La música del mundo (54 page)

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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

—yo amo a Mencía cuando dice esas cosas, dijo Jaime

—chis, dijo Isabel, déjala seguir…

—nos podemos preguntar, por ejemplo, dijo Mencía, por qué Keats escribe una oda al otoño… en realidad, lo que él quiere es decir: otoño, frutas madurando, petirrojos cantando en la valla del jardín —y ese deseo de decir algo así, ya es cabezal —ya que es un deseo de no decir nada… otro tipo de cabezal es el molde que él usa, la oda, y los ensamblajes lingüísticos, que crean un «fantasma» de sentido: le dice al otoño que le ha visto a menudo, sentado en un granero o cruzando un arroyo —cabezal puro, pues él sólo quiere decir «granero», «arroyo», y esa personificación del otoño cruzando el arroyo no es sino puro arte cabezal… y ¿qué me decís de la oda a la indolencia? la oda a la indolencia es una jarra griega que da vueltas, y Keats nos va contando lo que ve a medida que la jarra gira ante sus ojos… ese «girar de la jarra griega ante sus ojos» era quizá, para él, la indolencia —no, lo que sucede es que la jarra griega gira
con
indolencia, y así, el propio título ya es cabezal —yo relacionaría este tipo de arte no con nada clásico o romántico (designaciones ya de por sí algo estúpidas), sino más bien con el arte inimitable del mayor genio del cabezal de todos los tiempos: Raymond Roussel —recordemos, por ejemplo, los prismáticos de «Impresiones de África», 2… también me recuerda a Roussel uno de los motivos constructivos de la «Oda a una urna griega» —también una obra maestra del cabezal —el poeta contempla una urna griega, en la que hay pintada una escena que representa a pastores y jóvenes danzando —al fondo se ve una ciudad en una colina, y un sacerdote trae una ¿vaca? (no recuerdo) para ser sacrificada, etc… el poeta se pregunta una y otra vez ¿qué es esto? ¿quién es éste? ¿qué ciudad es ésta? —nadie contesta —le pregunta a la urna, y nadie contesta —esto es cabezal: reproducir las preguntas que se le hacen a una pintura o a una jarra (todo el asunto es un poco loco…) pero todavía hay más cosas: el poeta dice que el joven nunca podrá lograr el amor, nunca podrá besar a su amada, aun estando a punto de hacerlo —¿por qué? porque es una figura pintada, y como tal, no puede hacer otra cosa que seguir inmóvil para siempre, sin poder avanzar ni salir del helado instante de tiempo en el que el autor le representó (esto es ya Pirandello)… le dice al flautista que siempre está tocando (¿para qué hay que decirle a un flautista que está tocando? sí, claro, dirá el flautista, estoy tocando, lo sé) y que siempre su canción es nueva: la razón es la misma, el flautista es una pintura, una escena helada en la que no existe el tiempo —por eso su canción es siempre nueva, nueva «para siempre» —todo esto es puro, puro cabezal… y esa otra joya: verdad es belleza, belleza es verdad —¿qué dice esto? nada… «eso es todo lo que puedes saber en la tierra —y todo lo que necesitas saber», de nuevo, nada… quizá la extremada belleza de las odas se deba, precisamente, a que a través de su lenguaje cabezal, nos ponen en contacto con mundos no pensables, con dimensiones desconocidas o con «formas sumergidas», no lo sé…

