—Usted sabe cuál es mi departamento. Usted ha sido el que me ha llamado hace diez minutos.
—Diga el nombre de su departamento.
Elizabeth aprieta los labios. Tal vez sea una mujer que se enamora fácilmente de sus clientes, pero también es capaz de luchar como una amante despechada.
—No pienso mantener ninguna conversación de esta manera. Si desea hablar conmigo, salga y hágalo a la cara.
—Diga el nombre de su departamento.
Elizabeth mantiene la boca cerrada. Los segundos transcurren.
—Diga el nombre de su departamento.
—Si no veo a un ser humano en diez segundos —dice Elizabeth—, daré esta conversación por terminada.
Elizabeth espera, con el sudor recorriéndole la espalda.
—Diga el nombre de su departamento.
Elizabeth se levanta y se dirige hacia la puerta. No oyó como se cerraba, pero está cerrada. Se gira, poniéndose frente al espejo con las manos en la cintura.
—Abra la puerta —dice.
—Diga el nombre de su departamento.
—¡Ventas de Formación, saben perfectamente que es Ventas de Formación!
¡Ahora abra la puerta
!
En cuanto pronuncia esas palabras, se da cuenta de que ha cometido un error de táctica, pues ha cedido sin recibir nada a cambio.
—Hemos detectado irregularidades en sus pautas de trabajo. Sus visitas al cuarto de baño han aumentado considerablemente, tanto en frecuencia como en duración.
Elizabeth toma aliento. Había oído rumores de que Recursos Humanos supervisaba las visitas al cuarto de baño de los empleados, pero no los había creído. De nuevo se dirige al centro de la habitación y se pone delante del espejo.
—No creo que eso sea asunto suyo.
—Quizá tenga algún problema, uno de carácter personal. Puede compartirlo con nosotros. La función de Recursos Humanos es ayudar. Lo único que preocupa a Recursos Humanos es su bienestar.
—Lo mismo le digo.
—Hay varias posibles explicaciones a sus frecuentes visitas al cuarto de baño. Una es que se haya intoxicado con la comida. Otra que consuma drogas. Y la tercera que esté embarazada.
Elizabeth no dice nada, pero algo se mueve en su estómago.
—Imagino que sabe que Recursos Humanos cumple con las leyes estatales y federales en lo relacionado con la maternidad. Usted sabrá que la Corporación Zephyr es una empresa que ofrece igualdad de oportunidades a todos los empleados.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—¿Está usted embarazada, Elizabeth? —pregunta la voz—. Puede decírmelo con toda tranquilidad. Tiene un amigo en Recursos Humanos.
—No estoy embarazada —miente Elizabeth. Y lo dice con la barbilla levantada y bien erguida. Hasta ella se convence al verse en el espejo. Lo único que la delata es el color de las mejillas, pero no cree que puedan notárselo a menos que tengan monitores. ¿Los tendrán?
—Usted sabe que el departamento jamás ha discriminado a nadie por quedarse embarazada.
—Tampoco he visto que hayan ascendido a nadie por eso.
—Discriminamos a las personas que llegan tarde al trabajo; a las que se toman más descansos de la cuenta; a las que no pueden comprometerse a largo plazo con sus trabajos; pero no a las que están embarazadas.
—Ayer por la noche comí un perrito caliente que estaba en mal estado, eso es todo.
—Al departamento sólo le preocupa el rendimiento laboral. Que haya concedido prioridad a sus intereses personales después de lo mucho que hemos hecho por usted no es importante. ¿Anticipa usted un descenso en su productividad?
—No.
—Usted es consciente de que si anticipa tal descenso y lo oculta será una violación del contrato.
—¿Violación del contrato? ¿Qué clase de violación?
—Usted ha firmado un acuerdo con Recursos Humanos por el que percibe un salario a cambio de un trabajo. Saber que va a reducir su capacidad de producción y no decirlo es un acto de mala fe.
—Si
estuviera
embarazada, que no lo estoy, no violaría el contrato.
No hay respuesta.
—Me refiero a que no puede serlo.
—Usted sabe que una violación del contrato significa el despido definitivo.
Elizabeth traga saliva y luego, muy cuidadosamente, dice:
—Que yo sepa no estoy embarazada.
Hay una pausa prolongada. A Elizabeth le parece una pausa petulante y autosatisfecha, pero quizá sean imaginaciones suyas. Tiene calor, está sudada y necesita ir al cuarto de baño.
—Recursos Humanos no tiene interés en saber si está embarazada.
—¿Cómo dice?
—Que Recursos Humanos prefiere no saber si lo está o no lo está.
—Pero si usted acaba de…
—Recursos Humanos no interfiere en la vida personal de los empleados.
Elizabeth espera.
—Nuestro único interés reside en asegurarnos de que su rendimiento laboral no descienda por debajo de los niveles acordados.
Elizabeth se sienta rígida durante un rato. Finalmente aprieta las mandíbulas y dice:
—Espero que no esté sugiriendo lo que pienso que está sugiriendo.
