La hija de la casa Baenre (20 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Aquél era joven, más o menos de su misma edad según el modo de contar el tiempo de los humanos, o tal vez un poco mayor. El hombre le sacaba una cabeza de altura y era más alto que la mayoría de los drows y mucho más fornido. Los gruesos músculos le daban aspecto de enano alto, pero su rostro carecía de barba y las facciones eran más refinadas. No poseía nada de la elegancia drow en lo referente a figura, y a juicio de Liriel su única concesión a la belleza masculina se hallaba en el color de sus ojos, que eran tan brillantes y claros como un topacio azul pálido. El hombre tenía una oscura y magnífica pelambrera descuidadamente corta y una piel tan blanquecina que casi refulgía en la tenue luz de la caverna. Liriel jugueteó distraídamente con un mechón de sus propios cabellos blancos; el humano estaba diseñado a la inversa, oscuro allí donde ella era clara, como un espejo invertido.

¡Y aquel extraño modo de luchar! Había agarrado a uno de los murciélagos subterráneos por la cola y lo apaleaba con un garrote largo, al tiempo que utilizaba a la criatura como escudo, blandiéndola contra cualquier otro murciélago que se acercara demasiado. El dragazhar atrapado había abandonado toda idea de lucha y aleteaba frenéticamente en un esfuerzo por huir. La batalla no carecía de cierta gracia y una risita escapó de los labios de Liriel.

Al instante, uno de los seres viró y se abalanzó hacia su escondite. Los alargados ojos centellearon con la fría luz de una joya y profirió un agudo cacareo mientras caía sobre su nueva y más pequeña presa.

La joven se puso en pie de un salto, con un cuchillo en cada mano, que arrojó al mismo tiempo. Con mortífera precisión, las armas se enterraron profundamente en los ojos del atacante, el cual se estrelló contra la pared del túnel y rodó al suelo en medio de una lluvia de piedras y polvo.

La elfa oscura tenía preparada ya una segunda arma: una honda que había construido con cuero y cuerdas. Liriel se agachó y agarró un puñado de piedras pequeñas, luego colocó una en la honda y empezó a darle vueltas. El arma silbó al girar alrededor de su cabeza y el repentino lanzamiento hizo volar la piedra con la velocidad de una bola de fuego hacia donde el humano luchaba con el cazador de la noche.

El proyectil alcanzó al dragazhar atrapado entre los ojos. Aturdida, la criatura cayó pesadamente hacia adelante. El hombre alzó los brazos para protegerse de la bestia que se le venía encima, pero el peso del animal fue excesivo para él y se desplomó bajo el gigantesco murciélago. Su garrote salió rodando por el suelo de piedra.

Al cabo de un instante, el humano apartó a un lado con fuerza el ala del murciélago y se arrastró fuera. Se encontró con la mirada divertida y curiosa de Liriel, y sus extraños ojos azules se abrieron de par en par, alarmados. Desenvainó una larga espada oscura que llevaba en una dragona y se agachó en posición defensiva; tan absorto estaba con la inesperada aparición de un drow que desatendió el ataque proveniente de los restantes cazadores de la noche, que lo flanqueaban y caían sobre él desde ambos lados.

—¡A tu espalda! —gritó Liriel en lengua drow, señalando con la mano.

El joven vaciló, tal vez no comprendiendo sus palabras, o puede que reacio a darle la espalda a un elfo oscuro, y la muchacha profirió veloz las palabras de un conjuro y lanzó la mano al frente. Una bola de fuego mágico salió disparada en dirección al humano.

Este se tiró al suelo y rodó esquivando la trayectoria de la bola de fuego. Podía ser muy rápido cuando quería; la joven tuvo que reconocérselo. Más ágil de lo que parecía, volvía a estar en pie a tiempo de ver cómo el proyectil de la elfa chocaba contra los murciélagos atacantes.

Una de las criaturas subterráneas giró a un lado en el último instante; la bola de fuego alcanzó de pleno a la otra. La fuerza del choque arrojó al animal hacia atrás y sus gigantescas alas se plegaron al frente como manos en actitud de plegaria. Liriel prosiguió el ataque con una serie de cuchillos arrojadizos; una tras otra, tres dagas silbaron en el aire y se hundieron en los ojos y el corazón del dragazhar.

El humano le dedicó un veloz y agradecido gesto de asentimiento, y alzó su espada para repeler el ataque del murciélago superviviente, que había dado una vuelta en círculo a la caverna y se dirigía ahora hacia el joven. Los colmillos relucieron bajo la débil luz mientras la criatura se abalanzaba sobre su presa, pero el humano mantuvo su arma en alto, listo para evitar el mordisco de la bestia.

«Se acabó», se dijo Liriel con una punzada de decepción. La batalla había terminado. La joven veía claramente lo que el humano no podía ver: el auténtico ataque provendría de la cola del murciélago subterráneo, pues la larga cola del ser estaba enrollada hacia arriba y atrás, lista para hundir la aserrada punta venenosa. Ninguna arma que ella pudiera lanzar lo detendría a tiempo.

