La nave fantasma (12 page)

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Authors: Diane Carey

Tags: #Ciencia ficción

Se inclinó y ayudó a Riker a levantar a Troi y a acompañarla hasta su asiento. La consejera tenía lo ojos medio en blanco, y temblaba con más fuerza aún que Data. Cuando dos enfermeros salieron del turboascensor, Picard los dirigió hacia ella y se apartó a un lado mientras le hacían un rápido reconocimiento.

—Lo siento… lo siento… —repetía ella con voz trémula.

—No se disculpe —dijo Picard con suavidad—. De no haber sido por su advertencia, no habríamos tenido levantados los escudos. Me estremezco al pensar lo que podría haber sucedido en ese caso. Quiero que le hagan un chequeo en la enfermería. Sin discusiones, consejera.

Riker se enderezó.

—La antimateria habría hecho pedazos la nave —añadió.

—Pero las armas —insistió Troi con voz estrangulada—. Tendría que habérselo advertido… no lo recordé.

—¿Recordar qué? —preguntó Picard—. ¿De qué está hablando?

—Lo sabía… Sabía que las armas… capitán, lo siento muchísimo…

—¿Sabía usted que las armas atraerían esa cosa? ¿Es eso lo que está diciendo?

Ella luchaba para mantenerse erguida en el asiento pese a sus tremolantes brazos y piernas, pero consiguió asentir con la cabeza de manera inequívoca.

—Llévenla a la enfermería —ordenó Picard, impaciente por tenerla pronto de vuelta a la normalidad—. Este tema no queda cerrado.

—Sí, señor —murmuró ella, y dejó que la retiraran dos enfermeros. Sabía que Riker la miraba, que quería ir con ella, pero había tantas cosas que le confundían la mente… tantas…

—Capitán —intervino Geordi y aguardó a que le prestara atención—. Según mi análisis espectrográfico, esa entidad tenía básicamente la misma estructura visual que las siluetas que vimos caminando por el puente.

Picard lo miró fijamente con el ceño fruncido.

—¿Está diciéndome que se trata de un fantasma descomunal?

—¿Señor? —Yar levantó la mirada de la pantalla de lecturas.

—Adelante —indicó el capitán.

—Estoy recibiendo los análisis de ingeniería en este momento. Esa entidad está salpicada de antimateria, pero no hecha sólo de antimateria. Cuando envolvió la nave, nos convertimos en un millón de diminutas explosiones por todas partes allí donde la antimateria golpeó contra los escudos. Si los hubiera atravesado, nosotros…

—Mantenga todos los sistemas cerrados hasta nueva orden. Estabilice atendiendo a ese factor. —Picard apretó los puños y avanzó hacia el terminal de observación. Se inclinó hacia adelante para captar la atención de sus dos subordinados que aún estaban en el suelo—. ¿Data? ¿Está operativo?

Con más aspecto de niño amenazado que de androide, allí, arrodillado y temblando aferrado a Geordi, Data reunió lo poco que restaba de su energía y levantó los ojos hacia Picard.

—O-operativo… señor…

—¿Captó algo cuando le atacó la cosa de ahí fuera? —Algo… señor… concluyo que ése tiene que haber sido el caso.

—¿Algo que informar?

—Nada claro, señor; no hubo… no hubo nada definido.

—Póngase de pie, entonces. ¿Puede hacerlo?

—¿Capitán? —La teniente Yar parecía detestar de veras el volver a interrumpirlo, y con más malas noticias, pero se puso rígida y se apoyó contra el terminal táctico al volverse Picard—. La emisión energética de esa cosa ha aumentado en un treinta y uno por ciento respecto de antes del ataque.

Riker sacudió la cabeza.

—Estupendo. Lo que tiene ahora es nuestra energía.

Desde el suelo, Geordi sintió el impulso de comentar:

—Y nosotros nos quedamos aquí sentados sin poder hacer nada mientras esa entidad digiere ahí fuera tres cuartas partes de nuestra energía.

Repentinamente consciente de Geordi y creyéndose en la obligación de que debía apoyar a distender la situación, Riker dijo:

—Apuesto a que nuestra nave le parece demasiado especiada. Me pregunto cuánto pasará hasta que vuelva a tener hambre.

—Lo expresa de una forma muy pintoresca, número uno, pero no nos sirve de mucho —declaró Picard con una mueca mientras ayudaba a Data a ponerse en pie. Sostuvo uno de los temblorosos brazos de Data, y Geordi el otro, mientras el androide recobraba el equilibrio.

—No, señor —admitió Riker—, pero si se guía por las emisiones energéticas, podríamos tener la posibilidad de ocultarnos de ella.

Picard pareció impresionado. —Lo mismo estaba pensando yo.

—¿Señor?

El capitán giró el cuello.

—¿Y ahora qué, Yar?

Ella se preparó, pero se aprestó a informar porque era algo demasiado increíble como para guardárselo para sí. Se inclinó sobre la pantalla de lecturas e intentó no dar crédito a lo que veía.

