La gran aventura del Reino de Asturias (53 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Historia

Cuando el reino de Asturias se metamorfosea en reino de León, la nueva frontera es, en efecto, el sur del Duero, las tierras que llevan desde la orilla meridional del río hasta las sierras del Sistema Central: Soria, Segovia, Ávila, Valladolid, Salamanca. Y hay constancia de que los colonos empiezan a tomar tierras en esta región nueva desde muy temprano, a partir de la segunda década del siglo X. Vuelve así a repetirse el esquema de repoblación que hemos visto sin interrupción desde nuestros viejos amigos Lebato y Muniadona: primero, presuras individuales de los pioneros; después, llegada de nuevos colonos atraídos por unas condiciones de vida más libres, aunque más arriesgadas; por último, repoblación oficial que incorpora esas tierras al orden político, reglamenta las propiedades, regula los derechos y favorece la llegada de una tercera ola de colonizadores.

Cuesta imaginar cómo podía ser la vida de aquella gente, los primeros colonos de la Extremadura del Duero, los que a partir de 912 empezaron a bajar de la línea del río. ¿Cómo se organizaban? ¿Cuáles eran sus obligaciones y sus derechos? ¿De dónde venían? Por fortuna, han llegado hasta nosotros algunos documentos que nos permiten hacernos una idea bastante aproximada de todas esas cosas; por ejemplo, los fueros de Sepúlveda y de Castrojeriz.

Sepúlveda está a mitad de camino entre el Duero y la sierra de Guadarrama, junto a las hoces del río Duratón. Fue un asentamiento visigodo importante y después de la invasión mora, al parecer, sirvió de base a puestos avanzados del emirato. Los nuevos colonos debieron de llegar allí a partir de los años veinte del siglo X. Su fuero data de 940, cuando el conde de Castilla Fernán González condujo la repoblación oficial. En cuanto a Castrojeriz, está en el camino de Burgos a Palencia, muy al norte del Duero, cuya línea se había alcanzado en 912. El fuero de Castrojeriz se concedió en 974 (concretamente, el 8 de marzo de ese año); lo firman el conde García Fernández —hijo del anterior— y su esposa Ava.

Estamos, pues, ante dos lugares distintos con fueros de fecha igualmente distinta. Pero sabemos que los fueros actuaron como el instrumento con el que la repoblación oficial venía a reconocer o sancionar la repoblación privada; por tanto, podemos deducir que las formas de vida que estos textos regulan estaban ya implantadas en aquella zona con anterioridad a su fecha de datación. Asimismo, sabemos que los fueros castellanos respetaban cierta uniformidad lógica y venían a decir lo mismo en todas partes; por tanto, podemos concluir que la forma de vida reflejada en estos fueros no correspondía sólo a Sepúlveda y Castrojeriz, sino que era la norma en Castilla y que lo sería muy especialmente en la Extremadura del Duero.

A partir de aquí podemos dibujar un escenario bastante aproximado a la realidad. Hemos de situarnos en una zona extensa y considerablemente expuesta al peligro de las aceifas musulmanas, desde la orilla sur del Duero hasta el Sistema Central. Durante dos siglos, esa zona había sido una «tierra de nadie», pero eso no significa que careciera de interés. Para el emirato era su cinturón protector por el norte, lo que en geopolítica se llama un «glacis defensivo»: un área que no le interesaba ocupar políticamente, pero sí mantener bajo su control militar, y de ahí que la meseta estuviera salpicada por puestos avanzados musulmanes; en ocasiones, al parecer, puestos directamente dependientes de Córdoba, pero, las más de las veces, núcleos de población berebere relativamente aislados desde el siglo VIII y que vivían su propia vida.

Ahora bien, el reino cristiano del norte miraba esa «tierra de nadie» con otros ojos. Durante el siglo VIII, el valle del Duero había sido su glacis defensivo, un colchón que le aislaba del peligroso enemigo cordobés. Pero desde comienzos del siglo X, esas tierras se convertirán en objeto de repoblación, de forma que la «tierra de nadie» parece invitar a que la ocupe alguien. Para castellanos y leoneses era una prioridad política: una nueva frontera. Y para Córdoba era un verdadero problema: si los cristianos construían al norte del Sistema Central una red de fortalezas y puntos neurálgicos como la que habían construido en la orilla norte del Duero, la frontera bajaría peligrosamente hacia el sur y la seguridad del emirato quedaría comprometida.

En esa situación, el proceso al que vamos a asistir desde la segunda década del siglo X puede condensarse en dos movimientos. Primero, los colonos, de manera espontánea, empiezan a aventurarse al otro lado del Duero y ocupan o fundan establecimientos en las actuales provincias de Soria, Segovia, Valladolid, Salamanca y Ávila. Después, los musulmanes intentan desmantelar esos nuevos asentamientos, ya sea con aceifas sobre las áreas recién colonizadas, ya sea atacando las plazas fuertes cristianas que les sirven de cobertura en la línea del Duero. Es, en realidad, la misma mecánica que ha presidido todos los movimientos de población durante el siglo anterior, con la diferencia de que ahora el escenario ha cambiado. Y el nuevo escenario representa, por primera vez, una amenaza real sobre las fronteras de Córdoba.

