La Corporación (5 page)

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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

Sydney se sienta en la cabecera de la mesa, en una silla que han dejado para ella. Ni siquiera Jones, novato en reuniones de ese tipo, ha sido lo bastante estúpido como para dejarse caer en esa silla. Hoy Sydney viene vestida de negro de pies a cabeza: pantalones negros, camisa de cuello alzado negra y zapatos negros con un tacón tan alto que resultan hasta peligrosos. Sydney tiene varias combinaciones para vestir, cuyos colores varían entre el negro carbón y el azabache. Freddy, el miembro más antiguo de Ventas de Formación, jura que un día se presentó con un traje de punto gris, pero nadie le cree.

Los ojos verdes de Sydney recorren la mesa.

—¿Cómo estáis?

—Bien.

Nadie menciona a Wendell.

Sydney lleva unos papeles. Los alisa como si fuesen de suma importancia, como si fueran los portadores de una enorme y terrible sabiduría.

—Bueno, ya sabéis que la empresa debe continuar reduciendo gastos, por lo que todos los departamentos tienen que ahorrar más. Pues bien, he estado estudiando las alternativas…

Sydney se encoge de hombros. No parece que esas alternativas la impresionaran demasiado.

—De modo que voy a eliminar otra unidad.

Jones deja escapar un débil gemido. Elizabeth y Roger mantienen la calma, al menos externamente. Megan, la asistente del departamento, se queda sorprendida; no tenía la más mínima idea de que iban a despedir a alguien. Holly y Freddy miran la silla vacía de Wendell.

—Así están las cosas —dice Sydney—. Siempre resulta difícil para los demás cuando se va una persona, pero debemos hacer piña para conseguir un equipo aún más sólido. ¿Tiene alguien algo que decir?

Hay un silencio. Megan, creyendo que es la única del grupo que lo ignora, pregunta:

—Perdone, pero ¿quién ha sido despedido?

—Oh, Wendell.

Hay una exhalación colectiva que suena como un colchón pinchado, salvo Freddy, que hace justo lo contrario, inhalar.

—¡Pero si Wendell es el agente con mejores resultados!

Los rasgos fantasmagóricos de Sydney se concentran en él. Freddy, involuntariamente, se aplasta contra el respaldo de su silla.

—El rendimiento de Wendell este mes ha sido excelente, hay que reconocerlo. Sus resultados deben ser un patrón de referencia para todos vosotros. Sin embargo, he sabido que ha estado involucrado en algunas irregularidades relativas al
catering
de la mañana de los que prefiero no entrar en detalles. Sin embargo, quiero dejar una cosa clara: no pienso tolerar el egoísmo. Esto es un equipo. O trabajamos juntos o no llegamos a ningún lado. ¿Queda claro?

El equipo asiente.

—Perfectamente —asegura Roger.

—Por otro lado —continúa Sydney alisando los papeles— con las comisiones por todos los pedidos de Wendell nos pasaríamos del presupuesto.

—No sabía que se cancelaran las comisiones de los agentes que son despedidos —dice Megan. Todo el mundo aguanta la respiración. Megan no tiene ni la más remota idea de cómo funciona el departamento, por eso de vez en cuando sale con comentarios como éste, que nadie con un mínimo de sentido de la diplomacia se atrevería a decir en voz alta.

Los ojos de Sydney recorren la habitación.

—Eso… no, por supuesto que no lo hacemos. Si un agente cierra un pedido, y nosotros nos beneficiamos de éste, pues obviamente se ha ganado… pero la verdad, no creo que usted entienda esos tecnicismos. Lo importante es que esto es un
equipo
. Y lo que importa es lo que es bueno para el equipo. Todo el mundo debe entender eso. Y, por favor, Megan, ¿te importaría dejar de interrumpirme?

Megan se sonroja.

—Lo siento.

—Gracias.

Sydney mira los papeles y continúa:

—En lugar de distribuir las cuentas de Wendell entre Elizabeth y Roger, he decidido ascender a un auxiliar de ventas —al momento se corrige y dice— me refiero a que un auxiliar se encargará de sus cuentas. No es una promoción real. Sólo hasta que se retire la congelación de contrataciones.

Freddy traga aire. Si fuese su primer o segundo año en Ventas de Formación, se reiría de una oferta así, que obviamente implica hacer el trabajo de Wendell por una tercera parte de su salario, sin comisiones y haciendo las funciones de su propio auxiliar. Pero es su quinto año y Freddie está desesperado por ser ascendido.

—Y esa persona será Jones —dice Sydney—. Felicidades, Jones. Por favor, felicítenle todos.

Freddy emite un ruido con la garganta, el equipo aplaude y Elizabeth dice:

—Disculpe, no es nada personal, Jones, pero ¿por qué él? Freddy conoce las cuentas de Wendell, lleva años trabajando con él.

—Bueno, tal vez si Freddy fuese un poco más proactivo, como Jones, a lo mejor lo hubiera tenido en cuenta —responde Sydney—. Francamente, creo que Freddy puede aprender muchas cosas de Jones, como por ejemplo a dirigirse directamente a mí cuando surja algo.

