La Corporación (28 page)

Read La Corporación Online

Authors: Max Barry

Tags: #Humor

—O vaya…

—¿Cómo dice? —preguntó Gretel, pero de repente se encontró escuchando el informe de tráfico de la autopista estatal 1-5. Cerró los ojos mientras permanecía sentada en el borde de la cama mientras su novio dormía a su lado, con una mano sobre su muslo. Luego la voz añadió—: Gretel, voy a transferirte, ¿de acuerdo?

—Yo… —dijo Gretel, pero de nuevo oyó la radio y decidió permanecer a la espera.

—¿Gretel? —preguntó una voz masculina, sonora y dolorosamente alegre—. Soy Jim Davison. ¿Qué le sucede?

Jim era el director de personal de Recursos Humanos.

—Lo lamento, Jim. Pero me encuentro fatal.

—Lamento oír eso —dijo, sin cambiar de tono en lo más mínimo. Hablaba como si se tratase de un chiste—. Desgraciadamente, eso nos pone en una situación muy comprometida.

Gretel apretó con fuerza el teléfono.

—Estoy segura de que Eve no tendrá inconveniente en sustituirme por un día.

No era cierto. Estaba segura de que Eve pondría sus inconvenientes, pero eso no la
mataría
tampoco y, después del lunes tan horroroso que tuvo que afrontar ella sola, puede que hasta se lo
mereciese.

—No me cabe ninguna duda de eso —dijo—. Pero es que ha llamado hace diez minutos diciendo que está enferma.

Por eso, ahora Gretel está apretando botones del tablero mientras la cabeza le martillea y el sudor le mancha las axilas. No comprende por qué razón Recursos Humanos no puede contratar a un suplente, ni por qué eso tiene que ser
su
problema. Jim se lo explicó; le habló largamente, con esa voz inquietantemente animada, del trastorno de la empresa después de la consolidación y de lo difícil que sería afrontar otra crisis, sobre todo teniendo en cuenta que todas las personas que podían ocupar su puesto habían sido despedidas. A los dos minutos Gretel aceptó ir al trabajo sólo para que dejara de hablar.

Debería haberse mantenido firme. Igual que ayer y que el día anterior, el tablero de luces no deja de encenderse porque la mitad de la empresa ha cambiado de trabajo y ya nadie sabe el número de nadie. Recursos Humanos y Protección de Activos ha prometido emitir un nuevo directorio en dos o tres semanas, lo cual significa, como Gretel sabe muy bien, que no saldrá hasta dentro de un mes y medio por lo menos, que contendrá numerosos errores y que no habrá suficientes copias. Para colmo de males, no hay Departamento de Informática, por lo que no pueden actualizarse los teléfonos y todos los números de identificación de llamadas están equivocados. Es necesario marcar un número adicional para ponerse en contacto con cualquier empleado fuera del propio departamento, de modo que Gretel no puede pasar ninguna llamada hasta que sabe de dónde llaman. Los empleados no lo comprenden, por eso, esta mañana, Gretel ha tenido unas doscientas conversaciones como la siguiente:

—Recepción. Buenos días.

—Hola, ¿podría darme el nuevo número de Kevin Dawson? Antes estaba en Marketing… no sé cómo se llama ahora.

—¿Por favor, me puede decir su nombre y su departamento?

—Um… He dicho Kevin Dawson, Marketing Empresarial.

—No, no me refiero a la persona con la que quiere hablar, sino el suyo.

—¡Ah! Soy Geoff Silvio.

—¿De qué departamento?

—Bueno, ahora creo que se llama Finanzas.

—Un momento, por favor.

Durante dicha conversación, el tablero de luces no deja de iluminarse, indicándole que hay unas doce conversaciones como ésa esperando. A las once tiene una necesidad tan imperiosa de ir al aseo que prácticamente cruza el vestíbulo a la carrera y, cuando sale, ve a un hombre de Dirección General que pasa por delante del mostrador de recepción y ve todas las luces del tablero encendidas. Al verla, frunce el ceño.