¿Quiénes eran esos colonos que empezaban a instalarse en las tierras de la Extremadura del Duero? ¿De dónde venían? ¿Esas tierras estaban enteramente despobladas o, por el contrario, ya había alguien viviendo allí? La toponimia nos permite contestar a algunas de esas preguntas. En el área de la que estamos hablando hay diferentes localidades que conservan su nombre prerromano: Segovia, Ávila, Cuéllar, Salamanca, Arévalo, Peñaranda… Otras tienen nombre romano: Sacramenta, Costanzana, Villacastín, Baños, Salvatierra… Aún otras, visigodo: Lovingos, Ataquines, Palacios de la Goda, Villacotán, Babilafuente… Esto se interpreta como un indicio de que en estas localidades hubo gente
siempre
, es decir, nunca estuvieron enteramente despobladas, ni quedaron completamente vacías después de la invasión musulmana. Al menos, alguien hubo que conservó la memoria del nombre de su pueblo.

Hay topónimos que delatan otro origen. Primero están los bereberes: Cogeces, Alcazarén, Albornos… Se cree que aquí se mantuvieron núcleos de bereberes después de su repliegue masivo en el siglo VIII. Y hay, además, muchos nombres que apuntan a un origen mozárabe: Valverdón, Mozárbez, Vercemuel, Maderol, Oterol, Mogarraz… Estos últimos corresponderían a cristianos de Al Andalus que a partir del siglo IX abandonaron el emirato y buscaron refugio en las tierras del norte, fundando nuevos asentamientos u ocupando núcleos abandonados.

El análisis de la toponimia nos permite reconstruir un escenario: el de anchas zonas poco pobladas, pero no deshabitadas, que viven de una economía de subsistencia, y seguramente más de la pequeña ganadería que de la agricultura. Esas zonas, a efectos de la repoblación, bien pueden considerarse como vacías: ofrecen enormes espacios que los nuevos colonos pueden ocupar con toda libertad. Y además, con la ventaja de que allí perviven viejos núcleos que permiten estructurar el territorio, aunque sea de manera precaria. No es fácil saber cuándo comenzó la colonización de estas zonas, pero todo indica que fue antes de 930, porque la crónica de la campaña de Abderramán en 939 ya nos dice que tuvo que detenerse para destruir ciudades de cierta entidad.

Y bien, ¿de dónde habían llegado estos nuevos colonos? Es indudable que se trata de gentes del norte, es decir, leoneses, bercianos, asturianos, cántabros, vascones, castellanos del viejo solar de la Bardulia… Si hablamos de los que vienen de Galicia y León, podemos decir que hay una motivación socioeconómica muy clara. Los que viajan a las nuevas tierras son, sobre todo, agricultores. El área del Duero occidental ya es abundante en explotaciones agrarias de tipo familiar e individual. Ahora bien, la estructura social de Galicia y León ha ido variando y cada vez es mayor la presencia de la nobleza, que empieza a ejercer un control casi feudal sobre la tierra. Es lógico suponer, por tanto, que los agricultores libres tratarían de encontrar nuevos espacios más al sur, en áreas donde la influencia de la nobleza aún no había llegado. En cuanto a los que vienen de otras partes del reino, menos sujetas al sistema señorial, buscarían sin duda algo muy elemental y también muy importante: libertad, oportunidades. Hay un párrafo del Fuero de Sepúlveda, otorgado en 940, que dice mucho del espíritu de nuevo mundo que caracterizó a la repoblación en aquellas tierras. Dice así:

Que ningún vecino de Sepúlveda dé montazgo en ningún lugar aquende el Tajo. Esta mejoría otorgo a todos los pobladores de Sepúlveda; que cualquiera que viniere de cualquier creencia, fuera cristiano o moro o judío, yengo o siervo, venga seguramente y no responda por enemistad ni por deuda ni por fiadora ni por creencia ni por mayordomía ni por merindazgo ni por ninguna otra cosa que hiciera antes de que Sepúlveda se poblase.

O sea, borrón y cuenta nueva. Los colonos iban allí para ser hombres libres, ya vinieran de Galicia y León o de las tierras del alto Duero; incluso si son moros o judíos, señala el fuero. Por eso, por esa libertad, afrontan una vida expuesta al permanente peligro musulmán. Estas circunstancias van construyendo un perfil humano singular: los colonos no sólo son libres, sino que, además, han de empezar a atender a su propia defensa con las armas. La figura del «caballero villano», todavía embrionaria a la altura de 912, ahora se generaliza. Se trata de campesinos libres con recursos suficientes para pagarse un caballo de guerra y las armas correspondientes. Y tanto el protagonismo del caballo como la situación de permanente riesgo militar conducen a formas de vida particulares: menos agricultura, mayor movilidad, más ganadería, también más agresividad hacia el vecino moro del sur.

