Cuando Christian Klee se graduó en la facultad de Derecho de Harvard, no tenía ni la menor idea de lo que iba a hacer con su vida. No le interesaba nada. Su riqueza superaba los cien millones de dólares, pero no tenía ningún interés por el dinero, ni tampoco sentía un verdadero interés por la ley. Abrigaba el romanticismo habitual en un hombre joven. Le gustaban las mujeres, tuvo fugaces relaciones amorosas, pero no pudo encontrar esa sensación de verdadera fe en el amor que conduce a un compromiso apasionado. Buscó desesperadamente algo a lo que dedicar su vida. Le interesaba el arte, pero no poseía impulso creativo, ni talento para la pintura, la música o la escritura. Se sentía paralizado por la seguridad de que disfrutaba en la sociedad. No es que se sintiera desgraciado, sino más bien desconcertado.
Desde luego, probó las drogas durante un breve período, ya que, después de todo, eso formaba parte integral de la cultura estadounidense, del mismo modo que en otro tiempo había formado parte de la del imperio chino
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. Y por primera vez en la vida, descubrió algo asombroso acerca de sí mismo. No podía soportar la pérdida de control que causaban las drogas. No le importaba ser desgraciado, siempre y cuando conservara el control sobre su mente y su cuerpo. La pérdida de ese control significaba para él el último grado de la desesperación. Y las drogas ni siquiera le hacían sentir el éxtasis que percibían otras personas. Así que, a los veintidós años, teniendo el mundo entero a sus pies, no podía sentir que hubiera algo que valiese realmente la pena. Ni siquiera experimentaba el deseo de mejorar el mundo en el que vivía, algo que, al parecer, sentían todos los jóvenes.
Consultó con su padrastro,
El Oráculo
, que por entonces era un hombre «joven» de setenta y cinco años, que aún sentía un apetito inaudito por la vida, mantenía a tres amantes, tenía un dedo metido en cada pastel relacionado con los negocios y conferenciaba con el presidente de Estados Unidos por lo menos una vez a la semana.
El Oráculo
poseía el secreto de la vida.
—Elige lo que te parezca más inútil y dedícate a hacerlo durante los próximos años —le dijo
El Oráculo
—. Algo que a ti nunca se te haya ocurrido considerar, que no tengas ningún deseo de hacer. Pero que sea algo que te mejore, tanto física como mentalmente. Aprende a conocer una parte del mundo que tú jamás convertirías en una parte de tu vida. No malgastes tu tiempo. Aprende. Así me metí yo originalmente en la política. Y aunque esto sorprendería a mis amigos, lo cierto es que no tenía un verdadero interés por el dinero. Haz algo que no te guste hacer. Dentro de tres o cuatro años se habrá abierto tu horizonte de posibilidades, y lo que es posible se convierte en más atractivo.
Al día siguiente, Christian solicitó una cita para ingresar en West Point y se pasó los cuatro años siguientes intentando convertirse en oficial del ejército de Estados Unidos. Al principio,
El Oráculo
quedó asombrado, y luego se sintió encantado.
—Precisamente se trataba de eso —dijo—. Tú nunca serás un militar, pero desarrollarás el gusto por la abnegación.
Tras haber pasado cuatro años en West Point, Christian permaneció otros cuatro años en el ejército, recibiendo entrenamiento en brigadas especiales de asalto; destacó en el combate armado y cuerpo a cuerpo. La impresión de que su cuerpo era capaz de ejecutar cualquier tarea que se le exigiera le proporcionó una sensación de inmortalidad.
A la edad de treinta años renunció a su grado y aceptó un puesto en una de las divisiones operativas de la CÍA. Se convirtió en oficial de operaciones clandestinas y se pasó los cuatro años siguientes actuando en el teatro europeo. Desde allí se trasladó al Oriente Medio, donde pasó otros seis años, ocupando un alto puesto en la división operativa de la Agencia, hasta que una bomba le arrancó un pie.
Eso fue otro desafío para él. Aprendió a utilizar y manejar una prótesis, un pie artificial, de tal modo que ni siquiera cojeaba. Pero eso también acabó con su carrera en la CÍA y regresó a su país, donde pasó a formar parte de una prestigiosa firma de abogados.
Entonces se enamoró por primera vez en su vida y se casó con una joven que creyó sería la respuesta a todos sus sueños de juventud. Ella era inteligente, ingeniosa, muy agraciada y apasionada. Durante los cinco años siguientes, él se sintió feliz en el matrimo-nio, feliz con la paternidad de dos hijos, y también encontró satisfacción en el intrincado laberinto político a través del cual le iba guiando
El Oráculo
. Finalmente creyó haber llegado a ser un hombre que había encontrado su lugar en la vida. Entonces se produjo la desgracia. Su esposa se enamoró de otro hombre y pidió el divorcio.
