La hija de la casa Baenre (25 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Si Liriel hubiera necesitado un recordatorio de la importancia del sigilo y el silencio, no podría haber pedido uno mejor. Con sumo cuidado, palmeó los cuerpos parcialmente devorados; encontró una buena provisión de dardos envenenados y varios cuchillos de buena factura. Por lo general se habría quedado con tales objetos, pero registrarían aquellos cuerpos más tarde, y no quería que nadie sospechara que había estado ya en la cueva.

Transcurrieron varios minutos antes de que la muchacha encontrara lo que buscaba. Uno de los drows muertos llevaba una bolsa de cuero, colgada al cuello por una larga correa y oculta bajo la cota de malla, y en la bolsa había una daga de siete centímetros y medio, guardada en el interior de una funda con runas grabadas que pendía de una cadena rota. Sujetando el amuleto en la mano con expresión de triunfo, Liriel retrocedió fuera de la guarida.

Se apresuró a regresar a la relativa seguridad de la brillante caverna y examinó su trofeo con más atención. Sí, era el mismo objeto que había vislumbrado en la mente de Fyodor, y ahora comprendía que algo así podía atraer a un hombre a la Antípoda Oscura. Eso, si realmente era el Viajero del Viento, era un tesoro mágico único, un objeto perteneciente a una era antiquísima de extraña y poderosa hechicería. Encontrar algo así era una honrosa búsqueda a la que dedicar toda una vida. Poseerlo valía todos los peligros que Fyodor había corrido.

«Que correrá.» Con ese pensamiento, la expresión triunfal de Liriel se evaporó y su rostro se crispó en una mueca de enojo. Desde luego el humano regresaría, y si ella había encontrado a los comerciantes muertos, puede que él también. El hombre había demostrado ser fuerte e ingenioso; pero sin la ayuda de las botas elfas y la protectora invisibilidad de una
piwafwi,
sin duda se uniría a los luchadores drows como alimento para las crías de murciélago subterráneo.

Liriel no se detuvo a meditar por qué debería preocuparle la cuestión. No había tiempo que perder, y rápidamente trazó un plan. Sacó su libro de conjuros e invocó el portal mágico que conducía a la torre de Kharza; lo que tenía en mente precisaría de la ayuda del hechicero.

Pero éste no estaba solo cuando ella entró en su estudio. Su tutor estaba sentado ante su escritorio, con las manos de pálidos nudillos entrelazadas con fuerza ante él, mientras que, repantigado en un sillón cercano, había un varón drow, probablemente el elfo oscuro más impresionantemente exótico que Liriel había contemplado jamás. Sus largos cabellos cobrizos estaban sujetos hacia atrás en una única y gruesa cola, y a la tenue luz de la vela sus ojos resplandecían tan negros como su piel color ébano. Su rostro anguloso quedaba definido por unos elegantes y bien marcados pómulos, una barbilla afilada, y una nariz larga y fina. Era delgado y vestía lujosamente, y su actitud sugería a la vez orgullo y poder. Liriel advirtió todo esto con una mirada y con la misma rapidez dejó de lado al visitante. En otra ocasión, podría sentirse interesada, pero ahora absorbían su atención cuestiones más importantes.

—Kharza, hemos de hablar —dijo a toda prisa, dirigiendo una significativa mirada al desconocido.

Antes de que el hechicero pudiera responder, el drow de cabellos rojos se puso en pie y dedicó a la joven una educada reverencia.

—Te saludaría, señora, pero no conozco ni tu nombre ni tu casa —dijo—. Kharza-kzad, ¿serías tan amable?

Las arrugas de preocupación del hechicero se agudizaron hasta convertirse en auténticos desfiladeros, pero llevó a cabo las protocolarias presentaciones.

—Liriel de casa Baenre, hija del archimago Gomph Baenre, puedo presentarte a mi socio Nisstyre, capitán de la banda de comerciantes El Tesoro del Dragón.