—Señor, me parece que nuestros sensores pasivos podrían no estar funcionando bien. O yo no me veo capaz de interpretarlos…

—Informe.

Ella ladeó la cabeza y frunció el entrecejo.

—El nivel energético de esa entidad parece estar decayendo lentamente. Sin duda va disminuyendo.

—¿En su propio ser?

—Sí, en su propio ser.

—¿Y qué ocurre?

—Bueno, su masa no está… Worf, ¿puede corroborar esto?

—Comprobando —tronó la voz de Worf.

—¡Teniente!

—Sí, señor. La masa no está cambiando. Y no hay cambios en la antimateria, ni está emanando la energía suficiente como para justificar la disminución.

—Eso es imposible —dijo Picard—. La energía no puede desaparecer sin más. Ésa es una ley fundamental del universo. Tiene que ir a alguna parte.

—Ojalá fuera así —murmuró ella—. Sí, señor, eso es lo extraño. Tiende a variar mientras la estamos leyendo. Su masa, su energía… no hay casi nada que sea constante.

—Pues ahí tenemos una pista. ¿Cuál es la conclusión? ¿Tiene alguien una hipótesis? —preguntó Picard con tono perentorio, redoblando la presión del momento al interrogarlos de aquel modo.

—Inter… inter…

—¿Sí, Data? ¿Tiene usted una idea? Data, ¿está del todo ahí?

—Inter… dimen… sionalidad… —El androide se reclinaba sin vergüenza contra Geordi, pero su expresión era de una intensa concentración más que la de alarma de un momento antes.

—Continúe intentándolo, Data —lo animó Picard, acercándosele más y reprimiendo el impulso de urgirlo a que se enderezase.

—La única posibilidad, señor —dijo Data—, es que eso existe… entre varias dimensiones, si la energía… está disipándose sin… emanación… —Consiguió ponerse en equilibrio con un claro esfuerzo, miró agradecido a Geordi y se sostuvo de pie por sus propios medios—. La interdimensionalidad explicaría adónde va a parar la energía absorbida de nuestros escudos, por eso no somos capaces de detectarla.

Picard frunció el ceño, pero la idea tenía sentido. Bastante, dado que Data la enunció dos veces pues no advirtió que se repetía.

En el nivel superior de la cubierta, Yar sacudió la cabeza. —A mí me parece un tanto fantástico —discrepó emitiendo casi un gruñido.

—Es un absurdo —reflexionó Picard.

—Pero es la única conclusión que tiene sentido —dijo Riker—. Demonios, eso explicaría que nos haya parecido un fantasma.

—Es verdad —asintió el capitán con pesar—, y eso nos planta de lleno en el terreno de las meras conjeturas. En principio, partiendo de esta base, esa cosa podría extenderse por un centenar de sistemas solares en un centenar de planos de existencia.

Riker miró la pantalla, a babor; la imagen de la entidad chisporroteaba en el ángulo superior izquierdo del campo de estrellas, a dos años luz de la proa de la
Enterprise
.

—Y cualquier energía que utilicemos para defendernos no hará otra cosa que alimentarla. Tal vez deberíamos poner un poco de distancia.

Picard movió las cejas de abajo arriba, como si aquella idea lo atrajera poderosamente.

—No podemos —replicó—. Todavía no. Esa cosa ha acelerado de pronto hasta un factor hiperespacial quince, y la tendremos encima en un instante. La hemos dejado ciega al cerrar nuestra emisión de energía. Mientras permanezcamos aquí, estaremos ocultos. De momento.

—¿Qué tal va eso? —le preguntó Riker en un aparte, intentando que su acercamiento a Wesley fuese disimulado.

Wesley dio un respingo. No había pensado que nadie le prestara atención, considerando los acontecimientos.

—Bien, señor. Pero es un fastidio el permanecer así, colgado en el espacio.

Riker miró la pantalla y la distante mancha, ahora de incierto color, que los buscaba.

—Es lo único que podemos hacer hasta que tengamos todos los sistemas otra vez en funcionamiento e ideemos una manera de salir del área sin atraer la atención.

—¿Tal vez una navegación solar, señor? Podríamos dejarnos llevar por las ondas del sol de ese pequeño sistema…

—Demasiado lento. Nos encontraría en seguida. Mírela. Ha desarrollado una pauta de búsqueda de la que no podremos escapar con energía de impulso. Sigue una cuadrícula de un par de años luz de lado y va a esa misma velocidad. Si intentamos escabullirnos y da la casualidad de que pasa cerca de nosotros mientras aún tenemos los escudos bajos… Bueno, ya sabe.

Los estrechos hombros de Wesley se tensaron.

—Supongo que sí. A veces desearía no ver las cosas con tanta claridad. Entonces no tendría que considerarlas. Señor Riker, nunca había oído hablar de sensores pasivos.

—Ah —murmuró Riker—. Los sensores pasivos sólo pueden analizar los datos que otras entidades y objetos emiten. Los sensores activos envían un rayo, y luego esperan a que la información rebotada regrese. Si esa cosa está buscándonos, andará rastreando una fuente energética. Si empleásemos sensores activos, estaríamos enviándole una señal hacia la cual dirigirse.

