—¿Estás diciendo que no me encargo habitualmente de las llamadas?
—Justo a eso me refiero —respondió Blake.
Eve sacudió la cabeza.
—¡Y tú qué sabes!
A Jones, sin embargo, le pareció que Blake sí sabía lo que decía. Por eso pensó que Eve necesitaría mucho respaldo moral en los días siguientes.
El ascensor se abre en el vestíbulo y Jones se dirige al mostrador a paso ligero. Eve está inclinada sobre la mesa, con el rostro crispado. No lo mira. Habla por el auricular.
—Dios santo —dice—. ¿Tanto trabajo le cuesta entender que
necesito saber su nombre para pasar su llamada?
En ese momento ve a Jones y se aparta el auricular.
—Me voy a volver loca. No paran de llamar.
—Vaya —dice Jones.
—Si Gretel no viene mañana, pienso asegurarme de que no vuelva nunca más, lo juro. ¿Cuánto tiempo lleva de baja? ¿Dos semanas? Es patético —dice. Sacude la cabeza y añade—: ¿Te apetece salir a comer?
—¿No tienes que estar aquí? —pregunta Jones parpadeando.
—No puedo más, no puedo más —dice levantándose—. La empresa no se vendrá abajo porque nadie responda a las llamadas durante una hora o dos.
—Pero en cambio esperas que todos los demás empleados hagan su trabajo —observa Jones. En ese momento ve que Freddy está al otro lado del cristal tintado del vestíbulo. Freddy lo mira fijamente. Tiene un cigarrillo en la mano y una expresión extraña en el rostro.
—Sí, bueno —responde Eve—. Pero nosotros no somos como los demás empleados.
—¿Le pasa algo a Freddy, Eve? —Eve no responde y Jones se da la vuelta para mirarla—. ¿Eve?
Eve se lleva las manos a las caderas.
—Bueno, es que se lo he dicho.
Jones se queda tan perplejo que no responde nada durante unos segundos. No puede entender que haya hecho algo semejante.
—¿Le has hablado de
nosotros
?
—Bueno, se acercó y empezó a molestarme, así que se lo dije —responde Eve, dándole la vuelta al escritorio—. De todas formas iba a enterarse tarde o temprano y me parece muy cruel no decirle nada.
—Antes no te importaba lo más mínimo. ¡Por Dios, llevas seis meses alentándolo!
—Bueno, es que antes tenía alguna oportunidad —dice Eve sonriendo y moviendo la cabeza de una forma que habitualmente Jones encuentra atractiva—. Pero ahora… —Eve alarga la mano hacia la corbata de Jones.
Jones le aparta la mano. Es como darle a un interruptor: el rostro de Eve se vuelve de piedra. Transcurre un segundo, luego otro. Se miran entre sí, notando que la tierra tiembla bajo sus pies.
—No se te ocurra volverme a hacer ese gesto.
Jones mira a su derecha. Freddy los sigue observando a través del cristal, pero cuando se cruza con la mirada de Jones aparta la suya.
—Discúlpate —dice Jones.
—¿Por qué? ¿Por no guardar en secreto que nos acostamos? —Jones dibuja una mueca de desagrado. Sabe que hay cámaras de seguridad, micrófonos ocultos, todos conectados con la planta trece—. ¿Por decirle a Freddy que su mejor amigo en Zephyr le está engañando?
—Ahora resulta que me vas a dar lecciones.
Eve arquea las cejas.
—¿Qué pasa? ¿Acaso las necesitas?
—Que te jodan.
—Eso ya está hecho —responde Eve.
Freddy ha desparecido cuando Jones sale por la puerta del vestíbulo. Medio cegado por la intensa luz del sol consigue atisbar la espalda de Freddy, que desaparece tras la esquina del edificio. Jones echa a correr. Freddy camina a buen paso, pero logra alcanzarlo cerca del nuevo Corral de Fumadores, bajo el letrero donde se ven unas vacas pintadas.