A eso de las doce y media, Gretel se da cuenta de que será mejor que abandone la esperanza del almuerzo, ya que el número de llamadas entrantes no ha disminuido en absoluto. Entra en una fase robótica e insensible en la que sus dedos y su lengua se mueven primero y luego piensa. Una y otra vez presiona el botón de «transferir» y luego activa la siguiente llamada.

—Recepción. Buenas tardes.

—Soy yo.

—Necesito saber quién es usted y desde dónde llama antes de conectarle con nadie.

Hay una pausa.

—Soy Sam, Gretel.

Sam es su novio. Gretel se queda con la boca abierta. Luego se tapa el rostro y comienza a llorar.

¿Es Roger una mala persona? Es una pregunta difícil de responder. Precisamente en este momento ocupa todos los pensamientos de Elizabeth. Es una persona mezquina, de eso no hay duda. Y manipuladora. También es arrogante
e
inseguro, una combinación terrible. Jamás le ha demostrado el más mínimo afecto, salvo el físico, y hasta ese fue breve e impersonal. A veces, cuando lo ve, tiene ganas de arrancarle su bonito pelo y metérselo en la boca.

Ha oído que, a veces, a las mujeres embarazadas se les antojan comidas extrañas, combinaciones repugnantes como helado con pepinillos. Pues bien, a Elizabeth se le antoja Roger. Está loca por estrecharle entre sus brazos. Sólo pensar en eso le estremece el cuerpo entero. Elizabeth ha estado enamorada en muchas ocasiones, pero jamás ha sentido tanto deseo. Si Roger quisiera, Elizabeth se desnudaría allí mismo y haría el amor con él encima de la moqueta naranja y negra.

Sentada en su mesa y con los puños apretados, trata de razonar con su cuerpo. Hay miles de razones lógicas por las cuales no debería desear a Roger, y las defiende una por una, en silencio. Pero ninguna aguanta la roja y opulenta oleada hormonal que se agita dentro de ella. La parte racional, esa que le impulsaba a vender paquetes de formación, flota ahora a la deriva en un mar de emociones. «¿Qué sabes tú de nada?», le dice el océano. «Mira tu trabajo. Mira tus prioridades. Gracias por el consejo, pero prefiero pasar de eso.»No le queda más remedio que admitir que su cuerpo tiene razón. ¿Pero por qué Roger? ¿Acaso su cuerpo ve profundidades ocultas en él? No puede. Le suplica que cambie de opinión.

Hacer que funcione la red resulta más sencillo de lo que Jones esperaba. Comienza por plantearse la cuestión de qué departamento sería más lógico que se encargara de Informática, y termina por convencerse de que es el suyo; es decir, Servicios de Personal. Por esa razón, se dirige a la oficina de Roger, llama a la puerta y le plantea la idea. Roger escucha en silencio y luego gira la silla para mirar por la ventana durante un rato. Jones no sabe si está pensando profundamente en lo que le ha dicho o si sencillamente está haciendo una pose, pero no le importa esperar. Después de un minuto, vuelve a girarse en la silla.

—Estás pidiendo una inversión de capital bastante cuantiosa para este departamento.

—Imagino.

—Sabes que estoy intentando que los empleados se responsabilicen de sus gastos. Lo que me pides va en contra de ese paradigma —presiona los dedos entre sí—; básicamente tendría que prestarte el dinero.

Jones parpadea.

—¿Cómo pretendes que devuelva el dinero? ¿Quieres decir que debo facturar personalmente a los otros departamentos por el uso de la red?

Roger sonríe.

—No saquemos las cosas de quicio. Estoy externalizando los gastos, no las ganancias.

—¿Entonces?

—Puedo pagarte un royalty por las facturaciones de la red, hasta cierto límite.

—¿O sea que soy responsable de todos los costes, pero sólo me quedo un porcentaje de las ganancias?

—Podemos negociar una cifra exacta —responde Roger—, pero si no te apetece, dispongo de un departamento lleno de empleados que darían lo que fuese por hacer ese trabajo.