—E igual sucedería con los escudos —agregó LaForge.

—Y las armas. —Ese desasosegante comentario procedía de Yar, que se encontraba de pie en la rampa de estribor, con un ojo en sus monitores tácticos y otro en la silueta de incierto color que vagaba por el área, a la caza.

Riker aguardó hasta que el impacto de las palabras de los otros se desvaneció. No había pretendido que lo escucharan. Inclinándose más hacia Wesley, bajó la voz un par de tonos; pero con la mitad de los sistemas fundidos y la otra mitad cerrados lo mismo habría dado si hubiera estado hablando por un altavoz, tal era la inquietante calma del puente, apenas alterada por los escasos y amortiguados sonidos del puente.

—Sin sensores activos tendremos que ser muy cuidadosos al trazar un rumbo. Será igual que navegar a vela. El control de la dirección resultará muy delicado.

Wesley asintió con la cabeza y se resignó a la verdad ineludible; no habría ningún milagro de velocidad hiperespacial que los alejara del peligro.

Erguido al pie de la rampa de babor, cerca de la entrada de su sala de reuniones, el capitán Picard entrelazó las manos a la espalda y observó como su tripulación trabajaba a pesar de su sentimiento de impotencia. Observó a Riker y a Wesley susurrando entre sí y sintió una repentina punzada de incapacidad. Si al menos pudiese encontrar cómo hacer que se sintieran mejor.

De pronto deseó hallarse en medio de un ataque romulano, superados los suyos en número de seis a uno. Su única preocupación entonces sería su propia persona, su nave, y un grupo de compañeros de armas que sabían en qué se metían cuando se alistaron. En ese caso tendría las manos libres, libres para arriesgarse, sin la rémora de la preocupación por cónyuges e hijos inocentes. Sin tener que preocuparse por ellos si la nave sufría una dura arremetida, mucho menos si se lanzaba hacia un combate capaz de destrozarla. Cada vez que la nave se sacudía, esos inocentes rostros surgían en su mente y corrían plenamente confiados a ponerse bajo el frágil cobijo de su protección, con la esperanza de encontrarse a salvo allí.

Al contemplar a Riker, Picard se permitió una pequeña sensación de envidia. Cada vez que miraba a su primer oficial, lo veía de pie en la plataforma del transportador con un equipo de descenso, a punto de transportarse a superficie, a punto de dejar al capitán atrás para que se hiciera cargo de la nave. En esos momentos, en esos emocionantes momentos, Riker sólo era responsable de sí mismo y del grupo que lo acompañaba, mientras que Picard tenía que permanecer a bordo como responsable de una nave llena de familias. ¿Dónde estaba la antigua aventura de una nave con una tripulación escasa, ruda y entrenada? ¿Cómo se había convertido de pronto en gobernador de una diminuta isla superpoblada?

De golpe echó de menos sus tiempos de primer oficial, y de capitán de una nave sin niños a bordo. El mando de una nave cuya misión fuera correr peligros… era incomparablemente mejor. Y ahora se encontraba atrapado como gobernador de un grupo de familias que viajaban por el espacio. Ni capitán ni primer oficial, responsable de las decisiones de Riker, cuyo trabajo era, indudablemente, el interponerse entre Picard y el estimulante peligro que era el derecho de cualquier capitán.

Había pasado la prueba de fuego. Se había ganado el derecho de estar por siempre entre algodones. Y su primer oficial, que debía ser una fiable extensión de él, se convertía a causa de las circunstancias en un obstáculo al que guardaba rencor.

En las pocas aventuras que llevaban vividas juntos, Picard se había dicho a sí mismo que podría encontrar un compromiso. Pero no había compromiso posible en algunas situaciones, y ésa era la dolorosa realidad. Algunas circunstancias requerían un avance o una retirada completa, y la presente era una de esas circunstancias. Riker siempre sería una barrera. Ésa sería siempre la imagen en la mente de Picard al observar a un grupo de descenso tras otro, transportado fuera de la nave sin él. La sensación de ser dejado atrás nunca desaparecería.

Capitán. ¿Era ésa su verdadera autoridad? ¿O era la de gobernador de la
Enterprise
?

Allí estaban, aquellas más de mil personas que habían poblado una nave en vez de colonizar un planeta. Colonizando el espacio en verdad, errabundos ciudadanos de la Federación. Dentro de generaciones, los hijos de esos niños llegarían a considerar esta clase de naves como su patria, su planeta, su nacionalidad. La respuesta a la pregunta: «¿De dónde eres tú?», sería: «Soy de la
Enterprise
».

Su hábitat. Su medio ambiente. Un territorio, no una cosa, no una nave. Un territorio móvil. En lugar de, «soy ciudadano de este sector o de aquel sistema, de ese planeta, de aquel puesto avanzado», la respuesta sería: «Soy un ciudadano de la Federación».

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