A mitad de camino se detiene y se ve a sí misma mirando a un monitor de televisión. Está colgado del techo, pero es tan grande que obliga a los empleados más altos a agachar la cabeza cuando recorren el pasillo. La pantalla está apagada. A su lado hay una jaula a prueba de vándalos con una enorme bombilla dentro. Al parecer ni la pantalla ni la bombilla sirven para nada. Unos cuantos empleados la miran con inquietud, pero Holly se limita a pasar entre ellos. Ya ha dejado de perder el tiempo tratando de encontrar una explicación a las inexplicables cosas que suceden en Zephyr.
Hay un asistente en la puerta de la oficina de Roger, justo en el mismo lugar que ocupaba Megan en la planta catorce. Es un joven delgado con unas gafas desenfadadas y una corbata con caras sonrientes y amarillas que a Holly le parecen un tanto inoportunas a esas horas de la mañana.
—He venido para ver a Roger.
—¿Es usted la señorita Holly Vale?
—Sí.
—La está esperando. La acompaño.
El asistente se levanta, trota hasta la oficina de Roger, abre la puerta y se aparta a un lado para que pase Holly. Ésta sin embargo permanece de pie, petrificada por la sorpresa. Cuando una persona dispone de una oficina, lo que hace es cerrar la puerta y obligar a que la gente llame antes de entrar. ¿Acaso no son para eso las oficinas? Cuando los directores dicen que tienen una política de puertas abiertas significa que puedes solicitar una entrevista con ellos sin una cita previa, no que la puerta esté realmente abierta. No significa que entres sin llamar.
Se da cuenta de que el asistente la está mirando y se pone en movimiento. Si puede realizar un trabajo con objetivos no identificables en un entorno propenso a generar monitores misteriosos, también podrá acostumbrarse a trabajar para un director que tiene una política de puertas abiertas, literalmente hablando.
La oficina de Roger está iluminada por el sol de la mañana; al otro lado de la ventana se ve un retazo de azul. Roger está sentado en un amplio y brillante escritorio con las manos entrelazadas.
—Hola, Holly. Siéntate.
La oficina está muy bien amueblada. Holly se sienta en una silla con antebrazos y reposa las manos sobre ellos. Luego hay una pausa durante la cual Roger sigue sonriendo. La sonrisa de Holly, sin embargo, empieza a tener fracturas. Se mueve en su asiento y se arregla la falda.
—Tengo buenas noticias —dice Roger.
—¡Vaya! —responde aliviada Holly.
—He estado pensando en cómo levantar este departamento y hacer que funcione. Quiero que Servicios de Personal sea el departamento más eficiente, productivo y rentable de Zephyr —Roger hace una pausa. Holly asiente con entusiasmo—. Y he decidido que eso significa redefinir muchos puestos de trabajo. De hecho… todos.
Silencio. Esta vez Holly no puede resistirse y dice:
—Acabo de ver a Freddy y me ha dicho que no hay nadie de Cursos de Formación. ¿Están en otro departamento o…?
—Están fuera. No superaron la consolidación.
—¡Vaya!
Holly espera, pero Roger no parece dispuesto a romper el silencio.
—¿Entonces qué se supone que hacemos?
—Es una buena pregunta. Pero tú, Holly, no necesitas saber la respuesta. Como te he dicho, estoy redefiniendo algunos puestos de trabajo. El tuyo es ahora el gimnasio. Alguien tiene que poner orden en ese lugar. Y ese alguien eres tú.
Los dedos de Holly se clavan en los antebrazos de la silla. Se siente cómo si acabase de quitarse de encima un yugo que la tenía aprisionada. ¡Las endorfinas! ¡Las endorfinas!
—¿Contenta?
—Oh,
Roger
—responde. Durante un momento enfermizo, siente deseos de abalanzarse sobre él y abrazarlo—. Gracias.
Muchas
gracias. Te prometo que haré un buen trabajo. El gimnasio no está mal, pero hay cosas, cosas muy sencillas, que pueden hacerse para mejorarlo y hacer que la gente lo utilice con más frecuencia, como por ejemplo clases de…
—Perfecto —dice Roger—. Todo eso me parece muy bien.
Sonríe y luego hay una nueva pausa.
—Muchas gracias —repite de nuevo Holly.
—Pensé que eras la más adecuada.
—Te lo agradezco de veras.
—Por otro lado piensa que si no lo haces bien, será fácil reasignarte.
—Funcionará bien. Te lo prometo.
—Bien, bien —añade Roger—. Aún así, quisiera preguntarte algo.
Holly sabe lo que es antes de que salga de su boca.
—¿Quién cogió mi donut, Holly?
