Read La fabulosa historia de los pelayos Online
Authors: Oscar García Pelayo
Tags: #Ensayo, #Biografía
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Un año y medio después de nuestra última expedición a Las Vegas, el ritmo de trabajo ya no era el mismo. La capacidad de jugar en casinos ya es sabido que era nula, el desarrollo de aquel sistema a distancia que eran los «submarinos» no conllevaba demasiado problema y la evolución de los nuevos negocios relacionados con el mundo del juego no nos ocupaba tanto tiempo como antes. Por estas razones, mi hermana y yo, después de acordar un plan de trabajo con nuestro padre, que se quedaba manteniendo la partida de póquer con la que nos habíamos capitalizado, decidimos irnos de nuevo unos tres meses a Las Vegas para intentar ver qué podíamos hacer con la cantidad de relaciones que habíamos dejado abiertas en nuestro anterior viaje a la ciudad del juego y también de los negocios. Para entonces yo ya tenía mujer y tres hijos, y desde luego esa decisión no era nada fácil, pero perder aquella oportunidad que claramente se nos ofrecía tampoco era de recibo. Antes de partir, hablé con mi amigo Patrick Santa-Cruz y su hermano Carlos, puesto que aquél había abandonado junto a su mujer el trabajo en el casino de Madrid. Ahora le interesaba montar un negocio en torno al mundo del juego y así poder trabajar para él y no para otros.
—¿Qué te parece la idea de montar una especie de agencia de viajes para jugadores? —me soltó Patrick a bocajarro el día que le conté que volvía a Las Vegas.
—Pues que parece una idea bastante extraña. La verdad es que me gusta —le contesté.
La propuesta era llegar a acuerdos con aquellos casinos extranjeros que, a cambio de recibir buenos clientes, estuviesen interesados en pagar los gastos de viaje de éstos y también los nuestros en calidad de acompañantes de dichos clientes. Además, tendríamos que negociar algún tipo de comisión basada en el nivel de juego de cada cliente aportado. Al montar una agencia, los beneficios resultantes de la transportación también serían para nosotros. El primer paso enseguida lo tuvimos claro: si éramos capaces de conseguir que algún importante grupo de empresas de Las Vegas nos comprase la idea, entraríamos por la puerta grande de este novedoso negocio.
Hacia el mes de septiembre mi hermana y yo hicimos las maletas para irnos a Estados Unidos. En la primera semana de viaje, Patrick y su hermano Carlos coincidirían con nosotros en Las Vegas, aprovechando la visita que teníamos programada a la feria mundial más importante de juego que se celebra anualmente en aquella ciudad. Allí dejamos algún contacto abierto que más tarde tendría que ir cerrando a lo largo de mi estancia en esa ciudad. Al finalizar la feria, Patrick regresó a España con su hermano, mientras que mi hermana y yo nos quedábamos a vivir allí el tiempo que teníamos previsto.
Muchas cosas pasaron en aquel período de tiempo que condujo a que, entre diversas ocurrencias, montásemos una especie de cuadro musical flamenco que causó gran impacto en la ciudad. Mi hermana estaba tan encantada con todo lo que allí le estaba pasando que decidió quedarse a vivir definitivamente en Las Vegas, donde aún sigue y donde acaba de casarse. A pesar de que me pareció una muy buena decisión por su parte, no pude dejar de pensar que el último reducto que nos quedaba de aquella flotilla se situaría ahora a unos dieciséis mil kilómetros de casa.
Siguiendo con el plan inicial, yo me volví tres meses después, no sin antes realizar junto con mi mujer, mi tío Javier y Antonio González-Vigil un viaje iniciático en coche atravesando el desierto de Nevada y California hasta llegar a Salinas, Monterrey, Carmel y por fin a San Francisco. Desde España, mi mujer, Antonio y Javier decidieron que de ninguna manera podían perderse la versión que realizábamos mi hermana y yo del «Como el agua» de Camarón en diversos casinos de la Strip siempre acompañados por un grupo que contaba con un guitarrista de Reno, un percusionista de San Francisco, un cantaor de Asunción y una bailaora de Detroit, y así acabaron por apuntase también a este viaje. Es justo reconocer que en la ciudad de los Jefferson Airplaine seguimos el consejo de la dudosa canción «If you’re going to San Francisco be sure to wear some flowers in your hair», pero tampoco puedo negar que aunque hicimos la pantomima de ponernos flores en el pelo, eso sucedió con unos treinta años de retraso y, claro, no hubo manera de que nada se quedase poéticamente prendado en la escasa cabellera que quedaba entre los concurrentes. En cambio, lo que sí pudimos descubrir era que aquella mítica beatnik de los viajes en coche sin norte ni dirección volvía a estar completamente vigente justo en el momento en que, en pleno centro de Napa Valley, decidimos que la dirección siguiente era vía Sacramento y no hacia Los Ángeles, gracias al frágil criterio de lanzar una moneda al aire.
