La hija de la casa Baenre (29 page)

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Authors: Elaine Cunningham

—Sí —respondió la cabeza, y el tono decidido sonó extraño en su gorjeante voz de jovencita—. Encuentra un modo de que pueda salir a la superficie.

Liriel parpadeó.

—En realidad, yo pensaba en algo más parecido a un libro de conjuros, un tesoro de alguna clase.

—Sea como sea, tú has ofrecido, y yo he respondido.

De nuevo aquel tono tajante y apasionado, tan inesperado en la personalidad de la cabeza izquierda de Zz'Pzora. Incluso la cabeza derecha miró a su compañera con sorpresa.

—Muy bien, Zip —repuso la drow, encogiéndose de hombros tras unos instantes de compartido silencio—, haré lo que pueda.

Las promesas por parte tanto de la drow como de la hembra de dragón de las profundidades se formulaban con facilidad y casi nunca se cumplían, pero Zz'Pzora pareció darse por satisfecha con la respuesta, de modo que Liriel recogió el resto de sus objetos mágicos y ocupó su puesto en el pozo. Por una vez, la criatura izó a la joven sin ninguna de las acostumbradas sacudidas o atormentadoras pausas que por lo general marcaban el trayecto, y cuando la drow llegó a lo alto, oyó el tenue y lejano sonido de las dos voces del reptil alzándose en una hipnótica canción de despedida.

Por primera vez, un dejo de tristeza contaminó la excitación de la joven, y ésta empezó a meditar sobre todo lo que dejaría atrás. No lamentaba excesivamente que el viaje fuera a hacerse al cabo de varios años; todavía había tanto que hacer, tanto que aprender y experimentar, en su nativa Menzoberranzan... Y cuantos más poderes obtuviera, más podría llevarse con ella a las Tierras de la Luz. Sin embargo, cuando llegara la hora de partir, Liriel sabía que viajaría sola por una tierra extraña.

Tal vez, reflexionó mientras se introducía en el portal que la conduciría de vuelta a la Torre de la Hechicería Xorlarrin, podría intentar mantener la promesa hecha a la hembra de dragón después de todo.

14
Shakti

T
res días! —exclamó enfurecida Shakti Hunzrin y arrojó su jarra de agua contra la puerta de su cuarto.

La delicada pieza de alfarería se hizo añicos con un satisfactorio chasquido y una cascada de polvo y fragmentos, aunque esto no sirvió para mejorar el estado de ánimo de la drow; poco placer podía obtenerse de la destrucción de objetos inanimados. Siguió dando vueltas nerviosamente por la habitación, sintiéndose tan furiosa como un enano sumergido en agua.

La sacerdotisa había malgastado mucho tiempo y varios buenos conjuros observando las idas y venidas de su rival Baenre, pero todo aquel esfuerzo había resultado baldío. La dama matrona, contra toda lógica, había concedido a su querida sobrina permiso para ausentarse. Y ¿para qué? Según todas las noticias, Liriel se había parapetado en su casa. Sin duda la princesita necesitaba tiempo para recuperarse de los rigores padecidos durante cinco día completos de estancia en Arach-Tinilith, decidió Shakti con amargura.

Pero ¿tres días? A ella misma sólo se le habían concedido algunas horas de permiso de vez en cuando, y sólo para ocuparse de cuestiones apremiantes relacionadas con el negocio de su familia.

Súbitamente, la sacerdotisa interrumpió su nervioso paseo. Quizá, reflexionó, unas cuantas horas podrían ser suficientes.

Alisó los pliegues de su túnica y volvió a arreglarse los cabellos con gesto impaciente, pues tenía la costumbre de tirarse de ellos durante sus rabietas. Sus zapatillas trituraron los fragmentos de cerámica rota cuando abandonó con pasos rápidos la habitación para ir en busca de la matrona Zeld.

—¿Por qué necesitas estar fuera unas horas, y por qué razón vienes a mí?

Ambas eran preguntas razonables y Shakti estaba preparada para ellas.

—Es la época de cría de los rotes —explicó la sacerdotisa Hunzrin—. Nadie sabe tanto sobre el asunto como yo. Ni siquiera los mismos rotes —añadió con orgullo.

La maestra Zeld frunció el entrecejo ante la extraña declaración, pero decidió no insistir.

—Pero tú eres una estudiante de duodécimo año, que está próxima a la categoría de gran sacerdotisa. No tengo autoridad sobre ti.

—Pero puedes darme permiso para salir —repuso ella, inclinándose al frente—. Resultaría ventajoso para las dos que yo marchara. Puedo traer información conmigo al regresar.

—Debo admitir que no siento demasiado interés por la vida social del ganado —replicó la maestra con tono mordaz.

La joven sacerdotisa se quedó en silencio, luchando por contener su creciente enojo. No había esperado que la maestra fuera tan difícil. A todas luces la matrona Zeld sentía muy poco afecto por Liriel y no le desagradaría ver a su joven alumna humillada, y si hacerlo podía acarrear problemas a la casa Baenre, mucho mejor.