Jones se abre camino por entre el atestado panal de cubículos de Servicios de Personal mientras se muerde los labios. Ha sido una mañana un tanto ajetreada. Para empezar, Eve no acudió a la reunión matinal de Alpha. Jones pensó al principio que llegaba tarde, luego muy tarde y finalmente Klausman se sentó y dijo «Eve se ha quedado en cama por culpa de un virus, al parecer», a lo que Mona respondió con un «ufff» y Blake resopló como si tuviera algo de divertido. Jones pensó que más le valdría a Eve conseguir un certificado médico, pero la idea de que no la vería en todo el día le resultaba sorprendentemente triste, desalentadora, lo cual no era nada bueno, pues no debería sentir esa clase de cosas por una persona a la que deseaba destruir a nivel profesional. Jones se ha dado cuenta de que Eve es como el juego: es adictiva, perjudicial y a pesar de saber que si no la deja habrá consecuencias, todavía quiere más. A lo mejor puede asistir a algún grupo de apoyo, como los alcohólicos anónimos. Puede que toda esa historia termine en la barra de un bar con Blake Seddon brindando mientras recuerdan en tono alternativamente feliz y amargo su época pasada con Eve Jantiss, la zorra que les jodio la vida y arruinó sus planes.
Jones salió de sus fantasías al darse cuenta de que le habían asignado una nueva tarea: restaurar la red de la empresa. Cuando se la encomendaron, respondió:
—¿De verdad? La gente parece mucho más contenta sin la red. Van de un lado para otro, charlan… yo creía que hasta era positivo para la empresa.
—Por supuesto que los
empleados
están contento con ello —respondió despectivamente Blake—. Significa que no pueden hacer tanto trabajo. Sin duda los empleados lo encuentran magnífico. Pero no estamos aquí para proporcionarles diversión, ¿verdad que no, Jones?
—No estoy sugiriendo lo contrario —respondió Jones con el tono mesurado y frío de un hombre que se contiene para no estamparle la taza de café en la cabeza a Blake—. Sólo me preguntaba si de esta forma se podría
incrementar
la productividad. ¿Has oído hablar del equilibro trabajo-vida? Consiste en la idea desquiciada que los empleados trabajan mejor cuando se sienten contentos y motivados.
Blake se echó para atrás y cruzó los brazos, como si acabase de escuchar una soberana estupidez. Klausman, desde el otro extremo de la mesa, le respondió:
—Jones, no somos muy partidarios de eso que llaman equilibrio trabajo-vida. No es que no sea una gran idea, que lo es. Pero sólo en teoría.
—Como el comunismo —añadió Blake soltando una risita entre dientes. Jones decidió que no habría reminiscencias alcohólicas junto a Blake—. El problema estriba en que es un auténtico mito. Hemos hecho las cuentas y no salen. Todo lo que se gana con la reducción del absentismo y de los errores se pierde con la reducción de horas laborables y las distracciones. Los empleados satisfechos no son más productivos, sino menos.
—La mayoría de las veces —corrige Mona—. ¿Acaso no se acuerda?
Klausman asiente.
—Por supuesto que sí. Cuando resulta caro sustituir a un empleado, entonces más vale tenerlo contento. Pero eso son excepciones.
—De modo que lo que están diciendo —intervino Jones— es que no vale la pena gastar dinero en el bienestar de los empleados a menos que estén en Dirección General.
—¡Dios santo! Por fin lo ha comprendido —dijo Blake.
—Lo que digo es que cuando se trata del equilibro entre trabajo y vida, a nosotros nos interesa el aspecto laboral de la ecuación. ¿
Capisce
?
—Sí —respondió Jones.
—Me alegro, porque estamos ante una de esas situaciones en que no puedo esperar a que Zephyr resuelva sus problemas sola. La mayoría de los miembros de Dirección General ni siquiera tienen ordenador, por lo que tardarían meses en darse cuenta de que algo va mal. La empresa necesita disponer de la red, y tú, Jones, eres el encargado de proporcionársela.
Jones abrió la boca para preguntar «cómo», pero aquello no habría resultado muy dinámico, ni muy propio de un miembro del proyecto Alpha. Por esa razón, se limitó a responder con un «de acuerdo» y todos se quedaron contentos.
La tercera cosa que le inquietó fue lo que dijo Blake cuando estaba a punto de terminar la reunión:
—Vigilen el Departamento de Servicios de Personal. El director, Roger Jefferson, viene con muchas ideas nuevas.
El comentario era a propósito de algo, pero Jones había estado ocupado guardado sus cosas y pensando en el asunto de la red, por lo que no se enteró exactamente de qué. Sin embargo, cuando levantó la vista, vio que Blake le estaba mirando con una risita condescendiente, lo que le hizo pensar que, por razones que aún desconocía, el día no presagiaba nada bueno.
Jones descubre el porqué cuando llega a su cubículo. Freddy y Elizabeth están enzarzados en una animada discusión, sentados uno tan cerca del otro que casi se tocan las rodillas. Freddy niega con la cabeza de forma enfática.
—No, no, no. ¡Jones! Siéntate aquí que necesito tu ayuda.
—Freddy, entiendo lo que quieres decir —dice Elizabeth—, pero no se puede hacer nada al respecto. No tenemos más opciones.
—¿Qué sucede?
Freddy agita un memorándum impreso.
—¡Mira eso! Roger lo llama «programa de control». A partir de ahora, tenemos que pagar por todo. Por los ordenadores, por las mesas… piensa pasarnos
factura
por todo. ¡Nos han hecho responsables personales de los gastos del departamento!
