—Tiene
todo
que ver —responde con la voz entrecortada. Durante un segundo Jones siente deseos de echarse a llorar.
Eve guarda silencio unos instantes.
—Sería más fácil si ayudases. Salvarías muchos puestos de trabajo.
—Si despides a una sola persona, les hablaré de Alpha.
—Jones —dice ella pacientemente—, con eso sólo conseguirías que tuviera que despedirlos a todos.
—Tú no harías una cosa así.
—Seguro que sí. Y sin pensarlo. Ya lo tenemos todo preparado y lo único que hace falta es una llamada telefónica. Además, después de la que has montado, sería incluso más fácil empezar desde el principio —Eve junta las manos como si rezara—, aunque la mejor solución es volver a la situación anterior. Tus amigos conservarán sus puestos de trabajo. Yo no tendré que llevarme Alpha a otra ciudad. En fin, todos contentos. Por favor, piensa en ello. Es la mejor solución.
—Debí haberle contado a todo el mundo lo de Alpha desde el momento en que lo supe.
Eve se muerde el labio.
—Jones, veo que aún crees que se alegrarán de saber la verdad, que te agradecerán que se lo digas. Pues te equivocas. Terminarán por odiarte. Yo misma te estoy diciendo la verdad ahora, ¿y acaso me lo agradeces? No. Estás decepcionado, molesto y puede que hasta me odies un poco. No quiero amenazarte porque sé que estás en una situación emotiva y no piensas con lógica, pero te aseguro que si deseas continuar siendo amigo de tus compañeros, entonces es mejor que no les digas ni una palabra de Alpha, sino que los convenzas de que es necesario que vuelva Dirección General.
—Por tanto, lo más positivo para mí es que mienta, que siga mintiendo.
—Exacto.
Jones mira alrededor.
—¿Dónde está esa cinta sobre ética? ¿La que ponéis para los inversores que se inquietan?
—Um… Creo que…
—Estoy de broma.
—¡Ah! —responde Eve sonriendo, aunque sus ojos examinan atentamente su cara—. Bueno, eso no es malo. Deberías tomártelo a risa. Al fin y al cabo, son sólo negocios.
Eso le hace sentir nuevamente ganas de llorar, aunque se controla.
—O sea que si les hablo de Alpha, los empleados me odiarán y perderán su trabajo. Y si te ayudo, nadie será despedido.
Eve duda por un instante.
—Bueno, necesitaré despedir a ciertas personas clave —aunque al ver su expresión añade—, pero de eso hablaremos después. Jones, sé que es duro, pero un día mirarás atrás y te darás cuenta de que ha sido un gran paso en tu carrera. Tengo grandes ideas para Alpha, aunque no te debería hablar de eso porque aún están en su fase inicial, pero creo que puedo lograr financiación para montar un pueblo en Virginia. Podemos construir un pueblo, un pueblo para Zephyr. Tendrá su propia escuela, sus propios almacenes, todos los hogares dispondrán de banda ancha y de una sala de reuniones particular. Además, podremos ofrecerles de todo y ellos lo único que tendrán que hacer es vivir en el pueblo. Has dicho que hemos robado aspectos de la vida de nuestros empleados y tienes toda la razón, de eso no te quepa duda. Sin embargo, en nuestro nuevo pueblo no habrá diferencia entre estar en casa o en el trabajo porque trabajarán veinticuatro horas al día, siete días a la semana y, al mismo tiempo, estarán en sus casas. ¿Me comprendes? Ellos trabajarán, pero no porque les obliguemos, sino porque su pueblo depende de ellos, porque de esa forma mejoraran su calidad de vida y porque se sentirán profundamente obligados con la empresa.
Eve junta las manos, los ojos le brillan. Luego añade:
—Comprendes ahora por qué no debes poner fin a nuestro proyecto. Aún queda mucho por hacer.
—Déjame pensar en ello —responde Jones.
—Por supuesto que sí —dice Eve, asintiendo—. Te concederé algo de tiempo. Alpha se reúne de nuevo al mediodía. Ven a la reunión, ¿de acuerdo?
Elizabeth se yergue y se aparta el pelo de la cara. Mueve el trasero porque le parece como si se le hubiera quedado pegado al escritorio de Roger. Luego empieza a abotonarse la blusa.
Roger le aprieta un hombro.
—Ha sido… realmente increíble —dice moviéndose para mirarla. Ella puede ver su brillante sonrisa sin necesidad de tener que mirarle a la cara—. ¿No te parece?
—Mmm —responde buscando sus bragas.
—Quiero pedirte perdón. Me he portado como un cabrón contigo últimamente, pero es que a veces me dejo arrastrar por la política. Bueno, tú ya sabes cómo es este sitio.
Elizabeth se da cuenta de que lleva las bragas colgando del tobillo izquierdo. Se inclina hacia delante, aparta la cabeza de Roger y se las pone.
—Bueno, si te soy brutalmente sincero, diría que es inseguridad —dice Roger riendo—. Probablemente no me creas, pero es la verdad. Tú me ponías nervioso y siempre tuve la sensación de que tenía que demostrarte algo.
