El coronel MacNamara, flanqueado por los otros dos oficiales miembros del tribunal, se hallaba sentado a la cabeza de la mesa. Visser y el estenógrafo que lo acompañaba estaban sentados a un lado, como antes. En el centro del estrado habían dispuesto una silla con respaldo, para que los testigos pudieran sentarse. Al igual que la vez anterior, había mesas y sillas para la defensa y la acusación, pero en esta ocasión Walker Townsend ocupaba la silla más prominente, y el comandante Clark estaba sentado a su lado.
A las ocho en punto de la mañana, Tommy Hart, Lincoln Scott y Hugh Renaday, imitando de nuevo una escuadra de cazas, entraron a paso de marcha por la puerta abierta y avanzaron por el pasillo central; sus botas militares resonaban sobre las tablas del suelo con la insistencia de una ametralladora. Los aviadores sentados en el pasillo se apresuraron a apartarse, tras lo cual volvieron a ocupar sus puestos cuando los otros hubieron pasado.
El acusado y sus dos abogados defensores ocuparon sin decir palabra sus asientos. Se produjo una breve pausa mientras el coronel MacNamara aguardaba a que el murmullo remitiera. Al cabo de irnos segundos se hizo el silencio en la improvisada sala del tribunal. Tommy miró brevemente a Visser y vio que el estenógrafo del alemán estaba inclinado hacia delante, con la pluma apoyada en el bloc de notas, mientras que el oficial se hallaba de nuevo sentado hacia atrás, balanceándose sobre las patas traseras de su silla, con expresión casi de indiferencia, pese a la atmósfera de vibrante tensión que reinaba en la sala.
La sonora voz de MacNamara hizo que el alemán volviera a prestar atención.
—Nos hemos reunido aquí, hoy, según lo previsto en el código de justicia militar de Estados Unidos, para ver el caso del ejército estadounidense contra Lincoln Scott, teniente, acusado del asesinato premeditado de Vincent Bedford, capitán de las fuerzas aéreas del ejército estadounidense, mientras ambos hombres eran prisioneros de guerra, bajo la jurisdicción de las autoridades de la Luftwaffe alemana, aquí, en el Stalag Luft 13.
MacNamara se detuvo y observó a la multitud congregada en la sala.
—Procederemos… —empezó a decir, pero se detuvo al ver que Tommy se levantaba bruscamente.
—Protesto —dijo éste con energía.
MacNamara miró a Tommy entrecerrando los ojos.
—Deseo renovar mi protesta por el procedimiento. Deseo renovar mi petición de más tiempo para preparar la defensa. No me explico, señoría, el motivo de semejante premura para celebrar este juicio. Hasta un pequeño aplazamiento permitiría una revisión más exhaustiva de los hechos y las pruebas.
MacNamara le interrumpió con frialdad.
—No habrá aplazamiento —dijo—. Ya lo hemos hablado. Siéntese, señor Hart.
—Muy bien, señor —contestó Tommy, acatando la orden.
MacNamara tosió y dejó que el silencio cayera sobre la habitación, antes de continuar.
—Procedamos con los alegatos iniciales…
De nuevo, Tommy se puso en pie, retirando ruidosamente su silla hacia atrás, y dio un taconazo.
MacNamara lo miró con frialdad.
—¿Protesta? —inquirió.
—Sí, señoría —repuso Tommy—. Deseo renovar mi protesta de que este juicio se celebre en estos momentos porque bajo las leyes militares estadounidenses, el teniente Lincoln Scott tiene derecho a estar representado por un miembro acreditado de la abogacía. Como sin duda sabe su señoría, yo aún no he alcanzado esta posición, mientras que mi distinguido rival —dijo señalando a Walker Townsend— sí. Esto crea una situación desigual, puesto que la acusación me lleva ventaja en materia de experiencia. Solicito que este juicio sea aplazado hasta que el teniente Scott disponga de un abogado profesional, que pueda aconsejarle con mayor conocimiento de causa sobre sus derechos y posibles tácticas para defenderse de los cargos que se le imputan.
MacNamara no apartó su fría mirada de Tommy. El joven navegante volvió a sentarse.
En éstas Lincoln Scott le murmuró, con una voz que revelaba la sonrisa que ocultaba.
—Eso me ha gustado, Hart —dijo—. No funcionará, desde luego, pero me ha gustado. De todos modos, ¿para qué necesito yo otro abogado?
Walker Townsend, sentado a la derecha de la defensa, se levantó. MacNamara le hizo un gesto con la cabeza y las palabras del letrado, pronunciadas con tono jovial y ligeramente acentuadas, se dejaron oír en la sala.
—Lo que mi colega propone no es desatinado, señoría, aunque pienso que el teniente Hart ha demostrado de sobra sus dotes ante el tribunal. Pero según tengo entendido, durante buena parte de la preparación de la defensa estuvieron asistidos, muy hábilmente por cierto, por un oficial veterano británico que es asimismo un conocido abogado en esa nación, señor, perfectamente versado en los diversos elementos de un procedimiento penal.
