—Roger, lamento decírtelo, pero has aparcado de nuevo en mi sitio.
Roger levanta un dedo. Está hablando con el servicio de
catering
, esperando que le pasen con el departamento de aperitivos y postres. Sin embargo, no sería muy acertado que Wendell, otro agente comercial, se diera cuenta de ello, razón por la cual dice al teléfono: «le recomiendo el paquete completo porque le proporciona todos los beneficios al mínimo coste. Sí… por supuesto. Excelente. Lo encargaré de inmediato». Luego cuelga. El cuerpo de Wendell se levanta imponente delante de él y le tapa la luz del fluorescente.
—Dime.
—Tu coche. A pesar de que ya hemos hablado de ello, sigues ocupando mi sitio.
Roger se pellizca el puente de la nariz.
—Wendell, no hay sitios reservados para aparcar en la segunda planta, sólo en la primera; es decir, para los que van mejor vestidos. Tú no tienes ninguna reserva de aparcamiento. Ninguno de nosotros la tiene.
Wendell se mete las manos en el bolsillo de la chaqueta.
—Ejem, ejem —Wendell se aclara la garganta—. Eso es lo que me dijiste la última vez, pero me he tomado la libertad de contactar con Gestion de Infraestructuras para desarrollar un plan de aparcamiento. Si te fijas en esta plaza en particular,
aquí
, observarás que pone «Departamento de Ventas de Formación, SR 2». Ese soy yo, Roger. A ti te corresponde la plaza de al lado —Wendell clava el dedo en el papel, señalando un aparcamiento situado un par de metros más lejos del ascensor.
Roger desecha el plan. Lleva apenas seis semanas trabajando como agente comercial; antes era un cliente más. Sin embargo, muestra un talento especial para ese puesto, lo que inquieta a Wendell. Roger es una persona demasiado segura de sí misma, sus ojos marrones son demasiado penetrantes. Además, no cabe duda de que lleva el pelo como un auténtico ejecutivo. En los últimos tiempos, Wendell ha estado trabajando una hora y media extra todos los días y ni tan siquiera ha salido para comer. Elizabeth también se ha visto afectada y ahora se pasa el día fuera, atendiendo pedidos, aunque en parte se debe a que si Roger anda cerca no puede contener los deseos de estrangularle con su propia corbata.
—Gestión de Infraestructuras —continua Roger— no tiene autoridad para distribuir los aparcamientos, pues es una cuestión que depende del director de cada departamento. Y que yo sepa Sydney no ha hecho ninguna distribución, por tanto ahora mismo la situación es de
laissez-faire.
Wendell duda, pues no sabe con seguridad cómo funciona la balanza de poderes entre Gestión de Infraestructuras y los directores de los distintos departamentos.
—Ya veo. O sea que como Sydney no ha tomado una decisión al respecto, debemos saltarnos la distribución dada por Gestión de Infraestructuras —le reprocha Wendell.
—Si quieres discutirlo, hazlo con Sydney —responde Roger—. Hasta entonces es
laissez-faire.
—Pero si es
laissez-faire, ¿por qué aparcas siempre en la misma plaza?
Jamás ocupas la plaza de Sydney, ni la de Elizabeth. Todo el mundo aparca en la misma plaza todos los días, salvo tú, que
siempre aparcas en la mía.
—Es pura coincidencia.
Roger deja que la estupidez que acaba de decir flote en el aire por unos instantes.
—Pero te diré una cosa. Intentaré no aparcar más en tu no-plaza si me dices por qué has cogido mi donut.
—¡Yo no he cogido tu puñetero donut! No cambies de tema.
—¿Ha sido por venganza? Dilo. Siento curiosidad por saberlo.
—No sé qué ha pasado con tu donut, ni pienso discutir sobre ello. Pero si continúas aparcando en mi sitio, hablaré con Sydney.
Wendell se dirige de mala forma hacia su mesa, que es la siguiente de la fila y comparte un panel bajo con Roger. Cuando ambos están sentados se observan mutuamente por encima de la pantalla de sus ordenadores, fomentando así su labor de equipo y su productividad, si hay que creer los memorándums.
Jones recorre el pasillo enmoquetado color naranja y negro hasta cruzar la puerta de cristal que conduce al Departamento de Ventas. Se detiene y mira su nuevo hogar corporativo: los cubículos, el Muro de Berlín, los posters enmarcados con frases motivadoras como «lo que importa no es lo mucho que trabajes, sino cómo lo hagas», la máquina de café, la ausencia completa de luz natural. Mira a Freddy, quien le señala hacia el otro lado del muro (el lado de los ricos, Berlín Occidental). Jones sigue las indicaciones. Hay tres personas, todas hablando por teléfono y sin prestarle la más mínima atención. Mira las placas hasta que encuentra el nombre de Roger Jefferson y se queda esperando al lado de su mesa. Roger habla por telefono:
—Pero no puedo enviar los formularios a Tramitación de Pedidos hasta que no estén aprobados por Legal. Bueno, díselo tú a Créditos. Hasta que ellos no lo suelten, Marketing no podrá dejar el asunto.
