La nave fantasma (31 page)

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Authors: Diane Carey

Tags: #Ciencia ficción

Picard se puso trabajosamente de pie y avanzó tambaleándose. Un instante después, Riker estaba a su lado. En torno a ellos, los miembros de la tripulación buscaban a tientas sus terminales e intentaban aceptar el hecho de que todavía estaban vivos… realmente vivos.

Ante ellos, en la pantalla, la criatura mudaba de forma y se retorcía contra los relumbrantes escombros de los restos del gigante gaseoso. Un millón de explosiones bramaban alrededor de ambos. La entidad se veía obligada a digerir la emisión de energía del planeta y, finalmente, en un solo estallido, se hizo pedazos.

Nódulos de energía de incierto color se atomizaron por todo el sistema y todos los destellos desaparecieron. Sólo quedaron burbujas de energía que se disipaba, pasando como una cascada alrededor de la nave y alejándose hacia el espacio abierto.

—No pudo con eso… —murmuró Riker con voz ronca. —¡Situación! —ordenó Picard en un tono áspero. La voz de Yar tembló.

—Escudos bajos… reactores principales inestables. El núcleo fásico está completamente fundido. No queda nada más que metal derretido, señor.

—Apuesto a que huele —masculló Geordi mientras volvía a duras penas a su asiento del timón y acariciaba su equipo.

Junto a él, Wesley se limitaba a agarrarse al terminal de observación y a temblar. Los dos lo sabían. «Fundido.» Todo el núcleo. De alguna manera, los sistemas de seguridad habían salvado a la nave de formar parte de ese fundido. El modelo de Wesley no había tenido ningún dispositivo de seguridad. De haberlo, se hubiera activado, y habría creado un disparo mortal; el contenedor de la reserva de antimateria se habría volatilizado; un millar de personas hubieran desaparecido y la Flota Estelar nunca habría sabido por qué. De repente, planeó sobre aquel cuadro de batalla la clamorosa razón de que una nave estelar tuviera reglas y procedimientos de seguridad.

Wesley continuaba mirando con los ojos fijos, parpadeando, y el color no volvió a su rostro durante un largo, largo rato.

—¿Informe sobre la entidad? —ladró Picard mientras se ponía en pie.

Fue Worf quien por fin avanzó por la cubierta superior y anunció de forma escueta:

—Ha desaparecido, señor. Ya no hay masa central. —Ahora miró de hito en hito a Picard y dijo—: Lo ha conseguido, señor.

Picard suspiró; le dolían los hombros.

—Ha sido un esfuerzo conjunto, señor Worf. —Avanzó hacia un lado y le tendió la mano a la consejera Troi.

Ella estaba sentada en el suelo, aturdida; su rostro mostraba que un millar de emociones la abandonaban lentamente a medida que recobraba el control. La mano rodeada por la de él era débil y temblorosa.

Picard la ayudó a ponerse en pie y susurró:

—Bien hecho, consejera. ¿Percibe algo?

Ella tragó con dificultad, luego alzó la mirada hacia él y se forzó a hablar.

—No puedo sentirlos, señor… ya no. Él sonrió.

—Felicitaciones.

Troi asintió con la cabeza, temblorosa, aún asimilando el estar una vez más en total posesión de sí misma. Durante un fugaz instante, la soledad impregnó sus ojos.

13

Geordi LaForge se encontraba sentado al timón con una cantidad deprimentemente escasa de cosas que hacer. La nave no podría moverse hasta que el núcleo hiperespacial quedara estabilizado, y de todas formas no podía abandonar su puesto, al menos todavía no. Tan pronto como el peligro inmediato se hizo pedazos, se impuso el deber que tenían como principal unidad de la Federación y se vieron obligados a asegurarse de que el área estaba libre de peligros antes de pensar ni en moverse.

Era una de las cinco personas que había ahora en el puente. Worf y Tasha ocupaban la cubierta superior, repasando las lecturas de las primeras reparaciones del sistema fásico. Lo fundido tardaría semanas en ser reconstruido. Riker se hallaba en la cubierta superior, conversando en voz baja con Deanna Troi. Los dos habían estado hablando durante largo rato. En otras circunstancias, Geordi habría sentido más curiosidad por saber el tema.

En el puente reinaba una quietud inquietante. El vacío que tenía Geordi en el centro del alma no se llenaría. Por muchas luces que destellaran y zumbaran en el panel del timón para decirle que las cosas estaban siendo reparadas bajo cubierta, Geordi las miraba fríamente. Habían sido atacados en una ocasión anterior, y los ingenieros aprendían rápido. Las reparaciones se harían en la mitad del tiempo que la primera vez. La nave y sus tripulantes continuarían con su misión, sólo ligeramente magullados por esta batalla, tal vez incluso fortalecidos por ella, pero proseguirían. Sin cambios.