La repoblación oficial hace que en este escenario de campesinos libres aparezcan señores, jefes políticos y militares que, a cambio de protección, exigirán tributos. La propiedad es la base sobre la que se construye la nueva pirámide social. Para empezar, se traza una clara diferencia entre los caballeros —los de a caballo— y los peones, o sea, los que, por no tener caballo, han de acudir a la guerra a pie. Pero, además, se privilegia al vecino de la localidad frente al forastero, aunque éste sea de un estamento social superior. Eso es lo que hace el Fuero de Castrojeriz. Así, a los caballeros se los eleva a la condición de infanzones, es decir, la nobleza menor, y a los peones se los antepone a los caballeros forasteros, de manera que un peón de Castrojeriz, dentro de su término jurisdiccional, «vale más» que un caballero de otras tierras. Es muy interesante señalar el tipo de contribución que se reclama a los colonos, porque no deja de representar un trato de privilegio. Así dice el Fuero de Castrojeriz:

Damos buenos fueros a aquellos que fueron caballeros y los elevamos a infanzones, anteponiéndoles a los infanzones que sean de fuera de Castrojeriz, y les autorizamos a poblar sus heredades con forasteros y hombres libres, y respétenlos éstos como infanzones, pudiendo ser desheredados los colonos si resultan traidores. Y gozarán los caballeros de Castrojeriz el mismo fuero en sus heredades que en sus casas de la villa. Si alguien matase a un caballero de Castrojeriz peche 500 sueldos y espúrguese del homicidio con doce testigos, y no paguen los de Castrojeriz ni abunda ni mañería (…). Y si ocurre un homicidio en Castrojeriz, causado por caballero, pague el culpable 100 sueldos, tantos por un caballero como por uno de a pie. Y los clérigos tengan el mismo fuero que los caballeros. Y a los peones concedemos fuero y los anteponemos a los caballeros villanos de fuera de Castrojeriz y otorgamos que no se les pueda imponer ninguna serna ni vereda, excepto un solo día en el barbecho y otro en el sembrado, otro en podar y en acarrear cada uno un carro de mies. Y los vecinos de Castrojeriz no paguen portazgo ni montazgo en nuestros dominios y no se les exija mañería ni fonsadera. Si el Conde llamare a fonsado, de cada tres peones vaya uno y de los otros dos uno preste su asno, quedando libres los dos. Y si los vecinos de Castrojeriz matasen a un judío pechen como por un cristiano y las afrentas se compensarán como entre hombres de las villas.

El
fonsado
era el servicio en las huestes armadas; la
mañería
, el derecho de los señores a heredar los bienes de quienes morían sin sucesión legítima. Ambos derechos, como otros de similar género, se reinterpretan aquí en beneficio del colono. Y nótese la equiparación en Castrojeriz entre cristianos y judíos, que hay que relacionar con lo que dice el Fuero de Sepúlveda sobre cristianos, moros y judíos; verdaderamente, está naciendo un mundo nuevo.

La figura del «caballero de frontera» nace en este momento. Es un colono libre que mantiene su ganado, que busca nuevos pastos y, especialmente, pastos frescos de verano, y que va a buscarlos donde los hay, es decir, en las estribaciones del Sistema Central, con lo cual la frontera efectiva entre la cristiandad y el islam baja muy al sur, a los montes del Guadarrama. Por otro lado, la vida a caballo y la posesión de armas le dota de un poder nuevo: es un campesino guerrero, y como tal va a emplear sus recursos para buscar botín mediante incursiones en las zonas agrarias del sur, controladas por los musulmanes. Serán estos caballeros villanos, campesinos a caballo, los que tiendan a Abderramán III una emboscada decisiva en el año 939.

Del mismo modo que había ocurrido al norte del río, también al sur del Duero la repoblación oficial se construirá sobre el trabajo de estos primeros colonos privados. La corona de León y los condes de Castilla llegan después para organizar el territorio tomando pie en los núcleos rurales así repoblados. Los monasterios actúan en la práctica como centros administrativos; los castillos y fortalezas, como nudos de la red que estructura la nueva frontera. Mientras tanto, llegan nuevos colonos impulsados por la propia corona; nuevos colonos a los que se ofrece una serie de privilegios. Por ellos vale la pena afrontar el peligro de la guerra.

Este proceso retrata lo que fue realmente la Reconquista: una combinación sucesiva de colonización privada, organización eclesiástica y reglamentación política. Un proceso que se puso en marcha desde el reino de Asturias y que sobrevivió a la extinción de la corona de Oviedo. Bien podía el reino de Asturias desaparecer y transformarse en otra cosa: su misión histórica estaba cumplida. Y eso es lo que ocurrió: una guerra civil puso fin formal al reino de Asturias.

Guerra civil en el reino de Asturias

¿Por qué hubo una guerra civil en el reino de Asturias, ya reino de León? Por la sucesión al trono, que es lo que provocaba las guerras civiles en aquellos tiempos. Hubo una guerra porque Fruela, hijo de Alfonso III, hermano de García y Ordoño, se hizo con la corona a la muerte de este último. Pero los hijos de Ordoño, que pensaban que el trono les correspondía a ellos, no estaban de acuerdo. Y así empezó todo.

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