—Oye, la idea de montar la red ha sido
mía.

—Por esa razón te la estoy ofreciendo primero a ti.

Jones abre la boca para protestar, pero luego se da cuenta de que no ha ido a la oficina de Roger porque quiera ganarse un salario extra, sino porque Alpha desea disponer de una red.

—De acuerdo, de acuerdo.

—Necesitarás ayuda con un asunto tan grande. Puedes subcontratar a otros empleados del departamento.

—Lo haré —responde Jones, que no tiene la menor intención de pasarse el día entre cables y ordenadores.

—Pero si quieres un consejo, no le des simplemente el trabajo a tus amigos —advierte Roger—, obtendrás un mejor valor si les haces pujar por él.

—Gracias, Roger —responde Jones.

Jones le encomienda a Freddy la tarea de buscar a algún empleado de Servicios de Personal que tenga algún conocimiento de ordenadores, mientras él se acomoda en su escritorio para telefonear a asesorías de Informática. Después de cada llamada, tacha el nombre de la empresa si tratan de venderle algo que no ha solicitado o si emplean la palabra
solución
más de tres veces. Una hora después encuentra a un tipo llamado Alex Domini que dirige una empresa de una sola persona, sospecha Jones, con el que concierta una cita para el día siguiente.

La luz de su contestador automático parpadea, así que lo presiona y se encuentra con un mensaje de Sydney. «Ah, Jones. ¿Te importaría —
sí, en un minuto estoy contigo?. Tú espera ahí, ¿de acuerdo?
— Jones, baja a recepción, hay un paquete para ti. —
Pues mira.
»El teléfono hace clic.

Jones cuelga el teléfono. Sydney no puede estar trabajando en recepción, piensa. Sin embargo, cuando el ascensor se abre, descubre que sí. La ve perdida tras el enorme mostrador naranja, enfrentándose a una docena de impacientes empleados y gruñendo por los auriculares. Verla así le impresiona tanto que Jones se queda boquiabierto.

—Gretel se ha ido —dice una voz.

Jones se gira y ve a Klausman de pie, con una fregona en la mano. Jones parpadea, ya que vestido con ese uniforme es prácticamente invisible. Es una cuestión psicológica: si tienes dentro de tu campo de visión un mono gris, no te esfuerzas por saber quién lo lleva.

—Simplemente se ha ido sin decir nada y Recursos Humanos ha tenido que enviar a alguien para ocupar su puesto.

—¿Que Gretel
se ha ido
?

Klausman se encoge de hombros.

—No sé. No ha dicho nada. Pero tampoco me sorprende, Jones. Tampoco me sorprende. Aquí estamos tratando de poner en marcha un funcionamiento eficiente. No podemos permitirnos el lujo de tener empleados poco fiables. Podría echar a perder todo el sistema.

Jones mira a Sydney. Al parecer no le van a permitir acercarse a ella por el momento.

—Imagino que eso es lo que sucede cuando no hay margen de maniobra en el sistema.

Klausman se queda pensando.

—Hmm, es posible. Valdría la pena calcularlo. Sería irónico que después de todo este tiempo descubriéramos que la hipereficiencia es contraproducente.

—La verdad es que sí —responde Jones.

Klausman observa a Sydney pelearse con los teléfonos.

—Me rompe el corazón ver cómo el sistema fracasa de esta manera. Me duele por dentro. ¿Sabes cuál es la meta de toda empresa, Jones? Externalizar. Una empresa eficiente debe ser como el cuerpo de un hombre sano: extrae nutrientes del entorno y devuelve desechos. Las fuentes de ingresos son los nutrientes, las fuentes de costes los desechos.

—Entonces se podría decir que Zephyr come dinero pero defeca costes, ¿no es cierto?

Klausman se ríe.