—¡Y que fue trasladado sumariamente de este campo por las autoridades alemanas! —interrumpió Tommy con violencia.
Después se inclinó hacia delante y fijó la vista en Visser.
—¡Y probablemente asesinado! —añadió.
Esta palabra provocó airados murmullos y un breve tumulto entre los
kriegies
. Un guirigay de voces se precipitó como un torrente a través de la sala. Visser no se movió. Pero extrajo lentamente uno de sus cigarrillos largos, de color pardo, que encendió con parsimonia, manipulando hábilmente la cajetilla y luego el encendedor con su único brazo.
—¡No hay pruebas de eso! —replicó Townsend, levantando un poco la voz.
—Cierto —apostilló MacNamara—. Y los alemanes nos han dado toda clase de garantías…
—¿Garantías, señor? —interrumpió Tommy—. ¿Qué garantías?
—Las autoridades alemanas nos han asegurado que el teniente coronel Pryce sería repatriado con todas las garantías —declaró MacNamara con tono tajante.
Tommy sintió que la boca del estómago se le encogía de ira. Durante unos momentos, se vio cegado por la rabia. No había razón alguna para que el oficial superior americano del Stalag Luft 13 tuviera ningún conocimiento del traslado de Phillip Pryce del campo de prisioneros. Pryce se hallaba bajo jurisdicción británica y sus mandos. El que los alemanes hubieran dado a MacNamara cualquier clase de garantías sólo podía significar que los americanos estaban implicados en el hecho. Esta idea le impactó de tal forma, que durante unos momentos se sintió aturdido, intentando descifrar lo que en verdad significaba. Pero no había tiempo de reflexiones.
—Son nuestros enemigos, señor —dijo—. Toda garantía que le hayan dado debe ser interpretada a la luz de ese hecho.
Después de una breve pausa, inquirió:
—¿Por qué cree que no mentirían? Y más aún para encubrir un crimen.
MacNamara volvió a mirarlo con irritación. Aunque los
kriegies
que asistían al juicio ya habían guardado silencio dio unos golpes con su martillo de fabricación casera. El eco reverberó ligeramente en la sala.
—Conozco ese hecho, teniente, y no es necesario que me lo recuerde. ¡No habrá aplazamiento! —exclamó—. ¡Los alegatos iniciales!
El coronel se volvió hacia Walker Townsend.
—¿Está usted preparado, capitán?
Townsend asintió con la cabeza.
—¡Pues adelante! ¡Sin más interrupciones por su parte, teniente Hart!
Tommy abrió la boca para replicar, aunque en realidad no tenía nada que decir, pues ya había conseguido lo que pretendía, que era informar a toda la población del campo de prisioneros que, al margen de lo que pensaran, condenar a Scott no iba a ser tarea fácil. Por lo tanto, se sentó, preocupado por lo que había oído hasta el momento. Miró de hurtadillas a Townsend, que parecía un tanto nervioso tras las primeras salvas de la defensa. Pero Townsend era un veterano, según había comprobado Tommy, tanto ante un tribunal como en el campo de batalla, y a los pocos segundos recobró la compostura. Avanzó hasta situarse en el centro de la sala y se volvió un poco para dirigirse al tribunal, a los pilotos que se hallaban presentes y, en parte, a los observadores alemanes. Cuando se disponía a comenzar se produjo un pequeño barullo al fondo del edificio del teatro. Por el rabillo del ojo Tommy vio a Visser enderezar su silla y ponerse en pie. El estenógrafo hizo lo propio, cuadrándose de inmediato. MacNamara y los otros miembros del tribunal se pusieron también en pie, en vista de lo cual Tommy asió a Lincoln Scott de la manga y ambos se levantaron a su vez. En éstas oyeron el sonido de unas recias botas avanzando por el pasillo central, y al darse media vuelta vieron al comandante Von Reiter, acompañado como de costumbre por un par de ayudantes, dirigiéndose hacia el rudimentario estrado.
MacNamara rompió el silencio.
—Comandante —dijo—, no sabía que fuera usted a asistir a esta sesión.
Von Reiter observó la cara de pocos amigos de Visser y respondió con un ademán ambiguo:
—¡Pero coronel MacNamara, no siempre se tiene la oportunidad de presenciar el afamado estilo de justicia americano! Por desgracia, mis deberes no me permiten asistir a todas las sesiones. Pero trataré de acudir siempre que pueda. Confío en que esto no suponga un problema.
MacNamara esbozó una sonrisa.
—Por supuesto que no, comandante. Puede usted asistir siempre que lo desee. Lamento no haber dispuesto una silla para usted.
—No me importa permanecer de pie —contestó Von Reiter—. Y le ruego tenga presente que el
Hauptmann
Visser es el observador oficial del Reich, enviado por el alto mando de la Luftwaffe. Mi presencia se debe tan sólo… ¿cómo decir…? al afán de satisfacer mi curiosidad. Por favor, continúe.
