Con una mano coge el ratón del ordenador. El cable se enreda entre el ejército de ositos de cerámica, pero sin molestar a ninguno de ellos. Megan hace clic en un archivo que se llama JACTIVITY. TXT. Desciende hasta el apartado 8/23 y, con cuidado, mecanografía: 8.49 CAFÉ.
Megan se ha enamorado del pelo rojizo de Jones, de su delgado cuerpo y de sus nuevas y sumamente blancas camisas; en definitiva, de él. Le encanta verle ir de un lado para otro con ese paso tan seguro. Le entusiasma su forma de enfocar las cosas, clara y directa pero no arrogante como la de un director (o la de un agente de Ventas de Formación). No se pasa el día tratando de impresionar a los demás, como hace Roger. Tampoco te crea la impresión de que hayas hecho algo mal o de que estés a punto de hacerlo. No actúa de diferente manera dependiendo de con quién esté hablando. Es sencillamente Jones: fresco, nuevo y totalmente maravilloso.
Megan ha empezado a imaginar fantasías eróticas; Jones se acerca a su mesa para pedirle la grapadora y ella le coge de la corbata para que se acerque más. Sus ojos se abren de sorpresa cuando los labios de ambos se juntan, mientras sus manos comienzan a tocar su cuerpo, al principio de forma tentativa y luego con creciente pasión al tiempo que se suben a la mesa, echando a un lado los ositos de cerámica (con cuidado, sin romperlos), los ojos de Jones fijos en los suyos… ¡sí! ¡Sí!
Cuando Jones se sienta en la mesa, lo único que Megan puede ver de él por encima del Muro de Berlín es su pelo. A veces se estira y consigue ver sus brazos, quizá un atisbo de sus muñecas, provocando que su corazón empiece a latir con fuerza; en esas ocasiones, abre el archivo JACTIVITY. TXT y escribe la hora y ME ESTIRO.
Megan moriría antes de permitir que nadie se enterase de una cosa así. Lo verían como algo sucio. No comprenderían que es simplemente su forma de sentirse cerca de él. Megan nunca ha hablado con él. Nadie se ha molestado en presentárselo; se limitaron a señalarla, al igual que a la fotocopiadora y otros elementos útiles de la oficina. Los asistentes no gozan de respeto alguno en la Corporación Zephyr y Megan lo sabe. Son los trabajadores inmigrantes de la empresa; su existencia se tolera, pero nadie se molesta en conocerlos. Los asistentes se cambian con tanta facilidad como las piezas de un Mecano: se llevan a uno y ponen a otro en su lugar y nadie percibe la diferencia. Nadie mira realmente a los asistentes, ha descubierto Megan. Y el mayor desperdicio de todos es una asistente con bonitos ojos, pues nadie se fija en ellos.
A veces se cuentan historias —leyendas en realidad— sobre lo que era el «trabajo estable». Los más antiguos congregan a los recién graduados alrededor de la luz parpadeante de la pantalla de un ordenador y cuentan historias de cómo era la empresa cuando el trabajo era para toda la vida y no sólo para un ciclo empresarial. En aquella época se celebraban cenas en honor de los empleados que llevaban veinticinco años —no se rían, lo digo en serio— de servicio. En aquella época, los hombres no cambiaban de trabajo cada cinco minutos. Cuando uno recorría los pasillos, conocía el nombre de los empleados que se cruzaba a su paso, e incluso el de sus hijos.
Los recién licenciados se ríen. ¡Un trabajo estable! Jamás han oído hablar de semejante cosa. Lo único que conocen es el trabajo
flexible
. Eso es lo que les han enseñado en Empresariales y lo que han conocido hasta ahora, pues sólo han trabajado en alguna caja registradora u ordenando libros entre clase y clase. La flexibilidad es lo que está de moda, no una estabilidad aburrida, monótona y rígida. Los trabajos flexibles permiten que los empleados participen en los altibajos de la empresa; más de los bajos que de los altos, por norma general. Sin embargo, cuando los tiempos se ponen difíciles, son las empresas flexibles las que prosperan, mientras que una empresa con
trabajos estables
se arrastra como un preso con cadenas. Los graduados han leído los manuales de gestión y saben que los empleados a largo plazo son cosa del siglo pasado.
