La Corporación (10 page)

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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

—¿Cómo has dicho que se llama la empresa?

—Zephyr.

—Jamás he oído hablar de ella.

—Es una empresa muy importante en…

—En lo que sea.

—Eso.

—Stephen —dice Penny—. Supongo que te das cuenta de que todo esto es un poco extraño.

—¿De verdad? —pregunta Jones con ansiedad—. Lo cierto es que resulta difícil darse cuenta. Nadie en la empresa parece pensar que suceda nada inusual.

—Hablo en serio. No sabes a qué se dedica la empresa. ¿A ti no te parece un poco raro?

—Bueno —dice Jones echándose atrás sobre el respaldo—, la empresa no funciona como el sistema judicial. Es el mundo real —su voz revela cierta fruición cuando dice eso. Cuando todavía era un estudiante y Penny acababa de conseguir su trabajo, soltaba a cada momento esa clase de comentarios en las cenas familiares—. Puede que así sea como funcionan las grandes empresas.

Penny no dice nada durante un rato. Luego coge la taza de café.

—De acuerdo. Puede que así sea.

Jones suspira.

—De todas formas tengo que averiguar a qué se dedica.

—No sería mala idea —dice Penny.

En las plantas inferiores de la Corporación Zephyr hay cosas que reptan y se ocultan, como por ejemplo los empleados de Suministros Corporativos. En muchos aspectos Suministros Corporativos se parece a un zoológico: su personal se pasa el día suministrando materiales apenas reconocibles para ellos a animales que les resultan incomprensibles, y cuando terminan los animales quieren más. Suministros Corporativos se considera a sí misma como la maquinaria que mantiene en funcionamiento la Corporación Zephyr, y a veces sus empleados sueñan en lo que ocurriría si cerrasen sus puertas y dejaran de proveer a Zephyr de papel de carta con membrete, Post-its o agua embotellada: la empresa se vendría abajo, así de sencillo. En los buenos tiempos, Suministros Corporativos ocupaba tres plantas y disponía de su propio ascensor; de vez en cuando los veteranos ponen los pies sobre la mesa y les hablan a los trabajadores en prácticas de todo eso. Según como ellos lo cuentan, las peticiones de material por parte de los otros departamentos eran eso, peticiones, y Suministros Corporativos accedía a ellas cuando Suministros Corporativos estaba en disposición de hacerlo. En aquellos tiempos las cosas se hacían para durar: si pedías una pluma, la tinta duraba años. Los becarios eran más respetuosos; sabían que todos sus libros pijos no valían un pimiento. Aquellos eran los buenos tiempos, los que se vivieron antes de que comenzaran a oírse palabras como «recesión», «racionalización» y «reorganización». En la actualidad, Suministros Corporativos ocupa sólo la mitad de una mísera planta. Hay una cuarta parte del personal que había antes, haciendo el cuádruple del trabajo que se hacía antes. Cuando un departamento pide algo —o mejor dicho, ordena—, lo quiere ese mismo día y se considera agraviado si no es así. Y ni siquiera se molestan en volver a llamar, de modo que el departamento no puede ofrecer otras alternativas o avisar de posibles retrasos; en lugar de eso, las solicitudes (cinco cajas de bolígrafos azules de punta fina antes de las diez de la mañana) simplemente llegan a los ordenadores de Suministros Corporativos a través de la red.

Al menos así era. Ahora, desde que la red se ha caído, los teléfonos han empezado a sonar de nuevo. Las cosas han cambiado y el departamento se ha dado cuenta. Aún sigue siendo un departamento de sólo doce personas y con un presupuesto de risa, pero podría ser que los buenos tiempos estuvieran a punto de volver.

Lentamente, el edificio entero de la Corporación Zephyr vuelve a funcionar a pleno rendimiento. Pero no porque hayan arreglado la red. De eso nada. El ala oriental de la planta diecinueve continúa siendo una tierra baldía. Ningún servidor vive en esa zona, ninguna red puede prosperar en las duras e inhóspitas condiciones que reinan en la planta diecinueve. Exhaustos y sedientos cables de red buscan datos que jamás encontrarán. Informática es un departamento oscuro, muerto, y ya no resucitará.

Sin embargo, hay trabajo que hacer, con red o sin ella. Hace dos semanas la red se averió. Poco después, Dirección General aseguraba que solucionaría el problema en unos pocos días; ahora la gente empieza a darse cuenta de que eso no sucederá jamás. Por todas partes surgen nuevas formas de trabajar, como la hierba fresca después de la lluvia. A falta de correo electrónico, los empleados están descubriendo el arte de hablar por teléfono. Y están empezando a ver qué temas que antes necesitaban de tres días y seis correos electrónicos pueden resolverse en cuestión de minutos por teléfono. El spam y los virus, problemas que Informática consideraba imposibles de resolver, han desaparecido por completo. La plaga de las bromas por correo electrónico, al principio graciosas pero luego ya no tanto, ha sido erradicada. La presión de recibir cadenas de cartas bajo la amenaza de una catástrofe personal ha dejado de ejercerse. La bandeja de entrada ya no está llena de ofertas desesperadas de colegas que intentan desprenderse del coche, o de gatitos por colocar.