—¿Puedo hablar con franqueza?

—Eso resultaría reconfortante. —Los labios de Zeld se curvaron en irónico regocijo.

También podía resultar letal, y sabedora de ello, Shakti eligió sus siguientes palabras con cuidado.

—Arach-Tinilith es la fuerza de nuestra ciudad, la gloria de Lloth. Durante incalculables siglos, a los alumnos no se les permitía abandonar la Academia hasta que su adiestramiento había finalizado. Ahora, en estos tiempos turbulentos, cada casa necesita los talentos de que puede disponer, incluidos los de sus miembros más jóvenes. Aun así, el permiso para abandonar la Academia no se concede a la ligera, y no sin perspectiva de obtener un mayor beneficio por ello.

La maestra Zeld escuchaba con atención, oyendo también aquellas palabras que Shakti dejaba sin decir.

—Y estás diciendo que tu necesidad es lo bastante grande para justificar tu salida.

—No tan grande, quizá —contestó la sacerdotisa Hunzrin, inclinando la cabeza en una respetuosa reverencia— como los planes y proyectos de algunas de las casas más importantes.

—Comprendo.

Zeld se recostó en su sillón y estudió a la joven drow. Finalmente, la joven sacerdotisa había dado a conocer sus intenciones y lo había hecho con impresionante sutileza. Desde luego, la maestra Zeld había comprendido los motivos de Shakti desde el principio, y se había hecho de rogar sólo para forzar a la hembra Hunzrin a depositar algunos incentivos en la mesa de negociación. Shakti no era la única que se preguntaba qué intriga tenía en mente la casa Baenre que requería la participación de la hija hechicera de Gomph. Muchos habían intentado descubrirlo —sin provocar las iras de la primera casa— y hasta ahora todos habían fracasado, de modo que tal vez la obstinada joven sacerdotisa llena de odio podría tener más suerte. Si Shakti fracasaba no sería una gran pérdida; pero si tenía éxito, el propio clan de Zeld estaría muy contento de recibir tal información, e incluso ella podría ser recompensada por algo que había llevado a cabo Shakti.

—Tienes mi permiso para salir, siempre y cuando regreses a tiempo para los ritos. Hay otras condiciones, desde luego.

—Naturalmente.

—Me darás un informe completo cuando regreses. No omitas nada.

La joven asintió respetuosamente y se puso en pie para marchar.

—Los Hunzrin han adquirido nuevos animales de cría para revitalizar el rebaño. Planeamos introducir tanto rotes salvajes como el rote de mayor tamaño de la superficie en el rebaño, y esperamos buenos resultados de esa mezcla. Me complacerá traerte una copia de los informes de nacimientos. Esto podría serte de utilidad si alguna vez se cuestiona tu decisión de concederme permiso para ausentarme.

—Tu atención a los detalles resulta encomiable —repuso Zeld con ironía—. Hay una condición más. Si fracasas, esta conversación no ha tenido lugar jamás.

Una lúgubre sonrisa apretó los labios de Shakti. Se comprendían la una a la otra a la perfección, sin que se hubiera pronunciado una sola palabra concreta.

—Comprendo tu reticencia —dijo con suavidad—. La cría del rote no es precisamente un tema de conversación popular. Ya he observado que nadie parece sentir el mismo entusiasmo que siento yo por el tema.

—Ni siquiera los rotes, probablemente.

Pero la joven, en su prisa por marchar, no oyó el malicioso comentario de la maestra, aunque, de todos modos, la joven y seria sacerdotisa no lo habría entendido.

Y esto, se dijo Zeld, ya le convenía. Shakti tenía talento, era tortuosa, trabajadora y totalmente malintencionada. A pesar de lo joven que era, la sacerdotisa Hunzrin desde luego no se perdía nada, y estaba demostrando ser una formidable enemiga. De haber sido bendecida con un poco más de perspectiva, que a menudo se manifestaba bajo la forma de humor negro, habría resultado una joven mucho más peligrosa aún, ya que incluso sin ella era alguien a quien no se debía perder de vista.

Todos los drows, incluidas las poderosas damas de Arach-Tinilith, estaban siempre ojo avizor para detectar posibles rivales.

Era muy propio de Liriel Baenre tener una casa justo frente a la sala de festejos de peor reputación de todo Narbondellyn, se dijo Shakti con amargo desdén. Acomodada en una litera lujosamente acolchada y oculta a la vista por cortinajes que caían por todos lados, apartó ligeramente el grueso terciopelo y atisbo al otro lado de la calle para contemplar el castillo en miniatura de su enemiga.

En la mano sujetaba una piedra de la luna que había hechizado para buscar a su rival, la misma piedra que había acabado, inexplicablemente, en el dormitorio de la maestra Mod'Vensis Tlabbar. Recuperarla no había sido ninguna nimiedad, y en aquel momento la joven lamentaba tanto esfuerzo realizado, ya que la magia de la piedra no podía atravesar el velo de hechizos que ocultaba a Liriel de los ojos de todos. Shakti había probado, también, conjuros clericales, pero Lloth no había respondido a sus súplicas. Fuera cual fuese la maquinación que la casa Baenre tenía en mente, al parecer gozaba del favor de la Señora del Caos.

Aquello dificultaba aún más las cosas, pues la única esperanza de Shakti de obtener acceso al castillo de Liriel era por medios físicos. Sus espías habían informado de que habían visto a la muchacha abandonar el lugar a primeras horas de aquel día, pero ¿quién podía saber cuánto tiempo permanecería fuera? Si la sacerdotisa quería encontrar un modo de entrar, debía hacerlo pronto. La miope muchacha entrecerró los ojos frenética, pero no consiguió ver nada desde aquella distancia que le sirviera de ayuda.

Con un siseo de frustración, Shakti abandonó el establecimiento y atravesó la calle a toda prisa. Como muchos de los drows de Menzoberranzan, viajaba envuelta en su
piwafwi
, con el rostro oculto en su profunda capucha. De todos modos, era muy consciente de que su robusta figura y característico andar desgarbado hacían que resultara muy llamativa, y no deseaba que la vieran examinando la casa. Una pasada, dos como máximo, fue todo lo que se arriesgó a efectuar.

Al principio no vio nada que pudiera ayudarla. Las casas de aquella ciudad, incluso las de los plebeyos, eran virtuales fortalezas protegidas mediante magia e ingeniosos artilugios ocultos. Hasta donde podía ver, no había modo de entrar. Entonces detectó un movimiento en la, al parecer, piedra maciza de la puerta principal. Una diminuta puerta basculante se abrió hacia arriba y hacia fuera, y la cabeza moteada en rojo y negro de un lagarto asomó por la abertura; la lengua del animal chasqueó al exterior para saborear la brisa y luego la criatura se perdió veloz entre las sombras.

La sacerdotisa sonrió. Por fin había hallado el punto débil en las defensas de su rival. Había oído rumores de que la mimada princesa poseía una colección de mascotas exóticas traídas de lejanas zonas de la Antípoda Oscura, y aquella puerta estaba diseñada sin duda para permitir a la colección de lagartos falderos de Liriel entrar y salir a su gusto.

Era posible que aquella puerta tuviera también salvaguardas mágicas; pero Shakti jamás lo sabría con seguridad a menos que la pusiera a prueba.

De modo que con toda la rapidez de que fue capaz, la sacerdotisa se encaminó a la casa de cierto hechicero, un plebeyo de considerable talento, cuyas habilidades podían contratarse. Desde luego, había sacerdotisas en su familia que manejaban magia clerical más potente que la suya, y dos o tres que podrían ser capaces de lanzar el hechizo necesario; pero aquello significaría invocar a Lloth, una empresa peligrosa en cualquier momento y una insensatez cuando el propósito era un ataque directo contra una hembra Baenre. Además, aquello era una cuestión personal y Shakti no deseaba implicar a su familia. Entre los drows, resultaba mucho menos caro pagar por un servicio que aceptar un favor, ya que el precio para esto último no resultaba jamás exactamente lo que se esperaba.

En una hora, Shakti y su hechicero contratado penetraban subrepticiamente por una puerta trasera en el recinto Hunzrin. La joven condujo a su acompañante a los barracones que alojaban a los soldados del clan y allí seleccionó a un soldado —un prescindible varón, desde luego— y le explicó la tarea que le aguardaba.

—Entrarás en la casa de Liriel Baenre a través de la puerta que utilizan sus lagartos domesticados. Este hechicero te encogerá a una fracción de tu tamaño normal.

—¿De qué tamaño? —osó preguntar el soldado.

Shakti extendió las manos, una sobre la otra, midiendo una distancia de unos quince centímetros entre ambas.

El varón palideció y su rostro se tornó casi azul en la visión del espectro infrarrojo.

—Pero los lagartos...

—Estás armado —le espetó ella—. ¡Los soldados de la casa Hunzrin han sido adiestrados para combatir enemigos mayores que simples lagartos falderos!

El soldado consideró la cólera pintada en el rostro de la sacerdotisa y decidió que lo más seguro sería mantenerse callado y hacer lo que le decía. ¡No importaba que para un drow de quince centímetros, una salamanquesa grande resultara un adversario casi tan espantoso como un dragón!

—Como ordenes, matrona. —Inclinó la cabeza en un gesto de respeto y aceptación, aunque hizo una pausa, para permitir que su intencionado error flotara en el aire como incienso—. Lady Hunzrin —rectificó.

Era una estratagema evidente, una ridícula búsqueda de favor que le habría supuesto un violento bofetón —o algo peor— por parte de la mayoría de las hembras drows. Pero incluso un humilde soldado podía reconocer la ambición, el orgullo, en el rostro de aquella mujer, y el obstinado fervor excepcional incluso entre las drows fanáticas. Shakti oiría sólo el cumplido implícito en las palabras del soldado, y no la burla.

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