La Maldicion de la Espada Negra (9 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

—Lo siento si he reavivado algún recuerdo desagradable...

—No lo sintáis, lady Zarozinia. El dolor lo llevo dentro de mí..., no fuisteis vos quien lo puso allí. En realidad, diría que con vuestra presencia contribuís enormemente a aliviarlo.

Lo miró asombrada y sonrió: —No soy mujer de costumbres ligeras, señor, pero...

Elric se puso en pie a toda prisa.

—Moonglum, ¿va bien ese fuego?

—Sí, Elric. Durará toda la noche. —Moonglum inclinó la cabeza hacia un lado. No era propio de Elric formular preguntas banales, pero el albino no volvió a decir nada, de modo que el Oriental se encogió de hombros y se puso a revisar sus armas.

Como no se le ocurría nada más que decir, Elric se volvió y con tono apremiante y grave comentó:

—Soy un asesino y un ladrón, y no sería digno...

—Señor Elric, yo...

—Os habéis dejado infatuar por una leyenda, es todo.

—¡No! Si sentís lo mismo que yo siento, entonces sabréis que es mucho

más.

—Eres joven.

—Tengo edad suficiente.

—Ve con cautela, pues tengo un destino que cumplir.

—¿Tu destino?

—Más que destino es una terrible condena. No tengo piedad, salvo cuando veo algo en mi propia alma. Entonces la tengo... y me apiado. Pero no me gusta contemplar mi alma y esto forma parte de la condena que rige mi vida. No son el destino, ni las estrellas, ni los hombres, ni los demonios, ni los dioses. Mírame, Zarozinia... es Elric, un pobre juguete blanco elegido por los Dioses del Tiempo, es Elric de Melniboné quien causa su propia y gradual destrucción.

—¡Es un suicidio!

—Sí, me estoy matando lentamente. Y quienes van a mi lado también sufren.

—Mientes, señor Elric..., la locura y la culpa te impulsan a mentir.

—Porque soy culpable, señora mía.

—¿Acaso el Señor Moonglum camina contigo hacia su fin?

—Es muy distinto a los demás..., su seguridad le hace indestructible.

—Yo también tengo confianza, mi señor Elric.

—Tu confianza es la de la juventud, es diferente.

—¿Es preciso que la pierda con mi juventud?

—Tienes fuerza. Eres tan fuerte como nosotros. He de reconocerlo.

Poniéndose en pie, la muchacha abrió los brazos y dijo:

—Entonces reconcíliate, Elric de Melniboné.

Y lo hizo. La tomó en sus brazos y la besó con una necesidad más profunda que la de la pasión. Por primera vez se olvidó de Cymoril de Imrryr cuando ambos se tendieron en la hierba suave, ignorando a Moonglum, que sacaba brillo a su espada curva con un celo burlón.

Los tres se quedaron dormidos y el fuego se fue apagando.

Tal era su alegría, que Elric se olvidó de que debía montar guardia, y Moonglum, que no contaba con más fuerzas que las de su cuerpo, permaneció despierto cuanto pudo, pero finalmente, el sueño lo venció.

En las sombras de los horribles árboles, unas siluetas se movían con lenta precaución.

Los hombres deformados de Org comenzaron a reptar en dirección de los tres seres humanos dormidos.

En ese momento, Elric abrió los ojos, impulsado por el instinto, y se quedó mirando el plácido rostro de Zarozinia que dormía a su lado; movió los ojos sin volver la cabeza y vio el peligro. Rodó hacia un costado, aferró a Tormentosa y desenvainó la espada rúnica. El acero comenzó a murmurar, como presa de la ira por haber sido despertado.

—¡Moonglum, hay peligro! —gritó Elric, atemorizado, porque debía proteger algo más que su propia vida. El hombrecito levantó la cabeza de golpe. Su sable curvado se encontraba ya sobre su regazo; el hombre se puso en pie de un salto y corrió hacia Elric en el momento preciso en que los hombres de Org se disponían a atacar.

—Pido disculpas —le dijo Moonglum.

—La culpa es mía...

Y entonces los hombres de Org cayeron sobre ellos. Elric y Moonglum se encontraban junto a la muchacha cuando ésta despertó y contempló lo que ocurría sin gritar. Miró a su alrededor en busca de un arma, pero no encontró ninguna. Se quedó quieta donde estaba, pues era lo único que podía hacer.

Oliendo a despojos, unas doce criaturas farfullantes atacaron a Elric y a Moonglum con pesadas espadas que parecían destrales largos y peligrosos.

Tormentosa gimió, atravesó un destral, se hundió en un cuello y decapitó a su dueño. El cadáver cayó hacia atrás, sobre el fuego, soltando un gran chorro de sangre. Moonglum esquivó un destral aullador, perdió el equilibrio, cayó, le asestó un mandoble a las piernas de su contrincante y al desjarretarlo, éste se desplomó gritando como un poseso. Moonglum se quedó tendido en el suelo y levantó su acero para ensartar a otro enemigo a la altura del corazón. Se puso en pie de un salto y corrió al lado de Elric, mientras Zarozinia se escudaba tras ellos.