Para transferir los documentos de un departamento a otro, los trabajadores se atan los cordones de los zapatos y estiran las piernas. Las personas se cruzan en los pasillos llevando los papeles enmano e intercambiando saludos. De vez en cuanto se paran para charlar y reír un poco, casi mareados por el inesperado ejercicio. Nadie se había dado cuenta de la enorme cantidad de personas que trabajaban en Zephyr, pues hasta ahora no los habían visto nunca. Hasta el momento, la mayoría de las personas llegaban al trabajo, descansaban sus posaderas en la silla y no las levantaban hasta las cinco y media. Ahora, en cambio, los pasillos son como las salas de espera de una maternidad, llenas de frases alegres y gente animada. Los dolores de espalda están desapareciendo. Mejora el color de los empleados, que cada vez se encuentran físicamente más atractivos entre sí. Además, ya nadie mira a nadie con suspicacia porque se levante de su asiento y salga del departamento, siempre y cuando lleve un manojo de papeles bajo el brazo.

La red. ¿Qué beneficios ha producido ese invento? Los trabajadores sacuden la cabeza sorprendidos. ¡Adiós muy buenas! Tal vez la Corporación Zephyr no sea la mejor empresa del mundo, en eso están todos de acuerdo; tal vez su Departamento de Recursos Humanos sea sádico y su Dirección General incompetente; tal vez la finalidad de la empresa sea un misterio y su consejero delegado un ser excéntrico e inaccesible al que nadie haya visto en persona. Tal vez todo eso sea cierto, pero por lo menos no tiene red.

Capítulo 3

4° Trimestre/1er Mes:

OCTUBRE

Freddy regresa de llevar unas carpetas al Departamento de Gestión y hace algunos estiramientos.

—¿Alguien se apunta a almorzar? Últimamente tengo mucha hambre. ¿Será el ejercicio extra?

—Espera que termine de imprimir esto para Sydney —dice Holly.

El ordenador de Holly es el único que está conectado a la impresora del departamento, por eso todo aquel que quiere imprimir algo tiene que pedírselo a ella. A su ordenador le ha salido unas marcas oscuras alrededor del botón de expulsar el disco, y el reproductor de CDs emite un ruido extraño y cansino.

—Oye —dice Freddy dejando de estirarse—. ¿Sabes lo que deberíamos hacer? Una porra sobre quién es el próximo. Diez dólares para empezar.

—¿Una porra sobre qué? —pregunta Jones.

—¿Hablas en serio? —pregunta Holly.

—¿Por qué no?

—Porque es de mal gusto, por eso.

—¿De qué estamos hablando? —pregunta Jones.

—Apostamos quién va a ser despedido primero. Venga vamos. Así las cosas se ponen más interesantes. Te dejaré que elijas tu primera, Holly.

Ella duda por un instante y mira a Jones. En ese momento llega Roger con un disquete. Holly alarga la mano con anticipación, pero Roger no hace el menor ademán de dárselo.

—Haciendo alguna apuesta, ¿verdad que sí?

—Una porra —responde Freddy—. Diez dólares para entrar.

—Hecho —dice Roger abriendo la cartera—. ¿Quiénes están cogidos ya?

—Todavía nadie.

—Espera —dice Holly—. Has dicho que podía ser la primera en elegir.

—¿Entonces te apuntas?

—Bueno… si los demás lo hacen. Yo elijo a Jones.

—¿Por qué yo?

—Por ninguna razón en especial.

—Yo me elijo a mí mismo —dice Freddy—. Así, si me despiden, al menos me llevo algo.

—Yo elijo a Elizabeth —dice Roger.

Reina un silencio momentáneo. Freddy pregunta:

—¿Por qué a Elizabeth?

Roger se encoge de hombros modestamente.

—Porque sí.

La puerta de Sydney se abre. Todos los empleados giran la cabeza. Sydney, vestida con un conjunto tan negro que resulta difícil distinguir las piezas de que está formado, se interna en Berlín Oriental y se dirige a la mesa de Holly.

—¿Tienes ya el informe?

—Está en la impresora.

Sydney coge el informe de la bandeja de la impresora y luego observa que Freddy y Roger se han quedado congelados en el acto de intercambiar dinero.

—¿Qué sucede?

Freddy se aclara la garganta.

—Hacemos una porra. Apostamos a quién va a ser despedido primero.

Los ojos verdes de Sydney se clavan en Freddy.

—¿Y quién te ha dicho que vamos a despedir a nadie?

—Nadie. Es solo un juego. Es… por si ocurre.

—Bueno, si es así, entonces juego.

Freddy mira a Holly, luego a Roger y luego, resignadamente, a Jones.

—Bueno… eso no es posible. Puesto que usted puede despedir a los empleados, no sería justo.

Sydney parece divertirse con el asunto.

—¿Quieres decir que me consideras capaz de despedir a alguien con tal de ganar una apuesta?

—¡No! ¡Por supuesto que no!

—¿Entonces?

Freddy traga saliva.