las fuerzas de la cocina regresaron en este momento al salón lideradas por Estrella, que empuñaba una humeante cuchara de madera, e interrumpieron la hermosa disertación sobre el lenguaje cabezal… Carlos se reunió con Mencía, colocándose detrás de la butaca donde ella reposaba lánguidamente, y ella levantó las manos y cogió las de él y se las puso alrededor del cuello, como si fueran otro chal, otro echarpe… todo el mundo se levantaba ahora para poner la mesa; Jaime y Block extendían el mantel de flores bordadas sobre la mesa, mientras Rosa, Estrella e Isabel iban trayendo fuentes de la cocina, platos y copas de cristal, y los demás iban como dando la vuelta a la mesa, girando lentamente y sin hacer nada: Jesús sentía que molestaba en todas partes y se iba quitando del paso de los que iban o venían de la cocina, hasta que Rosa le dijo muerta de risa que se estuviera quieto, y a partir de entonces Jesús empezó a sentirse fuera-de-ningún-sitio; Pedro curioseaba los libros de Jaime y comprobaba ceñudo que las anotaciones a lápiz de
Tristram Shandy
sólo alcanzaban hasta la página 59; Mencía se había levantado de su butaca y Jaime le enseñaba un libro de fotos eróticas de principios de siglo, Mencía con su pipa en la mano y su típica sonrisa con la nariz arrugada…

tristeza, cansancio de las grandes comidas, del exceso de champán a mediodía… la comida duró casi hasta las cinco, después de lo cual estaban todos tan agotados y tan soñolientos que algunos se tumbaron directamente en los sofás y se echaron a dormir; tan sólo Carlos parecía seguir estando en perfecta forma, y se dedicaba a curiosear los libros de Jaime mientras Estrella anunciaba a media voz, para no despertar a los durmientes, una nueva tanda de café… Rosa dormía en los brazos de Pedro; el día se oscurecía en la ventana y sobre los dorados tejados de Países brillaba el planeta Venus, y Mencía, hundida entre los cojines y fumando con gestos desmayados, se volvía a mirarlo…

—«dame no errar por tenebrosa vía», murmuró Jaime mirando a Venus que nacía de la espuma, en los vastos mares de los cielos

—debes de ser, dijo Mencía exhalando una nube de humo azul, una de las últimas personas que todavía leen a Francisco de Rioja

—hace poco ha salido una edición, dijo Jesús

—la edición crítica tiene ya unos años, dijo Mencía… pero yo prefiero los textos malos, los textos espurios, los de la Biblioteca de Autores Españoles, mal leídos y mal puntuados…

—oh, dijo Jesús abriendo mucho los ojos

—son mejor los textos espurios… «como si fuera al tiempo permitido volver…» dice Francisco de Rioja, y es uno de los versos más mágicos y modernos de todo el barroco; pero en la edición crítica leemos este vulgar ejercicio de retórica: «¿Cómo, si fuera al tiempo permitido volver…?

—con lo cual, dijo Jesús, volvemos a la conversación anterior: que para ti el «sentido» en la poesía no importa nada


it's a rather gross way to put it
, dijo Mencía, pero no, añadió con languidez y dejando escapar el humo entre sus labios, nada, nada, nada, nada, nada, nada… «dame no errar por tenebrosa vía»… es bello ponerse bajo la protección de Venus, bello y peligroso

—¿estás escribiendo algo? le preguntó Jaime

—no mucho… pensando, pensando…
because I feel somehow that poetry is dead
… no sé por qué hablo en inglés… en Países se siente uno en la metrópoli… que la poesía está muerta, digo… que no tiene sentido escribir poesía

Rosa se despertó de improviso

—me estoy durmiendo, dijo

—¿quieres que nos vayamos? le preguntó Pedro

—yo me voy a ir, dijo Isabel…

Isabel siempre se iba a ir

—¿vamos al cine? dijo Jaime…

Jaime siempre quería ir al cine

—vamos a hacer deporte, dijo Carlos… ¿tenéis raquetas de tenis?