—¡Freddy!
Freddy se da la vuelta, sonriendo, o más bien intentando a duras penas sonreír.
—Hola, Jones.
—Freddy, lo siento de verdad.
—No pasa nada. No tienes por qué excusarte. Ella no iba a salir conmigo de ninguna manera. Holly estaba en lo cierto. No soy del tipo de hombres que gustan a las chicas como Eve. No me han ascendido en cinco años —suelta una carcajada que suena como un ladrido—. O sea que no hay problema. Después de todo, has hecho que me ahorre cuarenta dólares a la semana.
—Freddy, tú no eres ese tipo de persona. Tú eres mejor que todos ésos. No mereces ni estar en este lugar. —Jones habla con sinceridad, pero por la expresión que pone Freddy se da cuenta de que éste cree que está tratando de ser educado, lo cual le enfada aún más.— Freddy, este lugar no es sano. Hay que cambiarlo. Hay que cambiarlo como sea. Y si Dirección General no lo hace, tenemos que echarlos de allí.
—¿Cómo dices? —pregunta Freddy.
—Necesitamos una rebelión. Una revolución. Establecer una fuerza de resistencia para hacer que Zephyr vuelve a ser una empresa donde merece la pena trabajar —Jones duda, ya que no está muy seguro de que Zephyr ha sido nunca un buen lugar para trabajar—. ¿Por qué la empresa no te presta ninguna atención? ¿Por qué no le importas un comino? Tú no eres un recurso, eres una persona. Esta empresa se está quedando hueca. Ha minado demasiado a sus propios empleados. Tenemos que hacerla cambiar, no sólo porque nosotros lo merecemos, sino para evitar que la empresa termine devorándose a sí misma.
—Jones, me parece que se te ha ido un poco la olla.
—¿Por qué no puede mejorar la empresa? ¿Sólo porque Dirección General no quiere? Pues ahí está la clave: hay que tomar el control de Dirección General. Si los trabajadores nos unimos, podremos lograrlo. ¿Cómo van a detenernos si nosotros somos la empresa? Lo único que necesitamos es unirnos. Formar un sindicato.
Freddy parpadea.
—O si quieres dejémoslo en «resistencia».
—Sí, resistencia suena mejor.
—¿Entonces estás conmigo?
Freddy levanta las manos.
—Jones, entiendo lo que quieres decir y no estaría nada mal, pero no creo que sea posible. Primero, para organizar una reunión en este sitio hay que notificarlo con tres semanas de antelación. Segundo, en cuanto los de Recursos Humanos sepan lo que pretendes, te echarán del edificio.
—Ya lo sé —responde Jones—. Pero tengo un plan.
Freddy mira al Corral de Fumadores. Dos personas acaban de entrar y se sientan en los bancos de madera mientras buscan el cigarrillo en los bolsillos de los pantalones.
—¿En tu plan acabo despedido?
—No.
Freddy mira fijamente a Jones.
—¿Lo prometes?
—Te lo juro.
En ese momento lo cree así, lo cree con todas sus fuerzas.
—De acuerdo, entonces —responde Freddy—. Escuchemos tu plan.
Holly está sentada en una pequeña sala de reuniones que hay en el vestíbulo. Hay una carpeta abierta y varias páginas desparramadas sobre la mesa, pero eso son sólo excusas por si alguien se asoma por la ventana de la puerta que tiene detrás. En realidad, no espera reunirse con nadie.
No esperaba hacer eso de nuevo, no al menos después de que Roger le asignara el puesto del gimnasio, el único lugar de la Corporación Zephyr que tiene algún sentido para ella. Hace cuarenta y cinco minutos, vio que la luz de su contestador automático parpadeaba porque Roger la había telefoneado.
—Holly. Después de estudiarlo con detenimiento, he llegado a la conclusión de que no podemos mantener el gimnasio. No es rentable. Estoy seguro de que esta noticia va a ser una decepción para ti, pero ya sabes cómo son las cosas. Espero que comprendas que no tiene nada que ver contigo, pues estoy convencido de que habrías hecho un gran trabajo. Si tienes alguna duda, ven a verme.