—Los caballos —gruñó Elric—. Si no hay peligro, intenta traerlos.

Todavía quedaban en pie siete nativos; Moonglum lanzó un quejido cuando un destral le rebanó un trozo de carne del brazo izquierdo; se defendió traspasándole la garganta a su enemigo, se giró ligeramente y le hizo un corte en la cara a otro. Avanzaron, tomando la ofensiva ante el enloquecido enemigo. Con la mano izquierda cubierta de sangre, a pesar del dolor, Moonglum desenvainó su largo puñal y lo asió apoyando el pulgar en el mango; atajó el ataque de un contrincante, se acercó a él y le dio muerte hundiéndole el puñal y empujando hacia arriba con fuerza, lo cual aumentó el dolor que le provocaba su herida.

Elric sostenía la espada rúnica con ambas manos y la revoleaba en semicírculo, segando a aquellos deformes seres aulladores. Zarozinia echó a correr en dirección de los caballos, montó de un salto en el suyo y condujo a los otros dos hacia los hombres que luchaban. Elric aniquiló a otro nativo y montó, al tiempo que agradecía haber tenido la previsión de dejar los caballos preparados, con todos los enseres, por si llegaba a presentarse algún peligro. Moonglum no tardó en unirse a ellos y salieron del claro a galope tendido.

—Las alforjas —gritó Moonglum presa de una agonía que superaba con creces la que le producía la herida—. ¡Nos hemos dejado las alforjas!

—¿Qué más da? No abuses de tu suerte, amigo mío.

—¡Pero en ellas guardábamos nuestro tesoro! Elric se echó a reír, en parte de alivio, y en parte porque aquello le hacía gracia.

—No temas, amigo mío, las recuperaremos.

—Te conozco, Elric. Y sé que para ti las realidades no cuentan. El propio Moonglum se echó a reír cuando atrás quedaron los iracundos hombres de Org y los caballos iniciaban un trote. Elric se estiró, abrazó a Zarozinia y le dijo:

—Llevas en las venas el coraje de tu noble clan.

—Gracias —respondió ella, satisfecha por el cumplido—, pero jamás podremos igualar el arte que tanto tú como Moonglum habéis demostrado como espadachines. Ha sido fantástico.

—Agradécele a la espada —repuso él, cortante.

—No, te agradeceré a ti. Creo que depositas demasiada confianza en esa arma infernal, por más poderosa que sea.

—La necesito.

—¿Para qué?

—Para obtener mi propia fuerza, y ahora, para darte fuerzas a ti.

—No soy un vampiro —repuso ella con una sonrisa—, y no necesito de una fuerza tan temible como la que otorga esa espada.

—Entonces, ten por seguro que yo sí —le dijo Elric con seriedad—. No me amarías si la espada no me diera lo que necesito. Sin ella, soy como un informe bicho marino.

—No te creo, pero no voy a discutir contigo ahora.

Continuaron cabalgando sin hablar.

Más tarde, se detuvieron, desmontaron, y Zarozinia cubrió la herida de Moonglum con unas hierbas que le dio Elric y comenzó a vendarle el brazo.

Elric estaba sumido en sus pensamientos. Unos sonidos sensuales y macabros agitaban el bosque entero.

—Nos encontramos en el corazón de Troos —dijo el albino—, y esos seres han impedido que hiciésemos realidad nuestra intención de evitar el bosque. Creo que aprovecharé la ocasión para visitar al Rey de Org.

Moonglum lanzó una carcajada.

—¿Quieres que antes le enviemos nuestras espadas? ¿Y después nos atemos las manos? —Las hierbas, que ejercían un rápido efecto, le estaban aliviando ya el dolor.

—Hablo en serio. Todos nosotros le debemos mucho a los hombres de Org. Aniquilaron al tío y a los primos de Zarozinia, te hirieron a ti, y ahora tienen nuestro tesoro. Tenemos muchos motivos para exigirle al Rey una reparación. Además, parecen muy tontos y no debería resultarnos difícil engañarles.

—Sí, y el Rey nos recompensará por nuestra falta de sensatez cortándonos las piernas.

—Nunca he hablado más en serio. Creo que deberíamos ir.

—He de reconocer que me gustaría recuperar nuestros bienes, pero Elric, no deberíamos poner en peligro la seguridad de nuestra señora.

—Moonglum, voy a convertirme en esposa de Elric. Por lo tanto, si él visita al Rey de Org, he de acompañaros.

—Ha sido breve el cortejo —dijo Moonglum, enarcando una ceja.

—Ha dicho la verdad —dijo Elric—. Iremos todos a Org, y la magia nos protegerá de la indeseada ira del Rey.

—Sigues deseando la muerte y la venganza, Elric —comentó Moonglum al tiempo que se encogía de hombros y montaba—. A mí me da igual, puesto que tus caminos, sean cuales sean, son todos provechosos. Según tus propias palabras, serás el Señor de la Mala Suerte, pero, la verdad sea dicha, a mí me traes buena fortuna.

—Ya no cortejo a la muerte —dijo Elric con una sonrisa—, sólo espero que podamos vengarnos.