Mira a Jones con el ceño fruncido y pregunta:
—¿Qué quieres?
Jones señala su etiqueta de identificación.
—Hola. Soy su nuevo colaborador.
Roger dice al teléfono:
—Espera un segundo —luego tapa el altavoz y pregunta— ¿seis o siete?
—¿Seis o siete qu…? —pero entonces entiende—; el servicio de
catering
asegura que había siete donuts para Ventas de Formación esta mañana.
—¿Estás seguro?
Jones está seguro. El servicio de
catering
dispone de un proceso de distribución de aperitivos muy riguroso, con un registro incluido. Al lado del Departamento de Ventas de Formación aparecía el número siete y una señal que corroboraba el envío. Los del
catering
defendieron con firmeza su registro. Jones se había sentido incómodo cuestionándolos, en primer lugar por la existencia del registro y en segundo porque estaban limpiando toda la zona a la espera de que el servicio fuera externalizado, y mientras tanto él los estaba entreteniendo con algo tan trivial como el número de donuts.
—De acuerdo, bien hecho —dice Roger quitando la mano del altavoz—. Si quieres podemos acudir a Recursos Humanos para resolver este asunto. ¿Es eso lo que quieres?
Jones se da cuenta de que ya puede irse, así que regresa a Berlín Oriental, donde Freddy y una chica, con unos brazos alarmantemente musculosos que emergen de un vestido de verano, han sacado sus sillas al pasillo que hay entre sus respectivos receptáculos.
—Aquí lo tienes —dice Freddy—. Jones, te presento a Holly, la auxiliar de Elizabeth.
Holly y Jones se estrechan la mano. Holly le pregunta:
—¿Es verdad que has ido a
Catering
?
—Los de
Catering
llamaron a Sydney y se quejaron de que les estabas molestando —dice Freddy—. Ahora está muy cabreada.
Jones suelta la mano de Holly.
—¿Por qué? Sólo hice lo que me ordenaron.
—La defensa de Nuremberg —responde Holly—. Eso fue justo lo que dijo el último ayudante de Roger.
—Pobre Jim —interrumpe Freddy—. Me empezaba a caer bien.
—Tal vez debería ir a hablar con Sydney —dice Jones buscando su oficina con la mirada.
Freddy se ríe, aunque luego se da cuenta de que habla en serio.
—Jones, no se puede ir a hablar con Sydney.
—¿Por qué no?
Freddy parece un poco perdido. Se gira hacia Holly en busca de ayuda.
—Pues porque no —dice ella.
Jones ve una oficina al final de los paneles divisorios.
—¿Es esa su oficina?
Freddy y Holly intercambian una mirada.
—Sí, pero te lo digo en serio…
—Vuelvo en un instante.
Jones pasa entre Freddy y Holly, que se ven obligados a apartar sus sillas para dejarle pasar. La oficina de Sydney está vigilada por una mujer enorme sentada detrás de una mesa diminuta. Megan, la asistente del departamento. Por lo que puede ver Jones, Megan colecciona ositos de cerámica: los tiene vestidos de pescador, con camisetas donde pone I love you, con sombrero e incluso con botas de montar. Hay docenas de ositos, como si la mesa fuese el escenario de un recital de música. También hay una bandeja de asuntos pendientes precariamente dispuesta en una esquina, con varios ositos apoyados en ella, como si quisieran echarla abajo.
La puerta de la oficina de Sydney está cerrada. Jones trata de ver algo a través del pequeño rectángulo de cristal que tiene en medio.
—¿Puedo…?
Megan lo mira sin pronunciar palabra a través de sus gafas oscuras. Jones se da cuenta de que la única razón por la que Megan no se ha levantado de un salto de la silla para placarlo es que no puede creerse que vaya a entrar como si tal cosa en la oficina de Sydney. Jones sin embargo gira el pomo de la puerta y para cuando ella se da cuenta de lo que está haciendo ya está dentro y cierra suavemente la puerta a sus espaldas.
Las cabezas de Wendell y Elizabeth asoman por encima del Muro de Berlín. Wendell dice:
—¿Ha entrado en la oficina de Sydney?
—Es nuevo —responde Freddy con un hilo de voz—. Aún no sabe cómo funciona esto.
Durante un instante nadie pronuncia palabra. El rostro consternado de Megan va de la puerta de la oficina de Sydney al resto de los empleados y de nuevo a la puerta.
—¡Vaya! —dice Holly—. Ese chico tiene agallas.
—Yo lo daría por muerto —suspira Freddy—. No ha tenido tiempo ni de grabar su voz en el contestador automático.
—Lástima —añade Elizabeth—. Es un encanto.
—Me he dado cuenta —dice Holly.
—¿Cómo se llama?
—Jones.
—¿Sólo Jones? ¿Como por ejemplo, Madonna?
—Al menos eso es lo que dice su tarjeta de identificación.
—Intrigante —responde Elizabeth.
