La Corporación (4 page)

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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

—No lo he comprobado —responde Rogers sin levantar tan siquiera la mirada.

—¿De qué era tu correo electrónico? —pregunta Wendell.

—Estoy vendiendo números de rifa para el club social. ¿Te apetece comprar alguno? Puedes ganar un equipo de palos de golf —responde ella levantando las cejas esperanzada.

—Lo, ejem, ejem, pensaré cuando reciba tu correo electrónico.

—Son a dólar cada uno —dice Elizabeth acercándose—. Y hay otros premios secundarios. ¿Quieres verlos?

—Estoy ocupado en este momento, Elizabeth.

—De acuerdo. Quizá más tarde —responde ella regresando a su ordenador.

Freddy insiste:

—¿Tú no te has enterado de nada?

—No. ¿Acaso saben algo los otros?

Wendell mira temeroso a Roger y a Elizabeth.

—No se lo he preguntado.

—Déjamelo a mí. Yo lo averiguaré.

—Gracias.

Freddy sabe que puede confiar en él. Wendell depende de Freddy para traducir sus desproporcionadas liquidaciones de gastos a un lenguaje aceptable para Contabilidad, una habilidad difícil de encontrar y muy valorada. Elizabeth y Roger le tienen una envidia terrible a Wendell por este tema. Tan sólo este año Wendell ha recibido compensaciones por multas de aparcamiento, docenas de almuerzos e incluso un traje nuevo, mientras que a Elizabeth le rechazaron la solicitud de una silla nueva para la oficina, con lo que se vio forzada a robar una de la centralita, a altas horas de la noche.

Freddy emprende el camino de salida de Berlín Occidental. Roger le sonríe al verlo pasar, lo cual está tan fuera de lo normal que Freddy se pone nervioso. Roger está a punto de llamar a alguien, pero espera a marcar hasta que Freddy se marcha.

—¿Qué sucede? —pregunta Holly.

—Nadie lo sabe. ¿Crees que nos enteraríamos si estuviéramos a punto de ser externalizados?

—No tengo ni idea. Nadie que haya sido externalizado ha sobrevivido para contarlo.

—¿Por qué habrían de despedir a nadie? Acaban de contratarme —dice Jones.

Freddy lo mira con simpatía.

—Veo que no conoces esta empresa.

—Todas las contrataciones están congeladas —explica Holly—. Técnicamente hablando, no te hemos contratado. Te hemos metido por la puerta trasera. Mira, cada vez que se acerca el final del año financiero, Dirección General se da cuenta de que se ha superado lo presupuestado en costes, de modo que congelan las contrataciones. Si un empleado se marcha, los demás tenemos que repartirnos su trabajo.

—¿Os sobraba tiempo antes? —pregunta Jones, completamente perdido.

Freddy se ríe con tal fuerza que la nariz toca el teclado.

—Así fue año tras año, pero los departamentos se dieron cuenta de que debían hacer la contratación antes de la congelación, por eso todo el mundo concentraba los gastos de todo el año en los primeros seis meses, lo que hizo que la orden de congelación de Dirección General se adelantara. Hace cosa de dieciocho meses, se convirtió en permanente.

—¿Permanente?

—Bueno, ahora ya no pueden levantarla —dice Freddy—. Todos los departamentos empezarían a contratar como locos. Antes solíamos tener ocho agentes y ocho auxiliares.

—Zephyr también necesita demostrar que se toma en serio el recorte de gastos. Si empezáramos a contratar personal otra vez, nuestras acciones se desplomarían. Más aún, quiero decir.

—Bueno, al menos eso es lo que
dicen
. En mi opinión, es una simple excusa para echarnos más trabajo encima a los que estamos en las trincheras mientras Dirección General obtiene bonificaciones por conseguir los objetivos de reducción de costes. Sin mencionar los gemelos de oro. ¿Imagino que sabes a qué me refiero?

Jones asiente.

—Por supuesto. Las primas que reciben los directivos cuando dejan la empresa.

—No, a eso se le llama el paracaídas de oro.

—De acuerdo. Entonces serán las primas por la incorporación.

—No, eso es el saludo de oro. Los gemelos de oro son los beneficios que obtienen por trabajar en una empresa con una moral muy baja. Primero joden la empresa, y luego, como resulta difícil atraer a personal eficiente, se suben el sueldo.

—Pero eso es injusto —dice Jones consternado—. ¿Alguien le ha hablado de todo esto a Daniel Klausman?

Freddy estalla en carcajadas de nuevo y Holly sonríe.

—¿Recuerdas cuando llegaste aquí el primer día, Freddy, y pensabas que todo el mundo era inteligente, generoso y cooperativo por el bien de la empresa?

—Sí. Entonces solía cepillarme los zapatos.

—¿Pero entonces cómo lo habéis hecho para contratarme?

—Fue idea de Freddy. Procesamos tu salario como si fuesen gastos de oficina. Papel de impresión, en concreto.