Se oye un clic y se abre la puerta.
—Gracias por venir —dice la voz.
—Jones —dice Freddy—. Jones.
Jones.
—Dime.
Freddy lo observa desde la entrada del cubículo.
—¿Qué te sucede?
Con un poco de esfuerzo, Jones se sienta más erguido.
—No he dormido bien, eso es todo.
—En fin, es hora de comer —dice mirando su reloj—. ¿Dónde está Holly?
—No tengo ni idea.
—En la sala de reuniones del vestíbulo —responde Roger al pasar—. Al menos allí estaba hace diez minutos.
—¿En la sala de reuniones? ¿Quién hay en la sala de reuniones?
Roger se encoge de hombros y desaparece de su campo de visión.
—Hmm —dice Freddy.
Holly regresa a los diez minutos, llevando el bolso.
—Lo siento —dice—, pero me han entretenido.
—¿Quién?
—Unos clientes. Ya sabes que Elizabeth es una agente comercial y tiene clientes. Pues bien, yo soy su asistente.
—¿Qué clientes?
—¿Con quién estaba reunida?
—Sí, claro.
—¿Y a ti qué te importa?
—No es que me importe —responde Freddy—, pero me parece increíble por tu parte que tengas reuniones con los clientes de Elizabeth cuando todo el mundo va de un lado para otro tratando de salvar su puesto de la fusión.
—¡Vaya! Ahora hablas como Roger —dice Holly bajando el tono de voz porque sabe que Roger está dos o tres cubículos más allá—. ¿No te parece, Jones?
—¿El qué?
—Muchacho —dice Holly—. ¿Qué te pasa hoy?
—Bueno, de momento no he averiguado nada —dice Freddy en el ascensor—. Nadie sabe cuándo va a tener lugar la consolidación, ni quién va a ser consolidado, ni por qué.
Holly suspira.
—Yo tampoco.
—Pero me han dicho que Simon, de Estrategias de Formación, le ha dado un puñetazo a Blake Seddon. En la cara.
—¡Bromeas! ¿Blake Seddon, de Dirección General?
—Y ahora lleva un parche en el ojo, como los piratas —añade Freddy.
Mira a Holly y luego a Jones, pero éste no sonríe. Jones ya ha visto el parche en el ojo de Blake; lo vio el lunes a las siete y media durante la reunión del proyecto Alpha. Jones no sintió una gran pena al enterarse de que alguien le había pegado, pero eso se veía compensado por el hecho de que Blake tenía ahora aún más aspecto de acabar de salir de un culebrón televisivo.
—No hace falta que os diga que han despedido a Simon —asegura Freddy— y que ahora lo ha contratado Assiduous. Apuesto a que les encanta la idea de tener en su empresa a alguien que le ha propinado un puñetazo a un ejecutivo de Zephyr. Probablemente le ofrezcan un puesto dirigiendo ejercicios de entrenamiento.
—¡Ah! Eso me recuerda que he llamado a Recursos Humanos para enterarme de dónde vive Megan —dice Holly—. Pensaba que podríamos enviarle una tarjeta…
—Me parece una buena idea —dice Jones.
—Pero no me dieron su dirección. Dicen que ha sido contratada por Assiduous —continúa Holly. Mira temerosamente a Jones y, al ver que éste no reacciona, añade— ¿no te parece un poco siniestro?
—No sé. La verdad es que no.
—¿No? Antes hablabas de una conspiración.
—Sí, pero he pensado en ese asunto más detenidamente. —El ascensor llega al vestíbulo y Jones parpadea por el exceso de iluminación.— Me he dado cuenta de que si sólo hay dos jugadores importantes en el mercado, es muy normal que se produzca una polinización cruzada entre una empresa y otra.
Las palabras que ha pronunciado Jones las ha sacado del manual de formación Alpha que Klausman le dio la semana pasada.
—Pero… —prosigue Holly, aunque luego se calla porque aparece Eve Jantiss esperando para subir al ascensor.
—Hola —dice Eve con una sonrisa—. Hola, Jones.
—Hola —responde Jones. Luego, obligado por las circunstancias, añade— ¿conoces a Freddy y a Holly?
—Probablemente hayamos hablado por teléfono, pero nunca tengo ocasión de poner caras a los nombres —responde Eve riendo. Parece despierta y nada cansada. ¿Por qué no iba a estarlo? Después de todo, la noche pasada durmió seis horas seguidas. Jones, que estuvo despierto todo ese tiempo, lo sabe muy bien.
—Encantada de conocerte —dice Holly.
—Ymmrrr —responde Freddy.
—Es curioso, ¿verdad? Pasamos un montón de tiempo en este sitio y, en realidad, no nos conocemos —dice Eve, poniendo un ligero énfasis en la expresión «en realidad».
Nadie responde. Para evitar nuevos juegos mentales que en ese momento no se siente capaz de manejar, Jones concluye:
—Bueno, me alegro de verte —y empieza a cruzar el vestíbulo. Freddy y Holly lo alcanzan a mitad de camino. Freddy dice:
—¿Has visto lo que he hecho allí en el ascensor? Pensará que soy
subnormal.