—Es tan joven —murmura Freddy—. ¿Cómo va a saber nada de cómo va esto?
—Ejem, ejem. Obviamente no tiene ni idea. Ha entrado en la oficina de Sydney sin una cita previa.
—Hmmm. Es posible que los rumores sean ciertos —dice Elizabeth.
Todos la miran. Freddy pregunta:
—¿Qué rumores?
—Bueno, no quiero decir que yo me lo crea, pero se dice que la empresa está desarrollando un proyecto secreto. En la planta trece.
Wendell da un resoplido. No hay planta trece. El panel de botones del ascensor pasa del número doce al catorce. Sin embargo, todo el mundo en Zephyr bromea diciendo que se tarda demasiado tiempo en pasar de la planta doce a la catorce.
—Según los rumores —dice Elizabeth bajando el tono de voz—, Recursos Humanos está extrayendo células de la piel de los mejores agentes comerciales para criar clones en probetas con el fin de liberarlos con los programas de prácticas.
Freddy y Holly sueltan una carcajada. Wendell pone los ojos en blanco y dice:
—Tengo trabajo.
Su cabeza se esconde detrás del Muro de Berlín.
—No debes creértelo porque lo diga yo —dice Elizabeth—. Sólo comprueba si Jones tiene ombligo.
—Quizá lo haga —dice Holly.
—Pues date prisa —dice Freddy.
Se oye un pequeño clac y se abre la puerta de la oficina de Sydney. Es como si las cabezas de los empleados del Departamento de Ventas de Formación estuvieran conectadas a ella por una cuerda invisible: todas se levantan al mismo tiempo. Siete pares de ojos observan a Jones dirigirse hacia su mesa y tomar asiento.
Freddy se contiene todo lo que puede.
—¿Y bien?
—Hmmm. ¿Sí?
—¿Qué ha sucedido?
—Nada. Hemos hablado. Creo que lo hemos resuelto —responde Jones encogiéndose de hombros—. Estaba ocupada. La mayor parte del tiempo estuvo hablando por teléfono.
—Quieres decir… —dice Holly, pero Freddy la interrumpe.
—¿Con quién?
—Con alguien llamado Seddon.
Freddy se echa atrás en su silla.
—Blake Seddon está en Dirección General.
Jones es demasiado nuevo en la empresa para darse cuenta de que se avecina una tormenta. El edificio está cerrado herméticamente, pero Zephyr tiene su propia meteorología. El viernes pasado, por ejemplo, hubo un centro de altas presiones en la sala de Ventas de Formación por teléfono; para mañana se espera un frente frío de despidos laborales que empezará en la segunda planta. Y ahora mismo hay indicios de tormenta en el panal de cubículos.
—Alguien va a ser despedido —dice Freddy.
—Eso no puedes saberlo —responde Holly.
—O eso o una externalización.
—¡A nosotros no pueden externalizarnos! ¿Quién va a vender formación?
—A lo mejor la empresa pretende dejar el campo de la formación.
—Eso es una locura —responde Holly, aunque su voz titubea.
Holly está bien protegida contra un posible despido porque Elizabeth es indespedible, pero de lo que no se libra nadie es de la externalización, la bomba nuclear del arsenal de recursos humanos.
—Si no hubiese formación… —dice Holly incapaz de terminar la frase porque se siente incapaz de imaginar los horrores de un mundo sin formación.
Freddy salta del asiento y va a ver a Megan, la asistente. Ella le confirma que Sydney ha intercambiado algunas llamadas con Dirección General, pero se niega a darle más detalles. En realidad no sabe nada, pero como su puesto está separado de todos los demás de Ventas de Formación, Megan se siente sola y de vez en cuando deja caer indirectas como dando a entender que sabe algo para estimular futuras visitas.
—Megan sabe algo, pero no quiere decirlo —dice Freddy con gravedad mientras cruza el Muro de Berlín sin detenerse. La turbulencia que provoca al pasar hace que un papel salga volando de la mesa de Jones, pero en términos meteorológicos deberíamos decir más bien que Freddy está arrancando la moqueta y haciendo volar sillas y ordenadores como un auténtico tornado.
—¿Quién va a ser despedido? —pregunta Freddy a Wendell a bocajarro, ya en Berlin Occidental.
—¿Qué dices? —pregunta Wendell, irritado. Tenía a Pauline contra las cuerdas, con cero puntos en corazones, y había tenido que cerrar el programa para que Freddy no lo viese.
—Sydney ha estado hablando con los de la planta de arriba. Es sobre el recorte de gastos, ¿no es verdad? Alguien pagará el pato.
—¿Ha estado Sydney hablando con los de arriba?
—Al menos eso asegura Megan.
—Bueno, eso puede deberse a cualquier cosa. No hay necesidad de sacar conclusiones. Ejem, ejem.
—Muchachos —dice Elizabeth desde el otro lado del pasillo—. ¿Tenéis problemas con la red? Acabo de mandarle un correo electrónico a Wendell y me lo ha devuelto.