Excepto por el lugar vacío que había a su lado, que alguien ocuparía, algún otro.

La amargura se había enseñoreado de su mente. ¿Qué tributo se rendiría al sacrificio de un androide? ¿Qué monumento habría para Data? ¿Un entierro en el espacio, propio de un héroe de la Flota Estelar, para el cuerpo que yacía vacío pero palpitante en la enfermería, para un cuerpo que aún no había muerto, para un cuerpo que nadie reclamaría? Geordi se preguntaba, sentado en el puente, si sería el único en llorarlo. Si Picard y Riker se llenarían la boca para definir la muerte con tanto fervor como lo habían hecho para definir la vida. O si lo sucedido tenía alguna importancia en el fondo. En definitiva, ambos le habían fallado a Data, y eso nada lo compensaría.

Ahora miraba, a través de su visor, al espacio abierto de la pantalla frontal. Los fragmentos del gigante gaseoso aún hervían en el espacio como los restos de alguna explosión primordial, ignorantes de su propia belleza o significado. Muy parecidos a Data, que no había captado su propia valía y su belleza.

Geordi se hundió en el asiento, con un codo apoyado sobre el teclado del timón, y se sintió aún más vacío. No se había dado cuenta de cuánto se había perdido en sus pensamientos hasta que una mano se apoyó sobre su hombro. Alguien reclamaba su atención, y sólo la disciplina de la que imbuía el entrenamiento de la Flota Estelar lo sacó de las tinieblas y lo hizo erguirse y mirar.

Pero no eran ni el altivo rostro de Picard ni la expresión de hermano mayor de Riker lo que le contemplaba desde lo alto. Lo que vio fue un cálido fulgor infrarrojo, un rostro amable y una sonrisa cordial.

Giró bruscamente en el asiento y empujó a un lado la consola del timón.

—Data…

Data lo atrapó por el brazo y evitó que tropezara con el sillón del puesto de observación, y continuó ofreciéndole su leve sonrisa cálida.

Detrás de él, el capitán Picard, la doctora Crusher y Wesley se encontraba observando la inesperada reunión mientras se apartaban del turboascensor. Sobre la rampa, el comandante Riker estaba sin habla al separarse de Troi y caminar hacia ellos.

—¡Data! —volvió a suspirar Geordi, estrechando la fría mano del androide y mirándolo al fondo de los ojos para ver si de veras era Data… y no sólo algún horripilante replicante del que nadie le había hablado.

—Hola, amigo mío —dijo Data, con un tono afectado de humildad—. Lamento haberle hecho pasar por esto.

Geordi estrujó la mano de Data con ambas manos, desesperado por sentir la esencia vital que se negaba a mostrarse, pero no se le ocurrió nada que decir.

—Capitán —soltó por fin Riker—. Doctora… ¿qué ha sucedido?

—No estamos seguros —contestó Beverly Crusher encogiendo un solo hombro—. Simplemente volvió en sí poco a poco y comenzó a mirar a su alrededor. Estuvo desorientado durante un rato, pero como puede ver…

Riker aferró a Data por un brazo y lo hizo volverse… no con demasiada rudeza, pero tampoco con excesiva suavidad. —¿Data? ¿Se encuentra bien? El androide asintió generosamente. —Me siento un poco chafado señor. —¿Sabe qué le sucedió?

—Sí, señor. Creo que estiré la pata.

Riker lo miró de hito en hito, de pronto sin habla, e intentó aceptar la presencia de Data. No era normal que un muerto volviera a levantarse.

Data pareció comprenderle, y conmoverse por las reacciones de Geordi y Riker.

—La verdad —dijo—, es que no sé qué me sucedió ni por qué regresé. Sólo puedo conjeturar que cuando la criatura se vio en peligro, tuvo que liberar a los que retenía e intentar luchar por su propia existencia. De todos los millones de esencias vitales que aferraba, sólo yo tenía un lugar al que volver. Por supuesto —agregó—, esto son sólo conjeturas.

Con la respiración agitada, Geordi miró a los otros, luego volvió a mirar a Data, y manifestó su alegría con una carcajada.

—Bueno, bueno —dijo Picard en tono casi comprensivo—. Riker, Data, Crusher, quiero que me esperen en mi sala de reuniones dentro de cinco minutos, ¿está claro?

—Muy claro, señor —murmuró Riker, pero continuó mirando a Data. Trasmitía un no sabía qué de protector.

Data le devolvió la mirada y le hizo un agradecido gesto de cabeza.

Los tres se encontraban de pie en la sala de reuniones del capitán, indudablemente nerviosos.

Durante unos minutos permanecieron en común silencio.

Por fin, Riker se acercó a Data y le tendió una mano.

—Felicitaciones. Ya tiene la respuesta que quería.

Data aceptó la mano, aunque ahora parecía tímido.

