La música del mundo (56 page)

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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

Saaremaa soltó una carcajada; era evidente que no conocía a mucha gente en aquella fiesta, y estaba encantada con sus dos nuevos amigos, Jaime y Block, que eran también viejos amigos de su tío el embajador y que también pensaban que Dalia era vieja y vulgar y hablaba con un acento horrible…

—¡sí! dijo comenzando a subir las escaleras… vamos a biblioteca

—quiero quedar un año en Países para estudiar, les contó muy alegre mientras subían… estaba llena de hollín, y tenía las mejillas surcadas por regueros de lágrimas, pero ahora que había regresado al mundo había recuperado su vivacidad y su buen humor…

—¿qué quieres estudiar, Saaremaa? preguntó Jaime

—todavía no sé… quizá teatro, quizá pintura… también me gustan mucho los deportes… especialmente la natación… puedo estudiar deportes y cine y teatro, por ejemplo… también me gustaría estudiar historia de Inglaterra y psicología…

—Dios mío, Saaremaa, dijo Block, y ella, sin comprender el sentido de su exclamación, le sonrió con gratitud…

—Saaremaa, dijo Jaime… esto no es la biblioteca

—no, dijo ella con despreocupación… mi cuarto… luego biblioteca

en el cuarto de Saaremaa no había sillas, y la cama estaba llena de ropa, de modo que Jaime y Block optaron por sentarse sobre la alfombra, mientras Saaremaa se frotaba enérgicamente el rostro con una bola de algodón y luego caminaba hacia los espejos del armario, que la reflejaban cuatro veces, quitándose los zapatos por el camino… la alfombra estaba llena de envoltorios de chocolatinas, juguetes, calcetines y fotografías caídas aquí y allá… Block cogió un montón de fotos: eran instantáneas de Saaremaa y de sus amigas, un eclipse de sol, un perro de lanas surgiendo de un arroyo, Saaremaa en traje de montar hablándole al oído a un caballo negro…

Jaime había encontrado otra caja con fotografías en blanco y negro, una de esas colecciones artístico-obscenas de niñas impúberes desnudas, sorprendidas en la intimidad o posando con expresión de no comprender del todo… una se quitaba una camiseta frente a un espejo, otra reposaba en una chaise-longue, desnuda como Olimpia y con los ojos y los labios pintados, otra jugaba con un gatito…

—¿os gustan? preguntó Saaremaa acercándose con un par de vestidos que había sacado del armario y levantando con una mano la pesada medusa de pelo rubio… la cremallera, por favor

—oh, dijo Block, contemplando a la niña de las fotografías

—me las hizo mi tío Kurt cuando yo tenía doce años… gracias, Jaime… ésa es mi favorita… es mi gato Michael oliendo uno de mis… ¿cómo se llaman?… a Michael le encantaba la miel… para hacer la foto, mi tío me puso miel aquí y aquí, explicó saliendo con soltura de su vestido de gasa y dejándolo caer al suelo… a estas alturas, a Jaime y a Block no les sorprendió descubrir que lo único que llevaba encima eran unas bragas de encaje…

—esperamos fuera, dijo Jaime

—oh no, dijo Saaremaa… no es necesario

se probó un vestido, luego el otro, pero ninguno le gustaba

—son todos horribles, dijo mordiéndose el labio inferior, mientras dejaba caer al suelo el segundo vestido… voy a coger prestado algo de Dalia

—¡Saaremaa, no puedes salir así! dijo Jaime comenzando a desesperarse, pero la pequeña exhibicionista ya había salido corriendo de la habitación…

—está loca, dijo Jaime mirando a Block con los ojos muy abiertos

—vamos a esperarla aquí, sugirió Block

era inútil… salieron al pasillo: al fondo, vieron a Saaremaa desaparecer por una puerta abierta, al cabo de unos segundos se encendió luz allí dentro…

—¿doctor?

alguien avanzaba por el pasillo… Jaime y Block desaparecieron detrás de un enorme jarrón japonés, a escasos metros de la puerta iluminada tras la cual había desaparecido Saaremaa

—¿es usted, doctor?