Todo lo que tiene que ver con el empleado es un problema. Tienes que pagar por su contratación, por su despido y, entre una cosa y otra, por su trabajo. Necesitan tarjetas comerciales, ordenadores, tarjetas de identificación, certificados de seguridad, teléfonos, aire acondicionado y un lugar donde sentarse. Hay que trasladarlos hasta las reuniones que se realizan fuera de la empresa. Luego tienes que traerlos de vuelta. A veces se quedan embarazadas. Se lesionan. Roban. Se meten en religiones con normas estrictas sobre los periodos aptos para trabajar. Cuando reciben correos electrónicos abren todos los documentos que van adjuntos, exponiendo a la empresa a enormes responsabilidades legales. Llegan sin saber nada y, cuando aprenden, se van. ¡Y no esperes agradecimiento por su parte! Si no se dan de baja por enfermedad, están buscando la forma de solicitar una baja familiar. Cuando no están chismorreando con los compañeros, se están quejando de ellos. Consideran un derecho inalienable llevar adornos en el cuerpo que atemorizan a los clientes. Hablan (para colmo) de sindicarse. Quieren aumentos de sueldo, quieren una directiva que los halague cuando realizan un buen trabajo. Además, quieren saber qué va a suceder en la siguiente reorganización corporativa. ¡Y de los pleitos no hablemos! Denuncias por abusos sexuales, por inseguridad laboral y por toda clase de discriminaciones. Y por despido improcedente. ¡Por despido improcedente! ¡Esas personas ocupan ese puesto porque la empresa les dio una oportunidad y, de repente, eres responsable de ellos para toda la vida!
Una verdadera empresa flexible —los libros de texto no lo dicen abiertamente, pero los graduados se dan perfecta cuenta de que lo harían si pudieran— es la que no emplea a nadie. Es el canto de la sirena de la externalización. La seducción del subcontrato. Para comprenderlo basta con pronunciar sencillamente las palabras «sin empleados». A que te gusta, ¿verdad? Fuerte, saludable y flexible. No hay duda: una empresa sin empleados es algo extraordinario. Dejemos que los trabajadores sepan lo que es la presión competitiva, que saboreen un poco lo que es el mercado libre.
Las anécdotas de los viejos tiempos son como los cuentos de hadas, sueños de un mundo que ya no existe. Se basan en la idea bizantina de que la gente merece un trabajo. Los recién licenciados lo tienen muy claro: les han enseñado que no.
—Lo primero —dice Freddy a Jones— es hacer una lista de tus cuentas. ¿Tienes alguna?
—No.
—Holly te puede conseguir una.
—Oye, yo trabajo para Elizabeth, así que búscate tu propio ayudante.
Freddy la mira:
—Te estás arreglando el pelo.
—Bueno, es que algunas hacemos ejercicio por la mañana.
La cabeza de Holly siempre está inclinada hacia un lado, de manera que el pelo le cae hacia un lado. Empieza a peinarse con un cepillo y lo hace con tanto vigor que Jones se estremece sólo de verlo.
—Pensaba que ibas al gimnasio
después
del trabajo.
—Y lo hago.
Recorre con la mirada el cuerpo de Freddy y añade:
—A ti te convendría hacer un poco de ejercicio.
—No creo que pudiese.
Jones interrumpe:
—¿Podemos volver al asunto?
Ambos le miran.
—Cuidado muchachito —responde Holly.
—Me refiero a…
—De acuerdo. Te imprimiré la lista de cuentas, pero espera a que me arregle el pelo.