Elizabeth se pone de pie y comienza a arreglarse la falda.
Roger se levanta.
—Creo que lo que quiero decir es que me gustaría seguir contigo.
Elizabeth le mira y niega con la cabeza.
Roger parpadea.
—¿Qué quieres decir?
—Que yo no quiero.
—¿Que tú no quieres qué? ¿Volver a tener sexo conmigo?
—A ti.
—¿Qué no me quieres a mí?
Elizabeth niega con la cabeza.
—¿Por qué no? —Roger frunce el ceño— ¿Qué sucede? ¿Qué he hecho mal?
—Nada.
—¿Entonces cuál es el problema? ¡Dios santo! ¿Qué es lo que quieres?
Elizabeth se queda pensando y responde:
—Pepinillos.
Cuando Jones regresa a Servicios de Personal ve que están celebrando un partido de hockey. Se queda en la entrada, de pie, observando a la gente subirse a las mesas y derribar sillas. Un hombre choca con uno de los paneles divisorios y tira un archivo lleno de carpetas color manila. Pisotea una de las carpetas y termina por rasgarla, pero sigue corriendo sin prestarle la más mínima atención.
—¡Jones! —dice Freddy acercándose con cara de felicidad y excitación—. Estamos jugando al hockey.
—Ya lo veo.
Freddy le mira fijamente.
—¿Pasa algo?
—Bueno —responde Jones de mala gana—. No creo que echásemos a Dirección General para entretenernos jugando.
—Venga, hombre. Es el primer día. Sólo lo estamos celebrando.
—¡Freddy! —grita alguien. Jones mira alrededor justo cuando Holly pasa junto a él, dándole a una pelota de goma con un tubo de cartón.
Freddy mira a Jones con expresión de disculpa.
—Ya se calmarán las cosas. Son buena gente —dice. Luego sale detrás de Holly.
Jones se dirige al cubículo de Ventas de Formación, que está vacío. Se deja caer en el asiento y apoya la cabeza en las manos.
Al principio pensó que sería imposible convencer a la gente de que era necesario que volviera Dirección General. Ahora en cambio lo considera algo inevitable. Eve tenía razón: esto ya no es una empresa, sino un jolgorio. Y ellos terminarán por darse cuenta de ello, más tarde o más temprano, pero lo harán. Verán que ya nadie trabaja tan duro como solía hacerlo y sabrán lo que eso significa.
—¿Hola?
Jones levanta la cabeza. Es Alex Domini, el hombre que contrató para que coordinara la renovación de la instalación de red informática de Zephyr. Lleva un manojo de papeles en la mano. Al parecer es la única persona que está trabajando hoy en Zephyr. Obviamente, tiene contrato por obra.
—Siento molestarle, pero tengo un pequeño problema —entra en el cubículo, en actitud ovejuna—. El problema es que no puedo ir a la planta trece. No hay ningún botón en el ascensor con ese número y las puertas de las escaleras están cerradas. No sé qué hacer.
Jones le mira.
—¿Y por qué cree que hay una planta trece?
—Por la instalación. Me he conectado con un portátil y estoy seguro de que allí hay una red, entre la doce y la catorce. El problema es que no consigo… encontrarla.
Jones traga saliva un par de veces.
—Es difícil llegar a la planta trece. Yo le acompañaré.
—Menos mal. Gracias. Empezaba a pensar que me estaba volviendo loco.
—La culpa no es suya, sino de este lugar.
Al llegar a los ascensores, Jones pregunta:
—¿Y cómo va el resto de la instalación?
—Está prácticamente terminada. Incluso la planta trece. No sé qué hay allí, pero está conectado a casi todas las cosas. Lo único que necesitamos es ponerla en marcha.
—Interesante —dice Jones.
Jones se encuentra en la sala de control de la planta trece cuando empiezan a regresar los miembros del proyecto Alpha. Eve es la primera en llegar. Pasa junto a la pared de cristal en dirección a la sala de reuniones, pero al verlo se detiene y le hace señas para que vaya. Jones sale y cierra la puerta.
—Hola.
—Hola. ¿Cómo te va?
Jones se encoge de hombros. Juntos se dirigen a la sala de reuniones.
—Supongo que bien.
Eve asiente.
—No quiero presionarte, Jones, pero…
Abre la puerta en ese momento y ve a Alex sentado en la enorme mesa. Eve lo mira, luego a Jones y de nuevo a Alex.
—¿Quién es usted?
—Está trabajando en la red —responde Jones.
—¿Y qué hace aquí?
—Yo le he dejado que suba. Necesita empalmar algunos cables o algo así. No termino de entender los detalles.
—Perdonen… ¿prefieren que me vaya? —dice Alex.
—Sí, gracias. Necesitamos esta sala.
Alex se levanta. Llegan dos agentes más a la planta trece y se ponen detrás de Jones y Eve. Eve no se mueve, de modo que se organiza un embotellamiento: Alex espera para salir, los agentes para entrar, y Eve les bloquea el paso. Mira a Alex y a Jones alternativamente.