Christian Klee se quedó atónito, y luego se puso furioso. Él era feliz, ¿cómo podía no serlo su esposa? ¿Qué era lo que la había cambiado? Él se había mostrado cariñoso y cortés hasta con sus menores deseos. Desde luego, siempre había estado ocupado con el trabajo, con la consolidación de su carrera. Pero era rico, y a ella no le faltaba de nada. Impulsado por su rabia, decidió resistir cada una de sus exigencias, luchar por la custodia de los niños, denegarle la casa que ella tanto deseaba, restringir todas las compensaciones económicas a que tiene derecho una mujer divorciada. Lo que más le asombró fue que ella tuviera la intención de vivir en la casa de ambos, pero con su nuevo esposo. Cierto que era una mansión palaciega, pero ¿qué sucedía con los recuerdos sagrados que ambos habían compartido en aquella casa? Después de todo, él había sido un marido fiel.
Acudió de nuevo a
El Oráculo
y le expresó su pena y su dolor. Ante su sorpresa, éste no demostró la menor solidaridad por su situación.
—¿El hecho de haber sido fiel te ha hecho pensar que tu esposa también debía serlo? ¿Cómo se concibe eso, si tú ya no le interesas? La infidelidad es la precaución de un hombre prudente, que sabe que su esposa puede privarle unilateralmente de su casa y de sus hijos, sin ninguna causa moral. Tú aceptaste ese compromiso al casarte; ahora tienes que cumplirlo. —Luego,
El Oráculo
se echó a reír—. Tu esposa ha tenido mucha razón para abandonarte —añadió—. Ella te ha comprendido a fondo, aunque debo decir que tu actuación ha sido completa. Ella sabía que tú nunca habías sido totalmente feliz. Pero, créeme, eso es lo mejor que puede haberte ocurrido. Ahora eres un hombre preparado para asumir su verdadera posición en la vida. Te has desembarazado de todo aquello que te lo impedía; la existencia de una esposa y de hijos no sería más que un obstáculo. Eres, esencialmente, un hombre que tiene que vivir solo para hacer grandes cosas. Lo sé muy bien, porque a mí me sucedió lo mismo.Las esposas pueden ser muy peligrosas para los hombres con verdadera ambición, y los hijos son el terreno abonado para la tragedia. Utiliza tu sentido común, emplea tu experiencia como abogado. Entrégale todo lo que ella te pida, ya que eso sólo será un pequeño pellizco para tu fortuna. Tus hijos son muy jóvenes, y te olvidarán. Piénsalo de este modo: ahora eres libre. Tú mismo serás quien dirija tu propia vida. Y así fue.
A últimas horas de la noche del Domingo de Resurrección, el fiscal general Christian Klee abandonó la Casa Blanca para visitar a Olíver Oliphant, con la intención de pedirle consejo y también de informarle de que el presidente Kennedy había aplazado la celebración del centesimo aniversario de aquél.
El Oráculo
vivía en una amplia propiedad rodeada por una verja y vigilada a un coste muy elevado; su sistema de seguridad había logrado detener a cinco ladrones durante el último año. Entre el personal que le atendía, bien pagado y con buenas pensiones, se incluía un barbero, un ayuda de cámara, un cocinero y doncellas. Les necesitaba, pues aún había muchos hombres importantes que acudían a visitarle en busca de consejo, y había que prepararles cenas elaboradas y, en ocasiones, proporcionarles un dormitorio.
Christian esperaba con ansiedad su visita a
El Oráculo
. Disfrutaba mucho con la compañía del viejo, las historias que contaba sobre terribles guerras libradas en los campos de batalla del dinero, las estrategias de hombres que se enfrentaban a los padres, las madres, las esposas y amantes. Cómo defenderse contra el gobierno con una fortaleza tan prodigiosa, con una justicia tan ciega, con una ley tan traicionera, con unas elecciones libres tan corrompidas. No es que
El Oráculo
fuera un cínico de profesión; se trataba más bien de un hombre de visión clara. Insistía en que se podía llevar una vida feliz y llena de éxito y, al mismo tiempo, observar los valores éticos sobre los que se basa la verdadera civilización.
El Oráculo
podía ser deslumbrante.
Recibió a Christian en la suite de habitaciones del segundo piso, compuesta por un estrecho dormitorio, un enorme cuarto de baño de azulejos de color azul que contenía un
jacuzzi
y una ducha conun banco de mármol y escultóricos grifos incrustados en las paredes. También había un estudio con una chimenea impresionante, una biblioteca y una sala de estar muy agradable con un sofá y sillones de colores brillantes.
El Oráculo
estaba en la sala, descansando en una silla de ruedas especialmente construida y motorizada. Junto a él había una mesa; delante, un sillón y una mesa preparada para tomar un té inglés.