Pero la verdadera clave profesional de todo ese desarraigado viaje fue una gloriosa reunión concertada por un amigo de origen mexicano ante un inteligente y amable ejecutivo argentino, que me ofreció hacerme representante del grupo más importante del mundo en hoteles y casinos: el Metro Goldwyn Mayer, que más tarde acabaría por fusionarse con el grupo Mirage, acaparando la práctica totalidad del juego de alto nivel en Estados Unidos. En ese momento sentí que la paradoja empezaba a tener sentido: después de ser el punto de referencia básico de nuestra etapa de Pelayos, aquel casino nos acogía como socios, muy al estilo americano de hacer suyo al que pueda tener enfrente de él. Por otro lado, tuve que acabar aceptando que se hacía cierto aquel tópico que dice que si no puedes con tu enemigo, asóciate con él. A pesar de que por poco mi padre se deja la vida en aquel lugar, ahora era el punto neurálgico de muchos negocios que estaban por venir y que efectivamente acabaron por llegar.
—¿Cómo llamaremos a esta extraña empresa que propones? —pregunté obnubilado a Patrick.
—Pues cómo se va a llamar. Casino Tours, por supuesto.
—Bien, bien. Lo que tú digas.
Aunque no es habitual, cuando se inicia un proyecto tan majareta como este, las cosas empezaron a funcionar enseguida. Existían unos cuantos jugadores de bastante alto nivel con los que ya teníamos buena relación, incluso con varios de ellos se había llegado a preparar algún que otro negocio con esto de los submarinos. Sin duda era una buena propuesta: ellos debían depositar una cantidad de dinero a convenir en alguno de los casinos que nosotros pudiéramos ofrecerles, comprometiéndose además a jugar un tiempo diario estimado a cualquiera de los juegos ofertados por el casino durante el viaje. El tratamiento tenía que ser siempre absolutamente VIP y ahí es donde empezaron a aparecer a disposición unas deslumbrantes limusinas, grandes hoteles de superlujo, fastuosas cenas y demás favores, que convertían aquellos viajes en una especie de grandes vacaciones, pero pagadas.
Obviamente, los primeros viajes fueron a Las Vegas, donde por fin comprobamos que los grandes ejecutivos y los grandes sistemas de organización en el juego existen, no como en Madrid, donde la cúpula directiva provenía del honroso oficio de camarero. En aquella ciudad todo está controlado y previsto. Cuando el cliente sale por la puerta del hotel, puedes leer en una pantalla de ordenador el dinero que ha depositado, los días de estancia en el hotel, el nivel de juego medio que ha desarrollado, los momentos máximos y mínimos de apuestas, los segmentos horarios donde se han producido las apuestas, qué tipo de juegos han sido elegidos, con qué ventaja matemática (en inglés theorethical win) cuenta el casino en cada juego, cuál es el resultado definitivo de aquel jugador tanto en términos absolutos como relativos, los gustos y las preferencias del cliente en cuanto al juego y en cuanto a cualquier otra cosa que haya demandado, y así una larga ristra de información perfectamente desglosada. Todo esto debidamente procesado para, primero, obtener una visión muy amplia que ayude a conocer mejor al tipo de cliente que se está invitando, y segundo, para asentar un criterio que posibilite tomar decisiones a la hora de ofrecer al cliente regalos, atenciones y demás reverencias en una política muy medida de fidelización. Es cierto que la aplicación de este sistema tan sofisticado fue durante mucho tiempo algo que intentábamos evitar para no ser identificados, pero es que ahora nos encontrábamos al otro lado de la mesa y podíamos apreciar la parte positiva del mismo de cara al cliente.
Todo esto puede parecer lo bastante especial como para pensar que habíamos encontrado algo parecido a las minas del rey Salomón, pero para que de verdad Casino Tours fuese rentable sabíamos que era necesario contar con más destinos. Era importante tener mayor variedad en la oferta, especialmente en Europa por aquello de la proximidad. En un plazo no demasiado largo de tiempo aparecieron nombres tan atractivos como Budapest, Bucarest, Grecia, Tánger, Suráfrica (Sun City) o San Petersburgo. En la mayoría de los casos los acuerdos y las herramientas con que trabajábamos respecto al cliente eran algo más toscas que en Las Vegas, pero el nivel de atención y lujo en muchos momentos era incluso superior. En realidad todo quedaba reducido a lo fundamental: tratar al cliente como un maharajá y, sobre todo, tener a una persona en el punto de destino veinticuatro horas a disposición del cliente. Ese plan de tener alguien a tu lado diciéndote a todo que sí es especialmente atractivo siempre que ese fulano tenga las cosas claras. Sólo en un caso no fue así y, para más inri, eso sucedió en San Petersburgo, o lo que es lo mismo, en Rusia.