—De acuerdo. Vale. Son diez dólares.

—Suena divertido. Entonces elegiré a Jones.

—Bueno… a Jones ya lo ha elegido Holly. La nariz de Sydney se arruga. Roger hace una mueca.

—¿Y?

—Cada cual tiene que elegir a alguien distinto.

—¿Y por qué no elige Holly a alguien distinto?

—Porque ella ya ha elegido, de modo que eso no sería… justo.

—Ya veo. ¿Alguien ha elegido a Holly?

—No.

—Entonces la elijo yo.

Sydney sonríe, primero a Freddy y luego a Holly. Se mete la mano en el bolsillo del pantalón negro y saca un billete. Freddy lo coge como si fuese a morderle. Nadie dice una palabra hasta que Sydney se marcha, ni tampoco hasta que pasa un rato después de eso.

—Muchas gracias, Freddy —dice Holly.

—Es sólo un juego —responde Freddy—. Ella probablemente… es sólo un juego.

Jones corre detrás de Sydney. Roger regresa a Berlín Occidental. Holly sopla para apartarse el pelo de la boca y dice:

—Me voy a almorzar.

—Voy contigo —dice Freddy levantándose—, pero dame un segundo.

—He dicho que «me» voy a comer —repite Holly marchándose.

Freddy se desinfla sobre el respaldo de su silla. Mira alrededor, sin saber muy bien qué hacer. En ese momento se da cuenta de que la luz del contestador automático parpadea. Es extraño, pues no parpadeaba hace apenas un minuto. Alguien le ha dejado grabado un mensaje.

Coge el auricular y aprieta el botón. Una voz suave penetra en su oído.

—Buenos días. Le llamamos del Departamento de Recursos Humanos. Hemos recibido su solicitud de incapacidad. Tenemos algunas preguntas que hacerle. Preséntese en la planta tercera con la mayor prontitud. Gracias.

Freddy intenta colgar el auricular, se le escapa de las manos, lo agarra de nuevo y lo cuelga de golpe. Le tiemblan las manos. La idea era que su solicitud desapareciera en el pozo burocrático: que se colara sin que nadie la revisara realmente. Pero en cambio ha conseguido atraer la atención de Recursos Humanos. Ha conseguido atraer la mirada de una bestia devoradora. De repente, hacerse el estúpido parece una idea muy estúpida.

Por un segundo, Freddy piensa en ignorar el requerimiento, decir por ejemplo que su contestador de voz no funcionaba… Pero eso es una estupidez. Nadie escapa a Recursos Humanos. Lo único que puede hacer ahora es afrontar su destino como un hombre.

Freddy decide ir con la americana puesta. De hecho, se habría puesto una armadura de haberla tenido a mano. Garabatea algo en un Post-it y lo pega en el monitor: «Estoy en Recursos Humanos».

De esa forma, si le sucede algo los demás sabrán de qué se trata. Holly lo sabrá. Freddy se obliga a dirigir sus pasos hacia el ascensor. Nota que se le saltan las lágrimas. ¡Un muerto viviente! ¡Hay un muerto viviente en la empresa!

Las puertas del ascensor están a punto de cerrarse cuando llega Jones y pone el brazo entre ellas. Las puertas se detienen y emprenden el camino contrario, dejando ver el diminuto cuerpo de Sydney, que tiene los brazos cruzados.

—¿Tienes prisa?

Jones entra en el ascensor.

—Lo siento. No sabía que usted estuviera aquí —dice, lo cual es mentira, por supuesto, aunque Jones ya se ha dado cuenta de que no se va a ninguna parte faltándole al respeto a Sydney. En ese aspecto se parece a Roger… y, ahora que lo piensa, a todos los directores que ha conocido. ¿Significa eso que Roger está destinado a ocupar ese puesto? ¿Es posible predecir quién ascenderá en la jerarquía corporativa simplemente escogiendo a los más necesitados de reconocimiento público? Esa cadena de pensamientos le distrae hasta que Sydney saca el teléfono móvil y empieza a apretar botones.

—¡Por cierto!

Sydney levanta la mirada hacia él.

—Perdone —dice Jones—. Últimamente me he estado preguntando a qué se dedica Zephyr. Me refiero como fuente principal de ingresos. Nadie sabe decirme nada al respecto. ¿No le parece un poco extraño? —termina Jones con una risita.

Sydney vuelve a mirar el teléfono.

—Eso es lo que pasa con las ruedas dentadas, Jones. No tienen por qué saber para qué sirve la maquinaria, lo único que deben hacer es girar.

—Ya veo. Comprendo lo que quiere decir. Pero ¿qué pasa si una rueda dentada
quiere
comprender la maquinaria y esa inquietud le distrae tanto que no le permite rendir al máximo?

—Eso no sería muy buena idea —dice Sydney, aún sin mirarle.

Las puertas del ascensor se abren. Sydney empieza a cruzar el vestíbulo, haciendo resonar sus tacones por encima del logotipo de Zephir pintado en las losetas, pero Jones es veinticinco centímetros más alto que ella y no tiene dificultades para aguantarle el ritmo.

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