—Ésa es mi chica —dice Freddy maniobrando con la silla por entre los paneles divisorios y metiéndola en el cubículo de Jones—. Ahora llamaré a uno de los clientes de Wendell y tú presta atención para que aprendas algunas estrategias.
Jones asiente con entusiasmo.
—Gracias. Eso me parece fantástico.
Freddy coge el teléfono.
—Hola, soy Freddy Carlson, del Departamento de Ventas de Formación de Zephyr. Usted hizo un pedido de ochenta horas con nuestra empresa la semana pasada, ¿no es así? Pues bien, debe cancelarlo.
—¿Por qué? ¿Qué sucede?
—Bueno, es sólo para tres personas, ¿no es cierto? Es ridículo. ¿Por qué necesita ochenta horas de formación para sólo tres personas?
—Bueno… había una razón… el agente comercial, Wendell, me lo explicó.
—¿Le dijo el coste total? Lo digo porque esas cifras nos las inventamos. ¿Y por cierto, le dijo que hemos renovado la línea de producto? Porque lo único que hemos hecho es cambiar el tipo de letra de los catálogos.
—¿Por qué quiere que cancele el pedido? —pregunta el cliente con un tono de voz que denota sospecha—. ¿No lo pueden servir?
—Sólo me preocupo por usted. En serio, nuestros cursos son terribles. En realidad, siguen siendo las mismas lecciones básicas sobre trabajo en equipo, pero con diferente nombre.
—Yo no he solicitado nada relacionado con el trabajo en equipo, sino un curso de Gestión C++ para Programadores de Proyectos con Limitaciones Temporales.
—¡Ése es un curso de trabajo en equipo! ¡Todos lo son!
—Tal vez debería contratar más cursos si hay tanta demanda. ¿Tiene algo sobre buenas prácticas de flujo de trabajo para grupos reducidos?
Freddy se queda paralizado y termina por presionar el botón «hablar».
Jones parpadea.
—¿Acabas de colgarle a ese señor?
—Es más difícil de lo que pensaba.
—Oye —dice Holly desde su mesa—. Mira en la impresora que hay detrás de ti. Ahí tienes la lista de cuentas.
—Quizá sea por eso que no soy agente comercial —dice Freddy mordiéndose los labios—. ¿Crees que podemos cancelar los pedidos sin decirle nada a nadie?
—Lo dudo —responde Holly—. Estoy segura de que habrá cheques. Y también balances.
Jones coge el listado y se lo enseña a Holly.
—¿Ésta es la lista?
—Sip.
—Pero esto no puede ser correcto.
—¿Por qué?
—¿Son estos mis clientes?
Gestión de Infraestructuras-Edificio
Gestión de Infraestructuras-Flota
Gestión de Infraestructuras-Interiores
Gestión de Infraestructuras-Adquisiciones
Gestión de Infraestructuras-Incendios y emergencias
Marketing-Corporativo
Marketing-Marca
Marketing-Relaciones públicas
Marketing-Interno
Marketing-Directo
Marketing-Operaciones
Marketing-Investigación
Mantenimiento de Infraestructuras-Control
Mantenimiento de Infraestructuras-Adquisiciones
Mantenimiento de Infraestructuras-Equipo de limpieza
Mantenimiento de Infraestructuras-Información
Mantenimiento de Infraestructuras-Mercadería agrícola
Mantenimiento de Infraestructuras-Control climatológico
Mantenimiento de Infraestructuras-General
Y así tres páginas más. Holly dice:
—¿Cuál es el problema?
—Son departamentos internos.
—¿Y?
—¿Me estás diciendo que le vendemos paquetes de formación a otros departamentos de Zephyr?
—¿Acaso no lo sabías?
—¡No! Pensaba que nuestros clientes eran otras empresas.
Holly y Freddy comienzan a reírse.
—Ja, qué gracia.
—Así funciona Zephyr —dice Holly—. Gestión de Infraestructuras factura a nuestro departamento por el aparcamiento y el espacio de oficina. La flota nos factura por los coches de la empresa. Nosotros facturamos a otros departamentos por la formación. Bueno, en realidad es el Departamento de Formación. Nosotros sólo nos quedamos con una comisión.