—Pronto amanecerá —comentó Moonglum—. La ciudadela de Org se encuentra a seis horas a caballo de aquí, y si no me equivoco y si el mapa que memoricé en Nadsokor era correcto, hemos de ir en dirección sur sudeste, guiándonos por la Estrella Antigua.

—Tu sentido de orientación nunca falla, Moonglum. Todas las caravanas deberían llevar al frente a un hombre como tú.

—En Elwher nos basamos en las estrellas para elaborar nuestra filosofía — repuso Moonglum—. Las consideramos el plano maestro de cuanto ocurre en la Tierra. En su recorrido alrededor del planeta lo ven todo, el pasado, el presente y el futuro. Son nuestros dioses.

—Al menos son dioses previsibles —dijo Elric mientras cabalgaban hacia Org con el corazón ligero al considerar el grave riesgo que corrían. 

2

Poco se sabía del reino de Org, salvo que el Bosque de Troos se alzaba dentro de sus límites, hecho que las demás naciones agradecían. En su mayoría, las gentes de Org eran desagradables de ver, pues sus cuerpos eran retorcidos y presentaban extrañas alteraciones. Según la leyenda, descendían del Pueblo Maldito. Se decía que físicamente sus gobernantes tenían aspecto de hombres normales, pero que sus mentes eran más retorcidas que los brazos y las piernas de sus súbditos.

El reino de Org poseía pocos habitantes, esparcidos por todo el territorio, y su rey los gobernaba desde su ciudadela que también recibía el nombre de Org.

Hacia esa ciudadela se dirigían Elric y sus acompañantes, y mientras viajaban, Elric les explicó cómo pensaba protegerles de los nativos de Org.

En el bosque había encontrado cierta hoja que, utilizada conjuntamente con unas invocaciones determinadas (inocuas para el invocador, pues éste no corría demasiado peligro de ser atacado por los espíritus que dirigía) dotarían a esa persona, y a cualquiera a quien diese a beber la droga destilada de la hoja, de una invulnerabilidad temporal.

El hechizo servía para rehacer en cierto modo la estructura de la piel y la carne a fin de que pudiese soportar cualquier filo y casi cualquier golpe. Con un talante extrañamente locuaz, Elric les explicó cómo la droga y el hechizo se combinaban para alcanzar el efecto, pero los arcaísmos y los términos esotéricos que empleó les resultaron incomprensibles a sus dos acompañantes.

Se detuvieron a una hora de camino del lugar donde Moonglum había calculado encontrar la ciudadela, para que Elric pudiera preparar la droga e invocar el hechizo.

Trabajó con destreza sobre una pequeña fogata, utilizando un mortero de alquimista, en el que mezcló la hoja cortada con un poco de agua. Mientras el preparado hervía sobre el fuego, dibujó en el suelo unas runas peculiares; algunas de estas runas adoptaban unas formas retorcidas tan raras que daban la impresión de esfumarse en una dimensión diferente para reaparecer más allá.

Hueso y sangre y carne y nervio, unen nuevamente hechizo y espíritu; poción potente entreteje tu magia, mantén a quien te beba libre de daño.

Así cantó Elric a medida que sobre el fuego se formaba una nubécula rosada, que ondeó un instante para adoptar luego una forma espiralada que se hundió en el interior del recipiente. La sustancia burbujeó rumorosamente y después se quedó quieta. El hechicero albino dijo:

—Se trata de un antiguo hechizo de mi niñez, y es tan sencillo que casi se me había olvidado. La hoja para preparar esta poción sólo se encuentra en Troos, por lo que resulta difícil de hacer.

El preparado, antes líquido, se había solidificado y Elric lo partió en trocitos.

—Una cantidad muy grande tomada de una sola vez —les advirtió— podría envenenarte, pero en su justa medida permite unos efectos que duran varias horas. Aunque no siempre es así, pero hemos de aceptar ese riesgo. —Les entregó un trocito a sus acompañantes, quienes lo recibieron con cierto recelo—. Tragáoslo antes de que lleguemos a la ciudadela —les ordenó—, o bien si somos sorprendidos por los hombres de Org.

Entonces montaron y reemprendieron la marcha.

A unas millas al sureste de Troos, un ciego cantó en sueños una tétrica canción que lo despertó...

Llegaron a la triste ciudadela de Org al anochecer. Desde las almenas de aquella antigua morada de los Reyes de Org, los recibieron unos gritos guturales. La dura piedra rezumaba humedad y aparecía corroída por los líquenes y un musgo abigarrado y de aspecto siniestro. La única entrada de la ciudadela apenas permitía el paso de un hombre a caballo, y a ella se accedía a través de un sendero que se hundía casi un palmo en un cieno negro y maloliente.

—¿Qué vienes a hacer a la Corte Real de Gutheran, el Poderoso? No vieron a quien formulaba esta pregunta.

—Buscamos hospitalidad y una audiencia con vuestro señor —gritó Moonglum alegremente ocultando a duras penas su nerviosismo—. Traemos importantes noticias a Org.

Una cara deforme espió desde las almenas.

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