—No esperaba tal honor. —Los negros ojos de Nisstyre se iluminaron y éste volvió a hacer una reverencia—. Nuestro mutuo amigo me asegura que te satisfizo mi reciente regalo.

—El libro sobre tradiciones humanas —explicó Kharza de mala gana, al observar la expresión perpleja de la joven—. Procedía de Nisstyre.

—Y me complacería facilitarte otros si lo deseas. El Tesoro del Dragón es famosa por proporcionar cualquier cosa, sin importar su precio. Estoy seguro de que al hechicero no le molestará dar fe de nuestra discreción. Hemos estado proveyendo su casa durante muchos años.

Liriel sabía que tales acuerdos no eran insólitos. Muchas de las casas nobles patrocinaban bandas de comerciantes, pues aquél era su único vínculo con el mundo situado fuera de Menzoberranzan. Por su parte, la amenaza de represalias por parte de alguna poderosa matrona otorgaba a los comerciantes un grado de seguridad del que no podrían haber disfrutado de otro modo. Liriel reconoció al instante el valor de un aliado así, y dedicó todo el encanto de su sonrisa al varón de exótica belleza.

—No necesito ningún libro esta noche, pero tal vez puedas ayudarme en otro asunto. Necesito contratar a unos matones discretos.

—Creo que hay bandas de mercenarios en esta ciudad —observó el comerciante, enarcando una cobriza ceja.

—Sí, y la mayoría obedecen a una matrona u otra —replicó ella, desechando tal posibilidad—. Esto es personal y privado.

—Comprendo. ¿Qué es, exactamente, lo que tienes en mente?

—Encontré una patrulla drow en los túneles, muerta en combate con dragazhars. Quiero trasladar algunos de los cuerpos a la entrada del túnel de la Hondonada Seca, junto con unos cuantos de los murciélagos muertos. Allí organizarás la escena de modo que parezca que la batalla se desarrolló en ese sitio.

—Algo así puede hacerse, pero no acabo de comprender su propósito —dijo Nisstyre, tras estudiar a la muchacha durante un buen rato.

—Acépta la tarea o recházala, pero no hagas preguntas.

—Mil perdones, señora —murmuró el comerciante sin el menor atisbo de sinceridad—. Y si acepto, ¿confío en que podrás financiar tal expedición?

Mencionó un precio como sin darle importancia; era alto, pero no tanto como ella había esperado.

—Tendrás eso y más —prometió—. Puedo darte tus honorarios ahora, en oro o joyas como desees. También te mostraré dónde está la madriguera de los dragazhars. Te puedes quedar con todos los tesoros que quieras desenterrar de entre el guano de murciélago. Yo no quiero nada. Además, conté unas cuarenta crías de dragazhar. A los hechiceros les gusta tener murciélagos subterráneos como compañeros. Recoge unas cuantas crías para adiestrarlas como espíritus familiares y ganarás al menos veinte veces el importe de tus honorarios. Todo esto lo tendrás, siempre y cuando hagas lo que te digo... sin hacer preguntas. ¿Aceptas estas condiciones?

—Con mucho gusto —sonrió Nisstyre.

—Excelente. Kharza, necesito que tú también vengas.

—Yo, ¿entrar en una guarida de dragazhars? —exclamó el hechicero.

—Bien, ¿y por qué no? ¿De qué sirve la magia si no se utiliza?

—Pero...

—Si alteramos el suministro de alimento de esos animales, atacarán. Tenlo por seguro. Y por lo poco que conseguí ver, yo diría que la cueva contiene una comunidad numerosa, al menos seis grupos de caza. Nos hará falta un hechicero más.

—Creo que te puedo ayudar en esto, milady —intervino el comerciante—. Como tú, estoy muy familiarizado con el Arte.

