El capitán se volvió. Su voz adquirió una resonancia metálica.
—Usted está en el puente —le contestó—, porque yo decidí ascenderle, no porque se lo haya ganado. Sus capacidades exceden su prudencia, joven. Acabará aprendiendo la insoslayable lección de que quienes le rodean valen mucho más por su experiencia que usted por sus capacidades y tendrá, al igual que todo el mundo, que esperar su turno. Ahora manténgase en su lugar, cierre la boca, y sígame a ingeniería donde pondrá a trabajar esas capacidades y dejará que otros hagan lo mismo.
Wesley se comportó con comprensible docilidad a partir de ese momento, más/menos el minuto o dos que le llevó enunciar la idea de la unidad fásica. Los ingenieros lo miraron con expresión atontada, fruncieron el ceño, pusieron los ojos en blanco, los cerraron… aquello parecía una convención de córneas. Para cuando bajaron a la sala del reactor fásico principal, ya tenían desarrollada en la cabeza la mitad de la mecánica y la mayor parte de la fórmula, y Picard retrocedió para ver la máquina en funcionamiento. También observó como Wesley captaba su primer atisbo, a despecho de su engreída brillantez de joven, de los recursos y las capacidades conceptuales de los ingenieros experimentados. El rostro del muchacho se iluminaba tanto con asombro como con humildad cada vez que los ingenieros le lanzaban una pregunta en una conversación que sencillamente él ya no podía seguir. Picard se daba cuenta, por la expresión de Wesley, de que el muchacho no sabía siquiera por qué los ingenieros tenían que conocer algunos de los detalles que estaban preguntándole. Y por cada pregunta respondida había otros dos problemas que solventar en los que él no había reparado. Tras un rato comenzó a atisbar por qué su idea le parecía ya tan ajena. Los ingenieros no estaban mirando la unidad fásica como una unidad. La veían como parte de la totalidad de la nave, de todos los intrincados sistemas, circuitos, energías, flujos, bobinas y condensadores, cada uno de los cuales afectaba a todos los demás. No era suficiente con que la unidad fásica funcionara; tenía que funcionar en concierto con un millar de otras unidades.
En cuanto los ingenieros entendieron su idea, se pusieron a trabajar de manera expeditiva. Tras varios comienzos en falso, e incluso una reconstrucción completa del extraño sistema, toda la teoría se hizo aplicable. Problemas que Wesley no había previsto en ningún momento fueros descubiertos y resueltos al momento. Los armónicos canturreaban, la alimentación de antimateria tuvo conectados sus dispositivos de seguridad, y todo en menos tiempo que el que había tardado Wesley en construir su modelo original. Describió un círculo en torno al nuevo dispositivo, una unidad grande unida directamente a los acoplamientos principales del sistema fásico, y sacudió la cabeza. No se parecía a nada que él hubiera imaginado. Podía ver qué piezas cumplían qué funciones, pero sencillamente no presentaba el aspecto que él había creído que tendría.
A Picard le gustó la expresión del joven semblante. Le gustaba la expresión de aquel que ha madurado.
Finalmente, el jefe de ingeniería fásica avanzó hacia el capitán y Wesley al tiempo que se enjugaba las manos en el mono de trabajo, y se encogió de hombros.
—Está todo lo bien que puede quedar, capitán.
—¿Funcionará?
—Eso no puedo decírselo, señor. La mitad es teoría y la otra conjeturas. Todos los sistemas encajan perfectamente, tiene potencia, alimentación de antimateria y dispositivos de seguridad. En cuanto a funcionar, sólo una prueba puede decirlo.
—Lo probaremos en combate —repuso Picard con tristeza—. Parece que no tenemos alternativa. No podemos… —¡Riker al capitán! ¡Emergencia!
Picard saltó hacia el intercomunicador más cercano. —Picard. ¿Qué?
—¡Está aquí, señor! Nuestro plazo ha terminado.
Así era, nunca nadie fue más exacto. Cuando Picard y Wesley salieron corriendo del turboascensor y se precipitaron hacia el puente, éste ya no estaba a oscuras. Las luces de alerta roja sangraban en todas las paredes, pero las luces principales no se habían encendido. La pantalla frontal ofrecía una imagen ondulada que crepitaba, de falso color entre rojo y azul, la entidad en su aspecto más horroroso. Los monitores de babor, estribor y popa… todos los monitores, mostraban aquella palpitante amenaza en un gran círculo mellado de luz eléctrica que se cernía sobre el puente.
La tripulación miraba los monitores con ojos fijos, volviéndose de uno a otro como si buscaran una puerta que no estuviera vigilada, una sola ruta que les proporcionara la vía de escape; pero sabían que se hallaban contemplando la táctica de reserva de la entidad, la que era utilizada cuando fallaba todo lo demás.
Picard se detuvo en el nivel superior.
—¿Ha atacado los sistemas?
Riker pasó rápidamente junto a Troi y avanzó hacia él.
—No, señor. Nos está rodeando. Se desplaza aproximadamente a veinte mil kilómetros por minuto.
—¿No nos ha encontrado, entonces?
—Está utilizando una pauta nueva para buscarnos. Sabe que nos hallamos en algún lugar dentro de un radio específico cercano, y está rodeando toda el área, gigante gaseoso, cinturón de asteroides y todo. Se va cerrando a nuestro alrededor. Resulta evidente que es mucho más grande de lo que percibimos en un principio.
—¿Tamaño actual?
Worf se irguió a la derecha de Picard.
—Más o menos tres coma una unidades astronómicas
[3]
de diámetro, señor, y contrayéndose.
—Dios mío —gruñó Picard.
Ahora entendía el cuadro; se encontraban dentro de un gigantesco puño… que estaba cerrándose sobre ellos.
—Worf, estimación. ¿Podemos dispararle?
Un terrible fruncimiento se apoderó de las ya feroces facciones de Worf. Aborreció su propia respuesta cuando dijo:
—No mientras tenga esta forma, señor. Disipa energía en proporción directa a su superficie. No podríamos bombearle la energía suficiente con la velocidad necesaria para sobrecargarla.
Picard avanzó hacia el terminal de seguridad y se detuvo al lado de Tasha Yar.
—En ese caso tendremos que obligarla a compactarse otra vez. ¿Dónde está el gigante gaseoso?
Yar primero se estremeció y luego se inclinó sobre la consola.
—Dirección punto siete nueve, localización en tres cuatro, señor.
—Diríjase hacia él.
Riker fue hacia la popa de la cubierta inferior y preguntó:
—¿Su plan, señor?
—Vamos a escondernos detrás de un árbol, señor Riker —contestó el capitán mientras descendía por la rampa acompañando con una mano la forma de la herradura del puente. La extrañas luces que llegaban desde el otro lado de los monitores arrojaban un fulgor púrpura sanguinolento sobre su rostro—. No podrá absorber toda la energía del interior de un gigante gaseoso de nivel diez de más de ochocientos mil kilómetros de diámetro. Va a tener que rodearlo. Cuando lo haga, estaremos empatados.
Riker se volvió de inmediato y dijo:
—Geordi, cero coma cinco cero sublumínica hacia el gigante gaseoso, órbita cerrada.
—Cero coma cinco cero, señor —repitió Geordi, evitando mirar hacia el puesto de observación, donde Wesley se había deslizado en el asiento de Data.
Picard mantuvo la voz firme.
—Prepare un mensaje de emergencia para advertir a la Flota Estelar, vibración simple y alta velocidad hiperespacial. Si nosotros no lo conseguimos, quiero asegurarme de que la Federación estará preparada para esto. Escudos al máximo —agregó, alzando una mano para protegerse los ojos de las chisporroteantes pantallas.
—Escudos levantados —anunció Yar, agitada—. Máxima energía disponible para defensa… —Se interrumpió mirando las lecturas y casi al instante profirió un grito ahogado—: ¡Señor, está cerrándose sobre nosotros!
—Manténgase pegado al gigante gaseoso. ¡Más pegado, LaForge!
—Lo estoy intentando, señor…
Sobre los escudos de la
Enterprise
se cernió la violenta fuerza del fenómeno. Sabía dónde se hallaba la nave estelar, pero descubrió que había encontrado dos cosas: una nave estelar y un gigantesco planeta que virtualmente era una bola de energía en rotación. No importaba cómo se contrajera, no importaba cómo cerrara su puño, el planeta le distraía de su esfuerzo por devorar la nave. Cada vez que la cosa intentaba contraerse sobre su presa, era rechazada por la energía emitida por el gigante gaseoso. Los espasmos de energía eléctrica golpeaban la nave y corrían por la turbulenta atmósfera del gigante gaseoso. La nave desafiaba el ataque, vibrando con cada onda de energía que fustigaba los escudos, debilitándolos momento a momento.
—Cubierta exterior calentándose, capitán —informó Yar—. Estamos entrando en la atmósfera.
Picard hizo caso omiso de ella.
—Acérquese más, LaForge. Si nos quiere, tendrá que venir a por todas.
—¡Capitán! —gritó Troi. Cuando Picard ni disparó las armas ni pulsó el botón azul, la frustración arrugó las facciones de la consejera, la cual miró parpadeando hacia la pantalla, ahora relativamente calmada.
Espirales de humo y abanicos de chispas saltaron de la mitad de las consolas del puente al ser la nave víctima del ataque una vez más, pero Picard no dio más órdenes. Se mantendría firme y lo mismo haría la nave; aunque ahora se detuvo de pie junto al sillón de mando y se agarró al brazo en el que estaba el botón azul.
—¡Capitán! —volvió a chillar Yar y alzó los ojos hacia la pantalla principal.
Mientras aún lo decía, todas las pantallas perdieron el color en un gran fundido, como si todas sus imágenes hubiesen sido absorbidas por la pantalla principal. Ésta relumbraba ahora con una visión compacta de la criatura que había vuelto a adoptar su forma original.
