—¿Elizabeth? —dice Holly alarmada.
—De acuerdo, de acuerdo. Hazlo tú.
—Aclaremos las cosas de una vez —dice Roger—. ¿Quieres que lo haga o no?
—Sí —responde Elizabeth tan apagadamente que apenas se le puede considerar una palabra.
—Entonces, de acuerdo —responde Roger mirando a los presentes para asegurarse de que lo han escuchado—. Me alegro de que el asunto haya quedado zanjado.
Reina la tranquilidad en el vestíbulo, ya que todos los empleados o bien han sido admitidos en el seno de Zephyr o bien han sido conducidos hasta la puerta. Los guardias de Seguridad están alineados en la pared de cristal con las manos en la espalda y observando. Gretel está sentada en el mostrador de recepción. Se siente exhausta y sucia, como si acabase de ejecutar a doscientas personas y aún tuviera las manos manchadas de sangre.
Se oye un enorme alboroto fuera, así que se levanta y se dirige hasta uno de los guardias. Mira a través del cristal tintado de verde.
—Las cosas se están poniendo feas ahí fuera —dice.
El agente no responde. Sus ojos están fijos en la multitud.
—Tal vez intenten entrar por la fuerza en el edificio —sugiere Gretel—. O tal vez rompan los cristales.
—No se preocupe, señorita. Está usted completamente segura —responde el agente sin mirarla.
—No sé si la empresa ha hecho bien despidiendo a tanta gente —dice Gretel, sorprendida por la amargura que hay en su voz—. Tal vez nos estemos perjudicando a nosotros mismos.
El agente parpadea una vez, lentamente.
—«Primero fueron a por los comunistas y no protesté porque no soy comunista.» ¿Sabe usted cómo termina la historia?
El agente se da la vuelta para mirarla. Gretel retrocede porque el agente tiene la mirada hueca.
—Por favor, señorita. Sólo hago mi trabajo.
—Perdone.
La respuesta suena como un gemido y regresa a su escritorio notando la mirada vacía del agente en la nuca. Toma asiento y cruza los brazos sobre el pecho.
Minutos más tarde, Roger llama a la puerta de la sala de reuniones de Servicios de Personal, pero nadie responde. Roger mira a los demás.
—Allá vamos.
Roger gira el pomo de la puerta. Dentro hay cinco directores sentados alrededor de una mesa circular, entre ellos Sydney. Hay una hoja de papel en medio, y cuando ven a Roger, Elizabeth y Holly, Sydney alarga la mano y le da la vuelta.
—Disculpad, pero estamos ocupados.
Roger les mira con el ceño fruncido. Elizabeth no puede menos que admirarle: resulta muy convincente.
—Sydney, espera fuera, por favor.
Sydney parpadea.
—¿Cómo dices?
—Que te marches —le responde Roger haciéndole un gesto con la cabeza para que se dirija a la puerta—. Ya hablaremos de esto más tarde.
Sydney no sabe qué responder. Otro de los directores, una mujer delgada con unas gafas horribles, dice:
—Está reunión es sólo para los jefes de departamento.
—Ya lo sé —responde Roger—. Yo soy el director de Ventas de Formación.
—¿Disculpa? —pregunta Sydney.
—Sydney —continúa Roger haciendo un guiño a la mujer— es… hum… algo ambiciosa. Tendrá que disculparla.
—Yo
soy la jefa de Ventas de Formación —interrumpe Sydney—. No, soy yo. Desde hace meses —replica Roger.
Los demás directores miran a Elizabeth y Holly, que señalan a Roger.
Sydney se pone roja de rabia.
—Está en la red. ¡Compruébalo!
—La red no funciona, así que no podemos hacer tal cosa —responde Roger sin mirarla siquiera. Sonríe con complicidad a los demás jefes de departamento y añade—: Disculpen ustedes. Supongo que no podemos echarle la culpa a Syd por intentarlo.
Los directores se miran entre sí. Hay dos que no tienen ni idea de quién de los dos es el jefe de Ventas de Formación, ya que ha habido muchos cambios y renovaciones de plantilla y resulta difícil hacer un seguimiento. Les resulta más plausible que el director sea ese hombre alto de bonito cabello en lugar de esa diminuta mujer. Otro de los directores sabe perfectamente que Sydney es la directora de Ventas de Formación, ya que ella le envió un correo electrónico en cierta ocasión, con copia a Dirección General, en el que le acusaba de vago, incompetente y alcohólico. Es el primero en reaccionar.
—Lo lamento, Roger —dice—. No lo sabíamos.
—No pasa nada —responde Roger con una sonrisa. Luego mira con desprecio a Sydney y añade—: ¿A qué estás esperando?
Sydney abre la boca, pero luego la cierra. Mira uno por uno a los presentes, pero no ve un gesto de empatía en ninguno. Al final se levanta y se marcha.
Elizabeth y Holly se apartan para dejarla pasar. Elizabeth mira de nuevo a los directores.
—Por favor, continúen —dice.
Luego, cierra la puerta suavemente.