Sus ojos pasan de uno en uno, desafiando a que alguien plantee una objeción, pero nadie se atreve a mencionar aquella reunión que se celebró hace dos meses en la que Sydney amenazó con degradar al primero que le interrumpiese con trivialidades.

—Freddy, tú le ayudarás a familiarizarse con esas cuentas.

Freddy responde algo parecido a «de acuerdo».

—Bien. Trabajo en equipo. En eso consiste todo. En trabajar en equipo.

Roger emite una tos.

—¡Ah! —añade Sydney—. Roger se quedará con el aparcamiento de Wendell.

Catering
arrastra sus cosas por el vestíbulo. Hornos, vajillas, empleados, todo debe salir. Gretel, la recepcionista de la empresa, está sentada detrás del mostrador naranja y solloza. Los empleados del Departamento de
Catering
están conmovidos. Se sienten mejor sabiendo que, a pesar de ser despedidos —pues aunque lo llamen «externalización» es un despido— alguien les echará de menos, aunque ese alguien sea la recepcionista. Es terrible ser despedido, es como si tus padres te dijeran que tienes que recoger tus cosas e irte de casa, y es aún peor si la empresa continúa funcionando alegremente, sin notar tu ausencia. Es como si te cruzaras con tu ex familia por la calle y los vieras tan contentos camino del cine.

En realidad, lo que deseas es que la empresa, nada más despedirte, sufra un descalabro financiero rápido y público achacable directamente a tu despido. A falta de eso, un buen sustituto es que alguien llore cuando te vas del edificio.

—Venga, vamos, no es para tanto —dice uno de los empleados del servicio de
catering
—. Nos veremos mañana cuando hagamos el reparto. La única diferencia es que ya no trabajaremos en este edificio.

Gretel sacude la cabeza, desconsolada. Los empleados, o mejor dicho, los ex empleados, intercambian sonrisas tristes y desconcertadas. Cargan el equipo en el camión que hay aparcado a la puerta del vestíbulo y luego permanecen en ella, con las manos en los bolsillos, contemplando su marcha. La empresa que ganó el concurso de suministros para Zephyr dispone de un camión especial para el equipo, pero no para los empleados, que lo observan alejarse hasta que desaparece en el tráfico de Madison Street. Luego se estrechan la mano, se abrazan entre sí y cada uno se dirige a su coche. Uno de ellos se da la vuelta para darle un adiós definitivo a Gretel.

—Hasta mañana, encanto.

—No, no —responde Gretel. Sabe que no los volverá a ver.

El lunes siguiente, Jones llega temprano, aparca su cacharro en los subterráneos de la empresa y se dirige a la librería Barnes and Noble del barrio para echar un vistazo a la sección de libros de empresa. Busca un libro titulado
El sistema de gestión omega
, la última moda en una tradición que se remonta desde Six Sigma y la Gestion de Calidad Total hasta el sangrado de los enfermos y la inversion en tulipanes.
El sistema de gestion omega
ha adquirido mucha importancia recientemente; Jones incluso vio un ejemplar en la mesa de Sydney.

Por eso desea hacerse con un ejemplar, como prueba visible de que es un gestor fresco y con potencial. Si de paso aprende algo, bueno, pues obtiene una bonificación adicional.

Una vez allí resulta que no hay sólo un libro sobre el tema, sino tres estantes completos. Jones pasa por alto los resúmenes, las ediciones revisadas y las fábulas empresariales, hasta que encuentra uno que dice: «Para el nuevo ejecutivo». Luego se dirige a la cafetería integrada en la librería y pide un café con leche. Ha empezado a hojear el libro cuando su mirada se cruza con la de una chica que está detrás de la caja. Ella le sonríe y se pasa un mechón de pelo rubio por detrás de la oreja. Jones se endereza en su asiento. La chica atiende a un cliente, pero Jones ya está completamente distraído. Diez minutos después, cuando desaparece la cola de la caja, Jones apura el café y se dirige hacia allí. La chica le sonríe.

—Hola.

—Hola —responde Jones tendiéndole el libro.

Es una chica muy guapa.

—Se te veía muy absorto en la lectura.

¡Le había estado observando! Jones se pregunta si se deberá al traje. Ese tipo de cosas no le sucedían antes de comprarse una corbata.

—Acabo de empezar a trabajar y tengo que aprender a hacer ver que estoy trabajando.

La chica se ríe.

—Pues resultas muy convincente.

Le pasa su varita mágica al libro y comprueba la portada. Luego dice:

—El sistema de gestión omega: métodos comprobados para transformar inútiles corporativos en superestrellas.
¿A cuál de las dos categorías perteneces tú?

—A los inútiles, aunque ambiciosos.

—¿Ambicioso, eh? Ya veo.

Abre el libro al azar y lee:

—Las empresas que exigen sistemáticamente un certificado médico soportan un seis por ciento menos de bajas que las que no lo exigen. Eso, traducido en términos de productividad, significa unas ganancias del 0,4 por ciento como media en las empresas Fortune 500.