Como siempre había supuesto, ése es un mal sitio para tener problemas si no fuese porque el casino de allí siempre nos ha tenido en palmitas. Originario de Bangladesh, Thizhad era la persona puesta a nuestra disposición, y parece que no andaba muy ducho en los cambios en la legislación aduanera rusa. Para empezar, no se había tenido en cuenta aquella forma rápida y algo desvergonzada de conseguir visados en Madrid gracias a las recomendaciones del casino, tal y como otras veces se había hecho, con lo que se perdieron más de tres horas en el vetusto aeropuerto de la ciudad esperando los de verdad, es decir, una media de treinta minutos por visado, como clara muestra arqueológica de todo un glorioso pasado de burocracia soviética. Enseguida nos dimos cuenta de que se había perdido una maleta que, no sólo nunca se sabía dónde se encontraba, sino que se suponía que sistemáticamente estaba llegando en el siguiente vuelo. Más tarde, comprobamos que alguna de las informaciones que se nos daban andaban algo obsoletas, y el punto culminante fue cuando nos enteramos de que la normativa sobre el tránsito de moneda había cambiado en aquel destino y nadie nos lo había comunicado.
—Alguno de mis clientes tiene hasta treinta mil euros en metálico y, si encima están ganando, tendrán que pasar la aduana con mucho dinero —le comentaba al amable y siempre protector director del casino, buscando una solución al problema que se nos venía encima.
—De verdad que no te recomiendo que hagáis eso. Los policías aduaneros suelen ser del antiguo KGB y tienen una habilidad especial para detectar quién está nervioso. Como os pillen el dinero en metálico, seguro que os lo requisan —me avisó sabiamente.
¿Solución? Pues muy a la rusa. Teníamos que sobornar a alguien de la aduana para poder entregarle un sobre cerrado y precintado con todo el dinero. Tras pasar el control, nos encontramos con dicho personaje en el cuarto de baño, para recoger el sobre y allí mismo contar el dinero. Efectuada esta última comprobación, se devolvería aquel dinero absolutamente impoluto al cliente.
—Hombre, pues ese método debe de funcionar muy bien para una novela de Le Carré, pero a ver cómo narices se lo comunico yo a mis clientes sin que me linchen —protesté algo contrariado.
En cualquier caso, aquel ejecutivo estaba siendo muy claro y sincero, y la verdad es que nos infundía seguridad. Avalamos con nuestra palabra, dinero e incluso integridad física la operación frente a los clientes, que aunque algo contrariados, acabaron confiando en nosotros y sobre todo en el cheque que les expedimos a modo de garantía.
Fueron varios los abrazos cariñosos de despedida que en ese viaje tuve que darle a Thizhad para poder recibir los sobres con el dinero una vez pasado el primer control, también muchas fueron las miradas con los policías corruptos, que esperaban recibir nuestro sobre y nuestra paga de manos de Thizhad, y finalmente hubo de pasar más tiempo del recomendable mientras se comprobaban y se contaban billetes sentado en la taza del váter de los servicios del aeropuerto. A pesar de esa anécdota, San Petersburgo sigue siendo, junto a Las Vegas, el destino más frecuentado por nuestros clientes, que entienden perfectamente que cuando se está cerca de quien parte y reparte, o bien es difícil que existan grandes problemas o bien ya se ocupará alguien de acabar arreglándolos. Y es que como sistemáticamente respondía Thizhad cada vez que le preguntábamos si era posible una u otra solución a dicho entuerto:
—No hay nada de lo que preocuparse. Aquí todo es posible.
—Y ahora ¿qué vamos a hacer? —pregunté a mi padre.
—Alguna idea voy teniendo, pero en cualquier caso lo que sí es seguro es que Dios proveerá —contestó con una hasta ahora desconocida parsimonia, que daba un buen quiebro a su sólida visión científica de la vida.
No es fácil haber pasado por unas aventuras tan intensas como las de los Pelayos y aceptar que las cosas sean ahora más sedentarias, más pausadas en cuanto al mundo del juego se refiere. Cierto es que estamos empezando a desarrollar algunas actividades que necesitaban algo más de tiempo para asentarse. Y no es menos cierto que en mi caso la idea de Casino Tours sigue ofreciéndome en parte aquellos viajes de antaño y algo de la adrenalina (en alguna ocasión quizá demasiada) que tanto necesitamos. En honor a la verdad, mi padre hace bien poco que está dando vueltas a una nueva línea de trabajo. —Creo que he descubierto el acabóse: el póquer por internet. Llevo al menos quince días ganando y estoy seguro de que es un pelotazo —me comentó, ilusionado como tantas otras veces.
Las ventajas de jugar en este medio son bastante grandes, ya que se puede efectuar desde cualquier lugar que se quiera, siempre que se cuente con un ordenador portátil con sistema Gprs incorporado. Y no sólo es un problema de localización, sino que además es factible realizar otros menesteres simultáneamente a la ya bastante rutinaria y mecánica toma de decisiones sobre dicho juego. De hecho, la mayor parte de lo escrito por mi padre en este manuscrito ha sido ideado y realizado mientras se enfrentaba a jugadores que se encontraban en ese momento en Estados Unidos, Finlandia, Nueva Zelanda o vaya usted a saber dónde. Si a esto le añadimos que nunca más tendrás que tragarte el humo del cigarrillo de tu compañero de mesa que, te pongas como te pongas, siempre va hacia ti, efectivamente la idea es un exitazo.