—Va a haber bofetadas por las sillas —añade Flizabeth—. Quizá deberíamos almacenarlas y vendérselas a otros empleados con un margen de beneficio.
—Cuando surja trabajo para Servicios de Personal, debemos ir a concurso para hacernos con él. El que presente la licitación más baja se queda con el trabajo. ¡Y tendremos que pagar todos los gastos! ¡Nos han convertido en subcontratistas!
—Vaya. Eso no suena nada bien —responde Jones.
Freddy se frota la frente con el puño.
—Yo lo único que deseaba era un pequeño puesto de trabajo sin control, un trabajo donde pudiera hacer lo que me pidieran sin tener que preguntarme cada día si sería mi último día en la empresa. ¿Es eso mucho pedir?
—¿Qué sucede? —pregunta Holly poniéndose al lado de Jones.
—¡Holly! Al menos apóyame tú: ¿este programa de control no es la peor idea que se les ha ocurrido jamás?
—Umm… no. Creo que está bastante bien.
Freddy la mira con la boca abierta.
—
¿Que está bien?
¿Que está bien?
—Sí. ¿Por qué no vamos a ser responsables de nuestros gastos? ¿Conoces a Lianne? Malgasta una docena de fotocopias antes de hacer una debidamente. O ese tío de Proveedores que no hacía nada, salvo mandar correos electrónicos de broma todo el santo día. ¿Por qué tengo que subsidiar a personas como ésas?
—¿Subsidiar? ¿Desde cuándo hablas como una director?
Holly cambia de pie y se apoya sobre el otro.
—Oh, no —exclama Freddy.
—Voy a dirigir el gimnasio —dice lamiéndose los labios—. No sé si seguiré sentándome aquí, pero voy a dirigir el gimnasio.
Freddy se revuelve en la silla.
—Esto es un desastre.
—Vaya —responde Holly molesta—. Gracias por felicitarme. Recuérdame que haga otro tanto cuando os ofrezcan un nuevo trabajo.
—A nadie le han dado un nuevo trabajo, salvo a ti —dice Elizabeth en tono de reproche.
—Vaya —responde Holly.
—Vaya. Me pregunto por qué Roger se comporta de forma especial con Holly. Déjame pensar. Hmm.
—Sí, anda, dime por qué —responde Holly abriendo los ojos.
—No será porque le has hablado de cierto
donut
, ¿verdad que no?
Los ojos de Elizabeth se posan en Holly, que termina por sonrojarse.
—¡Oh Dios! —exclama Elizabeth.
—Lo iba a averiguar de todas formas —responde Holly elevando el tono de voz—. Lo siento, Elizabeth, pero está obsesionado.
De repente se oye una bocina en toda la sala. La bombilla enjaulada cobra vida y lanza destellos anaranjados sobre los cubículos. En tan sólo unos instantes la planta once se convierte en una especie de red de carreteras. Jones se sobresalta:
—¿Qué diablos sucede?
Todo el mundo mira por encima de los paneles divisorios. Entre destello y destello ven la pantalla del televisor:
PROPUESTAS
TRABAJO 0000001
TAREA
Reubicación y subasta de los receptáculos (Planta 11)
EL ASISTENTE DE SERVICIOS DE PERSONAL LES DARÁ LOS DETALLES
—Trabajo —dice Freddy con la voz temblorosa—.
Trabajo.
Los empleados, cautelosamente, van saliendo de sus cubículos para mirar el monitor. Luego, uno a uno, se dirigen al asistente de Roger.
—¡Míralos! —dice Freddy con una mirada de disgusto—. Todo el mundo está dispuesto a pegarse por un salario. Yo no pienso pujar. ¿Qué ha sido del trabajo en equipo y de permanecer unidos? —termina diciendo mientras echa una mirada hostil a Holly.
—¿Sabes lo que me dijo Roger? —dice Holly—. Que no existe tal cosa, que es un puro timo. La empresa no fomenta el trabajo en equipo. Si quieres ascender, tienes que joder a todo el mundo y pensar en ti misma. Los compañeros de trabajo son tus competidores. Roger me dijo una verdad muy grande: en la palabra equipo no cabe la
y
de yo, pero tampoco la
t
de tú.
Hay un silencio, El pecho de Holly sube y baja. Sus mejillas se ponen rojas.
—Pero… lo siento de veras, Elizabeth.
—Bueno, puede que ahora que lo sabe se olvide del asunto responde Elizabeth apartando la mirada.
—Estoy segura de que sí —añade Holly—. De verdad, no me sorprendería nada que lo hiciera.
Freddy la mira fijamente.
—Estoy segura de que todo se arreglará —dice Holly. Su voz resulta tan lastimosa que Jones tiene que mirar para otro lado.
En el vestíbulo, Gretel sufre de migraña por los destellos que emite el tablero de luces. De hecho, no debería estar allí: esta mañana telefoneó para decir que se encontraba enferma, pero una mujer de Recursos Humanos y Protección de Activos silbó entre dientes y dijo: