La hija de la casa Baenre (46 page)

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Authors: Elaine Cunningham

—Te aseguro que no lo necesita.

Así que Kharza estaba muerto, se dijo ella con una mezcla de pesar y temor. ¿Hasta qué punto había sido brutal la «búsqueda de información» de Nisstyre, y cuánto le había contado el anciano sobre el amuleto antes de escapar a la muerte?

Suficiente, al parecer. Nisstyre dio un golpecito a la gran piedra negra del anillo, y la joya se balanceó hacia atrás sobre un diminuto gozne. El hechicero tomó una pizca de polvo del oculto compartimento y la lanzó al aire. La espectral y tenue luz azul de un hechizo localizador de magia inundó el claro. La mayoría de las cosas de Liriel brillaron: su cota de malla, sus botas elfas, su
piwafwi
, muchos de sus cuchillos y armas arrojadizas. Pero el amuleto —incluso oculto como estaba en su bolsa de viaje— resplandeció claramente con un fuego azul celeste.

Nisstyre se agachó, levantó la bolsa de la joven y volcó el contenido en el suelo. Monedas de oro y centelleantes joyas cayeron en cascada, y los ojos de los ladrones drows se iluminaron codiciosos; pero el hechicero les hizo una seña para que retrocedieran y agarró el iluminado amuleto.

—Estás perdiendo el tiempo. ¡No puedes hacer nada con él! —dijo Liriel con frialdad.

—Tal vez no. Pero muy al sur hay una ciudad gobernada por hechiceros drows con habilidades que van más allá de lo que tú o yo podamos imaginar. Cuando la magia del amuleto sea mía, podré independizar al Pueblo de su falsa dependencia de Lloth. Y por fin —concluyó triunfal—, ¡los drows reclamarán un puesto de poder en la Noche Superior!

—¿Veneras a Eilistraee? —Aquello era demasiado para que Liriel pudiera asimilarlo.

—En absoluto —contestó él con sequedad—. Seguimos a Vhaeraun, el Señor Enmascarado, el dios drow del sigilo y el latrocinio. Las insípidas chicas de Eilistraee sólo piensan en danzar a la luz de la luna y ayudar a indefensos viajeros; ¡nosotros tenemos un reino que construir!

Nisstyre se volvió entonces hacia Gorlist.

—Recoge todo lo que reluzca. Quiero estudiar cualquier objeto mágico que posea.

Un gorgoteo aterrorizado subió por la garganta de Liriel.

—¡Vas a dejarme sin nada de magia!

—Claro que no —le aseguró él—. Hay un lugar entre los seguidores de Vhaeraun para cualquier drow que abandone la Noche de Abajo. ¡En tu caso, un puesto de categoría! A mí mismo me complacería tomarte como consorte.

La joven se rió en su cara.

Por un momento creyó que el hechicero la golpearía; pero éste volvió a hacer una reverencia, en esta ocasión a modo de burla.

—Como desees, princesa. Pero con el tiempo, aprenderás que los drows sólo pueden sobrevivir si están unidos entre sí y vendrás a mí. —Sacó un pequeño pergamino de su cinto y se lo tendió—. Esto es un mapa. Con él encontrarás la forma de llegar a una colonia cercana de seguidores de Vhaeraun. Puedes quedarte con las armas que no llevan magia y con tu dinero; necesitarás ambas cosas si quieres llegar a la fortaleza del bosque.

La muchacha le arrancó el rollo de pergamino de la mano de un golpe, y él se encogió de hombros y dio media vuelta.

—Como quieras. Pero más tarde o más temprano, princesa, nos volveremos a encontrar.

—Cuenta con ello —masculló Liriel por lo bajo mientras el último de los cazadores drows abandonaba el calvero.

Aguardó hasta que estuvieron lo bastante lejos para no poder verla ni oírla, luego se dejó caer de rodillas junto a Fyodor y empezó a zarandearlo y golpearlo para que recuperara el conocimiento, musitando todo el tiempo fervientes oraciones de gratitud —a cualquiera y a todos los dioses drows que pudieran oírle— por haber mantenido a Fyodor servicialmente «muerto» hasta que hubo pasado el peligro.

Tras unos instantes de tal tratamiento, el rashemita gimió y se agitó. Se sentó en el suelo, sujetándose las sienes, y sus ojos nublados se posaron en Liriel. El recuerdo se encendió en ellos y luego la perplejidad.

—En mi tierra tales cosas se hacen de otro modo —murmuró.

La muchacha se levantó bruscamente, y él alargó el brazo y le sujetó la mano.

—¿Por qué? —inquirió con suavidad—. Te pido sólo esto, qué me digas por qué.

Ella lo apartó a un lado y empezó a recoger sus ropas.

—Por si sirve de algo, acabo de salvarte la vida —gruñó—. Nisstyre y sus ladrones drows cayeron sobre nosotros. Te habría matado de no haberlo convencido yo de que le había ahorrado la molestia.

—Pero ¿cómo podía creer que me habías matado si nos encontró en un momento así? —Fyodor seguía mostrándose desconcertado.

—Porque sucede. —Dejó de anudarse la túnica y le devolvió la mirada con fijeza—. Tal diversión no es desconocida entre mi gente. Uno de estos juegos ha sido denominado el Beso de la Araña, por la araña que se aparea y luego mata.

El hombre la contempló, claramente horrorizado, y ella se preparó para su respuesta. Por lo que había averiguado de su compañero humano, esperaba repugnancia, horror, cólera, incluso puede que un rechazo total.

—Ah, mi pobre pequeño cuervo —repuso él, limitándose a menearla cabeza—. ¡Qué vida debes de haber tenido!

Liriel decidió hacer caso omiso de lo que no podía comprender.

—Levanta —ordenó con brusquedad—. Si nos damos prisa, tal vez podamos atraparlos aún.

—Sé por qué debo enfrentarme a los drows. —Fyodor la contempló con una expresión extraña—. Pero ¿por qué deberías correr tú ese riesgo?

—¡Se llevaron toda mi magia! ¡Mis armas, mis libros de conjuros, incluso mis botas y mi capa!

—Pero son simples cosas —indicó él.

—Nisstyre tiene el Viajero del Viento —respondió ella categórica; resultaba peligroso decirle eso, ya que aún no había resuelto un modo de compartir la magia del amuleto, pero no vio otra alternativa—. Vi un amuleto en forma de daga en sus manos. ¿O es ésa también una «simple cosa» que no vale la pena recuperar?

La contrariedad aleteó en los ojos de Fyodor, y éste alargó la mano para tomar el cinto de su espada.

—¡Mis disculpas, dama hechicera! Tu necesidad es tan grande como la mía.

Corrieron colina abajo tras los ladrones —con Liriel apretando los dientes debido al dolor que las piedras y los espinos provocaban en sus pies desnudos— y se detuvieron bruscamente ante el borde del agua. Los drows se hallaban ya en el río, a muchos metros de la orilla, empujando con pértigas ligeras embarcaciones de madera en dirección a la corriente más rápida que discurría por el centro del río. Nisstyre los divisó y ordenó parar la navegación.

—¡Bravo, princesa! —gritó, sonriendo pesaroso—. ¡Me engañaste bien! Sin embargo, según mis cálculos, tú has perdido. —Sostuvo en alto un pequeño objeto que se balanceaba, y la luz de la luna centelleó en el deslustrado oro de una antigua daga—. ¡Hasta que lo recuperes, yo diría que la victoria es mía! —Le lanzó un beso, luego indicó a sus drows que condujeran los botes a la veloz corriente.

—Recuperarlo —repitió Fyodor en voz baja, y volvió una mirada incrédula hacia su compañera—. ¡Has tenido el amuleto todo este tiempo! Te callaste después de lo que te conté. ¿Por qué?

Liriel se mantuvo firme, pero le resultaba inexplicablemente difícil no sentirse violenta bajo su mirada acusadora.

—Tenía mis razones.

El joven inspiró con fuerza para tranquilizarse, luego le cogió las manos y las sujetó con fuerza entre las suyas.

—Liriel, no niego que pueda ser así —dijo con cuidado—. A tu entender, esas razones podrían haber sido buenas y suficientes. Pero te confieso que esto es demasiado para que pueda soportarlo. Aquí nos separamos.

La muchacha liberó sus manos y apretó los puños a los costados. Su primera respuesta fue de enojo. La intriga era el pan de cada día en Menzoberranzan e incluso sus amigos más ocasionales se lo tomaban con calma. ¿Por qué no podía Fyodor ser igual de razonable?

—Ambos necesitamos el amuleto —indicó ella, con la esperanza de apelar a su lado práctico—. Si competimos, sólo uno puede vencer.

—Tú harás lo que debas, pequeño cuervo, y yo también. —El joven asintió, reconociendo, con expresión sombría, la veracidad de sus palabras.

Ella permaneció inmóvil, mirándolo con fijeza, durante un instante, incapaz de creer que él los estaba arrojando a ambos a una competición. Los ojos de él mostraban a la vez tristeza y resolución, y Liriel supo instintivamente que ninguna de sus amenazas o artimañas podría hacerlo cambiar de opinión. No estaba preparada para la oleada de desolación que la inundó.

Sin saber qué otra cosa hacer, la joven dio media vuelta y echó a correr río abajo en persecución de Nisstyre y del Viajero del Viento.

23
Caminos distintos

A
medida que las horas nocturnas transcurrían, Liriel se encaminó hacia el sur siguiendo el río. Se movía en silencio, con paso ligero, pero se encogía asustada al sonido de cada tenue pisada, pues estaba habituada a andar en completo silencio. Tenía los pies magullados y ensangrentados, pero siguió andando hasta que no pudo más. Acurrucada en la base de un árbol, se abrazó para darse calor y examinó su posición.

Su magia drow había desaparecido y no podía convocar las tinieblas ni tampoco conjurar fuegos fatuos o levitar. Despojada de todos sus objetos mágicos, no podía andar en silencio o envolverse en un manto de invisibilidad; por no mencionar la cuestión del valor más práctico de las botas y la capa. Sus libros de conjuros se habían esfumado, junto con los componentes para hechizos que podían permitirle lanzar conjuros. Sin embargo, a lo mejor su magia clerical no la había abandonado.

Liriel recordó las palabras de Qilué Veladorn, según las cuales Eilistraee escuchaba y respondía a sus fieles a dondequiera que fueran. ¿Podía también oír Lloth tan lejos de las capillas de Menzoberranzan? La joven probó un simple encantamiento que hacía aparecer arañas; una bendición que Lloth concedía a cualquier drow. Musitó las palabras del hechizo, luego aguzó los oídos para captar el tintineante sonido de delicadas patas; pero sólo oyó el chirriar de los grillos y el solitario ulular de un búho que cazaba. Estaba totalmente sola.

La drow dobló las rodillas contra el pecho y dejó caer la cabeza sobre ellas. Se sentía muy pequeña y completamente perdida bajo la inmensidad del cielo nocturno.

Al cabo de un rato, un fragmento de melodía hizo su aparición de modo espontáneo en su mente, y Liriel reconoció la extraña y obsesionante música que se tocaba en las celebraciones a la luz de la luna de las sacerdotisas de Eilistraee. Instintivamente, se puso en pie y empezó a danzar al ritmo de la canción recordada. Cerrando los ojos, giró y se agachó y saltó, y mientras lo hacía, el dolor de sus magullados pies se calmó, para luego desaparecer. Liriel no se sorprendió; absorta en el privado éxtasis de la danza, todo parecía posible.

Desde una colina cercana, Fyodor la observó. La luna había descendido en el cielo y la extraña danzarina quedaba recortada bajo la pálida luz. Otra mujer bailaba con Liriel, claramente elfa en su figura pero más alta que una drow mortal. El muchacho no sabía qué significaba aquello, pero lo consoló la idea de que la joven no estaba sola.

Velozmente transportados por las aguas del Dessarin que el deshielo había hecho crecer, los comerciantes de El Tesoro del Dragón se dirigieron hacia el sur. Henge, sacerdote drow de Vhaeraun, observaba con interés mientras Nisstyre discutía con el tatuado lugarteniente. El odio que el sacerdote sentía por Nisstyre era casi tan fuerte como su devoción por su dios, y escuchó disimuladamente el pequeño amotinamiento con desvergonzado regocijo. Gorlist, al parecer, quería ver aniquilados a la princesa y a su lagarto faldero humano, lo que Henge consideró muy razonable. Cierto que la hembra sería útil en lo referente a procreación, pero poseían su magia, y aquello, en la opinión del sacerdote, bastaba. Ya había tenido más que suficiente de hembras drows durante sus años como esclavo en Ched Nasad, y si Gorlist quería matar a una de aquellas arañas de dos patas, que Vhaeraun lo acompañara.

Sin embargo, el clérigo no podía actuar abiertamente contra su capitán. Lo había probado, en una ocasión, encontrándose con que había cambiado una clase de esclavitud por otra. Hacía muchos años, Nisstyre había atraído a Henge al servicio de Vhaeraun, obteniendo un juramento en forma de vínculo de sangre como pago por escapar de Ched Nasad, y cualquier incumplimiento de aquella lealtad infligía mágicamente profundos cortes al cuerpo de Henge. El sacerdote todavía lucía las cicatrices de sus primeras rebeliones y deficiencias menores en su servicio; aunque, después de muchos años, había aprendido exactamente dónde se hallaban los parámetros del vínculo. Existían aún pequeñas cosas que podía hacer, y vigilaba y aguardaba su oportunidad.

De improviso, la voz de Nisstyre se quebró y sus manos se dirigieron a la gema en forma de ojo que llevaba incrustada en la frente. Gorlist, pensando evidentemente que lo despedían, abandonó el lado del hechicero con una brusquedad que hizo balancear peligrosamente el bote. El clérigo hizo una señal al joven drow para que se acercara y le entregó un pendiente de plata.

—Esto es un detalle que podrías considerar útil. No importa lo hábil que sea un guerrero, ciertas tareas resultan peligrosas. Lleva esto y cualquier herida que recibas curará.

El orgullo y el sentido práctico se enfrentaron en los ojos del luchador, pero enseguida Gorlist dirigió una subrepticia mirada en dirección a Nisstyre y se colocó el pendiente.

De vuelta en Menzoberranzan, Shakti no había tenido demasiado tiempo que dedicar a su socio comerciante. Su madre, la matrona Kinuere, estaba encantada con la adición de una gran sacerdotisa a su arsenal y estimulada por los favores que les demostraba la casa Baenre, por lo que no tardó en empezar a maquinar una guerra contra la casa Tuin'Tarl. La antinatural paz finalizaría más tarde o más temprano, y aquellos que estuvieran listos para actuar con poco tiempo de preparación obtendrían ascensos.

Por ese motivo, Shakti se había visto desbordada por las exigencias de sus nuevas responsabilidades. No le importó, sino que más bien escuchó con atención, aprendiendo habilidades que pensaba poner en práctica ella misma algún día, y a una escala mucho mayor. Pero no olvidó a sus cazadores; cuando no llegaron noticias de Ssasser, dio por perdidos al naga y a los quaggoths. En cuanto a Nisstyre, sin embargo, podía y lo mantendría al alcance de la mano.

Cuando por fin la sacerdotisa tuvo una hora para sí misma, sacó el cuenco de visión de rubí negro y lanzó el conjuro que la unía a su comerciante drow. Una extraña escena apareció ante sus ojos: botes pequeños que atravesaban un río que brillaba con luces centelleantes y aguas veloces. Con Nisstyre iban varios luchadores drows, y éste discutía con uno de ellos. Para llamar su atención, Shakti envió un veloz estallido de dolor al ojo de rubí; el hechicero hizo una mueca y sus manos se alzaron para tocar su frente. El movimiento hizo que el dorado amuleto se balanceara en una mano frente al campo visual de la sacerdotisa.

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