—¡Preparados! —gritó Picard, pero ya la tenían encima, rodeando a toda velocidad el árbol protector y lanzándose sólo hacia la nave, mientras que, junto a ellos, el gigante gaseoso giraba inmutable.
La
Enterprise
fue aferrada por un gran puño de relámpagos más poderoso que los anteriormente sufridos, y el bombardeo eléctrico acribilló una vez más el puente.
—¡Disparen rayos fásicos en línea recta! —ordenó Picard por encima del escandaloso ruido.
La nave vomitó energía. Sacudida por cada disparo, la
Enterprise
soportaba el castigo mientras el nuevo sistema fásico separaba unas energías que querían estar unidas, y luego las empujaba, las unas hacia las otras, en el último instante.
La entidad redobló su asalto, sacudiendo la nave. En torno de sí Picard vio a su tripulación atacada por las luces plateadas y las subcorrientes azules.
—Los escudos se debilitan… —gritó Yar desde su puesto, por encima de ellos.
—¡Continúe disparando! —ordenó voz en grito Picard, sujetándose al sillón de mando mientras disparo tras disparo de energía fásica intensificada tronaba e impactaba en el corazón del fenómeno.
—¡La emisión de la entidad va haciéndose irregular, señor! —chilló Worf por encima del estruendo eléctrico—.¡Está dando resultado!
De repente, la nave tembló tan profundamente en su núcleo que todos lo sintieron bajo sus pies, y los rayos fásicos cesaron.
—¿Qué…? —Picard intentó darse la vuelta pero sólo consiguió girarse para encontrarse con Yar.
—¡El sistema fásico se ha fundido completamente, capitán! ¡El núcleo ha estallado!
A Picard se le cayó el alma a los pies y pisoteó frenéticamente la envoltura eléctrica que ahora se fortalecía en el puente.
—¡Capitán! —El rostro de Troi estaba junto a su hombro. Le sujetaba el brazo con ambas manos, los ojos atormentados—. ¡Hágalo! ¡Hágalo, señor! ¡Por favor!
Él miró el botón azul. Adelantó la mano hacia el mismo. Mientras la movía, obligando a los temblorosos músculos a luchar contra las descargas eléctricas, sintió que se alejaba. El principio del experimento de la cámara… la consciencia que comenzaba a flotar, a dejarse ir…
La voz de Troi atravesó su dolor y lucha.
—¡Capitán!
El botón azul estaba a tres centímetros de su dedo pulgar. Se concentró en él, aferrándose a su identidad y sus recuerdos como si fuesen cuerdas que lo salvaran de un abismo que se extendiera bajo sus pies. Si pudiese encontrar la fuerza…
—Fuerza, energía —dijo con los dientes apretados—. ¡El gigante gaseoso! ¡Yar!
Pero ella estaba impotente, aplastada de espaldas contra Worf por el rayo, que se hacía más fuerte a cada palpitación ahora que los escudos de la nave estaban en su límite de resistencia.
—¡Riker! —rugió Picard.
Pudo ver vagamente a Riker que, arrastrándose paso a paso, casi agonizante, se apoyaba en la barandilla en un intento de aproximarse al terminal de seguridad.
Un cuerpo se apretó contra el hombro de Picard y una fina forma pasó junto a su codo… una mano. La mano de Troi. Tendiéndose hacia el botón azul. Notó la lucha de ella para ganarle la posición, para evitar el terrible destino, como había prometido hacerlo.
Él disparó su brazo izquierdo y la mantuvo a distancia, pero la determinación de ella convertía su fuerza en sobrehumana y estaba presionando contra su hombro con más ímpetu por momentos; la mano arañando el botón.
—¡Déjeme! —aulló ella por entre las detonaciones eléctricas.
Picard la apartó del sillón de mando con sus últimas energías, y los dos se derrumbaron de lado en el área de mando.
—¡Riker —dijo Picard con voz áspera, una vez recuperado el resuello—, dése prisa! ¡Plena potencia!
Mientras hablaba, destellantes torpedos de fotones salieron disparados del casco primario de la nave y atravesaron la atmósfera del gigante gaseoso obligándolo a dejar en libertad su energía. Torpedo tras torpedo salieron en trayectoria descendente, perforando el núcleo de energía del gigante que vomitaba a su vez explosiones volcánicas. Y a pesar de eso, la nave no cedió. Continuó enviando torpedos de máxima carga al interior de aquel reactor planetario, provocando una explosión tras otra, hasta que finalmente se produjo el más grande de todos los estallidos. La mitad del violento corazón del planeta hizo erupción y salió disparado hacia el espacio.
La cósmica conmoción catapultó a la nave hacia el espacio abierto, expulsada de la órbita por megatones de materia en explosión. La nave giró en el espacio con la gravedad huida al infierno, sacudiendo a sus tripulantes como si fuesen muñecos, y finalmente se detuvo a trescientos mil kilómetros del gigante gaseoso.