
—Tú y todo el mundo. ¡Dios santo! Cuando vi a Klausman pensé que le iba a dar un ataque al corazón. Nadie va a tener el fin de semana libre. Debería darte lástima, ahora me espera una reunión de veinte horas.
—Pareces muy entusiasmada con la idea.
—Bueno, sí… pero no por eso. Estoy simplemente excitada.
Hay cierta falsedad en su tono de voz. Jones se da cuenta de que le está mintiendo.
—¿Sigues ahí?
—¿Qué va a suceder en la reunión?
—Bueno, imagino que pensaremos en lo que podemos hacer —dice riéndose en su oído—. Blake dice que deberíamos cerrar Zephyr y empezar de nuevo, pero Klausman no quiere ni pensar en eso. No tiene intención de dejar que su criatura se muera. Pero eso tú ya lo sabías, ¿verdad que sí? Eres un genio, ¿lo sabías? Encontraste la forma de cambiar Zephyr, y no creo que podamos hacer mucho al respecto.
—¿Es eso lo que piensas decirles a ellos?
—Aún no estoy segura de nada. Hay muchas intrigas. Esto ha sido como un terremoto para Alpha. Algunos van a salir muy mal parados, y otros… bueno, otros no tanto.
Jones nota que se le revuelve el estómago.
—¿Estás excitada porque crees que he hecho algo bueno para Zephyr?
—Por supuesto.
—¿O porque he hecho algo bueno para
ti
?
Hay una pausa. Luego Eve pregunta:
—¿Por qué dices eso?
El cuerpo se le pone frío.
—¿Jones? ¿Estás ahí? ¿Jones?
—Sí —dice con voz ronca.
—¿Qué pasa? ¿No me oyes bien? Espera, vuelvo a llamarte.
El lunes siguiente, Jones se despierta a las seis y catorce minutos. Lo sabe sin mirarlo, pues es de esas personas que se despierta justo antes de que suene el despertador. Y desde hace tres meses el despertador está puesto a las seis y cuarto.
Pero no hoy. Su reloj interno se ha equivocado. Jones se da la vuelta y se tapa con las mantas. Sonríe sin abrir los ojos. Esta mañana puede dormir un poco más porque no tiene reunión con los miembros de Alpha.
Elizabeth llega a Zephyr a eso de las ocho y cincuenta y cinco, casi una hora tarde. Se siente culpable por aprovechar la desaparición de Dirección General para quedarse durmiendo un poco más, pero ese sentimiento desaparece cuando entra en el aparcamiento y ve que hay muchos espacios sin ocupar. Al parecer, no sólo no ha llegado tarde, sino que puede que haya llegado demasiado temprano.
Elizabeth toma el ascensor hacia Servicios de Personal y navega entre cubículos vacíos. Un griterío repentino le hace darse la vuelta y mirar por encima de los paneles divisorios: hay tres personas junto a la máquina de café contando chistes. Elizabeth continúa caminando. Justo antes de llegar a su cubículo, ve finalmente a alguien sentado en una mesa: un joven con el pelo de punta. El joven, sorprendido, levanta la cabeza y sonríe, aunque cambia de inmediato la pantalla del ordenador. Elizabeth se da cuenta en el último momento de que estaba poniendo al día su currículo.
En el instante mismo en que se agacha para poner el bolso debajo de la mesa, suena el teléfono. Elizabeth lo coge, lo cual es un gravísimo error.
—Elizabeth —dice Roger con voz profunda e imperiosa—. Tenemos que hablar.
¡Espera!
le dice una parte de su cuerpo, pero la sangre le sube a la cabeza como una tormenta, sus dedos se convierten en pinzas y alfileres y los pies se le quedan helados. Su cuerpo se inunda de ese insano, indescriptible e insaciable deseo: Roger, Roger, Roger.
Horrorizada, observa cómo los pies se giran y la conducen por la moqueta sin que ella pueda impedirlo. Cuando llega a la puerta de su oficina, la mano (
traidora
) se levanta y llama. Cuando Roger le dice que puede entrar, el cuerpo le tiembla de pies a cabeza.
Roger está sentado con las manos entrelazadas encima de la mesa. Tiene el pelo muy bien peinado. Su traje le sienta tan bien que parece hecho a medida y la luz del sol se refleja en sus hombros. Por un instante, Elizabeth cree que va a vomitar.
—¿Qué pasa? —pregunta aliviada de oír que su voz suena clara y sardónica.
—Siéntate.
Se encoge de hombros, como si no le importase hacer una cosa u otra… como si su corazón no estuviese a punto de saltarle del pecho y su cerebro no estuviera inundado de lujuria. Cruza los brazos con firmeza, apoyándolos sobre los antebrazos para que no cometan ninguna insensatez.
—No sé cómo plantearlo —dice. No le ha quitado los ojos de encima ni un instante desde que entró en la habitación—. La pasada semana, en tu cubículo, te reíste a mi costa.
Sí
. Elizabeth está dispuesta a morir para defender su ficción.
—Supongo —responde con indiferencia. Sus manos, horrorizadas por semejante mentira, tratan de apartarse de ella, pero las presiona contra los antebrazos para que no se escapen.
—O al menos eso me pareció —continúa Roger. Abre un cajón y saca un vaso de plástico, de esos que te dan los médicos para que orines dentro. Por un momento no acierta a entender por qué Roger tiene una cosa de ésas y, por unos segundos, su estúpido y adormecido cerebro piensa en todo tipo de extrañas posibilidades.
—Recursos Humanos ha instaurado una nueva política de test de drogas y tú has salido elegida al azar en nuestro departamento.
Tal vez haya ahora más hormonas que sinapsis dentro de Elizabeth, pero eso todavía es capaz de pillarlo. Los de Recursos Humanos quieren saber si está embarazada. La rabia se le ve en la cara, pero se da cuenta de que Roger no deja de observar sus reacciones.