—No realmente, señor. El criterio del fenómeno respecto a la vida nunca estuvo claro para nosotros…

—Mire —dijo Riker, interrumpiéndolo—, por lo que a mí respecta, eso fue lo máximo que nos hemos acercado a una autoridad en materia de qué es la vida. Puede que usted no sea exactamente humano, pero esa cosa reconoció como vida algo que hay en usted. Y a mí me basta con eso. Me alegro de que esté de vuelta.

El androide inclinó la cabeza y respondió:

—Gracias por salir tras de mí. A mí, como dice usted, me basta con eso.

Wesley cruzó sus delgados brazos y comentó:

—No se pongan sentimentales, caballeros. Riker le dio una manotada.

—Cuando haya estado muerto y regrese a la vida, podrá hablar de sentimentalismo, señor.

—¿Cómo creen que es de grande el lío en el que estamos?

Con un leve encogimiento de hombros, Riker dijo:

—No sé por lo que se refiere a usted, pero dudo de que el capitán quiera felicitarnos a Data o a mí por nuestra imaginativa acción. Dos naves auxiliares perdidas, desobediencia de las órdenes en vigor… un cuadro bastante deprimente.

—Al menos ninguno de ustedes fundió el núcleo fásico —comentó Wesley con cierto deje de culpabilidad. —Cierto, pero nosotros…

El capitán entró y todos se pusieron firmes ante el escritorio, ninguno de ellos quería mirarlo a los ojos. El capitán no se sentó.

—Felicitaciones, señor Crusher —dijo de inmediato—. Tendrá el privilegio único de ayudar en la reconstrucción, programada para tres semanas, del núcleo fásico entero. Una oportunidad poco frecuente para alguien tan joven como usted.

Wesley se sintió mejor y dijo:

—¡Gracias, señor!

Picard le miró con el entrecejo fruncido, fastidiado porque su sarcasmo no hubiera hecho blanco en Wesley, y añadió:

—Ya veremos si todavía puede sonreír dentro de tres semanas.

La sonrisa desapareció apropiadamente.

Picard hizo caso omiso de él, y clavó la vista en Riker y Data.

—Y ustedes dos, en cuanto a esa propensión a robar propiedades de la nave y largarse por su cuenta —comentó con una voz que aumentaba en intensidad y enojo—, simplemente no lo conviertan en un hábito. Pueden retirarse.

Sorprendidos, ni Riker ni Data tuvieron la prudencia de marcharse mientras podían, perdieron unos preciosos segundos. Finalmente, Riker les hizo un gesto a Data y Wesley para que salieran, y penetró tras ellos en el puente. Una sensación de alivio lo recorrió al deslizarse la puerta de la sala y cerrarse a sus espaldas. Juntos, se encaminaron hacia al puente propiamente dicho, y se detuvieron en seco.

Sólo Riker fue capaz de hacer un movimiento coherente: tocó la puerta de la sala y ésta volvió a abrirse. Mientras miraba hacia el puente, llamó:

—Capitán… creo que será mejor que salga aquí.

Un momento más tarde, Picard estaba a su lado.

Ellos y su tripulación miraron hacia la gran extensión del puente… un puente atestado de siluetas humanas. Un centenar de formas humanas, todas de uniforme. Marineros. Oficiales superiores de una época pasada. Algunos uniformes eran azules, otros verdes.

En el centro de la hilera de oficiales de un tiempo pretérito, Arkady Reykov y Timofei Vasska se hallaban de pie, el uno junto al otro, en fantasmal silencio y miraban al capitán Picard.

En el nivel más bajo de la cubierta, Deanna Troi los contemplaba, con las lágrimas cayendo de sus adorables ojos. Finalmente había recuperado el sosiego.

El capitán Reykov alzó una mano hacia la sien en un saludo militar. Un momento después, los cien marineros de la Tierra alzaron sus manos.

Picard se aclaró la garganta.

—Atención —ordenó.

La oficialidad de la
Enterprise
se puso firme.

Picard llevó su mano derecha hacia su sien y saludó a aquellos por los que él y su nave casi habían perecido. Los ojos del capitán Reykov rutilaron como los de un hombre vivo, y asintió con la cabeza en señal de gratitud. Su mano bajó bruscamente. Sus hombres le siguieron en el gesto. Entonces, con lentitud, por los extremos, el semicírculo de marineros comenzó a desaparecer, uno a uno. La
Enterprise
volvía a ser la nave de la vida.

FIN

Notas

[1]
Datos humanos
: La autora juega con el nombre de Data y la palabra data que en inglés significa «datos». (N. de la T)

[2]
Tu t’es fait avoir
: Expresión francesa que, en este caso, podría traducirse como: «Has metido la pata». (N. del E.)

[3]
Unidad astronómica: Unidad de longitud utilizada en astronomía, equivalente a la distancia media entre la Tierra y el Sol (alrededor de 150 millones de kilómetros). (N. de la T.)

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