—Eso me recuerda —le dice Freddy a Holly— que debo preguntarte si necesitas imprimir todos los pedidos de Elizabeth. El papel que hay en esa máquina debe durar hasta enero.

—No nos durará hasta enero. Los imprimiré mientras pueda.

—¿Soy
papel de impresión
? —pregunta Jones.

—No te preocupes, es una cuestión de papeleo. No cambia nada. Bueno, a menos que reduzcan los costes en material de oficina. Pero no es un asunto del que debas preocuparte, sólo requiere un poco de contabilidad creativa. Se hace muy a menudo.

Una oleada de luz roja inunda el departamento. Durante unos segundos Jones cree que se va a desmayar. Luego piensa que se ha ido la luz en el edificio y se han encendido las luces de emergencia. Pero no, son los teléfonos. Las luces de los contestadores automáticos se han encendido todas a la vez.

—Arghhh —dice Freddy contestando el teléfono y llevándoselo al oído—. Odio cuando hacen eso. Mensaje de voz para todo el personal. Coge el teléfono, Jones. En el teléfono debería haber unas instrucciones.

Las hay. Jones mantiene un breve rifirrafe con el menú del contestador pero termina saliendo victorioso.

—Clic. Hola, soy Megan. Sydney me ha pedido que os pase este mensaje. Clic, Megan, soy Sydney. Hay un mensaje del jefe. Pasadlo a todo el mundo, gracias. Clic. Buenos días, soy Janice… el mensaje es el siguiente. Clic. Hola, Janice… hay un mensaje de Daniel Klausman. Por favor, comprueba que llegue a todos los departamentos. Gracias. Clic. Hola a todo el mundo. Soy Meredith, de la oficina de Daniel Klausman. Por favor, distribuyan el siguiente mensaje a toda la plantilla. Clic.

Hay una pausa dramática y luego se oye:

—Meredith, soy Daniel Klausman. Por favor, envía esto a los jefes de departamento para que sea distribuido a todas las unidades.

Jones parpadea de sorpresa. No le parece que sea una brillante idea que el Consejero Delegado llame a sus empleados «unidades». Eso no es lo que le enseñaron en Empresariales. Jones siente una punta de excitación al darse cuenta del error que ha cometido su jefe, es como si un niño prodigio descubriera un error de Kasparov en una partida de ajedrez. Jones se deja llevar por exaltados pensamientos que empiezan por: «si yo fuese el Consejero Delegado…». Esos pensamientos evitan que caiga en la cuenta de que tal vez tampoco sea una gran idea trabajar para un Consejero Delegado que llama a sus empleados «unidades».

—Buenas tardes a todos. Espero que hayan empezado la semana con buen pie y hayan logrado algunos objetivos para Zephyr. Hoy quiero hablarles del reciente cambio que se ha producido en la valoración de nuestras acciones. Es muy importante que todos comprendan que no hay necesidad de alarmarse. Los precios de las acciones suben y bajan por razones que no están relacionadas con el desempeño de la empresa. El mercado puede reaccionar de forma exagerada ante estos cambios y convertir una pequeña oscilación en algo enorme. Nadie de la dirección está asustado por eso.

Jones asiente para sí mismo. No lleva el suficiente tiempo en la Corporación Zephyr como para saber que cuando baja el precio de sus acciones siempre se trata de una reacción exagerada del mercado a cuestiones no relacionadas con el desempeño. Cuando sube, en cambio, siempre se debe a la brillantez de la directiva y se recompensa con
stock options.

—Dicho esto, una bajada del 18 por ciento en un cuatrimestre no es una gran noticia. Si queremos continuar siendo competitivos, todos los departamentos deben contribuir en la reducción de costes. Es esencial que nos libremos de la grasa, nos centremos en nuestras competencias básicas y nos apretemos el cinturón. Si lo hacemos y nos mantenemos firmes, estoy seguro de que podemos evitar recortes más significativos. Nada más. No quiero robarles más tiempo de su trabajo.

Freddy y Holly cuelgan al mismo tiempo.

—¡Vaya! —dice Freddy.

—Eso no nos afectará a nosotros —interrumpe Holly.

—Ha dicho todos los departamentos.

—Pero no habrá despidos. No habrá recortes «significativos».

—Sólo es significativo si le pasa a uno —añade Freddy.

Es viernes y Jones se dirige al cuarto de baño cuando se cruza con Wendell. Jones va de un lado para otro porque, por primera vez en su vida, tiene café gratis en una máquina a escasos metros de donde está él. Son las cuatro de la tarde y ya se ha tomado seis. El resto del departamento comienza a aprender que el mejor momento para tomarlo es justo después de Jones porque a él no parece importarle tener que cambiar el filtro.

Jones abre la puerta exterior del cuarto de baño justo en el mismo momento en que Wendell abre la interior, así que se encuentran cara a cara, cada uno con la mano en una puerta. Jones retrocede para dejar pasar a Wendell, pero éste no se mueve.

—Ejem, ejem. Jones, supongo que no tienes idea de cuáles son las intenciones de Roger en todo ese asunto del donut, ¿verdad?

