La hija de la casa Baenre (50 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Gorlist hizo caso omiso de las pullas del clérigo. Agarró la bolsa de viaje de Nisstyre de la mesilla de noche, rebuscó en su interior y sacó un pequeño frasco carmesí en forma de llama de vela.

—Dale esto. Esos drows entrometidos de El Paseo están haciendo indagaciones en Puerto de la Calavera. Si hay problemas, necesitaremos un hechicero.

—¡Esta poción es más probable que mate que cure! —se resistió el sacerdote—. Deberías saberlo mejor que nadie.

—Sobreviví. Puede que él también. No tienes que preocuparte si rompes tu vínculo de sangre ni temer un castigo si el hechicero muere —indicó Gorlist tajante, sacando a colación el auténtico motivo oculto tras la vacilación del otro—. Nisstyre es mi progenitor; tengo el derecho de ordenar el modo en que sea tratado. Quedas absuelto de toda responsabilidad.

Henge se encogió de hombros y destapó el frasco. Era hora de que Nisstyre se reuniera con El Tesoro del Dragón, y observar su doloroso viaje de vuelta resultaría muy entretenido. Si algo de la agonía de la curación viajaba por el rubí hacia su invisible observador, muchísimo mejor.

En las guarniciones y arsenal del Templo del Paseo, en las calles y rincones ocultos de Puerto de la Calavera, los seguidores de Eilistraee se preparaban para el combate. Al principio, Liriel no se sintió impresionada por las fuerzas de Qilué Veladorn, pues la guardia del templo y los halflings que se denominaban a sí mismos Protectores del Canto ascendían a menos de sesenta. En Menzoberranzan la mayoría de las casas nobles menores poseían varias veces esa cantidad de soldados, respaldados por la magia de hechiceros y grandes sacerdotisas. Cierto era que cada sacerdotisa de la Doncella Oscura estaba adiestrada en el uso de la espada, pero los llamados Elegidos de Eilistraee no tenían esclavos que usar como carne de cañón ni armas mágicas de destrucción, y virtualmente ningún hechizo ofensivo clerical. Los Elegidos confiaban en su diosa, en su habilidad con las armas, y los unos en los otros. Era, en opinión de Liriel, una receta para el desastre.

Sin embargo, mientras observaba los preparativos, la joven drow empezó a comprender el auténtico poder que estaba en juego. Cada persona del templo era totalmente fiel a Qilué y estaba concentrada por completo en la tarea que les aguardaba. No se dedicaba la menor energía a intrigas mezquinas; nadie parecía preocuparse por aumentar su posición e influencia. Cada sacerdotisa tenía su papel y lo desempeñaba bien, con la mirada puesta en un objetivo más importante.

Para Liriel, aquello fue una revelación. Ella misma empezaba a adaptarse a su alianza con Fyodor. Desde su primer encuentro, pese a las enormes e innumerables diferencias, se había sentido atraída por el espíritu afín que existía entre ellos. Aquello que Fyodor llamaba amistad resultaba una paradoja sorprendente: cada uno daba y ninguno perdía. Por el contrario, juntos, los amigos se alzaban para convertirse en más que la suma de sus energías individuales. Aquello contradecía todo lo que Liriel había aprendido o experimentado jamás, pero empezaba a aceptarlo como cierto, y esbozándose en el lejano horizonte de su mente, mientras observaba cómo los Elegidos se preparaban, estaba la posibilidad de que algo parecido a la amistad pudiera existir a mayor escala. La joven drow no tenía palabras para algo así, pero sospechaba que aquel descubrimiento podría también ser parte de su viaje, podría convertirse en parte de la runa que estaba creando con cada día que pasaba.

Entre tanto, Liriel se preparaba para el combate a su manera. El templo poseía una pequeña biblioteca de pergaminos y libros de conjuros, y la joven hechicera memorizó varios hechizos que podrían resultar útiles. También pasó un tiempo estudiando con detenimiento su libro sobre runas, en busca de un modo de adaptar el hechizo que había concebido para almacenar su magia de la Antípoda Oscura en el amuleto Viajero del Viento.

Después de dos días de frenética actividad, Elkantar, el consorte drow de Qilué y también el comandante de los Protectores, los reunieron a todos en la sala del consejo del templo. Los espías que habían sido enviados por todo Puerto de la Calavera para reunir información sobre las actividades de El Tesoro del Dragón fueron los primeros en hablar.

—A Nisstyre no se le ha visto desde el día en que su banda entró en el puerto. Se dice que está enfermo y permanece en la fortaleza de los comerciantes —informó un soldado drow.

—Eso explicaría mis noticias —añadió un fornido y bien armado halfling—. Los comerciantes de El Tesoro del Dragón tienen dos naves en el muelle. Llevan ya días listos para zarpar. Parece que esperan algo.

—O a alguien —intervino un humano de rostro sombrío—. El lugarteniente de Nisstyre, un guerrero drow tatuado llamado Gorlist, fue visto entrando en Puerto de la Calavera justo hoy. Ha representado a Nisstyre en otros viajes comerciales, de modo que podrían zarpar hoy.

Liriel y Fyodor intercambiaron una mirada de consternación.

—¡Pero tú lo mataste! —protestó el rashemita.

—Bueno, parece ser que no salió bien —repuso Liriel, alzando las manos exasperada.

—Tenemos problemas más importantes —proclamó una voz de jovencita.

Era Iljrene, una diminuta y melosa sacerdotisa con aspecto de muñeca. Con sus elegantes trajes y rizos plateados, la delicada drow parecía la más improbable de los maestros de batallas. No obstante, con su primera palabra captó la atención de todos los presentes en la estancia.

—Se ha confirmado que un dragón de las profundidades, bajo la forma de un drow, pasea entre los comerciantes de El Tesoro del Dragón.

Un murmullo de desaliento recorrió la habitación.

—No tenemos fuerzas suficientes para combatir a un adversario así. ¿Cómo podemos luchar contra un dragón? —dijo Elkantar, consternado.

De improviso Liriel recordó una promesa que había hecho no hacía mucho, sin darle demasiada importancia ni pensar realmente en cumplirla. Con una astuta sonrisa, se volvió hacia el comandante.

—Dadme dos horas ¡y os mostraré cómo hacerlo! Fyodor, necesito el libro de conjuros que has estado llevando por mí, y Qilué, ¿podría tener acceso al almacén del templo de componentes para hechizos? Necesito adaptar un hechizo conocido para crear un nuevo portal dimensional. Ello me ahorrará un viaje de vuelta a la Antípoda Oscura.

—¡La Antípoda Oscura! —La gran sacerdotisa se inclinó al frente y clavó una mirada penetrante en la joven—. Creo que deberías explicarte.

La muchacha sonrió ante la expresión preocupada de Qilué.

—¿Qué mejor modo existe de combatir a un dragón —dijo con ironía— que otro dragón?

La ciudad de Puerto de la Calavera era un centro comercial totalmente distinto a cualquiera de los que florecían bajo la luz del sol. Allí, en cavernas situadas muy por debajo de los puertos y calles de Aguas Profundas —más profundas incluso que el fondo del mar— comerciantes de docenas de razas se reunían para ejercer su oficio. A ninguna raza, sin importar lo poderosa o rapaz que fuera, se le negaba el acceso a los muelles de la ciudad, y ningún cargamento era considerado ilegal, inmoral o arriesgado. Las normas de «terreno seguro» convertían en posible el comercio entre enemigos; sin embargo, la intriga, incluso la guerra abierta a pequeña escala, formaba parte de la vida diaria. Pocos ciudadanos de Puerto de la Calavera se dedicaban a intervenir en las disputas de otros. En el caso de las razas más mortíferas —como los contempladores, los
ilitas
y los drows—, los residentes de la ciudad no tenían la menor objeción en mirar a otra parte. Y si dos hembras drows —una de las cuales era una elfa de piel color púrpura y nariz respingona con unos ojos redondos, levemente reptilianos— querían darse el gusto de corretear por las tabernas, nadie, se sentía impelido a hacer comentarios al respecto.

—Ve más despacio, Zip —advirtió Liriel a su compañera, atrapando la muñeca color púrpura mientras la copa se hallaba aún al sur de los labios de la hembra. La drow púrpura había consumido vino suficiente para acabar con todo un batallón de enanos, y Liriel no deseaba dejar a una hembra de dragón borracha suelta por Puerto de la Calavera.

Zz'Pzora frunció los labios enojada, pero el centelleo de sus ojos redondos no disminuyó en absoluto. La hembra de dragón con aspecto de drow se lo estaba pasando en grande en aquella maravillosa cloaca de ciudad. Espléndidamente ataviada con un vestido y joyas que le había prestado Iljrene, y provista de monedas que le permitían adquirir una sorprendente variedad de potentes libaciones, la hembra de dragón era libre de deambular a voluntad por entre razas que, en la Antípoda Oscura, o bien habrían huido de ella o intentado destruirla. El dragón de las profundidades —transformado por la extraña magia de la Antípoda Oscura, que lo había maldecido con dos cabezas y personalidades contrapuestas— había vivido la mayor parte de su vida en forzado aislamiento, y cuando el mensaje mágico de Liriel llegó a la gruta de Zz'Pzora, la frívola personalidad de la cabeza izquierda de la criatura no desperdició la oportunidad de mezclarse con otras razas en aventuras y festejos; por su parte la cabeza derecha, más tradicional y práctica, mantuvo la mirada puesta en la prometida parte del tesoro de otro dragón. En las horas siguientes a su salida al Paseo por el portal de Liriel, las dos voces del ser habían hablado como una sola, e incluso la forma drow de Zz'Pzora, que lucía una única cabeza, parecía simbolizar la rara unidad de mente y propósito de la criatura.

En aquel momento, la hembra de dragón y la drow estaban recostadas sobre divanes manchados de cerveza en una taberna desvencijada conocida como La Gárgola Risueña. Haciendo honor a su nombre, el figón exhibía docenas de horribles estatuas aladas de piedra, posadas en cada uno de los dinteles y vigas; aunque Liriel sospechaba que cualquiera de ellas podía emprender el vuelo a voluntad. Si se tenía en cuenta el calibre de los clientes, la joven casi lo consideraría una mejora. La taberna estaba atestada de elfos oscuros de toscos modales: plebeyos, antiguos soldados, gentuza de toda ralea.

Zz'Pzora señaló con su copa a uno de varios drows que estaban de pie cerca de la chimenea.

—Es ése; el que llaman Pharx. Mira sus ojos.

Liriel miró de reojo. Los ojos del varón eran rojos, como los de casi todos los drows, pero cuando la luz de las llamas dieron en ellos de cierta forma, pudo ver que las rojas órbitas estaban cortadas por verticales pupilas reptilianas.

—De acuerdo, ése es. Ahora ¿qué?

La hembra de dragón con aspecto de drow respondió con una sonrisa rapaz.

—Ahora voy a trabar amistad con el caballero. —Engulló el resto de su bebida y se alzó de la mesa.

—Lleva esta gema contigo —indicó Liriel, sujetándole el brazo—. Si consigues penetrar en la guarida del dragón, déjala allí.

—Oh, lo conseguiré —repuso Zz'Pzora en tono malicioso—. ¿En qué otro sitio tendríamos el espacio y la seguridad necesarios para recuperar nuestro aspecto auténtico? ¡Púrpura o no, soy lo mejor que hay en la ciudad! No te molestes en esperarme levantada. —La drow-dragón alisó los pliegues de su traje prestado y se escabulló a través de la sala.

Ciertamente, el «drow» llamado Pharx pareció encantado con las nada sutiles insinuaciones de Zz'Pzora, y al poco rato, los dos desaparecían por una de las puertas que ocupaban la pared trasera de La Gárgola Risueña. Liriel permaneció en la taberna durante un tiempo para vigilar a los elfos oscuros que habían estado con Phrax, tomando nota de cuántos eran y qué armas llevaban. Cuando estuvo segura de no poder averiguar nada más, regresó al Paseo para estudiar conjuros de combate.

Mucho más tarde, una Zz'Pzora pagada de sí misma y saciada transmitió su informe a una asamblea de los Elegidos.

—Hay un túnel secreto que conduce de La Gárgola Risueña a la guarida de Pharx. Es pequeño, apenas lo bastante grande para que un elfo se arrastre por él, pero más que cómodo para un dragón de las profundidades bajo la forma de una serpiente. Pharx tiene un hogar delicioso. Me ofreció una visita a las cavernas. —Zz'Pzora sonrió y admiró su manicura—. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de la compañía de otro dragón.

—Los detalles de vuestro encuentro, por muy divertidos que sean, deberán aguardar otro momento —dijo Iljrene con su voz de niña pequeña; la maestra de batallas extendió una hoja de pergamino sobre la mesa y alargó un cálamo a la drow-dragón—. Dibuja.

Ni siquiera un dragón era inmune al poder oculto tras las melodiosas órdenes de la sacerdotisa; Zz'Pzora obedeció sin discutir. El complejo que esbozó resultaba impresionante. A la izquierda de la guarida de Pharx había una serie de túneles que conducían a tres estancias principales. La más profunda y mejor protegida era la sala del tesoro, una caverna inmensa repleta de riquezas que Pharx había reunido a través de los siglos, así como de los huesos de aquellos que habían querido hacer suya una parte del tesoro. Por encima de aquel lugar había dos cuevas más pequeñas que servían a los comerciantes como alojamiento y almacén; otros dos túneles conducían fuera de la zona de los comerciantes, uno ascendía en dirección a los muelles y el otro, una ruta de huida, descendía sinuoso hasta alguna mazmorra aún más profunda.

—Enviaremos dos patrullas a atacar las naves mercantes —anunció Iljrene, tras estudiar el dibujo unos instantes—. Eso atraerá a sus luchadores hacia arriba, por este túnel. Cuando el camino quede libre, Liriel abrirá un portal a la sala del tesoro, luego encontrará y se enfrentará al hechicero.

—No debería ir sola —protestó Fyodor—. ¿Y si quedan hombres armados?

—Eso no es probable. La gente de Nisstyre no tiene motivos para sospechar que conocemos la localización de su fortaleza —razonó Iljrene—. No verán otra cosa que el ataque a las naves. Transportan esclavos, entre otros cargamentos, y saben que esto por sí solo es suficiente para despertar la ira de la Doncella Oscura.

—Y ¿por qué debería él apostar hombres armados, viviendo allí un dragón? —añadió Elkantar, inclinándose muy cerca del hombro de la maestra de las batallas para estudiar el dibujo.

—Exactamente —coincidió ésta—. Lo que nos lleva al dragón. Zz'Pzora, te asegurarás de que Pharx permanezca en su cubil. Mantenlo ocupado, en combate o en lo que sea, hasta que el camino quede despejado y lleguen nuestras fuerzas.

La hembra de dragón con aspecto de drow miró de pies a cabeza el exquisito vestido plateado de la sacerdotisa con franca codicia.

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