La muchacha observó, impotente, cómo la criatura se abalanzaba sobre el hombre. Como había esperado, el vuelo del animal efectuó un brusco viraje ascendente, apartando el cuerpo del alcance de la espada. La mortífera cola salió disparada al frente.

Pero el hombre lanzó la espada hacia lo alto. La pesada hoja golpeó al cazador de la noche y lo desvió de su rumbo, y el luchador se tiró sobre la cola lista para atacar. La sujetó justo por encima de la punta aserrada y se aferró a ella con ambas manos.

—¿Ahora qué? —masculló Liriel con inquietud. El hombre había rechazado el ataque con éxito, pero no tenía ningún arma para acabar con el murciélago.

Ante su asombro, éste empezó a dar vueltas a la criatura por encima de su cabeza como si se tratara de unas boleadoras gigantes. Resultaba una defensa sorprendente —la fuerza de los giros impedía que el murciélago lo atacara— pero también era poco inteligente. A pesar de su aparente fuerza física, el humano no podría mantener al murciélago dando vueltas durante mucho tiempo, ni tampoco conseguir velocidad suficiente para arrojarlo y que se estrellara contra una pared. Un ogro o un osgo podría haberlo hecho, de tener tal criatura el ingenio suficiente para concebir ese plan, pero en cuanto el hombre soltara al murciélago, éste quedaría libre para regresar volando y atacar.

A menos...

Un plan más que peculiar apareció en la mente de Liriel, y echó mano de él al instante. Haciendo acopio de toda la disciplina que le proporcionaba su adiestramiento en la magia, prescindió de todos los sonidos de la batalla y retrocedió mentalmente en el tiempo a su última noche de libertad en Menzoberranzan. Cerró los ojos y recordó la vibrante música y los fuegos fatuos del baile de la
nedeirra
. Sumergida en el frenético éxtasis de la danza, sólo había percibido débilmente la presencia del hechicero que flotaba muy por encima del suelo, tejiendo con las manos un hechizo que aceleraría los movimientos de los danzantes hasta convertirlos en una sinuosa y sincopada mancha borrosa. Pero lo había visto y ahora lo recordaba.

Sus ojos se abrieron bruscamente y sus manos repitieron los movimientos del conjuro. Al instante, un azulado fuego fatuo perfiló al humano y al murciélago. Lanzó un suspiro de alivio cuando la magia asumió el control y los movimientos del hombre empezaron a adquirir velocidad.

Liriel sacó su espada corta del cinturón y se acercó todo lo que se atrevió; luego, sujetando el arma con las dos manos, se preparó y aguardó el momento justo.

El hombre y el murciélago giraban cada vez más deprisa, atrapados por el hechizo de la elfa oscura y pintados de fuego fatuo. Muy pronto el gigantesco animal empezó a dar vueltas a tal velocidad que dejaba un rastro de luz circular tras él, y su agudo gemido quedaba ahogado por completo en el remolino de aire. Aquello tenía que funcionar, se dijo Liriel, y saltó al frente, descargando un mandoble ascendente con su espada.

La fuerza del impacto casi le desencajó los brazos, pero el afilado acero elfo hendió tendón y hueso y cortó limpiamente la cola de la criatura. Repentinamente liberado de su rotación, el ser salió disparado hacia la pared de la caverna y se aplastó contra ella como un insecto gigante. El humano se desplomó con igual violencia en sentido contrario y rodó hasta chocar con la base de una enorme estalactita, donde quedó inmóvil, aturdido o sin vida.

Liriel volvió a guardar la espada en su vaina y su cabeza se inclinó a un lado mientras contemplaba al extraño varón. Transcurrieron varios minutos y, como él seguía sin moverse, empezó a sentir cierta preocupación. Se aproximó con cautela, se inclinó para examinarlo mejor. Con sumo cuidado alargó una mano para tocar la pálida piel de su rostro.

La mano del hombre salió disparada hacia arriba y se cerró sobre la muñeca de la joven. Liriel saltó hacia atrás con un siseo sobresaltado, pero el humano la sujetaba con demasiada fuerza para que pudiera liberarse. Con la mano libre, la drow buscó la empuñadura de un cuchillo y sus ojos entrecerrados se clavaron en la palpitante vena de la garganta del otro. Una veloz cuchillada y quedaría libre.

—Mi agradecimiento, señora —dijo él, con una voz inesperadamente grave y sonora. Sus ojos azules, a tan poca distancia, resultaban aún más llamativos—. De no ser por tu magia, ese monstruo habría acabado conmigo. En mi tierra se dice que sólo un loco agarra a un tigre de las nieves por la cola. —Bajó la mirada hacia la muñeca que le sujetaba con fuerza, y al cuchillo de su otra mano, y una irónica sonrisa crispó sus labios—. Si eso es cierto, entonces estoy dos veces loco.

Hablaba en Común, una lengua utilizada por los comerciantes. Se parecía al idioma trasgo, de modo que Liriel la comprendía, y podía hablarla hasta cierto punto. Se le ocurrió que podría comunicarse con aquel humano y en su nerviosismo se olvidó de sus asesinas intenciones y de que estaba cautiva.