—No —Jones no puede evitar fijarse en que Wendell tiene las manos secas y no ha oído el secador de manos.

—No tengo ni la más remota idea de quién cogió el donut, pero se le ha metido en la cabeza que yo estoy involucrado. Cree que ha sido una venganza por haberme quitado mi aparcamiento.

—Ya veo.

—He vendido mil doscientas horas de formación este mes. Eso es más de lo que ha logrado Elizabeth, y Roger sólo ha conseguido cuatrocientas. Si alguien debe estar nervioso por si lo despiden, ése debe ser Roger.

—Supongo.

Wendell juega con el pomo de la puerta.

—Si te enteras de algo, por favor, dímelo.

—Por supuesto.

—Gracias, Jones. Te lo agradezco de veras.

Wendell pone una mano sobre el antebrazo de Jones cuando pasa a su lado.

Cuando Jones regresa a su mesa, tras aliviarse la vejiga y con las manos lavadas y secas, Freddy se le acerca sigilosamente.

—¿Te has enterado? Sydney ha organizado una reunión para hablar de «cambios organizativos».

Se ajusta las gafas y añade:

—Si eres tú, recuerda que no es nada personal.

—¿Por qué? ¿Acaso me van a despedir?

Holly mira por encima de uno de los paneles.

—¿Van a despedir a Jones?

—No. Sólo estoy diciendo que si Sydney despide a alguien, será probablemente a él. Ya sabes. El último en venir, el primero que se va.

—¿Existe esa política aquí?

—No —responde Holly.

Freddy le da un golpecito en el brazo a Jones. Es el gesto más torpe que Jones ha visto en su vida.

—Probablemente no despida a nadie —dice Freddy, pero obviamente sólo lo dice para tranquilizar a Jones.

Sydney, la directora del Departamento de Ventas de Formación, entra en la sala de reuniones a las cinco y dos minutos. Es una mujer diminuta, con los ojos verdes y brillantes, rasgos de duendecillo y la nariz como la del conejo de Pascua. No puede pesar más de quince o veinte kilos, y eso incluyendo su traje de ejecutiva hecho a medida. Tiene una melena rubia y muy bien arreglada. Cuando habla, su voz suena aguda y estridente. Cuando la ves, te dan ganas de cogerla y abrazar esa pequeña cosa.

Sin embargo, eso no sería muy buena idea porque Sydney es una mala pécora. Nadie llega a ser directora del Departamento de Ventas de Formación por tener una nariz encantadora. Tal vez en Marketing sí, pero en Ventas de Formación no. En el Departamento de Ventas de Formación no te puedes ocultar tras relucientes catálogos y manipuladas cifras de impacto. En el Departamento de Ventas de Formación o vendes o no vendes, y tu rendimiento está a la vista de todos. Para tener éxito en Ventas de Formación, se necesita ser competente (competencias no del todo compatibles con la integridad moral o el bienestar emocional, pero competencias al fin y al cabo). Debes ser capaz de vender cosas a personas que no las quieren. Debes ser capaz de vender más cosas de las que necesitan a las personas que sí las quieren. Y lo más importante de todo: debes ser capaz de manipular los resultados para conseguir mejores datos que tus compañeros de trabajo.

Cuando era una simple auxiliar de ventas, Sydney era una rareza divertida. Cuando sus ojos de elfo se entrecerraban, su pequeña nariz se arrugaba y su diminuta boca protestaba, la gente apenas lograba ocultar una sonrisa. Sus rabietas porque no la tomaban en serio resultaban graciosas; no había forma de tomárselas en serio. Luego la ascendieron a agente de Ventas de Formación, lo que significaba que ya no podían seguir ignorándola. Eso ya no fue tan divertido. Sydney estaba resentida con casi todo el mundo, ya que, al parecer, nadie se había portado bien con ella. El equipo de Ventas suele pensar que debe haber algún incidente amargo en el pasado de Sydney, algo relacionado con chicas más desarrolladas en el vestuario del instituto… o tal vez más bien una sucesión de incidentes. Si Sydney fuese un hombre, están seguros de que tendría un gimnasio en casa y unos bíceps del tamaño de un niño pequeño.

Cómo se convirtió en directora es algo que continúa siendo un misterio. Sólo hay dos posibilidades: la primera es que Dirección General confundiera sus diatribas con motivación y compromiso con la excelencia; la otra es que supieran que es una psicópata paranoica y que ese fuera exactamente el tipo de persona que querían para ese puesto.

A excepción de la oficina de Sydney, la sala de reuniones es el único lugar en el departamento que tiene ventanas al exterior.

A esa hora del día, el sol inunda la habitación con un amarillo cálido o bien con unos rayos hirientes que se clavan en la retina, según en qué lado de la mesa estés sentado. Por esa razón, los auxiliares tienen que protegerse los ojos mientras los agentes comerciales se calientan agradablemente la espalda. Salvo Wendell, al que no se le ve por ningún lado.

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