Matienka se había aflojado el lazo de la pajarita y avanzaba por el pasillo a ciegas… llevaba un grueso paquete de papel de estraza atado con bramante bajo el brazo… le vieron acercarse a la puerta iluminada y asomarse con cuidado de no ser visto… luego se dio la vuelta y se alejó caminando rápidamente

—vamos a seguirle, dijo Jaime

—no podemos dejar a esa niña sola, dijo Block

entraron en la habitación; era idéntica a la de lady Roskoff… Saaremaa ya había comenzado a saquear los armarios…

—no, dijo Jaime, la de lady Roskoff no daba a un pasillo

a través de la puerta, al otro lado del pasillo, se abría otra puerta que daba a un salón en sombras…

—¿qué opináis? —preguntó Saaremaa haciéndoles una reverencia desde lo alto de la cama, enfundada en un «palabra de honor» color verde hoja… había dejado un montón de perchas sobre la cama, y no se molestaba en bajarse de allí para probarse la ropa… para sorpresa de Jaime y Block, los vestidos de Dalia le estaban a medida; mostraba además con aquella ropa una total familiaridad, sus dedos no dudaban al abotonarse o ajustarse un vestido, sabía exactamente hasta qué punto apretar las cinchas de un corsé o de un chaleco, encontraba con toda facilidad el anverso de unos bombachos de seda…

—precioso, dijo Jaime

—oh, no me gusta, dijo ella mirándose al espejo con gesto crítico, y comenzó a quitárselo

también Jaime miró al espejo de la hoja del armario… vio el salón que había al otro lado del pasillo, los muebles iluminados vagamente por el claro de luna… una nube de humo se movía en el aire con extrema lentitud…

—mira, le dijo a Block en un susurro

el desconocido fumador de la sala de proyecciones acababa de estar allí, pero cuando entraron en el salón en sombras ya no había nadie… se deslizaron entre los muebles, hasta el lugar donde la nube de humo se inmaterializaba en lo invisible… a través de una cornucopia vieron a Saaremaa en el rectángulo luminoso, mirándoles con los brazos en jarras… el paquete estaba sobre una mesa de mármol, y Block se apoderó de él sin dudarlo un instante

—vamos a abrirlo, dijo Jaime muy nervioso… estaban los tres sentados en la cama de Dalia… Saaremaa estaba al lado de Jaime y le pasaba un brazo por los hombros; nadie le hacía mucho caso, y parecía a punto de llorar

—no, dijo Block… aquí estamos solos, puede aparecer cualquiera… vamos abajo

—es aquí donde estamos seguros, dijo Jaime… quiero ver los libros ahora mismo… Saaremaa, cierra la puerta

en vez de hacer lo que le pedían, Saaremaa se separó de Jaime y gateó hasta el cabecero de la cama; había un gran oso de peluche color castaño entre los cojines, y se abrazó a él como una niña asustada… Block volvía del tocador de Dalia con unas tenacillas, y los dos se pusieron a cortar con ellas los gruesos bramantes del paquete

—oooh, mi amor, suspiró Saaremaa

se había recostado boca arriba sobre los almohadones turcos de pluma, y el oso de peluche le hacía el amor moviendo sobre ella sus sedosas caderas

—deja de hacer eso, le dijo Jaime, que luchaba ahora con el papel de estraza

—oooh, cariño

—está loca, dijo Block

cuatro o cinco libros rodaron sobre la colcha; eran volúmenes en octavo y en cuarto, algunos con sobrecubierta y con aspecto de usados… uno de ellos, quizá un manual de ornitología, tenía una sobrecubierta plastificada llena de fotografías de aves: un águila cazando, un ave del paraíso en su rama, un avestruz, un martín pescador, un colibrí, un pato

—oh, dijo Jaime, abriendo uno de ellos al azar… mira, dijo desplegándolo sobre sus rodillas, mira, estaba cuidadosamente doblado entre las páginas… montes, valles, ríos, las costas, los mares, el nombre de los mares, el nombre de las fosas y de las corrientes marinas…