La chica le mira, incrédula.

—¿Es eso cierto?

—Bueno, resulta interesante —responde Jones—. Al parecer impide que los empleados abusen del sistema.

—Mi jefe me hace presentar un certificado médico por cada día de baja. Al final me paso el doble de tiempo enferma, pues tengo que coger el maldito autobús para ir a la clínica.

—Eso debe ser un fastidio, sin duda. Pero seguro que lo han tenido en cuenta.

—¿En cuenta?

Jones se aclara la garganta.

—Me refiero a que las empresas necesitan sacar lo mejor de sus empleados. En eso estriba el asunto. Cuanto más eficiente sea la mano de obra, mejor es la empresa.

—Ojalá trabajase para
ti
—dice la chica dejando sonreír—. Serías un jefe
estupendo.

—De momento, devuélveme el libro —dice Jones.

Jones da tres pasos en el interior del Departamento de Ventas antes de que la cabeza de Roger se asome por encima del Muro de Berlín.

—Jones, Jones. ¿Tienes un minuto?

Roger se dirige a la máquina de café seguido de Jones, que lleva su maletín. Roger baja la voz y pregunta:

—¿Sabes algo acerca de mi donut?

Jones parpadea:

—¿Quieres decir si sé dónde está?

—No. Me refiero a si Holly dijo algo acerca de quién lo cogió.

—Creo que fue Wendell quien cogió tu donut.

Roger niega con la cabeza.

—Me encontré con él en la puerta el viernes. Estaba fatal. Quería hablar de los viejos tiempos… Me llevé la impresión de que no fue él.

—¡Vaya! —responde Jones sombrío.

—Ahora sospecho de Elizabeth. Tú no sabes nada, pero es de la clase de personas que hace ese tipo de cosas. Presta atención. A Holly puede que se le escape algo. Si ha sido ella, dímelo.

—De acuerdo.

—Buen chico —responde Roger, guiñándole un ojo. Mira la cafetera y observa que está vacía.

—¿Pensabas preparar un café?

—Permíteme que vaya primero a dejar el maletín.

Jones se dirige a Berlín Oriental sintiéndose algo incómodo. De pronto imagina a Roger acabando con todos los empleados del Departamento de Ventas de Formación en su interminable búsqueda del ladrón que le robó el donut.

—Bien, bien —dice Freddy, sin levantar la mirada del ordenador—. Aquí tenemos al nuevo agente comercial estrella del departamento.

Jones no está seguro de cómo tomárselo.

—Freddy, yo también me siento incómodo. Pero no es un ascenso, ¿verdad que no? Tan sólo un montón de trabajo extra sin paga ninguna.

—¿Qué? No, si lo digo de verdad: tú eres ahora el mejor de los agentes.

—¿Qué?

Jones se desplaza hasta donde está Freddy para ver su pantalla. Está a punto de descubrir por qué es la última persona en llegar al trabajo a las ocho y treinta de la mañana. Roger y Elizabeth han trabajado duro cancelando pedidos. El viernes por la tarde los agentes comerciales entendieron que Sydney decía: «Estoy despidiendo a los agentes que obtienen demasiadas comisiones». Elizabeth llevaba en la oficina desde las siete y media. Cuando llegó, Roger ya estaba sentado en su mesa, dejándole mensajes a sus clientes de que el precio que les había mencionado con anterioridad estaba equivocado, pues era
mucho
más alto; también que daba la impresión de que el Departamento de Formación no podría cumplir con ningún pedido en meses. Elizabeth agarró el teléfono y, con el corazón compungido, empezó a decirles a los clientes en voz baja y llorosa que las cosas no habían salido como esperaba; que no era culpa de ellos, sino de ella; que no podía satisfacer sus necesidades.

—Roger está en menos ochenta —dice Holly desde el otro lado del pasillo— y Elizabeth en menos trescientos. Ha conseguido que le cancelen ese enorme pedido que entró de Marketing el mes pasado.

Holly apenas puede ocultar el orgullo que resuena en su voz.

—Da la impresión de que tienes mucho trabajo —dice Freddy. Supongo que no querrás dejar a los demás agentes en mal lugar. Debe ser difícil explicar la cancelación de todos esos pedidos mientras tú te dedicas a conseguir otros nuevos.

Los ojos de Jones van del uno al otro en actitud suplicante.

—De acuerdo —dice finalmente Freddy—. Te ayudaré.

—Gracias, gracias —dice Jones con un suspiro de alivio—. Pero primero tengo que prepararle un café a Roger.

Un par de hermosos ojos observan a Jones mientras se dirige a la cafetera. Pertenecen a Megan, la asistente. Megan tiene sobrepeso, la piel hecha un desastre y por más que se esfuerce siempre parece, a juzgar por cómo lleva el pelo, que la ha pillado un aguacero de camino al trabajo, pero sus ojos son muy seductores. La gente a veces habla de ojos de dormitorio; si existiera tal cosa, los de Megan son de suite completa.

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