Al principio permanecen atentas por si una mano ensangrentada aporrea el cristal o por si un cuerpo humano se estrella contra las celosías. Cuando finalmente resulta obvio que esa batalla se va a librar de forma lenta, Elizabeth se dirige a su mesa para llamar a algunos clientes y los auxiliares de Ventas de Formación se marchan a almorzar. O mejor dicho, intentan ir a almorzar, ya que la enorme cantidad de ex empleados enfadados que hay delante del edificio ha puesto nervioso a todo el mundo y los agentes de Seguridad no les dejan salir. A la una el hambre empieza a notarse y aumentan las posibilidades de que se organice otra revuelta dentro del edificio. A la vista de las circunstancias, Recursos Humanos hace algunas llamadas telefónicas y consigue que una furgoneta les traiga un buen surtido de sándwiches. Están fríos y correosos, además de engendrar un sentimiento de culpabilidad entre los trabajadores, ya que deben recogerlos en el mostrador de recepción bajo la penetrante mirada de los despedidos a través de los cristales tintados.
—Ahhh —dice Freddy.
Jones sigue la mirada de Freddy hasta que ve a Eve saliendo del ascensor con un hombre vestido de gris del proyecto Alpha. Ninguno de los dos parece nada contento. El corazón de Jones empieza a latir con fuerza.
Holly suelta una risita.
—¿Acaso creíste que la habían despedido?
—No la vi en su mesa esta mañana y pensé que sí —responde Freddy sin aliento—. Tengo tal subidón de adrenalina que me atrevería a preguntárselo ahora mismo. ¿Sabes que cuando las personas comparten una situación de peligro se establece un estrecho vínculo entre ellos? Quizá eso juegue en mi favor.
Observan cómo Eve se dirige al mostrador de recepción.
—No lo comprendo —dice Holly—. ¿Qué es lo que tiene? No está tan en forma. Una vez la vi en el gimnasio y parecía a punto de desfallecer.
—Tienes razón —responde Freddy—. No comprendes.
—Aunque tiene razón —dice Jones—. En realidad, nadie la conoce. Podría ser una de ésas que te asesinan con un hacha.
—¿Con esos bracitos? —dice Holly.
—¿Qué dices? Antes me decías que le pidiera salir.
—Sólo digo que… tal vez no sea la mujer adecuada para ti.
—A Jones también le gusta —dice Holly de broma.
—No digas tonterías —responde Jones conteniéndose para no decir: «¿por qué dices eso?»—. Sólo digo que quizá Freddy tenga mejores opciones.
—No, no creo que las tenga —resopla Freddy.
—Tiene razón —dice Holly—. Mírale. Bajito, con gafas, empleado en el mismo asqueroso trabajo desde hace cinco años… Si Eve Jantiss aceptara una cita con él, ese día compraría lotería.
—Veo que últimamente no trabajas mucho los bíceps —dice Freddy—. Te ha salido un poco de grasa debajo de los brazos.
La boca de Holly se abre de indignación.
—Tengo un porcentaje de grasa del
catorce
por ciento.
—Bueno, si a ti eso te parece suficiente —responde Freddy. Busca el paquete de tabaco en los bolsillos—. Voy a fumar un cigarrillo. Os veo luego.
Una vez en el ascensor Jones sorprende a Holly pellizcándose debajo de los brazos. Deja caer los brazos a los lados y dice:
—Dios. A veces me saca de mis casillas.
Cuando Freddy regresa a Servicios de Personal, está rojo de indignación.
—¿Sabéis lo que están haciendo?
—¿Quién? —pregunta Jones.
—Me han hecho salir a la parte de atrás y vi que están construyendo una zona tapiada al lado del generador con un letrero que dice: «El corral del fumador». ¡Están construyendo una zona sólo para fumadores!
Holly resopla de disgusto.
—No comprendo que la empresa quiera derrochar el dinero con los fumadores.
—Y hay un dibujo de unas vacas. Unas vacas fumando un cigarrillo.
Holly suelta una risita.
—Bueno, eso resulta gracioso —añade Holly.
—Lo que me fastidia es que crean que eso resulta
beneficioso
—se queja Freddy—. Dirección está tan fuera de onda que cree que se lo agradeceremos.
Mira a Jones buscando apoyo, pero éste mantiene la boca cerrada, así que termina por exclamar:
—¡Capullos!
—He oído en el gimnasio que los no fumadores van a tener un día más de vacaciones —dice Holly—. A mí eso me parece muy buena idea.
Freddy se queda con la boca abierta.
—¿Cómo dices?
—Bueno, yo no me tomo cinco descansos al día para ir a tomar el sol. ¿Por qué no me van a dar un día más de vacaciones?
—Yo recupero el tiempo. Trabajo horas extra.
—Sí, ya. Lo que tú digas.
—Eso es discriminación.
—A mí lo que me parece discriminación es que te tomes tantos descansos para fumar cuando ni Jones, ni yo lo hacemos.
—A mí no me metas en esos asuntos —responde Jones antes de darse cuenta de lo hipócrita que resulta eso viniendo de él.