Chnstian se acomodó en el sillón situado frente a
El Oráculo
y él mismo se sirvió el té y tomó uno de los pequeños bocadillos. Como siempre, se sentía encantado con el aspecto que ofrecía
El Oráculo
, por la intensidad de su mirada, tan notable en una persona que ya había vivido cien años. Le pareció lógico que
El Oráculo
hubiera evolucionado desde un viejo hogareño de sesenta y cinco años hasta alcanzar una ancianidad sorprendente. La piel era como una cascara, lo mismo que la cabeza calva, que mostraba manchas de color oscuro como la nicotina. Unas manos de piel de leopardo sobresalían de su traje exquisitamente cortado; la avanzada edad no había hecho desaparecer su relativa vanidad. El cuello, rodeado por una corbata de seda suelta, era escamoso y arrugado, la espalda ancha, curvada como un cristal. La parte delantera del cuerpo caía sobre un pecho diminuto y la cintura era tan delgada que daba la impresión de poderla rodear con los dedos; sus piernas no eran más que hilos de una telaraña. Pero los rasgos faciales aún no se veían festoneados por la proximidad de la muerte.
Se sonrieron el uno al otro durante un rato, mientras tomaban el té. Christian sirvió a
El Oráculo
su taza.
—Supongo que has venido para anunciarme la cancelación de mi fiesta de cumpleaños —dijo finalmente
El Oráculo
—. He estado viendo la televisión, junto con mis secretarias. Les dije que la fiesta sería aplazada.
Su voz era como un gruñido bajo surgido de una laringe demasiado gastada.
—Sí —asintió Christian—, pero sólo por un mes. ¿Crees que podrás resistir durante ese tiempo? —preguntó con una sonrisa.
—Seguro que sí —contestó
El Oráculo
—. Dan esa mierda en todas las emisoras de televisión. Acepta mi consejo, muchacho, compra acciones de las compañías de televisión. Ganarán una fortuna con esta tragedia y todas las que se avecinan. Son como los cocodrilos de nuestra sociedad. —Hizo una breve pausa y añadió con mayor suavidad-: ¿Cómo se toma todo esto tu querido presidente?
—Admiro más que nunca a ese hombre —contestó Christian—. Jamás había visto a nadie de su posición con una actitud tan serena ante una tragedia tan terrible. Ahora es mucho más fuerte que cuando murió su esposa.
—Cuando a uno le sucede lo peor que le puede suceder y lo soporta, se siente el hombre más fuerte del mundo. Lo que, en realidad, puede que no sea algo tan bueno. —Se detuvo un momento para tomar un sorbo de té. Sus labios descoloridos se cerraron en una línea blanca y pálida, como una grieta en la piel atezada de su rostro, del color de la nicotina—. ¿Por qué no me cuentas qué acciones piensa llevar a cabo, si es que no tienes la impresión de estar faltando a tu juramento para con el cargo y a tu lealtad para con el presidente?
Christian sabía que el viejo vivía para eso: para estar dentro de la piel del poder.
—Francis está muy preocupado por el hecho de que los secuestradores no hayan planteado aún ninguna exigencia. Ya han transcurrido diez horas y no le parece un proceder lógico.
—No lo es —admitió
El Oráculo
.
Permanecieron en silencio durante largo rato. Los ojos de
El Oráculo
habían perdido su vibración, y parecían como extinguidos por las bolsas de piel reseca que había debajo de ellos.
—Me siento realmente preocupado por Francis —dijo Christian—. No puede soportar mucho más. En estos momentos, sería capaz de ofrecer cualquier cosa con tal de recuperar a su hija. Pero si le sucede algo a ella... Es capaz de hacer saltar por los aires todo el sultanato de Sherhaben.
—No se lo permitirán —dijo
El Oráculo
—. Se produciría una confrontación muy peligrosa. ¿Sabes?, recuerdo a Francis Kennedy como un niño pequeño que solía jugar con sus primos en los jardines de la Casa Blanca. Incluso entonces me impresionó observar la forma que tenía de dominar a los otros niños.
El Oráculo
se detuvo y Christian le sirvió algo más de té caliente, a pesar de que la taza aún estaba medio llena. Sabía que el anciano no podía probar nada a menos que estuviera o muy caliente o muy frío.-¿Quién no se lo permitirá? —preguntó Christian.
—El gabinete, el Congreso, e incluso algunos miembros del propio equipo del presidente —contestó
El Oráculo
—. Quizá incluso la junta de jefes de Estado Mayor. Todos ellos se unirán.
—Si el presidente me pide que los detenga, eso es lo que haré —dijo Christian.
De pronto, los ojos de
El Oráculo
se hicieron muy brillantes y visibles.
—En estos últimos años te has convertido en un hombre muy peligroso, Christian. Pero eso no es para tanto. A lo largo de la historia siempre ha habido hombres, algunos de ellos considerados como «grandes», que han tenido que elegir entre Dios y el país. Y algunos de ellos, muy religiosos por cierto, han elegido el país antes que a Dios, creyendo que con ello irían a parar a un infierno eterno, pensando con nobleza. Pero Christian, hemos llegado a una época en la que tenemos que decidir si queremos dar la vida por nuestro país o ayudar a que la humanidad continúe existiendo. Vivimos en una era nuclear. Ésa es la pregunta nueva é interesante que se plantea, una pregunta que jamás se le había planteado a un hombre hasta ahora. Piensa en esos términos. Si te sitúas al lado de tu presidente, ¿pones en peligro a la humanidad? No se trata de algo tan sencillo como rechazar a Dios.