El mensaje no decía exactamente:
eres una estúpida y me he aprovechado de tu estupidez para averiguar quién se quedó mi donut
, pero para Holly estaba más que implícito. Cuando colgó el auricular, todo le ardía: los ojos, los oídos, el corazón. Elizabeth estaba sentada a su lado en el cubículo, pero Holly no se atrevió a darse la vuelta por miedo a que ella se diera cuenta de que algo iba mal y le preguntara qué le pasaba. Permaneció rígida en su posición, tragando saliva una y otra vez. Pero algo comenzaba a crecer en su garganta que iba a terminar en un sollozo del todo humillante, de modo que cogió una carpeta al azar de su escritorio, la apretó contra su pecho y se marchó. Elizabeth la miró a la cara —a su cara sonrojada, sudorosa e inflamada—, su boca dibujó un gesto de sorpresa y Holly salió corriendo del cubículo antes de que le hiciera la pregunta que no era capaz de afrontar. Las tres primeras salas de reunión del vestíbulo estaban ocupadas, por lo que empezó a temer que pudiese estallar en el mismísimo vestíbulo, bajo la mirada curiosa de sus compañeros. Se sentó de espaldas a la puerta para que nadie le viera la cara y se dejó ir.
Holly supone que debe ser una idiota. Ese es el tipo de cosas que Freddy hubiera visto a una legua de distancia. Es más, probablemente lo hiciera y por eso fue tan duro con ella. No puede ni imaginar la reacción de Freddy. No tiene el más mínimo deseo de ver el desengaño en su mirada.
Alguien llama a la puerta.
—¡Ocupada!
—responde con una voz chillona.
La puerta, sin embargo, se abre.
—¿Te importaría?
Estoy ocupada.
—Soy yo.
Holly se queda paralizada.
—Freddy, estoy terminando algo.
—Lo lamento de veras.
Hay una pausa.
—¿Qué pasa? ¿Ya te has enterado?
—Sí. Lo siento, Holly. Roger es un cabrón.
—Estoy esperando a varias personas —responde Holly poniendo la carpeta derecha—. Vendrán en un minuto.
Le oye cambiar de postura.
—Holly, Jones y yo vamos a hacer algo. No puedo explicártelo aquí. ¿Te importaría salir un segundo? Es muy importante.
—Sí, pero deja que termine la reunión, ¿de acuerdo?
Hay un silencio. Luego Freddy hace algo verdaderamente sorprendente, algo que ella jamás hubiese esperado y que sería motivo suficiente para que a él lo despidiesen de la empresa: se acerca, se inclina y la besa suavemente en la mejilla.
A las cuatro y diez de la tarde, reparten una encuesta de una página a todos los empleados de Zephyr titulada «Encuesta de satisfacción de la plantilla». La mayoría no sabe de dónde ha salido, aunque algunos empleados dicen haber visto a una de las siguientes tres figuras merodeando entre los cubículos: un joven con un elegante traje gris, un hombre bajo con el pelo oscuro y gafas o una mujer rubia con unas pantorrillas muy musculosas. Nadie sabe cuáles son sus nombres, pero a todos les resultan familiares sus rostros, como suele suceder entre la mayoría de los empleados de Zephyr. Los empleados recogen la encuesta y comienzan a leer.
Gracias por participar en la encuesta de satisfacción de la plantilla de la Corporación Zephyr. Sus respuestas se utilizarán para saber si la empresa les está proporcionado un lugar de trabajo apropiado y productivo y para mejorar las condiciones laborales de los empleados.
Por favor, no escriban ningún tipo de identificación en la encuesta. Sus respuestas deben permanecer en el anonimato.