Sonrió y se situó a un lado de la sala. Varios
kriegies
se apresuraron a apartarse para hacerle sitio, apiñándose entre sus compatriotas para evitar todo contacto con el austero comandante alemán, casi como si el talante de rancia aristocracia que ostentaba fuera una enfermedad que los democráticos ciudadanos-soldados de las fuerzas aéreas debían evitar a toda costa. Von Reiter, que parecía consciente de esta maniobra, se apoyó contra la pared observando la escena con expresión divertida.
El coronel volvió a sentarse, indicando a los otros que hicieran lo propio. Luego hizo un gesto con la cabeza a Walker Townsend.
—Proceda usted, capitán —dijo.
—Sí, señor. Seré breve, señoría. La acusación cree poder demostrar que el teniente Lincoln Scott y el capitán Vincent Bedford experimentaban una antipatía fundada en el odio racial desde la llegada del primero a este campo. Esta animadversión quedó de manifiesto en numerosos incidentes, entre los cuales cabe destacar una violenta pelea, en la que el capitán Bedford acusó al teniente Scott de haberle robado. Varios testigos pueden corroborarlo. La acusación demostrará que el señor Scott, temiendo por su vida debido a las amenazas proferidas por el capitán Bedford, confeccionó un arma, siguió a Bedford y se encaró con él en el
Abort
situado entre los barracones 101 y 102 a una hora en que todos los prisioneros deben hallarse en sus barracones, que ambos pelearon y que el capitán Bedford murió asesinado. El teniente Scott, según demostrarán las pruebas, tenía la intención y los medios de cometer este asesinato, señoría. Las pruebas que presentará la acusación son abrumadoras. Lamentablemente, no existe otra conclusión legal a los hechos acaecidos.
Walker Townsend dejó que el eco de su última frase resonara en la sala. Dirigió una breve mirada a Von Reiter y a MacNamara, y se sentó.
MacNamara asintió y miró a Tommy Hart.
—Puede proceder con su alegato inicial —le dijo.
Tommy se levantó. Las palabras se formaban con trabajo en su imaginación, la ira y la indignación le atenazaban la garganta y respiró hondo. Estos segundos de vacilación le permitieron poner en orden sus pensamientos y controlar sus emociones.
—Señoría —dijo tras una breve sonrisa—, la defensa se reserva el derecho de no pronunciar su alegato inicial hasta que la acusación complete la exposición del caso.
MacNamara miró perplejo a Tommy.
—Esto no es habitual —repuso—. No sé…
—Estamos en nuestro derecho, según las leyes militares, de posponer nuestro alegato inicial —se apresuró a decir Tommy, aunque no tenía remota idea de si estaba en lo cierto—. No tenemos ninguna obligación de exponer nuestra defensa ante la acusación hasta el momento en que nos corresponda hacerlo.
MacNamara volvió a dudar. Luego se encogió de hombros.
—Como desee, teniente. Entonces procederemos con el primer testigo.
El comandante Von Reiter, sentado a la izquierda de MacNamara, avanzó un paso. El coronel se volvió hacia él, y el alemán, exhibiendo la sonrisa que había permanecido en las comisuras de su labio superior, dijo:
—¿Significa eso que el teniente Hart no está obligado a ofrecer ahora su defensa y que puede esperar a hacerlo en un momento más propicio?
—Así es,
Herr Oberst
—respondió MacNamara.
Von Reiter emitió una seca carcajada.
—Muy astuto —dijo, haciendo un pequeño ademán hacia Tommy—. Por desgracia, esto era lo que más me interesaba de este juicio. Por consiguiente, coronel, regresaré más tarde, con su permiso.
Conozco de sobra los alegatos de la acusación. Son las respuestas del teniente Hart lo que me intriga.
El comandante alemán se llevó dos dedos a la visera y efectuó un lánguido saludo.
—Hauptmann
Visser, dejo esto en sus manos —agregó Von Reiter.
Visser, que había vuelto a ponerse en pie, se cuadró con tal énfasis que el eco de su taconazo resonó por la sala.
Von Reiter, seguido como de costumbre por sus dos sumisos ayudantes, abandonó la sala seguido por la mirada de todos los prisioneros presentes en la misma. Cuando sus pasos se disiparon, MacNamara bramó:
—¡Llame a su primer testigo!
Tommy observó a Townsend avanzar hasta el centro de la sala, pensando para sus adentros que lo que había visto hasta ahora resultaba demasiado teatral. Tenía la sensación de presenciar una obra perfectamente interpretada por actores expertos y que empleaban un lenguaje extraño e indescifrable, de modo que aunque él comprendía buena parte de las acciones, el sentido general de las palabras se le escapaba.
Luego guardó para sí sus consideraciones y se concentró en la declaración del primer testigo.
La acusación desarrolló su caso contra Scott de forma sistemática a lo largo de la jornada, siguiendo la progresión que Tommy imaginaba. El evidente racismo de Bedford, las pullas, ofensas, acusaciones y los prejuicios del profundo Sur emergieron en una declaración tras otra de los testigos. Como telón de fondo aparecía la invariable descripción de Lincoln Scott como un hombre aislado, solitario, lleno de ira, a quien Trader Vic había provocado con sus continuas manifestaciones de desprecio hasta que lo indujo a asesinarlo.