Liriel examinó al varón de cabellos cobrizos de pies a cabeza y creyó en su afirmación. Los capitanes comerciantes a menudo poseían grandes riquezas e influencias, y nadie podía alcanzar una posición de tanto poder sin disponer de una gran destreza con las armas o la magia, y aquel varón no tenía aspecto de luchador. Era demasiado delgado, de figura demasiado delicada, casi decadente en su elegancia.

—¿Servirá él, Kharza?

—Sus habilidades son adecuadas —repuso el anciano hechicero a regañadientes.

—Bien —asintió ella—. Entonces pongámonos en marcha.

—¿Qué, ahora? —inquirió el comerciante.

—¡Claro que ahora! —le espetó ella; tomó un reloj de arena del escritorio de Kharza, le dio la vuelta, y lo volvió a dejar con un golpe sordo—. Debo recoger unas cosas de mi habitación. Consigue a tres de tus mejores luchadores varones, tres, no más, y reúnete conmigo aquí antes de que la arena se agote. —Dicho esto, conjuró el portal que la llevaría a Arach-Tinilith y casi saltó a su interior.

—Muy interesante —observó Nisstyre, dirigiendo una mirada burlona a su anfitrión—. No me dijiste que Liriel Baenre ha estado en la superficie.

—¿Cómo lo...? —Kharza-kzad se interrumpió y se mordió el labio, consternado.

—¿Cómo lo he sabido? —se mofó el otro—. Resulta evidente, mi querido colega. No los detalles, desde luego, pero la idea general está muy clara. Como sin duda sabrás, el túnel de la Hondonada Seca conduce a la superficie. La princesita desea disuadir a alguien de seguirla de vuelta a la Antípoda Oscura, y ¿qué mejor modo que poner en escena una espantosa batalla? Se desperdigan los cuerpos de unos cuantos luchadores drows, varios murciélagos monstruosos, y el más intrépido de los habitantes de la superficie que se tropiece con esa escena se lo pensará dos veces antes de seguirla. Es bastante ingenioso, en realidad. Lo que me gustaría saber —siguió pensativo—, es qué enemigo es al que considera digno de tal esfuerzo.

—Te aseguro que no tengo ni idea —repuso el hechicero Xorlarrin, cruzando los brazos sobre su exiguo pecho—. ¡Y estoy aún más seguro de que no quiero averiguarlo!

El comerciante abandonó su asiento y, colocando ambas manos sobre el escritorio, se inclinó al frente para mirar directamente al rostro del anciano hechicero.

—Riesgos —dijo en un susurro confidencial—. Todo seguidor de Vhaeraun debe estar preparado para correrlos.

Con esta última pulla, dejó a Kharza-kzad solo para que farfullara sus acostumbradas negativas. Era un juego curioso, pero que a Nisstyre le encantaba. Con el tiempo, tal vez Kharza se acostumbraría tanto a las insinuaciones que empezaría a pensar sobre sí mismo en aquellos términos; era improbable, desde luego, pero un hechicero Xorlarrin, un maestro de la famosa Sorcere, sería una valiosa incorporación a la banda de Vhaeraun.

El comerciante abandonó apresuradamente la Torre de los Hechizos Xorlarrin en dirección a su casa alquilada cerca del Bazar. Ahora que había conocido a Liriel Baenre, se sentía más interesado que nunca por ella. La joven pensaba por sí misma, seguía sus propias normas; no era una esclava del fanatismo que paralizaba a tantas drows de Menzoberranzan y por lo tanto una candidata de primer orden a la conversión a las costumbres de Vhaeraun. Había que reconocer que poseía toda la altiva arrogancia de las hembras nobles, pero aquello podía cambiar con el tiempo. De hecho, la tarea de volver más humilde a la princesita atraía sobremanera a Nisstyre.

Primero, claro está, tendría que ponerla de su parte. Que lo hubiera contratado para aquel asunto era un golpe de pura suerte, y también resultaba irónicamente divertido, ya que estaba claro que los drows muertos que Liriel había descrito eran sus propios ladrones perdidos. La joven le había ahorrado la molestia y el gasto de tener que buscarlos.