Esto último suscita algunos gestos sarcásticos entre los empleados, pues saben perfectamente lo que Zephyr entiende por respuestas «anónimas». Ya lo han hecho antes, y luego les ha venido el director pidiendo explicaciones. Han tenido conversaciones confidenciales que luego han terminado en sus informes permanentes. Por esa razón, todos examinan la encuesta con sumo detenimiento, tratando de buscar alguna marca en filigrana o algún número de identificación escondido.
Pl: ¿Crees que la Corporación Zephyr es un buen lugar para trabajar
?
Se oye una risita cínica en todo el edificio. «Mirad la primera pregunta» se dicen entre sí. Más sorprendente aún que el catálogo de métodos brutales que emplea la empresa para degradar a sus empleados, es el hecho de que piense que son útiles. Pero ciertamente eso no es lo que van a decir los empleados. El
feedback
positivo está muy valorado, incluso termina en los informes anuales, mientras que el negativo termina normalmente en una investigación de Recursos Humanos sobre los problemas de actitud del empleado en cuestión. Por ese motivo, los empleados —al menos todos los que llevan en la empresa más de cinco minutos— garabatean las respuestas esperadas y las ornamentan con palabras y frases como «un medio diseñado para la labor en equipo», «oportunidades» y «productividad». Cuando ven que algunos empleados escriben respuestas honestas como «llevo seis meses trabajando en esta empresa y jamás he visto a nadie de Dirección General» o «nadie me ha explicado qué sentido tenía la consolidación» o «esta encuesta es la primera muestra que veo por parte de la empresa de que se interese por la plantilla», les cogen amablemente el bolígrafo, se sientan a su lado y les instruyen.
P2
:
¿Qué crees que se puede hacer para mejorar las condiciones laborales en la Corporación Zephyr
?
Esa pregunta hace que se arqueen algunas cejas. Hombres y mujeres forman corrillos. Es una pregunta engañosa, ¿verdad que sí? ¿Desea la empresa que los empleados respondan «nada»? Eso sería demasiado hasta para la Corporación Zephyr. Llevaría el servilismo a un nuevo nivel. Surgen discusiones. Los más veteranos, los tipos duros que pasaron a «modo de supervivencia» hace ya mucho tiempo, aseguran que es imposible sobreestimar la opinión que tiene Dirección General de sí misma. Escriben «nada» con mano firme. Los idealistas —principalmente los licenciados— se toman la pregunta al pie de la letra. Hay mucho espacio, y lo utilizan para expresar sus ideas. Los demás responden de forma más precavida. Empiezan las frases con un «
Si tuviera que
sugerir algo» o «Sin duda los costes deben ser excesivos, pero…», y luego ellos también empiezan a soñar. ¿Qué pasaría si, en lugar de ser amonestado por salir temprano y jamás obtener nada por quedarte hasta tarde, se pudiera compensar lo uno con lo otro? ¿Qué pasaría si, en lugar de rellenar las hojas de asistencia por lapsos de diez minutos, te dejasen que buscases la forma más adecuada de ser productivo? ¿Qué pasaría si Zephyr reconociera que los empleados tienen una vida propia fuera de la empresa, que no nacen cuando llegan cada mañana y se desvanecen al irse? Son ideas descabelladas, extravagantes, pero por soñar no se pierde nada.
P3: ¿Crees que tus compañeros de trabajo y tú merecéis que mejoren las condiciones laborales?
¡Dios santo! La alarma se percibe en sus rostros y los corrillos se apiñan aún más. Saben de sobra que Dirección General no cree que ellos merezcan una mejora de las condiciones, pues, de ser así, las condiciones serían mejores. Sin embargo al menos siempre ha pretendido que es así. En las reuniones de personal siempre hay ejecutivos con trajes caros pregonando que los empleados son el activo más valioso de la empresa, algo difícil de creer dado el número de despidos y externalizaciones, pero siempre agradable de oír. La pregunta sugiere que se acaba de cruzar una línea: si Dirección General cree que los empleados van a responder «no», es que ya no se molesta en ocultar su desprecio.