—¿deporte? decía Jaime extrañado

los invitados de la comida de Navidad se despedían; las nubes y el viento del tiempo corrían sobre las sillas desordenadas y la gran mesa vacía y el suelo lleno de migas doradas y las botellas vacías y la suave respiración de Estrella y Mencía dormidas entre los cojines, la cabeza de Estrella apoyada sobre el hombro de Mencía… a menudo, las reuniones felices, esas ocasiones que luego se quedan grabadas en la memoria como camafeos de marfil, terminan de este modo —en disipación, sueño, miradas aturdidas… a menudo los días felices son vividos con aburrimiento o dolor de cabeza… la reunión se había desintegrado: el día de Navidad, liberado de su causalidad, inventaba regiones en el aire por encima de los cuerpos de los caídos… eran los caídos en la guerra del tiempo; de los bosques del norte habían descendido nubes de mariposas cuya picadura transmite la enfermedad del sueño… Pedro y Rosa se iban al Jardín de los Amigos… Isabel y Jesús salían con ellos; los demás se quedaban, Jaime y Carlos se habían puesto a jugar al ajedrez en la gran mesa vacía; Block contemplaba el tablero con gesto de sueño, y de vez en cuando su mirada se perdía en la contemplación de las formas de Mencía y Estrella, retorcidas sobre el sofá como las sirenas de una pintura barroca sobre su estanque —e igual de inmóviles, igual de sonrosadas sus mejillas y entreabiertos sus labios…

EN LA EMBAJADA DE ESTONIA

(Las aventuras de Jaime y Block, 3)

como suele decirse en algunas novelas, «los acontecimientos se precipitaban»… la mañana del 31 de diciembre, un día extraordinariamente nublado y cuya simple visión a través de los cristales, entre los visillos del cuarto, asomándose un instante a la ventana del hotel, había sumido a la mayoría de los personajes de este libro en una de esas tediosas melancolías-de-fin-de-año, Jaime estaba en la cocina de su apartamento vestido con una camiseta y unos calzoncillos, haciendo café y preguntándose qué diablos podrían hacer esa noche… el último día del año, como cualquier límite, plazo, fecha o «demarcación simbólica» del tiempo le ponía siempre nervioso, le sacaba de sus casillas: demasiada responsabilidad, la de atravesar las fronteras del país del tiempo, las recurrentes efemérides, la mágica noción de que vamos «hacia el futuro», la idea del viaje, la necesidad de un resultado, la obligación de ser feliz… por alguna razón, la noche del último día del año siempre resultaba especialmente tediosa; Jaime y Estrella lo habían intentado todo: habían ido a fiestas, habían organizado fiestas, habían ido a fiestas de disfraces, se habían quedado en casa, por una u otra razón jamás habían logrado pasarlo bien… Jaime acababa de poner la cafetera en el fuego cuando sonó el teléfono…

—diga

—¿estoy hablando con el señor Ortiz?

—hola, Mencía, dijo Jaime… Estrella está todavía dormida

—bueno, dijo Mencía con un suspiro… entonces tendré que hablar contigo, qué remedio… es broma… ¿qué vais a hacer esta noche, mis pequeños?

—todavía no lo sé… ir a alguna fiesta, supongo, y aburrirnos hasta las cinco de la mañana

—ah, bueno, en ese caso… se va a celebrar una fiesta en la embajada de Estonia, y me han dado varias invitaciones… ¿por qué no vamos todos juntos?

—¿en la embajada de Estonia? dijo Jaime… ¿una fiesta en una embajada?

—Jaime, no sabes nada… el embajador, Mr. Celacantus, es uno de los anfitriones más divertidos de Países, y es además un enamorado de las artes y las letras…

ésta era la Mencía guermantesca, una de las favoritas de Jaime… Jaime sintió que estaba recuperando su buen humor

—¿tú le conoces? dijo Jaime

—he hablado con él un par de veces, dijo Mencía… tengo que dejarte… mi amante me mira con ansiedad

—¿dónde está la embajada de Estonia?

—oh, claro, dijo Mencía… Carlos, estáte quieto… ¿Jaime? la dirección es calle José María Blanco White, número 3… nos vemos allí a la una, ¿de acuerdo?