Salen al sol y empiezan a caminar por la acera.
—Es como si uno fuera dos personas —dice Holly de repente.
—¿Por qué? —pregunta sorprendido Jones.
—Eve tiene razón. Venimos a trabajar todos los días, pero apenas conocemos a nadie. De hecho, no sé el nombre de la mayoría de las personas que me encuentro en el ascensor. Nos dicen que la empresa es una gran familia, pero no
conozco
a ninguno de ellos. Incluso los que conozco, como vosotros dos, Elizabeth o Roger… bueno, la verdad es que sólo hablamos de trabajo. Cuando salgo con mis amigos o estoy en casa con mi familia jamás hablo de eso. El otro día le expliqué a mi hermana por qué era tan grave que Elizabeth le hubiera cogido el donut a Roger y me respondió que no estábamos en nuestro sano juicio y, la verdad, creo que tiene razón. Una vez en casa, era incapaz de comprender por qué era tan importante. Porque en casa soy una persona diferente. Cuando salgo de este lugar, noto que algo cambia en mi interior. Como si cambiara de marcha en mi cabeza. Y vosotros no sabéis nada de eso, lo cual es terrible porque creo ser mejor persona cuando estoy fuera de aquí. Ni siquiera me gusta quien soy cuando estoy aquí. ¿Es cosa mía o les sucede lo mismo a todos los demás? Y si es así, entonces ¿cómo son de verdad? No lo sabemos. Lo único que sabemos es que son gente del trabajo.
—¡Dios santo! —interrumpe Freddy—. ¿Entonces fue
Elizabeth
quien se comió el donut de Roger?
Holly se queda inmóvil.
—No. Lo que quiero decir es que Roger
creyó
que Elizabeth le había cogido el donut.
—Eso no es lo que has dicho.
—Me he expresado mal —responde Holly elevando ligeramente el tono de voz—, así que no saques conclusiones erróneas. Además, no es de eso de lo que estoy hablando.
—¿Por qué cogió su donut? —pregunta Jones.
—Por favor, si se lo dices, Elizabeth sabrá que te has enterado por mí.
—De acuerdo —dice Freddy—. Quedará entre nosotros.
—Lo hizo sin darse cuenta. Tenía hambre, eso es todo. No fue nada personal.
Por favor
, prometedme que guardaréis el secreto.
La voz de Holly flaquea, tiene el rostro contraído y el ceño fruncido.
—¡A esto me refería! —termina diciendo.
—No te preocupes, no se lo diremos a nadie —responde Jones. Luego, dirigiéndose a Freddy, dice— ¿de acuerdo?
—De acuerdo —responde Freddy lamiéndose los labios. Saber es poder y Freddy tiene ahora un buen pedazo de eso.
Holly todavía parece nerviosa. Jones dice:
—Hablando de esa doble personalidad. Sé a lo que te refieres.
—¿Sí? ¿Crees que le sucede a todo el mundo? —pregunta Holly con cierta esperanza.
Ambos miran a Freddy, que parece absorto en sus pensamientos.
—¿Qué pasa? No le voy a decir nada a Roger sobre el donut.
La producción de rumores disminuye hacia finales de octubre. Al carecer de información reciente sobre la consolidación, los rumores adquieren cada día un tono más fantasioso. Cuando alguien dice que Dirección General va a suprimir Recursos Humanos, se acaban los chismorreos, pues nadie puede creer semejante cosa. La atmósfera de terror desesperado e ignorante que es esencial para la buena salud de las habladurías desaparece y es sustituido por una silenciosa y cautelosa paranoia. Los empleados se encierran en sí mismos, guardan celosamente lo que saben, lo cual es nada. Cuando llega la tarde y recogen sus chaquetas y cierran sus maletines, intercambian una despedida suspicaz, pues todos se preguntan si el otro esconde algo. Todos se preguntan qué ocurrirá al día siguiente, y quiénes no estarán allí. Cuando bajan en el ascensor, miran el panel de botones y se preguntan cuántos huecos habrá pronto en él.
Jones deambula por el vestíbulo, cerca de la declaración de misión. Se está convirtiendo en un hábito, pues espera encontrarse con Eve al terminar el trabajo, pero jamás tiene esa suerte. Se supone que Eve es una recepcionista, pero, por lo que se ve, jamás se encuentra en su lugar de trabajo; de hecho, toda la labor de recepción la lleva a cabo Gretel. Jones ve a Eve en las reunionesmatinales de Alpha y, de vez en cuando, en la sala de control, pero entonces siempre están rodeados de personas como Blake Seddon. Jones desea ver a Eve a solas porque quiere hablar de algunos temas que salieron a relucir la noche del partido de béisbol.
Está a punto de abandonar cuando oye el traqueteo de unos tacones que le hacen girar la cabeza.
—¡Jones! —dice Eve, sonriendo al acercarse—. Imaginaba que eras tú. Te he visto en los monitores. ¿Qué haces?