—La cuestión es asignar gastos de forma eficiente —dice Freddy.
—Yo pensaba que Zephyr era una empresa de formación. Creía que a eso nos dedicábamos. ¿Qué hacemos entonces?
—¿Te refieres en general? —pregunta Holly.
—¡Claro!
Holly se encoge de hombros y Jones la mira fijamente. Ella cruza los brazos en actitud defensiva.
—Yo sé lo que hace nuestro departamento, pero Zephyr es una empresa muy grande.
Jones mira a Freddy.
—A mí no me preguntes. La empresa se dedica a muchas cosas.
—¿Cuál de ellas consiste en vender cosas a personas que no trabajan en esta empresa?
Freddy se rasca el mentón. Holly interrumpe:
—Seguro que hay
algo.
Jones está a punto de desmayarse. Ahora se da cuenta de que ha conseguido trabajo en una empresa sin saber a qué se dedica.
—Sé quién es nuestro principal competidor, si eso te sirve de ayuda —dice Freddy—. Assiduous. Assiduous siempre contrata a nuestros ex empleados.
Holly resopla con disgusto.
—Traidores.
Jones jamás ha oído hablar de dicha empresa.
—¿A qué se dedica?
Holly y Freddy se miran entre sí.
—¡Vamos, hombre! Dímelo.
—No puedes ir por ahí haciendo preguntas acerca de Assiduous —dice Freddy—. ¿Qué pensará la gente? Además, cuando alguien se pasa a Assiduous, se convierte en nuestro enemigo. No puedes llamarle y preguntar cómo le va. Hay que proteger los secretos de la empresa.
—¿Qué secretos? Por lo que veo no sabéis nada.
—¿Recuerdas a Jim? —pregunta Holly a Freddy—. Lamenté que se fuera. Me hubiera gustado mantener el contacto con él.
El teléfono de Jones suena. Pasa la mano por encima del hombro de Freddy para coger el auricular, pero Freddy le da una palmada y luego presiona el botón de «altavoz».
—Dígame.
—Hola. Me he enterado de que hay una especie de carrera para conseguir cursos de formación. ¿Puedo hacer un pedido o es demasiado tarde?
Freddy frunce el ceño y se acerca al micrófono.
—¿Es usted de Suministros?
—Sí.
—Usted tiene cuenta con Roger, ¿no es verdad? ¿Por qué llama a este número?
—Lo siento. Pensaba que estaba llamándole a él.
—No —responde Freddy colgando el teléfono. Luego se levanta y se dirige a su mesa.
Jones pregunta:
—¿Era necesario que colgases de esa forma?
Freddy coge su teléfono.
—Déjame comprobar una cosa.
El teléfono de Jones suena.
—¿Dígame?
Freddy da un grito que a Jones le suena en estéreo, pues lo oye a través del auricular y desde el otro lado del pasillo.
—Roger ha desviado sus llamadas —dice.
Luego se dirige a la mesa de Jones y empieza a tocar botones.
—Oye, Jones —dice Holly—. No dejes que todo este asunto de lo que hace la empresa te afecte. A mí me pasó lo mismo cuando empecé, pero terminas acostumbrándote. Hay un montón de cosas sobre Zephyr que no tienen el más mínimo sentido, como por ejemplo que Sydney fuese nombrada directora o que una de las mejores plazas de parking esté siempre vacía, y quiero decir
siempre
, pero no se puede utilizar. El mes pasado tuvimos que soportar una conferencia sobre cómo eliminar la redundancia, pero sólo nos pasaron unas cuantas diapositivas de Power Point mientras alguien nos leía lo que ponía en ellas, y luego repartió copias. No comprendo esas cosas. En realidad no comprendo nada de esta empresa, pero así son las cosas. Es como esa historia, ya sabes a qué me refiero, eso de los monos…