—¿qué es todo esto? preguntó Saaremaa gateando de nuevo hacia ellos

Jaime lo tenía completamente desplegado sobre sus rodillas… no era el mapa completo, pero la porción de tierra que se podía contemplar aquí era bastante considerable… las cordilleras y planicies se extendían en dirección al este: todo en aquel país parecía transcurrir de este a oeste, pero el deseo, la imaginación, viajaban siempre hacia el este, en busca del nacimiento de los ríos, en busca de las verdes planicies que deberían esperar al otro lado de las montañas y de los jardines naturales que debían bordear las inacabables, inacabables extensiones de marismas… todo suavemente enloquecido, el movimiento de las montañas, el descender de los bosques hasta la linde de los roquedales, las estribaciones de los desiertos, el fluir de los ríos, una de esas suaves y enloquecidas coincidencias propias de los sueños: tal y como ellos habían supuesto, faltaba una esquina

—ésta es la esquina que tú encontraste

—sí, dijo Jaime… la desembocadura del río Ocelus… no hay duda de que se trata de un trozo del mapa completo… debe de andar en miles de piezas, en copias de copias, muchas de ellas falsas o inexactas

—¿eso es mapa en latín? preguntó Saaremaa… y un libro para aprender latín… Dios mío, ten piedad de mí, dijo afectadamente… ¡estáis locos!

uno de los caminos de la parte alta del mapa, cerca del borde, tenía la siguiente inscripción: «Telmú, 260 leguas»… los caminos y también las partes navegables de los ríos tenían a menudo inscripciones como ésa

—¿cuánto es una legua? preguntó Jaime

—hay muchos tipos de leguas

—esto es una legua, dijo Saaremaa besando a Jaime en el lóbulo de la oreja… no le preocupaba mucho una letra más o una menos

—eso es una
lengua
, dijo Jaime con impaciencia… Saaremaa, nos estás poniendo muy nerviosos… ¿por qué no te vistes? puede aparecer alguien y se creerá que estamos celebrando una orgía

Saaremaa cogió el libro de pájaros y se tendió con él en la cama, dispuesta a hacer el amor con él igual que había hecho con el oso de peluche… estirándose sobre la cama, Jaime se lo quitó de las manos, y entonces ella, retorciéndose a toda velocidad, saltó por encima de él, arrancó el mapa de manos de Block y salió corriendo de la habitación… cuando Jaime llegó a la puerta, vio a Block y Saaremaa rodando sobre la moqueta; los esfuerzos de Block parecían completamente inútiles, y ella reía como una loca, pero de pronto empezó a gritar

—¡déjame! chilló… ¡no me toques! ¡no me toques!

se levantó muy digna, alisándose el pelo, y Block se quedó sentado en el suelo viendo cómo desaparecía corriendo por el pasillo

—bueno, dijo levantándose con un suspiro…

—¿se ha llevado el mapa?

—no… cuando ha intentado quitármelo ha arrancado un trozo… sólo un trozo, una esquina

—bueno, ya lo recuperaremos

entraron de nuevo en la habitación de Dalia, pero ya no había absolutamente nada encima de la cama… ni el mapa, ni los libros, ni el paquete deshecho, ni el bramante

—¿qué? dijo Jaime… ¿tú lo ves? ¡ha desaparecido todo!

buscaron por debajo de la cama, en los cajones del tocador, dentro del armario

—es imposible, repetía Jaime una y otra vez… las cosas no desaparecen así…

se sentaron sobre la cama

—yo he estado al lado de la puerta todo el rato, dijo Jaime jadeando… es imposible que haya entrado nadie

—a lo mejor, dijo Block… a lo mejor ese «alguien» se ha asustado cuando ha visto a Saaremaa salir corriendo de su cuarto, se ha metido en esta habitación y se ha escondido debajo de la cama, o en el armario, y estaba aquí todo el rato, con Saaremaa dándole saltos encima de la cabeza

—sí, es una explicación muy razonable, pero entonces ¿cómo ha conseguido salir sin que yo le viera? porque tu teoría nos dice como entró, pero no cómo salió