—¿Qué pasa?
—Pasa que no vamos a entrar.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Porque te pasas de listo.
—¿Qué sucede? —pregunta Mona.
—No sé de qué estás hablando —dice Jones.
—Vamos a celebrar la reunión en otra sala.
—¿Por qué? —pregunta Jones irritado—. ¿Crees que he puesto micrófonos en la habitación o algo parecido?
—Lo que sé es que no es una buena forma de comenzar nuestra nueva relación laboral, Jones.
—¿Qué he hecho?
—Todo el mundo fuera —dice Eve—. Y que alguien acompañe a este señor hasta la puerta.
De regreso a los ascensores, Eve lo coge del brazo a Jones y le susurra:
—
Sabías
que estaba deseando sentarme en el sillón grande.
Eve inspecciona dos salas de reuniones del vestíbulo antes de encontrar una que le satisfaga. Cierra las celosías de la pequeña ventana que hay en la puerta, mira la cámara de seguridad que hay en un rincón y llama a la planta trece por el móvil.
—Dejemos las cosas claras —dice—. Hasta que yo lo diga, no debe haber nadie en la sala de supervisión salvo tú.
Nadie.
—Eso es una idiotez —dice Jones—. Klausman no nos habría hecho andar tanto. ¿Qué pasa si alguien entra?
Eve duda.
—Mona, ¿te importaría atrancar la puerta con una silla?
Mona mira sorprendida.
—Bueno, lo intentaré.
—Disponemos de una sala de reuniones en perfectas condiciones en la planta trece.
—Jones —dice Eve—, cállate.
—Aunque lamento estar de acuerdo con Judas, creo que… —dice Blake.
Eve da un golpe en la mesa con la palma de la mano y todos se sobresaltan.
—Tenemos una reunión. Y se va a celebrar aquí. Así que empecemos.
Freddy pasa al lado de su mesa cuando ve algo extraño en la pantalla del ordenador. Se introduce en el cubículo para mirarlo más detenidamente. Durante los últimos meses, en la barra de herramientas del ordenador de Freddy se veía un pequeño ordenador con una cruz roja. Ahora, sin embargo, se ve un globo amarillo con el mensaje: «La Intranet de Zephyr está conectada. Velocidad: 100 MBPS».
—Pensaba que me ibas a traer un café —dice Holly entrando.
—Mira esto —dice Freddy. Coge el ratón, pero antes de que pueda activar su correo electrónico, se abre una nueva ventana. Al principio se lee «flujo de actualizaciones», luego «completado». Después desaparece y, posteriormente, aparece algo nuevo.
—Qué… —dice Holly, pero luego se queda callada. Ambos se quedan mirando la pantalla.
—En términos de proyectos ordinarios, bueno… ¿aún queremos hablar de eso? —dice Tom Mandrake mirando a Eve, que no reacciona porque está pendiente de Jones. Luego se da cuenta y asiente. Tom continúa—: Bueno, pues el proyecto 442 estudia cómo la eliminación de recordatorios del mundo exterior influye en la productividad de los empleados. Imagino que te acordarás de que se obtuvieron algunos resultados muy interesantes en ese campo.
Mona asiente:
—Sí, dedicaban más tiempo al trabajo.
—También hemos observado una disminución de las llamadas personales. Desgraciadamente, le presenté algunos datos a nuestros psicólogos y dijeron que algunas personas podrían estar desarrollando un trastorno disociativo de identidad.
—¿Se están volviendo esquizofrénicos? —pregunta Blake.
—No es esquizofrenia, sino una especie de doble personalidad. Una para el trabajo y otra en casa. También hay algunos incidentes ligeramente alarmantes, como por ejemplo que no reconozcan la voz de sus familiares cuando les llaman. Cosas de ese estilo.
Hay unos instantes de silencio. Un agente a la izquierda de Jones dice:
—Bueno, eso puede deberse a cualquier cosa. Algunas personas podrían tener una predisposición.
—No estoy diciendo que debamos abandonar el estudio, sólo que podemos tener algún problema médico grave.
Jones nota la mirada de Eve sobre él y tiene que hacer un esfuerzo para no reírse.
—El primer paso que debemos dar es hablar con nuestra aseguradora —dice Blake—. Necesitamos saber qué nos cubre el seguro antes de que a alguien se le vaya la olla.
—Calla —dice Eve, que aún continúa mirando a Jones—. No digas una palabra más.
Hace unos minutos, Servicios de Personal era un desmadre de ruido y gritos de gente jugando al jockey. Ahora reina el silencio.
En todo el departamento, al igual que en las plantas superiores e inferiores, todos están apiñados en cubículos mirando las pantallas de los ordenadores.
Blake dice:
—¿Qué sucede?
Eve no responde, pero ya se ha dado cuenta y Jones lo ve en sus ojos.
—De acuerdo. Es mi turno —dice Jones ajustándose la corbata—. Lo primero que quiero decir es que ya hemos recuperado la red.