—¿Cómo sabías el modo en que el murciélago subterráneo atacaría? —inquirió.

Los azules ojos del muchacho se abrieron desmesuradamente ante aquella inesperada pregunta.

—Los wyverns atacan así —respondió.

—¿Wyverns?

—Son como dragones pequeños, con colas puntiagudas y envenenadas.

La joven comprendía lo que eran dragones, y podía imaginar a tal criatura.

—Y esa espada —siguió diciendo, señalando con el cuchillo en dirección a la embotada y pesada espada que descansaba unos metros más allá—. ¿Cómo puedes cargar con un arma así? ¿De qué sirve una espada sin filo?

—Ya ves lo grande y pesada que es. —De nuevo, aquella leve sonrisa—. La mayor parte del tiempo, parece como si no pudiera sujetarla. Si fuera afilada, pequeño cuervo, ¿no podría cortarme acaso cuando la dejara caer?

Liriel también sabía lo que eran los cuervos. Algunos hechiceros los tenían como espíritus familiares y aquellos elegantes pájaros negros eran a la vez hermosos y traicioneros. La comparación la complació, incluso aunque su ridícula respuesta no lo hiciera.

Se balanceó hacia atrás sobre los talones —todo lo que pudo con la muñeca aún firmemente sujeta en la mano de él— y examinó a aquel extraño hombre. Un humano solo, vagando por la Antípoda Oscura. O bien era sumamente poderoso, estaba loco o era más estúpido de lo que ella habría creído posible.

—¿Qué haces aquí? —preguntó sin rodeos.

Los ojos azules del hombre escudriñaron su rostro y pareció como si sopesara sus palabras antes de pronunciarlas.

—En mi tierra, es costumbre entre los hombres realizar una
dajemma
. Un viaje a lugares lejanos, para que podamos ver y comprender más cosas sobre el mundo.


Dajemma
—repitió ella.

¡Qué cosa tan maravillosa, que un pueblo animara a sus jóvenes a viajar! No pudo evitar comparar esa actitud con el enclaustrado y xenófobo Menzoberranzan, y se sintió atravesada por una feroz punzada de envidia y descontento.

Apartó de sí el agudo dolor, pues aquello era una herejía, y devolvió su atención al humano. Comprendía el ansia de explorar y correr aventuras en cuerpo y alma, pero ¿por qué iba a elegir viajar a la letal Antípoda Oscura un habitante de la superficie? Debía de tener algún motivo, más allá de la simple curiosidad. Tal vez no querría revelarlo voluntariamente, pero ella podía leerlo en su mente.

Incluso una sacerdotisa novicia era capaz de lanzar un conjuro que le permitiera ver los pensamientos de otra persona. Para hacerlo, tenía que tocar el símbolo de Lloth. Sin embargo una de sus manos estaba fuertemente sujeta por el humano y la otra empuñaba el cuchillo; podría matarlo, pero no antes de que él le triturara los huesos de la muñeca. Un empate ilita, se dijo con ironía, recordando la cómica imagen de dos desolladores mentales enfrentados entre sí, paralizados por los hechizos controladores de la mente lanzados por cada uno. Para inclinar la balanza, Liriel buscó otra arma.

Exhibió la más deslumbradora de sus sonrisas y la dirigió en todo su esplendor hacia el humano.

—Incluso un tigre de las nieves, sea eso lo que sea, debe de ser lo bastante inteligente para darse cuenta de cuándo ha terminado una pelea. Suéltame y yo guardaré el cuchillo —ronroneó seductora—. Entonces podremos... hablar.

El hombre la contempló con franca admiración, pero sus ojos siguieron mostrándose cautelosos. Entonces, de improviso, se encogió de hombros y le soltó la muñeca.

—Supongo que no hay nada de malo en eso. ¿Por qué tendrías que ayudarme en el combate para luego volverte contra mí?

¿Por qué, desde luego?, se dijo Liriel con ironía, observando que aquel hombre tenía mucho que aprender sobre los drows. Por otra parte, ella tenía mucho que aprender sobre los humanos, y jamás había tenido la oportunidad de estudiar a uno de cerca, de modo que se apartó despacio, retrocediendo hasta quedar fuera de su alcance. Sólo entonces guardó el cuchillo.

Liriel acarició el símbolo de Lloth que colgaba de su cuello y pronunció en silencio las palabras que le permitirían atisbar en los pensamientos del joven. La Reina Araña estaba de su parte y, mientras el conjuro tomaba forma, la muchacha vio, ocupando el lugar más destacado de sus pensamientos, la imagen de una diminuta daga de oro suspendida de una fina cadena.

«Un cazador de tesoros», pensó la drow con repugnancia y rápidamente modificó su opinión del hombre a la baja. Por una baratija de oro había desafiado solo a la Antípoda Oscura. No sólo era humano y varón, además era un necio.

Sin embargo, había demostrado tanto fuerza como valentía y ella admiraba esas cualidades incluso en los seres de menor categoría. Y sin duda podría contarle más cosas sobre la superficie; podría resultar divertido tenerlo a su lado durante un tiempo.

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