MISTERIOS

era tarde… Block contemplaba las luces de Países desde la ventana, y Saaremaa, que por fin se había decidido a vestirse, se recogía pensativamente el pelo frente al espejo… era tarde también, y especialmente, para la Región Confabulada, todos los agentes ya definitivamente alertados, las puertas de la Región cerradas para ellos dos para siempre jamás, si es que algo puede ser cerrado para siempre jamás en nuestro querido Planeta de los Sueños… última oportunidad, quizá, de completar el mapa, que sería ahora escondido en algún lugar secreto, o «perdido» entre millones de legajos en alguna cripta de la Biblioteca Nacional, donde sería luego pacientemente devorado por las ratas —o quizá reaparecería en la biblioteca de alguna universidad del Sur o del Norte, reformado, arreglado y sin significar ya nada para nadie, añadiendo una sombra de misterio a ciertos cruces de caminos, a ciertos barrancos sin nombre, a ciertos picos azulados y distantes en la bruma, mientras el paisaje de vastos mares azul índigo, por los que giran las urcas, más allá de la Puerta de las Islas, se perdería para siempre, o como mucho mancharía ciertos sueños, ciertas percepciones de esos momentos de intensa transparencia, en que nos parece (pero son momentos preciosos y raros) que de pronto comprendemos algo, o vemos algo por primera vez… y Jaime podía imaginar fácilmente cómo la Región se alejaba de él, igual que un amor de juventud, igual que el gusto por un lugar o por una música, que de pronto nos aburren o parecen haber perdido por completo eso que tanto nos atraía, que nos embrujaba, la conjunción de este o aquel rincones del laberíntico Mundo del Espacio… ya que esto significaba verse abandonado por la Región: en cierto modo, acostumbrarse, perder algo de la intensidad y el fuego de los días, caer desde las nubes hasta las playas del mundo, donde todo se vende y se compra y el aire hiede a medusas y a delfines muertos…

y ¿qué podían ya hacer a estas alturas? jamás tendrían el mapa, jamás averiguarían nada más sobre la Región Confabulada

descendieron las escaleras como «de vuelta a un país de sueños» (uno de los temas de este libro) a la realidad de los hombres… Saaremaa desapareció en seguida, y ya no volvieron a verla en toda la noche… encontraron a Estrella hablando con Zoé… Mencía y Carlos se habían marchado hacía rato… Estrella y Zoé estaban sentadas en dos butacas, una frente a otra, cuando se acercaron a ellas, Estrella levantó los ojos y miró a Block con sus ojos verdes, y Zoé le miró con sus ojos castaños… Estrella, la serpiente, Estrella, la sirena, la sirena de las hojas, la flor de los árboles que come cerezas negras en la oscuridad, miel de la oscuridad… «mira, así era la felicidad»… y Zoé, «la vida», llamando como en una alegoría medieval a la puerta del castillo de Block, a la que sólo es posible llegar después de cruzar un foso llameante y subir escaleras devoradas por ortigas venenosas, y entre ambas, Block, como el centro vacío, el «ojo pineal», el centro ausente de un mandala, y todos los demás sonando a través de su percepción enamorada en la música de la vida y de su vida, Estrella, Jaime, Mencía, Montoliu, Zoé, todos caminando ahora por el camino, entre las vallas blancas de un paisaje del norte de Massachusetts o de Maine o de New Hampshire, con manzanas hesperídeas embelleciendo los árboles y el súbito esplendor otoñal, y las moras revelando el color de la pasión, brillantes como ojos de estornino y al alcance de la vista, en las masas de zarzales retorcidos como escenas de cacerías nocturnas en los páramos de la Muerte, al alcance de las manos, todos paseando a lo largo del camino, evitando los charcos anaranjados y azules, ambos colores sin mezclarse, azul Prusia y tornasol de amarillo huevo iridiscente de naranja brillante, igual que en el cielo ambos colores convivían sin mezclarse en distintas estancias de las alturas, como si el atardecer contuviera al mismo tiempo un crepúsculo del presente y un cielo azulado de la Antigüedad, y ambos contendieran suavemente por la iluminación de batallas mitológicas o suaves colinas de granjeros, y era una melodía el mundo cuando Block, cuando el efecto, cuando algo en el hipotálamo de Block, o quizá aún más adentro, aún más extasiada y perdidamente escondido, se abría a la felicidad y ya no deseaba comprender, ya no deseaba «salir» o «entrar», encontrar el camino que les llevara a la Región Confabulada o sellar todas las puertas y quemar la lengua de sus guardianes ¿porque el mundo bastaba así? ¿porque era suficiente así? la música no termina, y el amor no termina, y eso es todo lo que debes saber… apartando el embozo de encima de sí, Block se levantó de la cama… todas las figuras de «Invierno de zarzamora» rodaron sobre el edredón… se acercó a la ventana (pero esto ya son sólo frases)… era (lo presentía) uno de los últimos días del invierno…

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