—Eres probablemente demasiado joven para recordarlo, Jones, pero hubo una época en la que un hombre te llenaba el depósito de gasolina. Un chaval te llevaba las compras hasta tu coche. Hubo una época en la que apenas había que hacer una sola cola, ni siquiera a las puertas de un edificio gubernamental. Pero el trabajo es una fuente de costes, por eso las empresas tienen que externalizarlos y luego, como tú dices, defecarlos. Además, esos costes terminan exactamente en el lugar donde deben estar: en los clientes.

—Y en los empleados que quedan.

—Exactamente, así es. Es decir, hacer más por menos. ¿Sabes una cosa, Jones? Me gustaría tener más empleados como tú. Bueno, la verdad es que me gustaría que casi todos fuesen como tú. Ya sabes a qué me refiero. Eres una excepción. Los recién graduados normalmente son idiotas, con mucho entusiasmo, pero idiotas al fin y al cabo. Lo cual no compensa, más bien lo contrario, incrementa el problema —Klausman se rasca la nariz y prosigue—. Estoy pensando en suprimir el programa de graduados. La gente dice que proporcionan nuevas ideas, pero normalmente son ideas estúpidas. Un hombre inteligente no sirve para una empresa hasta que no tenga cuarenta años por lo menos, en mi opinión. Ni tampoco una mujer, que en estos tiempos que corren no se puede ser sexista. Obviamente, el problema entonces es que cuando tienen una buena idea, no hay manera de que hagan nada para llevarla a la práctica —Klausman se queda en silencio, pensativo—. En fin, lo que quería decirte es que creo que tienes futuro en esta empresa. Puedo imaginarte dirigiéndola algún día. No pronto —le lanza un guiño—, pero sí algún día.

—¿Jones? ¿
Jones
? —llama Sydney.

Klausman ya se ha dado la vuelta y está fregando el suelo. Jones se dirige al mostrador.

—Hola.

—Tuve que firmar —dice Sydney empujando una bolsa de correos por encima del mostrador mientras lo mira con odio. Jones no sabe si esa mirada se debe al paquete, a su nuevo puesto de trabajo o por una cuestión de actitud general.

—Lo siento. Gracias.

Abre la bolsa. Dentro hay caja empaquetada en plástico que dice NOKIA 6225 y una tarjeta de plástico con la SIM. No hay ninguna nota.

—Un nuevo móvil —dice el hombre que está a su lado—. ¿Dónde lo has comprado?

Jones no tiene ni la menor idea, El hombre mira a Sydney con una expresión divertida.

—¿Tienes uno para mí también?


¿Que?
—responde Sydney sin saber a qué se refiere. Jones aprovecha la oportunidad para llevarse el paquete a la zona de visitas y se sienta. Cuando lo ha desempaquetado por completo, oye una musiquilla agradable que le indica que «tiene un nuevo mensaje de texto». Unos cuantos botones más tarde consigue leerlo: «Estoy enferma + aburrida. Llámame».

Cuando Jones se dirige al ascensor, Klausman y la fregona apuntan en su dirección. El corazón de Jones empieza a latir con fuerza. Está completamente seguro de que Klausman le va a interrogar acerca del teléfono y a reprenderle por tenerlo. Aprieta con fuerza el paquete. Su mente vomita una masa de consejos incomprensibles, como: «
No le digas que es de Eve»
. Luego se abren las puertas del ascensor y sale un grupo de personas trajeadas y riendo, y la mirada de Klausman permanece fija en el suelo mientras pasan. Jones entra en el ascensor vacío. Cuando las puertas se cierran, recuerda que debe respirar. Se ríe convulsivamente por su reacción. No hay duda de que se está convirtiendo en una persona paranoica o perspicaz. Le gustaría saber cuál de las dos.

Other books

Winterlands 4 - Dragonstar by Hambly, Barbara
Betrayed by D. B. Reynolds
Coasts of Cape York by Christopher Cummings
The Tempting of Thomas Carrick by Stephanie Laurens
The Out of Office Girl by Nicola Doherty
Guardians by Susan Kim
The Last Match by David Dodge
Tempt Me With Kisses by Margaret Moore