Nisstyre no le mencionó tal dato, y no veía la necesidad de hacerlo ahora. Se encaminó a toda prisa a su alojamiento alquilado y seleccionó a tres de sus luchadores más fuertes, a los que, una vez puestos al corriente y armados, condujo rápidamente de vuelta a la Torre de los Hechizos Xorlarrin.

Liriel ya estaba allí, estallando casi de impaciencia. Examinó a los varones y dijo que le parecían adecuados; luego, con la ayuda de Kharza-kzad, envió a los luchadores drows por el portal en dirección al lugar donde estaban sus camaradas muertos. En cuanto a Nisstyre, dejó que se las arreglara por sí mismo; si no era un hechicero lo bastante bueno para encargarse de algo así, era mejor que ella lo supiera ahora. Cuando sus fuerzas se reunieron, las condujo al lugar donde se había desarrollado la batalla con los dragazhars y expuso rápidamente suplan.

—Cinco drows entraron en esta caverna. A dos de ellos los veis muertos ante vosotros; los otros tres son alimento para los murciélagos. Ahora bien, podemos hacer esto de dos maneras. Podemos recuperar lo que queda de los tres drows en la cueva y arriesgarnos a despertar a los murciélagos subterráneos, o vosotros tres podéis ayudar a montar un falso combate y luego dejar un rastro reciente hasta la superficie y más allá.

Los luchadores intercambiaron miradas. Dos de ellos parecieron claramente aliviados ante aquel cambio en los acontecimientos —ni siquiera al drow con más ansias de combatir le hacía gracia la idea de luchar contra los letales murciélagos— pero el tercero, un drow alto de cabellos muy cortos y un tatuaje en la mejilla, hizo una mueca de franco desdén.

—Esta no fue tu oferta original —señaló Nisstyre—. ¿Qué pasa con la madriguera dragazhar? ¿El tesoro, las crías de murciélago?

—Mi oferta original especificaba que haríais lo que yo dijera, sin hacer preguntas —repuso Liriel, impaciente—. Una vez que se haya llevado a cabo esta tarea, os mostraré la cueva. Podéis recoger las criaturas y el tesoro más tarde, en vuestro tiempo libre.

—Como tú digas. —El comerciante aceptó sus condiciones con una inclinación—. Pero siento curiosidad por saber qué hago aquí, si no va a haber un combate con los dragazhars.

—¿Quién dice que no lo habrá? —replicó ella—. No lo dirías si supieras lo cerca que está su cueva. Cuanto más tiempo permanezcamos aquí charlando, mayor es el riesgo.

—Comprendo. —Nisstyre lo meditó unos instantes—. Conozco otra salida a la superficie, no muy lejos del túnel de la Hondonada Seca. Está más cerca y es un camino más corto para llegar a la Noche superior. ¿Hago que mis luchadores la utilicen?

Liriel asintió de buena gana. No quería que Fyodor de Rashemen se encontrara con los tres drows cuando volviera, porque no dudaba que el humano regresaría, y no podría competir con aquellos tres luchadores bien adiestrados y armados. A lo mejor rastrearía al grupo de Nisstyre hasta la superficie; a lo mejor los alcanzaría incluso, Pero ella lo dudaba. Lo más probable sería que los siguiera mientras encontrara el rastro y luego, una vez perdido éste, siguiera su camino, al no encontrar motivo para regresar a los desconocidos peligros de la Antípoda Oscura; eso a ella le iba de perlas.

Una cosa más quedaba por hacer. Liriel seleccionó al más grandullón de los luchadores de Nisstyre, el intrépido varón con el tatuaje del dragón en la mejilla. A su juicio, aquél era el que mejor podría sobrevivir a lo que tenía en mente, y además, el luchador no se había esforzado precisamente en ocultar su desprecio por la tarea. Liriel no estaba acostumbrada a tal insubordinación por parte de un criado y no estaba dispuesta a dejar que su actitud quedara sin recompensa.

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