—Además, no entiendo que te pongas así porque me den un día libre. A ti eso no debería importarte.
—Bueno,
tú
eras la que me estabas puteando por tomarme cinco minutos para fumar.
—¿Me estás llamando puta? —grita Holly.
Jones se levanta para separarlos.
—Dejadlo ya, ¿vale? Es un momento muy tenso y deberíamos mantenernos unidos.
Freddy respira profundamente.
—Lo siento. No eres ninguna puta, Holly. Pero no pienso meterme en un
corral
con dibujos de vacas.
Después de unos momentos, Holly dice:
—Sí te meterás.
Freddy se sienta y suelta un suspiro.
—Odio esta empresa con toda mi alma. Desearía que me hubiesen despedido.
—En realidad no.
Freddy ríe un poco.
—No, no creo. Aquí al menos estoy en buena compañía.
—¿Cómo dices? —pregunta Jones.
—Digo que aquí al menos estoy en buena compañía.
—Ah. Creía que habías dicho que estabas en
una
buena compañía.
Freddy y Holly se le quedan mirando.
—¿Qué pasaría si tratásemos de mejorar las cosas en la empresa? Hay muchas cosas que podemos hacer.
Holly lo mira sorprendida. Freddy dice:
—Jones, aún te comportas como un novato. En esta empresa todos los días la gente sugiere ideas para mejorar la empresa y las meten en el buzón de recomendaciones que está en la cafetería —mejor dicho, estaba— y nunca más se oye hablar de ellas, salvo en las reuniones de toda la plantilla, momento en el cual Dirección General elige la más inútil de todas y anuncia que formará un equipo interfuncional para estudiarla. Un año o dos después, cuando ya todos nos hemos olvidado del asunto, se recibe un correo electrónico que anuncia la implementación de algo que no guarda ningún parecido con la idea inicial y que, normalmente, produce el efecto contrario, y en los informes anuales se subraya el hecho para demostrar que la empresa escucha y responde a sus trabajadores. Eso es lo que sucede cuando alguien trata de mejorar la Corporación Zephyr.
Se oye un clic y Freddy, Holly y Jones se levantan al mismo tiempo. Miran por encima del panel divisorio de su cubículo y se dan cuenta de que otros empleados de Servicios de Personal hacen lo mismo. La puerta de la sala de reuniones se abre.
Roger es el primero en salir, con una sonrisa esplendorosa.
La reina ha muerto. ¡Larga vida al rey! Los trabajadores se pelean por una mirada de Roger, por tocar su mano. Roger pasa entre ellos, saludándoles, estrechando manos, recibiendo palmadas en la espalda y besos en la mejilla.
—Yo gobernaré para el pueblo —dice Roger. Hay vítores—. Es un nuevo comienzo. Os prometo trabajo duro, pero también respeto. Reconocimiento. Y recompensa.
El rostro de los empleados se ilumina. Los empleados de Servicios de Recolocación y Gestión del Gimnasio intercambian sonrisas entre sí. Los trabajadores del Club Social y de Diseño de Tarjetas Profesionales brindan con tazas de café. Son los supervivientes. Son las cuatro y media de la tarde y es el amanecer de un nuevo día.
Los agentes comerciales están anonadados. Holly dice:
—Imaginabas que Roger fuese tan…
—No —responde Freddy.
Roger se acerca a ellos. Los auxiliares de Ventas de Formación le dibujan bonitas sonrisas y levantan el pulgar en señal de felicitación. Freddy coge la mano de Roger y se la estrecha con entusiasmo.
—Bien hecho, Roger. Te felicito.
—Te lo agradezco —responde Roger—. Las cosas van a cambiar desde ahora. Hay mucho trabajo por hacer. Vamos a averiguar quién cogió ese donut.
Llueve ligeramente, pero ninguno de los desempleados regresa a casa. Tienen el rostro cubierto de gotitas de agua, el maquillaje corrido y el pelo ligeramente crespo, pero su rabia no se diluye. Se escuchan promesas de formar un piquete permanente; comienza a circular una lista de turnos. No están muy seguros de lo que exigirán, pero de una cosa sí están completamente convencidos:
ellos no merecen esto.
El vestíbulo está completamente vacío, salvo por los guardias de seguridad y Gretel; se oye la campana del ascensor. Gretel se gira en la silla. La puerta del ascensor se abre y salen Eve y un hombre de Dirección General: Blake Seddon. Las chicas se derriten al verle porque es joven, apuesto y tiene más dinero del que puede gastar. En la actualidad, lleva un parche en el ojo que, según ha oído decir Gretel, se debe a un golpe que recibió mientras evitaba que atropellaran a una niña justo delante del edificio de Zephyr. Seddon sonríe mientras se acerca, junto a Eve, al mostrador de recepción y Gretel siente que su boca se curva casi involuntariamente.
Eve ocupa su asiento detrás del mostrador. Blake, por el contrario, continúa caminando hasta la línea de guardias de Seguridad que miran a través del cristal.