—a la una, de acuerdo…

ésta era la Mencía guermantesca, la que hablaba de «anfitriones» y «amantes», la que todavía creía en la existencia de algo llamado «las artes y las letras»… cuando colgó, Jaime se encontró con los ojos de Estrella, que le miraba desde la puerta de la cocina…

—¿quién era? dijo ahogando un bostezo

—Mencía… estamos invitados a una fiesta

—¿dónde?

—en la embajada de Estonia, dijo Jaime, preguntándose cuál sería la reacción de Estrella; pero Estrella estaba todavía demasiado dormida para reaccionar…

—¿de qué me suena a mí la calle José María Blanco White? se preguntó Jaime, mientras colocaba las tazas, la cafetera, la jarra de la leche y las demás cosas del desayuno en la bandeja… ¿dónde he oído yo antes el nombre de esa calle?

pasaron un día tranquilo… Jaime se puso a trabajar en
Dalila entre las sensaciones
, su novela, que tenía abandonada desde hacía meses, y de pronto se sintió lleno de ideas, escribió tres o cuatro páginas como un poseído… tumbada en el suelo entre los cojines turcos que había al lado de la ventana, con un libro de arte indio abierto a su lado de par en par, Estrella hacía bocetos para las ilustraciones de un libro de Kipling… más tarde apareció Block, y en parte porque uno no sabe nunca muy bien qué hacer el último día del año, en parte por burlarse suavemente del Tiempo, decidieron ir al Jardín de los Amigos, comer en la terraza acristalada y luego alquilar una máquina voladora si el tiempo lo permitía, ya que hacía bastante viento, y pasarse el día volando sobre Países, ir a la isla Fontibrol quizá, girar alrededor del monte Arbel, sobrevolar el parque Servadac —pero el día era demasiado frío y desapacible, de modo que tuvieron que conformarse con un placer no menos delicioso que el de volar: el placer de gastar dinero… compraron comida para la cena de esa noche, visitaron un par de librerías y luego, a sugerencia de Block, se fueron al cine… de este modo se burlaron del Tiempo… quizá estaban en lo cierto y la indolencia, la amistad, ser muy joven, son las únicas maneras de salir del tiempo —no las búsquedas místicas de Otón, no el deseo de Montoliu de «ser un mago»… el hecho es que hacia el final del día se encontraron, de cualquier modo, cenando besugo al horno y celebrando el fin de año, y más tarde (una costumbre terriblemente estúpida, en opinión de Block) comiendo doce uvas y brindando con champán…

cuando llegaron a la embajada de Estonia, Jaime pudo darse cuenta por fin de qué le sonaba el nombre de la calle José María Blanco White… llegaron demasiado pronto, y tuvieron que esperar a Mencía y a Carlos en la calle, helados de frío, contemplando la fachada iluminada de la embajada, la bandera de Estonia, las puertas abiertas iluminadas de fuego desde dentro y adornadas con roscas de brezo y ramas de abeto, el edecán vestido con un abrigo rojo que recibía a los invitados, la hilera de limusinas que se alineaba en la acera… a pesar de aquella última transformación, a pesar de la bandera, del edecán, de las roscas de brezo, Jaime y Block no tuvieron la menor dificultad en reconocer el edificio: las ventanas de los tres pisos seguían con todos los visillos corridos, en el porche seguían estando los dos barrilitos con los mandarinos enanos… ya que la embajada de Estonia estaba situada precisamente en aquel mismo edificio que habían llamado el «Club del los Vagos y los Desordenados», más tarde rebautizado como la «Casa de Godawlia», que los dos habían visitado unos meses atrás en una de sus enloquecidas búsquedas de la Región… el mismo edificio en el que ambos forzaron puertas y ventanas, subieron y bajaron escaleras, se colaron a través de las paredes, se escondieron debajo de un sofá, oyeron conversaciones privadas, rozaron con los dedos el perfume de un misterio, de algo inexplicable…

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